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Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel

Javier Armero Iranzo   //   28 de enero de 2020

Carrasca centenaria en la sierra de Malacara

El próximo día 31 de enero se conmemorará el Día del Árbol en la Comunitat Valenciana. Como ya viene siendo habitual en las tres últimas décadas, desde que se instituyó esta efeméride por Real Decreto del Consell en 1990, muchos colegios, institutos, ayuntamientos, parques naturales y otros organismos preparan actividades relacionadas con los árboles y los bosques y que en su mayoría acaban con una plantación popular en algún espacio natural del entorno. Magnífica forma de reconocer la importancia de los árboles tanto para el medio natural como para las propias personas. De hecho me consta que el sentir de la gente que participa en este tipo de eventos es muy positivo hacia su relación con la propia naturaleza.

Aquí en nuestra querida comarca las propuestas en ese sentido se multiplican en estos días. Es un buen síntoma de que la gente se preocupa por su entorno inmediato y quiere aportar su granito de arena en mejorarlo. En Requena, por ejemplo, se hace coincidir esta celebración con su Semana Medioambiental, que cumple ahora su decimosexta edición. Conferencias, coloquios, cuentacuentos, y por supuesto plantaciones de árboles han ayudado, y siguen haciéndolo, a que la población vea la naturaleza como algo cercano, algo que interfiere plenamente en sus propias vidas y rutinas diarias. Estupenda iniciativa que esperemos que continúe muchos años más.

Y a propósito de esta noble conmemoración el presente Cuaderno de Campo aporta modestamente unas pinceladas en relación a los árboles de la Meseta de Requena-Utiel, y en concreto a sus especies más significativas: los pinos y las carrascas.

Fresno de hoja estrecha en la ribera del Cabriel

Está claro que pinos y carrascas no son las únicas especies arboladas que se distribuyen por sus campos y montes, pero sí son las más abundantes y de distribución más generalizada. No obstante hay otros árboles que, de una manera más minoritaria, se extienden por sus distintos hábitats y que llegan a conformar unas formaciones vegetales valiosísimas desde el punto de la vista de la biodiversidad y por supuesto del paisaje. Así, por ejemplo cabe destacar los bosquetes de montaña que todavía presentan algunas sierras comarcales. En Martés, el Tejo, el Ropé o el Molón por ejemplo, aparecen reductos forestales constituidos por especies del mayor interés en conservación. Con distintas composiciones florísticas llegan a aparecer en algunos de estos montes especies ya poco habituales como el fresno de flor, el arce, el mostajo, el tejo o la sabina albar.

En los principales ríos de la comarca, especialmente en el Cabriel, el Magro, el Reatillo y el Regajo, se extienden en mayor o menor medida unos bosques caducifolios de ribera constituidos por sauces, tarajes, fresnos de hoja estrecha, chopos, álamos y olmos con sus correspondientes orlas arbustivas y herbáceas.

Incluso en el medio agrícola se distribuyen árboles que ancestralmente han servido al ser humano principalmente como complemento de su alimentación y que además suponen un enriquecimiento de los nichos ecológicos agrarios. Higueras, cerezos, nogales, membrillos e incluso almeces se constituyen en valiosos recursos tróficos y paisajísticos en los extensos y cada vez más homogéneos campos de cultivo actuales. Y quizás de todos los árboles cultivados cabe destacar uno y que necesariamente hay que reivindicar en un Día del Árbol. Se trata del olivo.

Viejo olivo en Chera

Estos días, recorriendo el entorno de Chera, se disparan las alarmas que hieren la sensibilidad no sólo del naturalista sino también de sus propios paisanos y visitantes. La tala y el arranque de decenas de ejemplares centenarios no paran. Unos son olivos que se llevarán a otros lugares; para decorar rotondas, jardines o urbanizaciones. Y otros para convertirlos en leña. El caso es que la historia que empezó hace unos años en otras localidades de la España mediterránea también se repite aquí.

Es una pena; una verdadera pena. Ejemplares vetustos, todavía productivos y que forman parte ya no sólo de un medio ambiente agroforestal repleto de formas de vida salvaje sino también de un patrimonio cultural y paisajístico de un pueblo que por momentos parece olvidar. Esperemos que prime el sentido común entre propietarios y autoridades y no se permita que se siga perpetrando ese expolio de vida.

Árboles y árboles, de campos y de montes. Y de entre todos ellos son los pinos y las carrascas los que más superficie ocupan en el ámbito geográfico comarcal. Prácticamente la mitad de su territorio corresponde a pinares y a carrascales, especialmente de los primeros. Y por ello merece la pena destacarlos en un ensayo como el de hoy.

