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Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel

Javier Armero Iranzo   /   12 de noviembre de 2019

Tarde de otoño en un apartado barranco de Requena. Aún quedan varias horas para que se ponga el sol y un fuerte sonido se oye desde lo más hondo y abrupto del vallejo. Pasan los minutos y otro golpe seco llama la atención del naturalista que pasea por el borde del cantil. Al poco un nuevo impacto, esta vez mucho más evidente, retumba en las paredes de piedra más cercanas.

Allá abajo, disimulados en un entorno de rocas y matorrales, se empiezan a distinguir a los autores de tal estruendo. Un par de formidables machos monteses se encaran en continuas escaramuzas. Cada cierto tiempo se levantan sobre las patas traseras y dejan caer su peso con fuerza sobre su contrincante a modo de un brutal testarazo. El ruido es sobrecogedor; la escena, también. Una y otra vez, ante un público que aparenta indiferencia. Un grupo de hembras adultas y unos cuantos jóvenes de distintas edades presencian la escena en su entorno más inmediato.

La estampa se repite hasta que no queda casi luz. Otro eco lejano les informa que el día ya toca a su fin. Un búho real Bubo bubo lanza su potente reclamo a los cuatro vientos. El gran duque, dueño de un feudo escarpado, ulula con poderío. ¡Buuh, buhh! le dice al aire. ¡Buhh, buhh! El gran duque, el búho real.

Las cabras parecen entender que es momento de recobrar fuerzas para la jornada siguiente. El celo es realmente largo y agotador. Sólo la llegada de la noche ha hecho bajar el ímpetu de las monteses. Quizás no haya otros animales que representen como ellas la identidad de un paisaje singular. Símbolos de lo agreste, de lo salvaje; las cabras monteses adornan con sus inconfundibles siluetas los paisajes serranos de Requena-Utiel.

Sus espectaculares combates llenan de actividad y emoción unos montes que ven ahora como el fotoperiodo se acorta hasta el extremo. Es el tiempo del cortejo, del galanteo y también de la testosterona que exacerba a los veteranos machos que hasta hacía poco permanecían ocultos y apacibles. Viejos monteses; soberbios. Espectaculares animales; bellos, y también exclusivos. Por su carácter único. Por su condición de endemismos ibéricos.

La cabra montés, uno de nuestros animales más carismáticos y que, sin embargo, estuvo a punto de desaparecer de nuestras montañas en un pasado ciertamente reciente.Ver cabras ahora; verlas además en pleno proceso reproductor en los barrancos de nuestra querida comarca es un lujo y un orgullo para cualquier naturalista que las descubre. Un valor añadido, y ya son muchos, para la naturaleza de Requena-Utiel. Dedicaremos este artículo a conocer un poco mejor a este bello y valioso animal.

Macho montés

La cabra montés Capra pyrenaica presenta una distribución mundial circunscrita únicamente a la península Ibérica. Parece ser que sus ancestros llegaron a Europa desde el continente asiático. Tras un largo proceso de aislamiento y evolución motivado por las sucesivas glaciaciones cuaternarias dieron lugar a distintas especies entre las que se encuentra nuestra montés así como los íbices de los Alpes (Capra ibex), las cabras del Caúcaso (Capra caucasica y Capra cylindricornis) y las cabras salvajes de Asia Menor (Capra aegagrus), éstas últimas originarias de las primeras cabras domésticas neolíticas.

Su aspecto es de un caprino compacto y macizo. De patas y cuello cortos, pelaje pardo en verano y más oscuro en invierno. Presenta un dimorfismo sexual elevado ya que los machos son mucho más voluminosos que las hembras y adornan sus cabezas con una cornamenta muy desarrollada. Además tienen el vientre, los flancos e incluso el lomo de un color negro que apenas presentan las hembras más que en sus patas.

