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LA BITÁCORA DE BRAUDEL.  JUAN CARLOS PÉREZ GARCÍA

La historia del frío está por componer. Ha sido uno de los grandes enemigos de los seres humanos. En su interior se perciben prácticas sociales, mentalidades individuales y colectivas y, como no podía ser menos, se exponen públicamente las diferencias de clase. Convertir al frío en un sujeto histórico tendría poco sentido; el verdadero protagonista de la historia sería el individuo que hace milagros para evitar pasar frío durante los largos inviernos de la Meseta española. Se hizo una historia del clima; pero la historia del frío es más cercana, más auténtica y humana. Es más historia que la del clima.

Goya realizó un cartón para tapiz cuyo protagonista es un intensísimo nevasco. El hombre, que aparece en el centro del cartón, acude a una manta para taparse durante la ventisca que acompaña la nevada. Los cartones eran el ejemplo para los artesanos del tapiz, auténticos artistas, que finalmente convertían la imagen de un cartón en un esplendoroso tapiz. Evocar el frío de las gentes para un tapiz destinado a embellecer y al mismo tiempo atenuar los fríos salones y corredores de los palacios reales; este era el destino final de estas obras de arte. El interior de España ha conocido gigantescos nevascos, nevadas antológicas, capaces de paralizar los caminos durante días, de aislar a las gentes en sus aldeas y pueblos. Un desconocimiento más de nuestra historia, que hoy tanto padecemos. Las grandes nevadas han existido en el pasado, no son cosa de hoy, cuando se acusa a las autoridades de falta de previsión a la hora de garantizar el tránsito por las carreteras.

La supervivencia es la tendencia natural de cualquier ser humano. Desde los tiempos más remotos de la especie humana, la lucha contra la naturaleza inclemente y hostil ha sido uno de los grandes caballos de batalla de la humanidad. Los antiguos egipcios fueron capaces de construir una civilización esencialmente pacífica, protegidos por la misma acción del desierto. En el caso de la civilización egipcia, la naturaleza se comportó como protectora y gran benefactora con el Nilo como núcleo, como bien percibiera Heródoto. Los griegos antiguos gozaron del beneficio de asomarse permanentemente al mar Egeo, como auténticas ranas, de acuerdo con la expresión atribuida a Platón. El lago griego fue el que les proporcionó la salida de una región natural hostil, árida y poco productiva. En nuestra tierra la naturaleza no ha sido una bendición, precisamente. El grado de aridez es elevado y las tierras de baja productividad demasiado frecuentes; el Catastro del marqués de la Ensenada, tantas veces mencionado por los historiadores, prueba la inmensidad de la presencia de tierras de tercera y cuarta calidad, de productividad testimonial. ¿No resulta milagroso que salieran adelante con estas tierras? Los meseteños de la época romana sabían bien de donde podían obtener los mejores recursos y se situaron con preferencia en torno a la vega del Magro.

La lucha contra el frío invernal. Inviernos largos. Heladas. El perfeccionamiento de los sistemas de calefacción ha proporcionado a la gente confort en sus propias casas. En las viejas casas el frío tuvo que ser una tónica habitual, un habitante más, durante el invierno. Sólo las casas bien orientadas recibían algo de ese sol invernal que atenúa los efectos de la fría atmósfera de los meses invernales. En los cascos antiguos de las viejas villas, Utiel y Requena, entre las estrechas callejuelas, la entrada de los rayos solares era una excepción, un acontecimiento puntual, escaso y celebrado. El frío se enseñoreaba de todo. En las aldeas, con las calles más anchas, con espacios libres por todas partes, entre los trigales antes, entre las viñas actualmente, sólo días muy concretos se percibe el frío invierno en las calles. Las lumbres del pasado, cobijadas bajo inmensas chimeneas, permitían algún confort. Pero ya se sabe que las lumbres calientan primero la parte frontal, manteniendo el culo frío. Lumbres evocadoras, propicias a la plática, ambiente idóneo para transmitir la memoria familiar, colectiva. Muchas historias, medio reales y medio fantásticas, se habrán forjado encima de las hogareñas lumbres.

