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EL OBSERVATORIO DEL TEJO / JULIÁN SÁNCHEZ

Solemos asistir frecuentemente a los comentaros mediáticos de nuestros políticos más populistas en referencia al programa económico que debería llevarse a cabo en nuestro país en las escasas posibilidades de gobierno que se atisban en nuestros partidos en estos momentos. Nos resulta familiar el escuchar habitualmente acusaciones a Alemania bajo la suposición de que, con su política, sea la madre del cordero de todas nuestras desgracias. Siempre es bueno habilitar algún chivo expiatorio para dar salida a las excusas, cuando las propuestas no se concretan en soluciones factibles o ilusionantes.

¿Por qué Alemania? Pues sencillamente porque es un estado al que se le suele echar de ver como a un impertinente prestamista. En consecuencia, llega a darse la paradoja de que, si le requerimos para que nos preste, se le suele reprochar que dicho préstamo lo efectúa para poner nuestra economía en sus manos. Por el contrario, si no nos presta, les culpamos de azuzar a los mercados a los efectos de que nos sometan por insolvencia. Entonces ¿en qué quedamos?

Si en lugar de criticarles nos decidiésemos en estudiar la actitud política de los alemanes, a lo mejor este país comenzaría a divisar una salida más factible a su actual impasse sociopolítico y económico. En las pasadas elecciones generales de 2013, Ángela Merkel y Peer Steinbrück, representantes de los partidos políticos, Partido socialdemócrata alemán (SPD), y Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU), en lugar de lanzarse a la cara descalificaciones e insultos, tal y como en otros lugares suele ser factible, se dedicaron a converger sobre la producción de un programa económico realista, con intención de dar salida a las necesidades económicas de futuro de su país. Fundamentalmente la confluencia se llevó a cabo sobre un punto básico: “La obsesión con la mal llamada austeridad es algo consustancial a las mentalidades de otros países. En Alemania entendemos que para que sean eficaces, las cuentas deben de ser cuadradas”.

Cuando se dice que Alemania exige a los demás lo que ese país no necesita hacer sencillamente por su actual situación económica, se está olvidando de la obviedad de que, mientras que los países periféricos estamos siete años incumpliendo nuestros compromisos de déficit, los alemanes tuvieron que acometer unas reformas estructurales en referencia a recortes de su propio estado de bienestar con el llamado plan “Agenda 2010” de Gerhard Schröder, establecido en 2003 a efectos de recuperar la estabilidad económica y la competitividad que el proceso de reunificación alemán había dejado en situación más que preocupante.

Los contribuyentes alemanes, en consecuencia, no aciertan a comprender que los ciudadanos de los países rescatados no estén dispuestos a realizar unas reformas que ya han demostrado fehacientemente su efectividad. Y mucho menos si estas son llevadas a cabo en un plazo muy superior al que ellos mismos estuvieron dispuestos a acometer en un tiempo record, con una eficacia total más que demostrada. Debido a ello, las encuestas efectuadas al efecto vienen a plasmar una negativa mayoritaria a entregar más dinero a quienes no estén dispuestos a refrendar la operación sin medidas oportunas de contrapartida.

Y es que, para quien quiera observarlo, la realidad no viene a ser otra, sino que Alemania, desde el proceso de reunificación nacional, ha venido propiciando en su propio mercado laboral una enorme transformación basada específicamente en la flexibilización y orientación hacia la formación desde el puesto de trabajo.

Todo este plan específico llevó al estado alemán a la consideración de que, a pesar de la crisis, durante el periodo difícil que va desde el 2010 al 2014, el déficit del estado se redujo desde el 4’3 al 0%, incrementando el superávit comercial en 215.000 millones de euros, habiendo dado cumplimiento al objetivo previsto en la materia con dos años de anticipación, demostrando con ello que la eficacia de la política de reformas es el único método eficaz ante el conglomerado improductivo y ruinoso de estados sobredimensionados carcomidos por la deuda y la ruina presupuestaria.

En lugar de aplicar políticas asistencialistas, tan en boga en el populismo actual, Alemania se mostró como ejemplo al resto de Europa en orden a la creación de empleo. Cuando más profunda se mostraba la crisis del mercado laboral, la política que se vino a aplicar fue la introducción de una serie de reformas llevadas a incentivar a la población en edad de trabajar hacia la búsqueda de empleo, imponiendo un estricto control sobre los subsidios y paralelamente, procediendo a la liberación del trabajo a tiempo parcial; objetivo, superar la dualidad.

