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Cuaderno de Campo. La Naturaleza en La Meseta de Requena-Utiel
Javier Armero Iranzo   /   1 de mayo de 2018

Primero de mayo en Requena-Utiel. La primavera rezuma vida por todos los costados. Muchísimas plantas de diversos grupos taxonómicos derrochan color: flores grandes y pequeñas que se desparraman por montes, campos y orillas de caminos. Los herbazales, pletóricos tras las últimas lluvias, aparecen repletos de esa tropa acorazada que compone el variado mundo de los insectos.

Trinos nupciales anuncian la arribada de almas venidas desde muy lejos. Miríadas de aves africanas que reclaman su protagonismo en la efímera primavera que transcurre entre esas dos largas estaciones que caracterizan el terruño: el invierno, con el recuerdo aún de los últimos fríos, y el estío que amenaza con marchitar con su aplastante poder esos verdes actuales.

El fragor del bosque de ribera invita a recorrer ríos y arroyos y a disfrutar de sus umbrías y de sus sonidos; un placer para los sentidos. Y, por supuesto, también el viñedo muestra ahora sus mejores galas. Con las frescas y tiernas pámpanas recién aparecidas la intensa clorofila de los campos contrasta magníficamente con esas rojas y ocres tierras que impactan la retina del naturalista. Mayo: la naturaleza en su apogeo.

Pero hoy no toca hablar de aquellos grandes protagonistas de nuestro medio natural; aquellos que llenarían las páginas de un artículo sólo con el empuje de su belleza o de su fuerza vital en un mes explosivo. No.

Hoy son otros los seres que reciben nuestra atención. Unos animalillos que apenas han tenido la consideración por parte del ser humano en cuanto a atributos positivos, y que ahora, en las fechas en que nos encontramos contribuyen a realzar el medio natural con su modesta presencia. Son los anfibios.

Acaba de ponerse el sol por el horizonte y un sonido característico anuncia la inminente oscuridad desde el fondo del barranco. Al croar de una rana se le suman los de otras. Al poco, y ya con la escasa iluminación que proporcionan los últimos resplandores, la cantinela se generaliza en el monte. Más allá unos sapos corredores parecen contagiarse. El invisible coro da la bienvenida a la noche. Los anfibios ahora están en pleno proceso reproductor.

Pero, ¿qué son los anfibios? Muy probablemente, gran parte de los lectores no sepan muy bien describir este tipo de animales; ni mucho menos adivinar cuántas especies diferentes habitan nuestra comarca y cuáles son los problemas que los amenazan. En cambio, quienes sí los conocen, en gran medida tienen unos equivocados prejuicios sobre ellos heredados por sus antepasados desde tiempos ancestrales. Cuántas veces habré oído de hombres y mujeres del campo que los sapos son criaturas desagradables y qué su contacto pueden acarrear a las personas los más variados problemas.

La ignorancia y el consecuente rechazo han llevado a estos animales a unas cotas de aceptación tan bajas que los ha perjudicado notablemente durante siglos y que aún hoy se vienen arrastrando. Aquí va el primero de dos artículos dedicados a aclarar la situación de estos vertebrados en la comarca, de ilustrar, en la medida de lo posible, lo interesante que resulta su biología; pero siempre desde el convencimiento de que hay que cuidarlos y protegerlos de los peligros que los amenazan.

Los anfibios cumplen una parte muy importante en los ecosistemas mediterráneos, especialmente los ligados al medio acuático continental, y merecen ser bien conocidos por la población para que los pueda valorar y por supuesto admirar en su justa medida. Ellos son fascinantes criaturas que necesitan una mayor atención por nuestra parte. Así que, hablemos de ellos.

Su origen parece situarse hace unos 360 millones de años aproximadamente cuando aparecen los primeros ejemplares a partir de la evolución de un grupo de peces continentales que llegaron a colonizar la tierra firme. Estos seres que eran capaces de respirar aire atmosférico y desplazarse mediante primitivas extremidades fueron diversificándose originando, tal y como hoy las conocemos, las primeras ranas y las primeras salamandras hace 245 y 150  millones de años respectivamente.

Tras tantos siglos de evolución y cambios anatómicos los anfibios constituyen hoy un grupo de vertebrados formado por más de 7.000 especies diferentes a nivel mundial pero con la característica fundamental de llevar una vida a caballo entre los medios terrestres y acuáticos. De hecho el nombre de anfibio hace mención a esa particularidad.