En España se han considerado tradicionalmente cuatro subespecies distintas, aunque en la actualidad dos de ellas, precisamente las dos de mayor alzada, ya se hallan totalmente extinguidas por la persecución directa a que fue sometida por parte del ser humano. La primera que desapareció se denominaba científicamente Capra pyrenaica lusitanica y habitaba la cordillera Cantábrica, sur de Galicia y norte de Portugal hasta finales del siglo XIX. La segunda fue el bucardo Capra pyrenaica pyrenaica, cuyo último refugio fue el parque nacional de Ordesa, espacio que se protegió hace ahora 101 años precisamente para salvaguardar a sus cabras. Desgraciadamente no pudo conseguir su cometido ya que vio, década a década, como el rebaño inicial no hacía más que perder efectivos. El último ejemplar que quedaba cayó abatido el 6 de enero de 2000 por un abeto que se vino abajo tras las fuertes nevadas poniendo fin a una dilatada presencia en el Pirineo desde hacía milenios.

Bucardo disecado en el centro de recepción de visitantes del PN de Ordesa

Y casi le pasó lo mismo a la subespecie victoriae a principios del siglo XX. Acosada por los cazadores apenas quedaban ya una docena de ejemplares en la sierra de Gredos (un macho adulto, siete hembras y quizás tres o cuatro chivos) cuando el rey Alfonso XIII la declaró Coto Real. Gracias a ello se evitó su extinción y desde entonces se ha podido recuperar tanto en efectivos numéricos como en área de distribución.

En cuanto a la subespecie que habita los montes de la Meseta de Requena-Utiel, Capra pyrenaica hispanica, la elevada presión humana que venía sufriendo desde hacía siglos la hizo desaparecer de muchos lugares de la vertiente mediterránea, pero afortunadamente no de todos los que componían su área de distribución. Así quedaron ejemplares en sierras del sur como Madrona (sierra Morena), Nevada y Cazorla (sistemas Béticos), principalmente, e incluso en nuestro entorno más cercano como el Maestrazgo o la Muela de Cortes-Sierra Martés. Esta subespecie de cabra es más pequeña que la de Gredos ya que de media los machos apenas llegan a los 51 kg por los 58 de aquella, mientras que las hembras rondan los 30 kg, seis menos de media que los de allá. El tamaño y la forma de los cuernos también son diferentes en ambas subespecies, siendo los de la hispánica algo más pequeños y abiertos característicamente hacia el exterior. En el pelaje de los machos, además, se aprecia una menor superficie ocupada por el color negro que en los ejemplares de victoriae.

En la actualidad, y debido a las eficientes medidas de protección dispensadas a lo largo del siglo pasado (relacionadas principalmente con el fomento de reservas de caza en los lugares donde habían sido relegadas) las cabras monteses han aumentado claramente su población a la vez que han ido expandiéndose por gran parte de sus dominios originales. Así en 2002 ya se estimaban unos 50.000 individuos los que habitaban España. A día de hoy se cree que puedan ser todavía más ya que se han confirmado nuevas colonizaciones geográficas que la han llevado, incluso, a ciertas regiones del norte de Portugal.

En concreto de la subespecie victoriae en aquel año llegaban ya a los 8.000 ejemplares en Gredos, a los que había que añadir otros núcleos creados a partir de introducciones en las provincias de León (Ancares y Riaño), Orense, Salamanca (Sierra de Francia) o Madrid (sierra de Guadarrama). Sólo en este último lugar la población de cabras superaba ya los 3.300 ejemplares en 2014.

Combate nupcial de machos de la subespecie vyctoriae en la peña de Francia (Salamanca)

En cuanto a la subespecie hispanica la dinámica poblacional también ha sido muy positiva al ir colonizando muchos lugares donde había desaparecido a partir de las escasas localidades en las que había quedado recluida. En la actualidad ocupa una gran franja geográfica que recorre los principales macizos montañosos que se disponen desde Gibraltar y la sierra gaditana de Grazalema hasta la cordillera Costera Catalana. En concreto habita casi sin interrupción los montes de Málaga, sierra Nevada y otros complejos orográficos penibéticos; la práctica totalidad de sierras subbéticas especialmente Cazorla, Segura, Alcaraz y Espuña; y el sector central y meridional del Sistema Ibérico (interior de Valencia, serranía de Cuenca y Maestrazgo, principalmente). No obstante ya hay citas de otros lugares más distantes como el cañón del río Lobos, en la provincia de Soria, lo que prueba su alto poder de expansión si su presencia se va respetando por parte del ser humano.