Los carrascales conforman mayoritariamente la vegetación arbolada potencial de la Meseta de Requena-Utiel, especialmente en el ámbito mesomediterráneo que es el piso vegetal mayoritario en la comarca por sus características altitudinales y climáticas. Sin embargo tras siglos y siglos de colonización del territorio por parte del ser humano éstos se han visto relegados a determinadas sierras o a pequeños parches en la llanura central. Destacan los carrascales de las umbrías de las sierras de Juan Navarro y del Negrete, aunque también se pueden localizar rodales aceptablemente conservados en otros lugares como Martés, el Tejo o la Bicuerca, por ejemplo.

Quedan bastantes ejemplos, no obstante, de pies centenarios en aquellos lugares donde existían dehesas ganaderas comunales y que por unos motivos u otros han llegado a la actualidad. Destacan carrascas monumentales como La Señorita entre las pedanías venturreñas de Los Marcos y Los Pedriches; las del entorno de la Casa de Pardo o la de la Cañada Tolluda, ambas en las cercanías de Campo Arcís (Requena); o las de la Casa de la Manchega, entre La Portera y Los Pedrones, también en Requena; entre otras muchas.

La carrasca Quercus ilex es un árbol ciertamente hermoso. Representa a la perfección el monte mediterráneo ibérico. Puede llegar a alcanzar los 25 metros de altura y presentar una copa redondeada que podría cubrir incluso 40 ó 45 metros de diámetro. Lógicamente han de pasar varios cientos de años y criarse en un buen suelo para poder conseguir esas medidas. Presenta unas hojas perennes de color verde grisáceo por sus partes superiores y blanquecinas por las inferiores. Suelen estar provistas de dientes en número variable aunque con escaso desarrollo. Presenta un tronco robusto y erguido y una corteza grisácea y resquebrajada en numerosas grietas. Florece por primavera y madura sus bellotas hacia mediados o finales de otoño; bellotas dulces que han servido de sustento no sólo a animales de crianza sino también para las propias personas en épocas de carestía.

Carrasca de Cañada Tolluda

Desgraciadamente la carrasca ha sido víctima en el llano de roturaciones intensivas que las ha ido eliminando sistemáticamente en busca de más tierras de cultivo. En el monte su retroceso ha venido como consecuencia de actividades que se remontan también desde bien antiguo, como la extracción de leña, el carboneo, e incluso la acción devastadora de incendios forestales, muchas veces intencionados para conseguir aún más terrenos susceptibles de labrar.

Tras la eliminación del carrascal aparecen plantas que conforman una serie vegetal de sustitución en el que otra especie del género Quercus cobra protagonismo. Se trata de la coscoja Quercus coccifera, típico representante de las maquias mediterráneas. La coscoja, o matuja como se la denomina popularmente en Requena-Utiel, en realidad es un arbusto que apenas llega a alcanzar unos 2 ó 3 metros de altura, aunque no son raros los ejemplares que rondan incluso los 4 ó 5.

Sus hojas son perennes al igual que la de las carrascas pero de un verde más intenso y brillante y mucho más pinchosas por presentar unos dientes más pronunciados. Sus tallos se ramifican fuertemente desde la base originando una maraña impenetrable. Las bellotas son más pequeñas que las de la carrasca y no son tan apreciadas por la fauna, ni la silvestre ni la doméstica.

Es una de las plantas más habituales en los montes comarcales, especialmente en aquellos que han sufrido recientemente los efectos de los incendios forestales ya que es una de las primeras especies que ocupan el territorio tras el paso del fuego. Hay extensiones enormes de coscojares en sierras como Martés, Juan Navarro o La Herrada de Requena, especialmente en vertientes expuestas al sur.

Hay otros dos integrantes del género Quercus que aparecen en la Meseta de Requena-Utiel pero ya de una manera mucho más puntual y escasa. En realidad no son carrascas ni coscojas sino que se trata de dos especies de robles: el quejigo o roble valenciano Quercus faginea y el rebollo o roble melojo Quercus pyrenaica.

Son dos árboles de hoja caducifolia pero de tendencia marcescente, lo que quiere decir que todos los años pierden sus hojas pero que suelen aguantarlas secas en las ramas durante el invierno hasta la salida de las nuevas hacia la primavera. Curioso fenómeno a caballo entre las estrategias caducifolias habituales de otros árboles en los climas más extremos y la habitual perennifolia de los ambientes mediterráneos.