Hay que recordar que estos animales en estado adulto pueden permanecer más o menos tiempo fuera del agua, ya que pueden respirar tanto por pulmones como a través de la piel (siempre y cuando ésta presente cierta humedad). Sin embargo han de depender obligatoriamente del agua para depositar sus huevos (que carecen de cubiertas protectoras ante la deshidratación) y para que, posteriormente, puedan desarrollarse las larvas, ya que tienen respiración branquial. Bueno, al menos la mayoría, ya que hay algunos como nuestro sapo partero cuyo macho progenitor lleva consigo los huevos hasta que eclosionan, o la salamandra (que aquí en Requena-utiel no aparece) que pare larvas o incluso juveniles ya terrestres.

En la España peninsular aparecen 30 especies diferentes de anfibios de los que apenas ocho se distribuyen por el ámbito territorial de la Meseta de Requena-Utiel. De éstas una de ellas pertenece al orden taxonómico de los urodelos; es decir un anfibio cuyos ejemplares en estado adulto conservan la cola y presentan las cuatro patas de un tamaño similar. Sería el caso del gallipato Pleurodeles watl.

Las otras siete especies pertenecen al orden de los anuros. Éstos están caracterizados por la ausencia de cola en los individuos adultos, por carecer de un cuello diferenciado y por tener unas patas traseras mucho más desarrolladas que las anteriores, lo que les capacita mejor al salto o a la marcha. En este grupo se encuentra la rana común Pelophylax perezi y seis tipos de sapos. Dos de ellos son de buen tamaño como el sapo común ibérico Bufo spinosus y el sapo corredor Epidalea calamita; otros dos son ciertamente más pequeños, como son el  sapo partero común Alytes obstetricans y el sapillo moteado Pelodytes hespericus; otro es muy escaso en la comarca, como es el sapo de espuelas Pelobates cultripes; y el último es el más raro de todos, incluso a nivel de toda la Comunidad Valenciana: el sapillo pintojo ibérico Discogloss galganoi.

La doble vida entre el agua y la tierra obliga a estos animales a desarrollar un ciclo biológico realmente peculiar entre los animales en general y único entre aquellos que son vertebrados. En él destaca el proceso de la metamorfosis, que es un conjunto de cambios morfológicos, anatómicos e incluso de hábitos de vida, que caracteriza a estos animales y no ha dejado nunca de sorprender al ser humano desde muy antiguo.

Es curioso ver cómo mediante este mecanismo los renacuajos, adaptados a la vida acuática y con respiración branquial, acaban transformándose en individuos adultos capaces de vivir en el medio terrestre. De alguna manera la metamorfosis recapitula el proceso de la evolución de los peces hacia los vertebrados terrestres que hoy conocemos, dotados de cuatro patas y provistos de pulmones para poder respirar oxígeno directamente de la atmósfera.

Ahora, en la fecha en que nos encontramos, merece la pena acudir a alguna fuente, rambla, charca, tollo o incluso algún balsón de riego a comprobar cuál es el estado actual del ciclo reproductor de los anfibios. Éste va depender de varios factores, pero sobre todo de la temperatura y pluviosidad de las semanas pasadas. De ésta manera en la comarca hay lugares donde las ranas y sapos están aún embriagados en el fervor reproductor con comportamientos evidentes de celo, mientras que en otros sitios ya se ven puestas o incluso renacuajos en distintos estadios de crecimiento.

El ciclo reproductor incluye procesos como el ritual de cortejo, la puesta de los huevos y la fecundación por parte de los machos, la fase larvaria, la metamorfosis y el crecimiento y maduración de los individuos adultos. Desde luego una clase de biología al aire libre que no nos deberíamos perder.

Los machos de los anfibios que tenemos en la comarca, a excepción del gallipato, emiten sus sonoros reclamos desde el agua o desde sus inmediaciones para tratar de llamar la atención de las hembras. Éstas aceptan la cópula de los machos quienes las agarran por la zona de las axilas de una manera característica; apareamiento que recibe el nombre de amplexo. La hembra, estimulada por el macho, va realizando la puesta de numerosos huevos a la vez que su consorte los va fertilizando.

Los estudiosos de los anfibios saben distinguir perfectamente las puestas de cada una de las especies según el aspecto, número de huevos y disposición de éstos en el sustrato subacuático donde los depositan. Destacan por su tamaño los cordones de huevos negros de los sapos comunes y corredores ya que pueden albergar cientos e incluso miles de unidades y que en estos días no son raros de ver en muchos puntos de agua de la demarcación.

Lógicamente no todos prosperarán y se convertirán en larvas, y estas en adultos; ni mucho menos. Hay multitud de bajas producidas por efecto de la depredación y también por la desecación de las masas de agua temporal. Dependiendo de la temperatura del agua eclosionarán más o menos tarde los huevos, pudiendo llegar a tardar hasta tres semanas si el agua está muy fría.

