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LA BITÁCORA DE BRAUDEL /Por Juan Carlos Pérez García

Se han cantado los Mayos. En la Venta lo hacen con entusiasmo y se vanaglorian de ello. Llega mayo, con las flores. En otro tiempo, los tiempos del confesionalismo, colocábamos un altar dedicado a la Virgen, repleto de flores, al que diariamente los escolares dedicábamos cánticos. Eran los tiempos del botijo; tiempos de tarugo diario para echar a la estufa; tiempos de un maestro para chavales de muy diversos niveles. No sé si era un sistema que daba malos resultados; el de ahora no parece ser el colmo.

Acabaron las vacaciones escolares. Los chavales afrontan el final del curso. Este año el período de descanso escolar de la semana santa se ha enlazado con mayo; la sensación de que el pescado está vendido es general. Además, en este curso hay una novedad: no existirán ya los exámenes de septiembre y los alumnos tendrán que examinarse de esa convocatoria extraordinaria a lo largo de la primera quincena de julio. Para resumir: entre el 8 y el 12 de julio los exámenes estarán realizados.

¿Es positivo el cambio? Una respuesta clara será difícil de encontrar hasta que no pasen algunos cursos. En principio, si se justifica el cambio de calendario como un instrumento para mejorar la educación se está cayendo en un tic demasiado socorrido en los últimos años entre las autoridades educativas. Agitar el estandarte de la lucha contra el famoso fracaso escolar se ha convertido en un lema constante. Todo el mundo desea reducirlo. Las autoridades y  los centros educativos tienen el reto de proporcionar una educación de calidad y el reto enorme de mantener a chavales casi desahuciados del sistema dentro de él; no es más que una garantía de que pueden obtener algún tipo de formación cultural y profesional; un antídoto ante el fracaso y la marginación.

Los profesores conocemos bien los entresijos de la convocatoria de septiembre. Uno se presenta el día 1 en el instituto, con el ánimo renovado por unas vacaciones veraniegas en las que ha desconectado de problemas y ha recargado las energías para empezar de nuevo. Pero te encuentras con que a esta convocatoria se presentan algunos alumnos, y la mayoría apenas han estudiado durante el verano. Esta es una realidad muy extendida. Tampoco sé si es una realidad generalizada. Hablo de mi experiencia, que como tal experiencia personal, es limitada. La sensación es de tiempo perdido, de inutilidad de las medidas de recuperación; la sensación es que algunos o muchos alumnos vienen al examen únicamente para figurar en un listado como pidiendo el aprobado sólo por haber asistido. La educación convertida en basura, pues.

No se puede evitar que algunos alberguen esperanzas de aprobar por el morro. Pero celebrar el examen extraordinario a 20 días de haber finalizado en curso, ¿puede tener mejores resultados? Entre el profesorado se plantean muchos escenarios. Se reconoce, de entrada una cierta inutilidad en la convocatoria de septiembre; mas también se duda que una convocatoria en julio, que cuenta con apenas unos días de intervalo, pueda dar resultados positivos. Entonces, ¿a qué obedece un cambio en el calendario?

Las transformaciones operadas por Bolonia empujan; y lo hacen con fuerza. En el curso anterior se transformó el calendario de selectividad, anulando la convocatoria de septiembre y transportándola a los inicios del mes de julio. Cambios cosméticos. Bolonia sabe mucho de cosmética, bastante poco de transformaciones en profundidad. Que se lo pregunten a los profesores universitarios.

La pelota se traslada hacia los que están bregando cada día en las aulas. Nos la han lanzado a los profesores. Bueno, pues las cosas finalmente no cambian tanto. En otros territorios las autoridades han dado –nada más y nada menos- que facultades a los directores para contratar el profesorado que necesiten sus centros. El estandarte sigue siendo el mismo: mejorar el sistema y reducir el abandono. La profundidad de las cosas es de tono algo diferente: la destrucción de un sistema igualitario, objetivo y supervisado conducirá a contratar a dedo a los amiguetes, a los del pesebre ideológico, etc.; vamos, una vuelta a los rancios tiempos del franquismo.

Hay otra perspectiva del análisis que no hay que desdeñar, porque quienes toman finalmente las decisiones son político y, como tales, atentos a las operaciones de imagen. Había que seguir en la brecha de lesionar los derechos del profesorado. Poco importa tomar una decisión de cara a la gente, aunque sea intrascendente desde el punto de vista educativo. Mejor crear la imagen de que somos –dicen- una administración ocupada en mejorar la educación de los chavales; mejor alagar el idiotismo social reduciendo las vacaciones de verano de los profesores, de todas formas nadie reparará en que las jornadas lectivas son de las más abultadas de Europa, que tenemos tantos días de clase como Alemania, que tendremos que terminar algo antes en junio. Sólo se fijarán en que esos holgazanes que son los profesores por fin han visto reducidos sus absurdos días de vacaciones; qué se habrán creído. Después de todo, no dijo la Gomendio, secretaria del ramo, que los profesores son los culpables de que se dé una educación decimonónica en el siglo XXI. Se lo tienen bien merecido por incompetentes y vagos.

En Los Ruices, a 29 de abril de 2014.

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