En la Comunitat Valenciana, y en concreto en la Meseta de Requena-Utiel, se conoce muy bien cuál ha sido su evolución en las últimas décadas. A mediados del siglo XX únicamente se repartían unos pocos ejemplares en dos núcleos aislados, muy distantes entre sí y que acabarían conformando sendas Reservas Nacionales de Caza, aspecto que constituyó un punto de inflexión en su demografía regresiva hasta entonces. La primera zona es la Tinença de Benifassà y el monte Turmell, en Els Ports, donde se estimaron en torno a unas 500 cabras hacia 1960. La otra la conforman la Muela de Cortes y la sierra Martés, en el centro de la provincia de Valencia, donde se calculó que quizás hubiera medio centenar de individuos en un censo específico efectuado en 1979, aunque muy probablemente fueran algunos más.

A partir de entonces aquellos reductos no han dejado de crecer y expandirse en los territorios más adecuados de su entorno. Tal ha sido la dinámica positiva seguida por la especie que en la actualidad se considera que ambas poblaciones ya mantienen contacto a través de las comarcas valencianas de Los Serranos y del Rincón de Ademuz.

En lo que respecta a la población más cercana a la Meseta de Requena-Utiel, la de la Muela de Cortes y Sierra Martés cabe decir que su incremento numérico ha hecho posible la colonización de los sectores más apropiados. Este hecho empezó a notarse a raíz de los grandes incendios de la década de 1980 acaecidos en aquella abrupta zona que hizo que cada vez más se citaran cabras en el sur del término de Requena, tanto en el entorno del Cabriel como, sobre todo, en el desfiladero del Magro a su paso por La Herrada. De hecho la especie ya se observaba con cierta frecuencia muy cerca ya del casco urbano de Requena, en los parajes del Atrafal y Jabonero, hacia últimos de esa década y sobre todo a primeros de la siguiente. Muy posiblemente habían transcurrido alrededor de 80 años, o quizás un siglo,  desde que el ser humano las hizo desaparecer de estos angostos parajes.

Hábitat de cabra montés en Requena

Y en el Cabriel, aunque se cree que debió suceder algo parecido, yo siempre he pensado que allí nunca debió desparecer del todo. De hecho he tenido alguna afirmación de paisanos de avanzada edad de la zona que me aseguraban que allá por la década de los 50 del siglo pasado veían algunos ejemplares en los parajes más inaccesibles de Las Derrubiadas. Seguramente quedara algún pequeño contingente en aquellos años que ya mucho después fue reforzado por la llegada de más cabras río abajo a partir de los excedentes de la Muela de Cortes. Hoy, las cabras ocupan prácticamente todo el valle del Cabriel siendo mucho más numerosas en parajes quebrados y de litología caliza como Contreras, Los Cuchillos o las Hoces, así como en barrancos secundarios de la subcuenca de la Albosa-Caballero, principalmente.

También han ocupado la sierra de Malacara, siendo habitual ver algún ejemplar en el entorno del complejo hidrográfico del Mijares-Quisal. También consiguieron cruzar la barrera que supone la autovía de Valencia a Madrid (la A-3) y su presencia, aunque no es muy numerosa aún sí que es habitual en la sierra del Tejo y, especialmente, en los barrancos tributarios al río Reatillo y cumbres más abruptas de la fosa tectónica de Chera.

A primeros del nuevo milenio ya se sabía de su existencia, eso sí muy testimonial aún, a orillas de los ríos Turia y Regajo. Así, yo mismo cuento con alguna cita en el paraje de Barchel (Benagéber) y en el Charco Negro (Sinarcas) de aquellos años. Ahora mismo no hay muchos ejemplares por allí pero su presencia es ciertamente habitual y se ha extendido ya a lo largo de la cuenca fluvial del Turia en los parajes más apropiados.

Sé además que las cabras se distribuyen ampliamente por el desfiladero del Júcar aguas arriba del término de Jalance e internándose a lo largo de un buen sector de la provincia de Albacete. Y también hacia los términos de Buñol e incluso de Chiva, ocupando su sierras y llegando por allí hasta las vertientes del Turia ya en los municipios de Gestalgar o de Bugarra. En fin una progresión rápida y a la vez sorprendente si tenemos en cuenta el cuello de botella en que se convirtió sus exiguas poblaciones a mediados del siglo pasado acantonadas en un puñado de lugares no sólo de nuestra comunidad autónoma sino de toda España. Una magnífica noticia que cabe valorar cuando uno se deleita con las imágenes del celo con las que se ha empezado este artículo.