Quejigo monumental en el barranco de Hórtola

El quejigo es un espléndido árbol que crece en los ambientes montañosos más frescos y húmedos de la comarca. Se distribuye especialmente en aquellas vertientes de umbría ricas en suelos profundos y bien formados. Su porte, colorido y aspecto general son diferentes a los de la carrasca, aunque sus dimensiones pueden llegar a ser casi tan grandes como los de ésta. Así puede llegar a superar los 20 metros de alzada y algo menos de anchura.  Aquí en la comarca hay varios ejemplares que son realmente espectaculares y prácticamente llegan a tener esas proporciones. Se localizan en la confluencia del barranco del Carrascalejo con el de las Salinas de Hórtola, en el ámbito requenense del Valle del Cabriel.

Desde luego que esos quejigos son joyas vivientes de un pasado de esplendor en nuestros bosques, pero hay muchísimos más, ya de dimensiones más modestas, distribuidos por prácticamente todos los montes comarcales. En cada uno de los municipios de la Meseta de Requena-Utiel aparecen bonitos ejemplares de quejigo perdidos en el bosque. Incluso hay rodales de arbolado donde el quejigo llega a ser especie dominante. Quizás uno de los más interesantes sea el valioso bosque que crece en la umbría del Burgal, en el término municipal de Chera, y que acoge además a una magnífica representación de árboles de la montaña valenciana.

Llaman la atención del quejigo algunos caracteres identificativos: hojas algo alargadas de un verde intenso, relativamente blandas y dotadas de un pecíolo bien desarrollado; follaje poco denso si lo comparamos con el de la carrasca; y bellotas que florecen normalmente antes que las de éstas y que maduran también prácticamente con uno o dos meses de antelación. Pero es en otoño e invierno cuando las diferencias son mucho más evidentes con respecto a la carrasca al teñir los bosques donde se sitúan de colores amarillos y ocres por la marchitez de sus hojas.

El otro roble, el rebollo, es muchísimo más raro que el quejigo a nivel comarcal. De hecho solamente se localizan ejemplares en la cumbre de El Picarcho (Sinarcas), en el mismo vértice septentrional de la comarca. Aquella población supone un magnífico ejemplo de población finícola de una especie que tiene su distribución natural amparada en aquellas regiones supramediterráneas o ya en ámbitos más oceánicos y continentales del cuadrante noroccidental ibérico.

Busca suelos silíceos en áreas frescas y húmedas de montaña donde llega a tolerar muy bien las heladas tan habituales allí. Sin embargo, y a diferencia de otros robles de distribución más norteña como el carballo Quercus robur o el albar Quercus petraea, soporta aceptablemente episodios de sequía.

Las poblaciones más cercanas aparecen en la provincia de Cuenca, concretamente en el pico Ranera (Talayuelas) y, ya algo más lejos, en otras crestas montañosas de la Serranía Baja, especialmente en la zona de Boniches y Cañete. Tanto en estos sitios como en El Picarcho, los rebollos se presentan en sustratos rodenos de cumbres y de laderas altas de umbría acompañados de una valiosa orla de vegetación arbustiva y herbácea nada frecuente en el resto de nuestra comarca, de litología principalmente caliza. Vegetación que desde luego merece la pena ser visitada y estudiada por los aficionados a la botánica.

Robles melojos en la cumbre de El Picarcho

El rebollo raramente alcanza los 25 metros de altura y desde luego los ejemplares que aparecen en El Picarcho ni siquiera se aproximan a esas cifras. Sus hojas, también marcescentes, son sin embargo muy diferentes a las del quejigo. Son bastante grandes, de hasta 15 centímetros incluso, y profundamente lobuladas, ofreciendo un aspecto característico e inconfundible.

Y de un género taxonómico exitoso en Requena-Utiel como es Quercus al de otro que lo es aún más: Pinus, el de los pinos. Cuatro de las siete especies nativas españolas de pinos se distribuyen por la comarca: carrasco (halepensis), rodeno (pinaster), laricio (nigra) y doncel (pinea), aunque este último con la ayuda del ser humano. Se sabe también de algún ejemplar aislado de pino albar Pinus sylvestris en la sierra del Negrete (Utiel) fruto de alguna caprichosa repoblación forestal de finales del siglo pasado.

Con diferencia, el más habitual de todos es el pino carrasco; es también el árbol más abundante a nivel comarcal de cualquiera de sus especies silvestres. Se distribuye por la totalidad de términos municipales y ocupa tanto los pisos termo como mesomediterráneos.