Que hoy exista gente en nuestro país pasando frío es, además de un fenómeno vergonzoso e impropio de una sociedad avanzada o que se nombra a sí misma como tal, es un fenómeno que nos devuelve al pasado, al tiempo en que la gente se arremolinaba en torno a la lumbre, a la estufa, que se echaba prácticamente encima del fuego para alejar de su cuerpo el frío. La diferencia es que la antigua sociedad asumía que una parte considerable de la población pasaba frío e incluso perecía de frío; estaba preparada para sufrirlo: las creencias religiosas les proporcionaban un consuelo y explicaciones adecuadas a la injusticia. En la España de hoy en día, moderna, avanzada, ¿qué justificación puede tener que una parte de la población pase frío en medio de este invierno? No existe absolutamente ninguna. Perdón, me equivoco. Existe únicamente una: los que son pobres lo son por su ineptitud a la hora de conseguir un buen trabajo, a la hora de emprender un negocio de éxito. Es decir, una explicación de corte genuinamente clasista. Esto no es válido por injusto. Pero se está imponiendo como salida de eficiencia a los fallos del sistema de bienestar. La consigna parece ser: el que quiera, o pueda, que lo pague y el que no que se aguante. Con los temas de salud no se debe jugar a ser un liberal de estilo decimonónico.

El progreso de esta manera de entender la sociedad netamente liberal conduce a una diferenciación cada vez más nítida de las clases sociales. El sistema de clases se afianza y se estructura sólidamente sin que existan mecanismos de justicia social auténtica. Estamos en un proceso de profundización de la injusticia. Entonces, las clases se comportan casi como compartimentos semi-cerrados en los que vive la gente. Sólo el éxito en un negocio o en los estudios puede proporcionar un avance considerable dentro del sistema social de clases. Cuanto más se deteriora nuestro sistema de bienestar social, más se anquilosa y solidifica el sistema de clases, diferenciando más a los acaudalados de los pobres.

Al menos en la vieja sociedad rural, los pobres podían relativamente conseguir leña y salir adelante durante los duros inviernos. Además. La práctica de la solidaridad vecinal era asunto bastante más cotidiano que las prácticas esporádicas y puntuales de los tiempos actuales. Es posible que existiera una competencia por los recursos para hacer fuego, pero teóricamente la fuente de energía estaba más a mano que en la actualidad. Actualmente, la civilización urbano-tecnológica proporciona la energía mediante subastas. La energía se subasta, señoras y señores. Pensábamos que esto sólo sucedía en las galerías de arte. Es una aberración que la energía se subaste. Se subasta el bienestar y la supervivencia de la gente. Porque un inconveniente de nuestro mundo de hoy es el alejamiento de lo natural; en consecuencia, cuando los mecanismos diseñados para crear confort en las ciudades fallan, no existe la posibilidad de un recambio natural y tradicional. Imposible sobrevivir en un medio artificial como la ciudad sin medios auténticamente artificiales.

El retorno a las viejas imágenes del frío parece instalarse entre nosotros. Aquellas viejas fotografías de Pío Baroja (con su boina) o Valle Inclán escribiendo en sus estupendos despachos abrigados hasta arriba incluso con bufandas y con guantes rotos por los dedos para escribir con mayor soltura. Una imagen romántica del escritor. Una imagen que una sociedad moderna tiene que evitar que se produzca. Una sociedad ni es avanzada ni es moderna si no es al mismo tiempo justa. Pobres, ricos. Siempre existieron las diferencias sociales. Pero ¿es necesario para las clases pudientes tener una masa de pobres? ¿Necesitan a los pobres para afirmar con más contundencia su pertenencia a un estatuto social privilegiado? Es probable que así sea. Pero no es más que la conversión de la injusticia en matriz de la sociedad. Si esto se consolidara, no creo que merezca la pena vivir en una sociedad de esa naturaleza.

En Los Ruices, a 1 de enero de 2014.

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