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LA HISTORIA EN PÍLDORAS / Ignacio Latorre Zacarés
En estas fechas, los que algo de tierra aún nos queda, solemos empezar el día observando el cielo, pues uno de nuestros enemigos principales elige especialmente las fechas caniculares para hacer presencia: la piedra. El año pasado, el que esto escribe, sufrió en sus viñas (no en sus carnes) hasta tres arrasadores pedriscos que causaron que por primera vez en veinte años no vendimiara (la DOP declaró el año como de ningún incidente climatológico; no vieron la “zona 0” de Venta del Moro-Jaraguas intuyo). Ayer mismo, cuando esto se escribía, un fuerte pedrisco cayó sobre la ciudad de Requena, aunque su maligna magnitud aún desconozco. Las tormentas de pedriscos devastadoras han sido muchísimas en nuestra Meseta y sus consecuencias económicas fueron dramáticas. Casos se pueden citar muchos, pero recordemos, a modo de ejemplo, como en 1826 los habitantes de Villar de Olmos tuvieron que refugiarse en la ermita ante la piedra que caía. El siglo XX empezó con un enorme pedrisco en 1903 que fue considerado el más dañino del siglo XX hasta que acaeció el de 1961. El 14 de agosto de 1955, un gran pedrisco que afectó a Venta del Moro y Las Monjas, aceleró la emigración de estas poblaciones como aún recuerdan los paisanos ya que tuvo que marchar medio pueblo.

El granizo es un fenómeno atmosférico localizado que puede dejar arrasados los cultivos de parte de un término, pero no afectar a tierras cercanas. Lo más habitual en nuestra zona es que se produzca por tormentas de convección generadas en verano por el caldeamiento solar. Se forman los amenazantes cumulonimbos que evolucionan verticalmente con gran rapidez debido a movimientos ascendentes de aire muy violentos. Cuanto el ascenso es más rápido y violento, más grande es el tamaño de la piedra. En la comarca le otorgamos una imagen muy visual: “Y se hizo de noche…”.

Han sido varios los métodos utilizados contra el granizo de mayor y menor eficacia. Se ha intentado luchar contra la piedra disparando flechas a las nubes de mal augurio; tocando las campanas para dispersar el peligro cierto; encomendándose a los llamados “Santos de la Piedra” (los hermanos Abdón y Senén) e incluso disparando pólvora a cañonazos. Más estrambóticos han sido los llamados “espantanublos” o “espantanulos”, personajes a los que se les atribuía la capacidad de ahuyentar las malas nubes. En Venta del Moro y sus aldeas hubo varios que realizaban una especie de danza, tapados con capas y recitando retahílas. Este método, claro, estaba entre los de menor eficacia (lean entrelíneas cierta sorna). Una vez uno de estos espantanublos casi perece ante la piedra que le descargaron las nubes que no habían sido intimidadas por sus extraños bailes y jaculatorias.

Lidiando con los papeles de la extinta cámara agraria, Álvaro Ibáñez, “el ácrata turquiano”, me llama la atención sobre la ingente documentación que las hermandades sindicales generaron en torno a la lucha contra el pedrisco. Y así fue. En 1952, La Hermandad Sindical de Labradores y Ganaderos de Requena creó el primer servicio antigranizo. En aquellos momentos, la lucha contra la piedra estaba basada especialmente en el lanzamiento de cohetes granífugos que portantes de ácido clorosulfónico se elevaban entre 1.000 y 2.000 metros al interior de las nubes y buscaban detener la formación del granizo, reducir su tamaño y favorecer la precipitación de agua. Así pues, en el término de Requena se instalaron en 1952 ciento cincuenta puestos de disparos. Pero, estos cohetes siempre han sido acusados de causar el llamado “robo de nubes”, es decir, dar agua a unas zonas para quitárselas a otras. En 1956, la Hermandad lo rechazó como método por considerar que era causante de la sequía. En 1959 se planteó volver a utilizar los cohetes granífugos, pero fue rechazado. Sin embargo, muchos aún nos acordamos como en los 90, entre los finales de agosto y principios de septiembre, en cuanto asomaban los cumulonimbos trágicos, los agricultores de Los Ruices (la irredenta aldea de nuestro compañero de columna) empezaban a disparar cohetes a un ritmo que aquello se asemejaba a la llegada de la Tercera Guerra Mundial. Es por tanto, un método empleado durante varios decenios, aunque bajo la acusación de ser favorecedor de la sequía.