Y ¿qué es en realidad la dualidad laboral? Pues básicamente se trata de la división de la fuerza de trabajo en dos segmentos diferentes. Por un lado, están los denominados “insiders”, un colectivo de trabajadores formado básicamente por la generación del baby boom y que ocupan puestos de trabajo protegidos y notablemente regulados. Por el otro lado, en los márgenes de este modelo clásico, están los denominados “outsiders”. Que viene a ser el grupo de trabajadores que están desempleados o que están empleados de manera precaria, apenas están cubiertos por las regulaciones del Estado y de media tienden a cobran menos salario y recibir menos prestaciones, tal y como podemos considerar a los cuatro colectivos que conforman alrededor de un cuarto o un tercio de la fuerza de trabajo: Las mujeres, los inmigrantes, los parados por encima de la cincuentena y, muy particularmente, los jóvenes.

Durante el cuatrienio de 2002 al 2005, bajo esta estrategia, y a pesar de la crisis, la economía alemana comenzó a experimentar el incremento del empleo neto en más de 2,600.000 ocupados, tanto a jornada parcial como completa. El programa de empleo juvenil vino a ser la clave para el despegue de la economía y, consecuentemente, del empleo. Los en principio mal entendidos mini-jobs, fueron los artífices de esta mini revolución laboral.

Y ¿Qué viene a significar el contrato mini-job? Pues algo tan sencillo como el establecimiento de un contrato a tiempo parcial que permita a los jóvenes estudiar al tiempo que adquirir experiencia laboral y además remunerada, consiguiendo con ello el comienzo de formación de su propio currículum vitae a estudiantes y rehabilitación de trabajadores propios de sectores de baja productividad estructurada, o sectores en declive.

Consecuencias; mientras que en países como por ejemplo España y Grecia la tasa de desempleo juvenil ronda la preocupante ratio del 50%, en Alemania se alcanza actualmente el 7’7%, consiguiendo reducir el global de 743.000 jóvenes, contabilizada hace apenas diez años, a los 330.000 que, según datos que facilita el propio Ministerio de Trabajo Alemán, se registra actualmente, con su influencia determinante en la reducción global del índice de paro general hasta el 4’7%%, uno de los más bajos del mundo.

Las denominadas políticas asistenciales, que desincentivan la búsqueda de trabajo vienen a ser realmente las culpables de esta dualidad tan paradójicamente antisocial. La existencia de estos dos grupos tan diferenciados tiene importantes implicaciones en términos de eficiencia y de justicia social. En primer lugar, en términos de eficiencia, la dualidad incide negativamente sobre la productividad de la economía. Al existir un segmento de trabajadores completamente desprotegidos se generan más incentivos a que las empresas manejen dos contingentes separados de trabajadores. Ello hace que las entidades se ajusten al ciclo económico en tiempos de recesión prescindiendo de los trabajadores temporales. El resultado viene a ser otro, sino el favorecimiento a empresas poco intensivas en capital humano, generando un mercado de trabajo con más flexibilidad externa basada en el despido, que interna a través de la recualificación en el intríngulis de la propia empresa. Por lo tanto, la dualidad hace que el ajuste recaiga solo sobre unos colectivos, mucho más proclives al desempleo y a la temporalidad, los cuales no son necesariamente los menos productivos, pero sí los más desprotegidos.

Desde otro punto, podemos considerar que la dualidad también tiene importantes implicaciones en el funcionamiento del Estado de Bienestar, habida cuenta que, aunque el trabajador comience su vida laboral en periodo joven, considerando que es necesario cotizar durante un periodo relativamente largo de toda la vida laboral para ser beneficiario de una pensión adecuada, los “insiders”, que generalmente cobran salarios más altos y tienen trabajos indefinidos, están tendiendo a ser más protegidos que los “outsiders”. Por el contrario, aquellos trabajadores que tienen una trayectoria laboral con más discontinuidades, los que encadenan contratos temporales, los que tienen ingresos más bajos, apenas están cubiertos. Esto da pie a problemas de redistribución, incluyendo la exclusión del propio sistema al tercio más vulnerable, al cual no le alcanzan suficientemente las prestaciones sociales y causa dependencia sobre la unidad familiar para la supervivencia.

Dinamarca, Suecia, Finlandia, Austria, Reino Unido y Alemania son el ejemplo de lo que antes reseñamos, en el lado opuesto de la balanza están estados como Grecia o Venezuela. Las políticas que funcionan en Europa están ya diseñadas, y ellas no son otra cosa si no la orientación hacia el favorecimiento del empleo y el crecimiento. Estos países con su estrategia han conseguido la reducción del paro y su vertiente más preocupante que es el empleo juvenil hasta niveles que en otros países se nos antojan imposibles. Y, lo que deviene todavía mucho más ilusionante, manteniendo unos niveles de protección social muy superiores al resto de su contexto y, en consecuencia, por lo que se nos pueda venir encima, debemos comenzar ya a distinguir la diferencia que existe entre protección social y asistencialismo, que no viene a ser lo mismo, sino todo lo contrario.

Julián Sánchez

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