Llega a formar pinares extensos y estabilizados tras largos procesos de sustitución a partir de los carrascales originales. La combinación de factores humanos que ancestralmente han incidido notablemente en la destrucción del bosque primigenio tales como roturaciones para la obtención de tierras de labor, incendios forestales, talas abusivas, carboneo insostenible o pastoreo desmedido han propiciado que los pinos carrascos, de crecimiento mucho más rápido que el de las carrascas, hayan ido ocupando territorios que potencialmente corresponderían a éstas.

Además esta especie ha sido objeto de numerosas repoblaciones forestales a lo largo del siglo XX. Por ello su presencia ahora es mucho mayor que lo fue en aquellas décadas del finales del XIX y primeros del XX en que gran parte de nuestros montes estaban prácticamente desprovistos de arbolado. La verdad es que viendo fotos antiguas de los montes de aquellas épocas uno se da cuenta de cuánto impacto llega a hacer el ser humano en la naturaleza si ésta no está sometida a unos mínimos ordenamientos de sus recursos naturales.

Pino carrasco en una rambla requenense

Montes pelados en las sierras de Malacara, de la Herrada, del Negrete entre otras que tocaron fondo en cuanto a la conservación de su biodiversidad debido a la destrucción del hábitat. Imagino la escasez por entonces de aves rapaces forestales como culebreras, águilas calzadas, azores o gavilanes ante la falta de grandes árboles donde poder criar. O incluso de pájaros como reyezuelos, carboneros garrapinos, herrerillos capuchinos o agateadores, entre otros muchos, con serias dificultades para establecerse en entornos tan desarbolados. Muchos paisanos de cierta edad coinciden en afirmar que animales de requerimientos forestales como las ardillas o los jabalíes, tan comunes hoy, no los llegaron a conocer en sus tiempos mozos a pesar de que pisaban el monte muy a menudo. Actualmente la mayor parte del monte comarcal es un extenso pinar y todos estos animales encuentran allí sus requerimientos vitales para subsistir.

Pero volvamos al pino carrasco. Se trata de un árbol cuya descripción física la tenemos muy bien interiorizada: talla moderada, follaje verde claro, tronco escasamente robusto dotado de una corteza grisácea y poco escamada. Sus acículas, por último, son finas, poco rígidas y de una longitud que puede llegar a medir hasta 15 centímetros como mucho.

Suelen ocupar en el monte cualquier orientación con respecto al sol; incluso crecen en solanas en sustratos ciertamente raquíticos, por ejemplo los que se sitúan en Las Derrubiadas del Cabriel. No obstante, si las condiciones edáficas son óptimas pueden llegar a alcanzar dimensiones considerables, pasando incluso de los 20 metros de altura. En este sentido cabe destacar algunos ejemplares añosos de grandes proporciones que crecen junto a los cauces de ramblas y de ríos, pero también en los suelos profundos junto a viejas casas de labor. Pinos que servían para dar sombra en verano tanto a sus moradores como a sus ganados.

En aquellos montes silíceos o bien calizos pero parcialmente descarbonatados aparece otro tipo de pino, el rodeno o resinero. Son muy comunes al norte del río Regajo a su paso por el término de Sinarcas (especialmente en el Campo de las Herrerías y en las estribaciones de El Picarcho), en el Cinco Pinos (Chera) o en la umbría de Martés, por ejemplo.

Se reconocen muy bien por el porte de aspecto piramidal en los ejemplares jóvenes y de copa más o menos aparasolada en los adultos, las enormes acículas verde oscuras que pueden llegar a medir 25 centímetros de longitud, las piñas grandes y cónicas y el tronco grueso de un característico color pardo-rojizo provisto de una corteza habitualmente resquebrajada. Si las condiciones edáficas son buenas puede alcanzar dimensiones considerables, de hasta 30 metros de altura, como el famoso Pino de los dos Hermanos situado en las faldas del Moluengo (Villargordo del Cabriel), considerado como uno de los mayores de toda España.

Piñas de pino rodeno

En la comarca los pinos rodenos son bien conocidos por las gentes del campo por la particularidad de que llegan a producir mucha resina.  De hecho tradicionalmente se han venido sangrando en explotaciones forestales con el fin de obtener de ella la trementina, muy utilizada en la industria química y también para la confección de perfumes y barnices.

El último de los pinos autóctonos de nuestros montes es el negral o pino laricio. Es un interesante árbol de montaña cuya subespecie salzmannii, que es la que aparece en nuestra comarca, se distribuye de manera natural exclusivamente por el sur de Francia y las montañas del centro y este de la península Ibérica. Precisamente tiene alguna de sus mejores poblaciones no muy lejos de la Meseta de Requena-Utiel, concretamente en la Serranía de Cuenca y en las sierras turolenses de Gúdar y Javalambre. En el ámbito comarcal, sin embargo, queda circunscrito únicamente a algunas de las cumbres más significativas de la comarca; principalmente en las sierras del Negrete, del Tejo y algunos puntos altos de Sinarcas (Villanueva, Las Blancas  y el Collado de la Cruz) o Camporrobles (El Molón).

