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LA BITÁCORA DE BRAUDEL

Los seres humanos actuamos bastante mal cuando hacemos las cosas bien. En cambio, hacemos bastante bien las cosas mal. Desde luego, no tenemos ni idea de cómo nos va a afectar en el futuro el rebote de nuestras propias actuaciones. Ha sido así a lo largo de la historia humana, una vez tras otra. En la Barcelona asediada de 1713.14, como en el Marruecos asaltado por los españoles en los inicios del siglo XX. A los romanos, como a otros pueblos conquistadores con sus poderosos ejércitos, se les daba bien la destrucción de pueblos y ciudades. El saqueo de campos, incluso la tala de bosques para fastidiar al enemigo ha sido norma con tal de destruir.

En todas estas acciones, ayer como hoy, lo verdaderamente relevante es el matiz, los matices, que subyacen a las cosas humanas. Negar el matiz supone taparse los ojos ante la evidente complejidad de la naturaleza humana y su propia diversidad. Una actuación en bloque de miles de personas, como un cuerpo popular y político, unánime, sin fisuras, es imposible. Al menos, lo es en nuestras sociedades democráticas. Ya sabemos de la unanimidad de los congresos del Partido Comunista chino; pero la unanimidad de los 1300 millones de chinos es impensable. Son 1300 millones de hechos diferenciales. Sólo los totalitarismos transmiten la idea de uniformidad, de actuación como uno sólo tras el líder o los líderes. Pero realmente les corroe la diferencia. Y sobre todo les asusta la diferencia y la libertad que produce inevitablemente la expresión de las diferencias.

El matiz es tan importante que sin él difícilmente comprenderíamos una sociedad. En las sociedades plurales europeas, por su misma definición, no existe la unanimidad. Del mismo modo que no existe en un grupo numerosos de personas a la hora de elegir el restaurante en el que comer, y mucho menos los manjares que se llevarán a la boca.

Puede haber coincidencias en algunos esquemas comunes; pero nada más, porque las sociedades abiertas y democráticas se basan precisamente en su diversidad interna. Por muy impresionantes que resulten las masivas manifestaciones, las declaraciones grandilocuentes de los políticos identificados con España o con Cataluña, realmente sólo representan a unos cuantos, y a veces quizás a sus grupos de poder. Mejor nos iría si reconociéramos que la uniformidad en cualquier territorio es una quimera. Jamás ha existido y si aparentemente ha sido así, en realidad ha resultado del efecto amordazador de un régimen dictatorial o, en otro tiempo, un absolutismo paternalista que tendió el manto de la centralización sobre todos.

España está llena de hechos diferenciales, unos 46 o 47 millones, que ya no sé por donde vamos dado que muchos inmigrantes han vuelto a sus tierras de origen. Igual que me repugna la delirante manipulación y falseamiento de la historia, me gustaría que comprendiéramos que somos ante todo ciudadanos. Eso de ir uniformados de un color suena al pasado, propio de sociedades amordazadas. Una cosa es querer decidir y otra muy diferente negar las diferencias.

Esta comarca, vocacionalmente fronteriza, está llena de gente fronteriza, de miles de hechos diferenciales. Sus identidades son diferentes las unas de las otras, aunque compartan algunas cosas en común, sobre todo su dignidad como personas.

En Los Ruices, a 16 de septiembre de 2014.

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