Un año más las cabras por ahora muestran sus intenciones de perpetuar la especie. Dicen los expertos que el periodo de celo se puede alargar una media de 50 días. En ese tiempo los machos están sobreexcitados y prácticamente dedican su tiempo a reunir para sí un harén de hembras con las que aparearse sin descuidar la posibilidad de que otros machos quieran hacer lo mismo y le lleguen a quitar su rebaño. Y así pasan los días hasta finales de año o primeros del siguiente en que una vez cumplidos los objetivos los machos dominantes vuelvan a separarse de las hembras, ya preñadas, hasta la temporada próxima.

Cabra montés macho. Iván Moya

Desde luego es un verdadero espectáculo encontrar y observar el cortejo de estos animales en nuestros montes. No tiene desperdicio. Llama mucho la atención el comportamiento de los viejos monteses, dominantes sobre los más jovencillos en estas lides, cómo se acercan a las hembras para averiguar sus estados de receptividad. Echan la cabeza para atrás, sacan y agitan característicamente la lengua haciendo unas carazas realmente sorprendentes, van oliendo los genitales a sus consortes y cuando comprenden que es el momento adecuado, cuando consideran que la hembra ya ovula, entonces proceden a su monta. Y como un solo macho llega a cubrir a muchas hembras, y no tienen por qué ovular todas a la vez, pueden pasar así varias semanas gastando y gastando energías. Además, si algún otro macho osa apoderarse de su preciado botín entonces no dudará en hacerle frente a pura fuerza; topetazo tras topetazo.

Una etapa dura y pesada en que sólo los más fuertes están capacitados para conseguir los objetivos. Hasta que un año haya algún otro ejemplar que consiga desbancarlo de su posición privilegiada. Momento entonces para vagar en solitario, como un perdedor por barrancos y montes, quizás hasta su hora final; o como mucho acompañado de algún otro ejemplar secundario.

Las hembras tras un periodo de unos cinco meses darán a luz un chivo (poco habituales son los partos gemelares) a finales de abril, pero sobre todo a lo largo del mes de mayo y también, aunque menos, del de junio, especialmente en su primera parte. Durante la gestación, y luego durante la crianza, las hembras formarán pequeños rebaños en las que también integrarán a las crías de los años anteriores. Si éstas son machos, en cambio, no seguirán con ellas pasados los dos años de edad. Entonces estos individuos buscarán otros machos y se asociarán en grupos más pequeños; aquí en Requena-Utiel, por lo general,  conformados por apenas 3-5 ejemplares.

Los recentales ya con una semana de edad serán capaces de tomar materia vegetal aunque no se destetarán por completo hasta prácticamente los cinco meses de edad. En este tiempo pueden sufrir alguna baja motivada por algunos predadores, aunque aquí en la comarca al no existir lobos Canis lupus (que sería su máximo enemigo en condiciones naturales) apenas se reduce a algún percance con las águilas reales Aquila chrysaetos, de las que se conoce algún caso puntual.

Hembra y cría de cabras monteses. Iván Moya

El éxito recolonizador de las cabras monteses, aparte de una menor intensidad en la presión cinegética si la comparamos con la que sufría en siglos pasados, quizás esté relacionado con dos factores fundamentales. El primero es el paulatino abandono de las actividades humanas en el campo, que deja desiertas grandes extensiones forestales en donde las cabras tienen más libertad de movimientos y más tranquilidad. Y por otro la condición de generalista en relación a su alimentación ya que es capaz de aprovechar una alta gama de materias vegetales. De hecho se adapta muy bien a las condiciones vegetales que le ofrecen los distintos montes.