Es un árbol típico de las áreas meso y supramediterránea secas y subhúmedas con preferencias sobre suelos calizos donde puede ser dominante. Puede llegar a tener una altura considerable, de hasta 30 metros incluso. Se distingue muy bien de los otros pinos por la corteza grisácea-blanquecina, con tonos plateados, que se va tornando gris oscura con la edad y que se resquebraja típicamente en los ejemplares más viejos.

Pinos negrales en la sierra del Negrete

Sus acículas, no muy grandes, son de color verde intenso; y sus piñas suelen ser bastante más pequeñas que la de los otros pinos de la demarcación. Su madera ha sido siempre muy buscada por su dureza, facilidad para trabajarla y su resistencia a la putrefacción, cosa que ha afectado a su distribución actual y abundancia relativa.

Y ya para terminar, la cuarta especie que podemos ver en nuestra comarca con relativa facilidad es el pino doncel. También se le conoce como pino piñonero por la capacidad que tiene en la producción de piñones comestibles. Esa es la razón principal por la que este bonito árbol se haya extendido de la mano del hombre por multitud de parajes agrarios comarcales.

En Requena-Utiel suele aparecer en pequeños grupos en bordes de cultivos con el monte y en cerros y ribazos de la llanura agrícola. No obstante también se descubre junto a casas de labor y de recreo proporcionando una tupida y agradecida sombra durante los meses más calurosos y una estética de lo más agradable.

Su origen en la península Ibérica es todavía discutido. Hay quienes piensan que su presencia en ella es por la arribada de ejemplares por parte de las civilizaciones antiguas a partir de sus poblaciones nativas del este del Mediterráneo, principalmente Asia Menor. Sin embargo recientes hallazgos tanto en el registro palinológico como arqueológico hacen pensar en la posibilidad de que se trate de una especie autóctona ibérica al menos en el este y sur peninsular. En cualquier caso, uno de los árboles más hermosos de nuestra geografía y de identificación prácticamente inconfundible.

Pinares en La Serratilla

Presenta un tronco recto, robusto, de hasta 30 metros de altura en los ejemplares más viejos, y una copa densa y ramosa en forma de parasol muy característica. Su corteza muestra grandes placas rojizas o anaranjadas. Las acículas son bastante grandes  y de color verde claro y las piñas, cuando maduran, son típicamente globosas y lustrosas. Una delicia de árbol, la verdad. Bonito el pino, y bonitas las pinadas que conforma repletas de vida: ardillas, torcaces, autillos, pitos reales e incluso búhos chicos acuden a su refugio.

Día del Árbol; qué buena idea la de homenajear a los árboles y a los bosques. Carrascas y pinos son los más habituales en nuestros montes. Carrascales y pinares que aportan más al medio ambiente y a la sociedad de lo que los ciudadanos imaginan. Hoy más que nunca necesitamos los árboles; necesitamos los bosques. Los extensos pinares de nuestros montes y también sus valiosos carrascales ofrecen unos beneficios a la sociedad valenciana que deberían tenerse en cuenta en cuanto absorben toneladas y toneladas de dióxido de carbono y ayudan a combatir el exceso de efecto invernadero y por tanto el cambio climático. No olvidemos que esa problemática acaba de ser declarada nada menos como de emergencia climática por las autoridades gubernamentales; desde luego no es una broma, no.

Pero además hay muchos más servicios que sumar: producción de oxígeno, protección del suelo frente a la erosión, creación de suelo fértil, generación y mantenimiento de vida silvestre, consolidación de ecosistemas, regulación de los recursos hídricos y prevención en la contaminación del agua, influencia en el clima local o la generación de recursos renovables, entre otros.

Pero incluso los árboles también producen efectos positivos en las personas de una manera ciertamente directa. Su cercanía, su contacto directo y su presencia generan bienestar físico y emocional. Bienestar, salud e incluso sentimiento de alegría y energía.

Belleza de un paisaje arbolado que reconforta. La contemplación de una vieja carrasca, el abrazo de varias personas a un gran quejigo, la comida familiar bajo la copa de una enorme pino piñonero. Cosas que no tienen precio.

Día del Árbol. Carrascas y pinos. Un homenaje a unos árboles. Un homenaje a la vida.

JAVIER ARMERO IRANZO

 

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