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LA BITÁCORA/ JCPG

Están allí. Discutiendo. Debatiendo. Dicen. Se reúnen. Toman café. Hablan y hablan. Cualquiera que no les conociera pensaría que llenan páginas y páginas de libros. Hasta hartarse. Ni mucho menos. Apenas dicen nada. Es decir, que dicen pocas cosas valiosas. Pueden hablar día tras día detrás del micrófono, de las cámaras de la televisión. Pero sin decir nada. Es difícil de explicar. Pero es así.

Lo importante es la sonrisa. Cuanto más sonriente esté uno mejor. Esto lo aprenden hasta los políticos del bloque inferior de la pirámide de los partidos. Parecen convencidos de que la sonrisa da votos. Las caras largas, serias, ¿los quitan? Sonrisas por todas partes. ¿Hay algo más que una cara sonriente? ¿Existen ideas? ¿Existe fuerza política, legitimidad, respaldo ciudadano para gobernar y armonizar la vida ciudadana?

Ellos están allí. Y nosotros aquí. Con nuestra gente en el paro. Con nuestras facturas que pagar. Con nuestras alegrías. Con esas pesadas penas que parecen perseguirnos hasta el último rincón de la tierra. España oficial frente a España real. ¿Una vez más? Quizás sí. Pero hoy, por lo menos con una diferencia que creo bien perceptible: quienes se autoproclaman representantes de la España real sólo representan al sector vociferente de la ciudadanía, al más ruidoso. ¿Mucho ruido y pocas nueces? El refranero da para casi todo. Pero la España real no parece encontrar acomodo en aquellos señores y señoras que se sientan hoy en las Cortes.

¿Qué parirán los señores diputados? Poco importa. Mientras, nosotros aquí, con nuestros jóvenes aturdidos en el paro, atontados con la sociedad moderna y desprovistos de eso que se llamó (en un tiempo lejano, y quién sabe si también en una galaxia lejana) el futuro.

Por fortuna el Duelo a garrotazos, esa profundísima reflexión goyesca sobre el alma de la España contemporánea, ha pasdo a mejor vida, aunque hay agoreros que parecen querer anunciarlo. Que se quede en las salas del Palacio de las Cortes. Al menos allí, el odio de unos dialoga con el odio de otros. Aquí las generaciones se van diseñando, perfilando en el desencanto más crudo y la corrupción más rastrera. Viva la sonrisa. Todo por el pueblo pero sin el pueblo.

En Los Ruices, a 3 de marzo de 2016.

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