Así a modo de ejemplo, se pudo comprobar en un estudio específico efectuado en las sierras de Cazorla y de Segura sobre la dieta de este animal que llegaba a ingerir hasta 313 especies de plantas diferentes. Se confirmaba que aprovechaba tanto los pastos, en las épocas en que predominaban las plantas herbáceas, como las ramillas y las hojas de los arbustos e incluso de los árboles. La cabra es un animal muy ramoneador. De hecho allí predominaba el consumo de la encina Quercus ilex, del labiérnago de hoja ancha Phillyrea latifolia, del enebro Juniperus oxycedrus y del cojín de monja Erinacea antyhillis, entre otros. Y a tenor de las observaciones de campo efectuadas en el ámbito comarcal que nos ocupa las cosas en Requena-Utiel no parecen ser muy diferentes.

Ya han pasado dos décadas del siglo XXI. Los tiempos en que este animal fue literalmente acosado y eliminado por los seres humanos afortunadamente ya quedaron atrás. La pena es que en esa oscura época dos de las cuatro variedades de cabras desaparecieron para siempre. Ahora únicamente quedan las otras dos. Al menos cabe decir que en la actualidad éstas gozan de una situación aceptable y, en cualquier caso, alejada del pozo de la extinción. Motivo de respiro y satisfacción.

Las cabras monteses habitan ya de una manera generalizada gran parte de nuestros montes. En unos lugares más y en otros menos. Pero todavía tienen factores de amenaza que es necesario recordar en el presente ensayo y que pueden condicionar sus densidades en el futuro. Por un lado la acción que sobre ellas todavía tiene la caza furtiva, que elimina a su antojo aquellos ejemplares más vigorosos, especialmente machos de grandes cornamentas que luego puedan ser exhibidos como trofeos. Desde luego no es algo generalizado, pero sí que se han dado casos en el ámbito comarcal de su existencia y que cabe corregir.

Cabra muerta junto al río Magro

Por otro lado el efecto que pueden tener las enfermedades contagiosas en aquellos parajes donde las poblaciones sean realmente muy numerosas. En concreto ello se ha podido documentar en sierras como las de Cazorla y de Segura en que a finales de los años 80 del pasado siglo se extendió una epidemia de sarna sarcóptica entre las cabras monteses que causó montandades catastróficas que diezmó literalmente la población original en apenas un lustro. En concreto se estimó que de unos 10.000 censados en 1987 se pasó a unos 250-300 en 1991, algo realmente demoledor.

La sarna es una enfermedad de la piel producida por el ácaro Sarcoptes escabiei y produce un enorme debilitamiento del animal que le hace perder mucha masa muscular y que le conduce a una muerte prácticamente segura en poco tiempo. Tiene mayor virulencia en poblaciones muy numerosas tanto por la facilidad de contagiarse unos individuos con otros como por el deterioro de las condiciones físicas que muestran ya estos animales a causa de la sobreexplotación de la vegetación.

A nivel comarcal sí que se han registrado en varias temporadas individuos afectados por sarna, aunque el efecto sobre la población a la que pertenecen es muy bajo y no ha alcanzado los niveles citados en otras sierras del sur peninsular como los citados para Cazorla-Segura, con unas tasas demográficas muy por encima de las de Requena-Utiel.

Una vez más, se echa de menos el papel de los depredadores naturales como el lobo, fundamental para el control poblacional de los grandes herbívoros en los ambientes mediterráneos. Su contrastado papel en la regulación de animales débiles o enfermos en el monte ayudaría a mantenerlo en equilibrio no sólo por las elevadas densidades de ungulados sino también el efecto sobre la base productiva del ecosistema: las plantas.

Cuánto da de sí un animal como la cabra montés. Su función en la naturaleza, su belleza natural y la grandiosidad de un celo que marca las fechas en que nos encontramos hacen de esta criatura parte fundamental de nuestras sierras.

Una invitación sugerente a dejar el asfalto y la ciudad e internarse en los riscos que jalonan los quebrados desfiladeros serranos. La grandeza de un paisaje resumido en un portentoso y soberbio animal. Un animal que casi dejamos que desapareciera para siempre. La cabra montés.

Cabras monteses, un endemismo ibérico que cabe cuidar.

JAVIER ARMERO IRANZO

Agradezco a Iván Moya la cesión de sus magníficas fotografías que mejoran notablemente la calidad de este texto. 

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