Pero un método más olvidado y que tuvo sus pioneros y mejores seguidores en la comarca fue la utilización del coque y yoduro de plata contra el granizo. Les cuento. 1960-1962 fue un trienio especialmente maldito en la comarca. Terribles pedriscos causaron daños inmensos en los viñedos de un área muy extensa. Sitos en este desolador contexto, el Marqués de Caro visitó en Barcelona la fábrica de Chemicol y trajo un informe de unas pruebas que se estaban realizando con hornillos quemadores de carbón con yoduro de plata. Para entonces, el servicio antigranizo de Requena se había extendido a seis hermandades más de la comarca. Se realizaban así en la comarca los primeros experimentos de los quemadores de carbón activado con yoduro de plata que buscaban también sembrar nubes de yoduro que redujeran el tamaño del granizo hasta convertirlo en precipitación líquida. Los quemadores constaban de dos tubos concéntricos, entre los cuales se quemaba carbón vegetal hasta que se ponía al rojo vivo el tubo interior de hierro. En ese tubo interior se introducía carbón de coque impregnado de yoduro de plata en solución al 2%. El yoduro de plata se sublimaba, pasando de sólido a vapor, y era arrastrado por las corrientes convectivas hasta el seno de la nube de tormenta. A veces, alcanzaba en pocos minutos la altura de 5.000 ó 6.000 metros.

El 9 de junio de 1962, las siete hermandades sindicales del término aceptaron la propuesta de luchar contra el granizo mediante estos hornillos de coque y yoduro de plata. Los experimentos estaban auspiciados e impulsados por el Servicio de Investigación y Ensayos de Lluvia Artificial del Ministerio de Industria y las campañas contaban con el asesoramiento del Centro Meteorológico del Pirineo Oriental. En Fuenterrobles, que fue uno de los pueblos más severamente perjudicados por la piedra del “trienio “negro”, el 2 de agosto de 1962 empezaron a funcionar los hornillos. En este mismo pueblo se encendieron entre 1963 y 1965 159 días a 30 pesetas cada encendido. Se formó toda una red antigranizo y las campañas comenzaban el 1 de mayo y proseguían hasta la vendimia. Según la propia empresa Chemicol, la lucha antigranizo entre 1963 y 1965 le había reportado a la comarca un beneficio de unos 25 millones de pesetas.

En la lucha contra el enemigo común, la piedra, se unieron los pueblos hermanos castellano-manchegos de Minglanilla, La Pesquera, Graja de Iniesta, Campillo de Altobuey, Motilla, Iniesta, etc. En 1976 eran trece los pueblos valencianos y 28 los conquenses. Una lucha mancomunada que alcanzaba las 450.140 hectáreas. En otros lugares, la siembra de nubes de yoduro de plata no se realizó desde tierra, sino desde el aire con aviones.

El carbón se traía de Barcelona y sólo en 1967 se compraron más de 2.000 kilos; de tal forma que en 1968 se elevó el precio del carbón de 60 a 110 pesetas el kilo. Un quemador necesitaba unos 3 kilos de carbón cada cuatro horas y tenía un radio de acción que según los vientos variaba de 4 a 25 kilómetros.

En Valladolid se volvieron a realizar experimentos muy medidos entre 1979 y 1981 declarando los beneficios de esta siembra de nubes de yoduro de plata, pero su alto coste.

Aunque este método ya no se emplea desde hace tiempo en nuestra comarca, en Lleida se ha seguido utilizando hasta que en la pasada legislatura el gobierno catalán lo prohibió. Sin embargo, las organizaciones agrarias de la provincia ante los severos pedriscos producidos están reclamando que vuelva a permitirse su utilización.

¡Que el cielo nos pille confesados con quemadores o sin ellos!

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