Las larvas reciben el nombre de renacuajos y pueden llegar a convivir juntos individuos de varias especies en el mismo enclave. Los renacuajos tienen una alimentación principalmente vegetariana y detritívora, consumiendo tanto algas y plancton como partículas orgánicas del agua o del propio sustrato.

Desde luego lo más sorprendente y curioso del ciclo biológico de los anfibios es la metamorfosis, en la que se reorganizan sus cuerpos de tal manera que el resultado final poco tiene que ver con los renacuajos salidos de los huevos. Maravillosa y sorprendente naturaleza que nuestros paisanos, y especialmente los niños deberían visualizar en nuestro medio natural más cercano. Otra oportunidad más para acercar la naturaleza a las personas.

A los renacuajos les van apareciendo las extremidades; primero las traseras y luego las delanteras. Se les va acortando gradualmente la cola, su piel se va engrosando y van sustituyendo las branquias por pulmones. Su alimentación, además, se torna carnívora, ya que sapos, ranas y gallipatos son ávidos consumidores de insectos y de otros animalillos que capturan con sus largas lenguas (al menos los anuros).

¡Cuántos agradables ratos pasan los curiosos naturalistas al borde de las charcas o de los cursos de agua observando la vida de estos animales! Su atractiva biología reproductora y su fascinante ecología alimentaria son de lo más interesante; motivos suficientes para prestarles la atención que se merecen. Magníficas criaturas, los anfibios.

Pero incluso sus estrategias de supervivencia ante la presencia de enemigos tampoco dejan indiferente a nadie. Por ejemplo, la ostentación de colores miméticos y las actitudes discretas de la mayoría de ellos que los disimulan en el entorno. O que los sapos corredores y comunes puedan segregar sustancias tóxicas a través de su piel para producir irritación en las mucosas bucales de aquellos animales que traten de engullirlos; por no decir de los curiosísimos comportamientos de hinchamiento desproporcionado de sus cuerpos para intimidar al enemigo. Pero quizás el más sorprendente de todos y que cuesta creerlo hasta que uno mismo no lo ve es el desarrollado por los gallipatos, que son capaces de sacar sus costillas a través de unos poros de la piel para evitar que sean consumidos por culebras u otros animales.

En Requena-Utiel hay muchos lugares para disfrutar de la presencia de estas nobles criaturas. Desde la cuenca hidrográfica del Cabriel, rica en barrancos y ramblas que tras las lluvias primaverales presentan abundantes tollos y remansos, hasta las del Turia, con sus bonitos ríos Regajo y Reatillo que atraviesan preciosos rincones de montaña. La vega del Magro con su cauce principal y salpicado de balsas y acequias de riego supone un buen lugar también para ellos. Pero quizás los más interesantes por su cantidad y, sobre todo calidad de las especies observadas allí, sean los lavajos de Camporrobles y Sinarcas y, a poca distancia de estos pero ya en la provincia de Cuenca, la laguna de Talayuelas.

En el próximo Cuaderno de Campo se profundizará más en el conocimiento de las distintas especies que podemos observar en la comarca, en el importante papel que representan en el ecosistema y en los factores que los amenazan. Mientras tanto, salgamos al campo y disfrutemos del mes que acaba de empezar. Visitemos nuestras zonas acuáticas y dediquemos un tiempo a los anfibios. Tiempo que sin lugar a dudas será bien recompensado con la contemplación de unos animales que presentan un modo de vida tan particular y que a la luz de la sensibilidad de un amante de la naturaleza se antojan profundamente bellos.

Disponer del mes de mayo para salir de anfibios al campo es un verdadero lujo. Excursiones de día para detectar sus vistosas puestas o los inquietos renacuajos, pero también para buscar a los adultos bajo el agua o en sus orillas termoregulándose al sol de las primeras horas. Y salidas nocturnas, en la que poder disfrutar de una entusiasta banda sonora de variadas voces y reclamos que llenan de vida los más apartados rincones de nuestra querida naturaleza. Otra vez más el espectáculo nos reclama y nos hace salir de casa.

Pasión por la vida. Admiración por los anfibios.

Y la verdad que, cuando uno conoce bien estos animales, se pregunta cómo ha podido ser que no hayan sido tratados con la dignidad que se merecen en tanto tiempo de relación íntima entre el ser humano y la naturaleza.

JAVIER ARMERO IRANZO

Dedicado a Luis Albero Martínez, experto herpetólogo, por su gran dedicación al estudio de los anfibios y reptiles de la Meseta de Requena-Utiel. Muchas de las fotografías que se aportan aquí han sido amablemente cedidas por él. Gracias, Luis.

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