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LA BITÁCORA DE BRAUDEL / JCPG

En los últimos meses, quizás va en ello algún año, nuestra sociedad está viviendo un fuerte debate acerca de los derechos animales. Es el mundo taurino, es la cornada de hace unos días que se llevó por delante aun torero, es el toro de la Vega, es el tiro a la gallina. Volvemos a un debate antiguo.

Es un debate que ha arreciado durante siglos acerca de las diferencias entre los seres humanos y los animales. Naturalmente, al principio se discute la diferencia entre seres humanos y otros primates. ¿Qué somos? ¿Somos los humanos unos “monos desnudos” que se distinguen de los otros monos por poseer un ingrediente que es la creación divina? ¿Somos simplemente el resultado de un proceso evolutivo, sujeto al azar, que nos ha dotado de una conciencia que el resto no tiene?

En todo esto hay que reconocer que el denominado “movimiento animalista” o de los derechos de los animales ha realizado grandísimos progresos. En el fondo la actividad de los “animalistas” nos lanza ante un desafío gigantesco: ¿qué es aquello que permite distinguirnos del resto de los animales?

La respuesta no es nada fácil, por lo menos si se prescinde del tipo de argumentario que puede darse ante la barra de un bar. Para empezar pueden lanzarse explicaciones de tipo filosófico e incluso científico. Se ha subrayado que la naturaleza humana se distingue por una serie de capacidades y acciones: fabrica herramientas, posee un lenguaje, es capaz de cocinar su alimento, posee imaginación, ha creado una moral, etc. Pero estos elementos son, a estas alturas, bien endebles.

Recordarán noticias en la prensa acerca de los Neanderthales. Que si se extinguieron, incapaces de adaptarse a un medio en cambio profundo. Que si se cruzaron con los Sapiens. En el fondo de estos debates, y más allá desde luego de la ciencia, pienso que hay un reto en algunos casos aterrador: ¿cómo reconocer que un individuo tan “animal” como el Neanderthal puede ser como yo? Es decir, reconocer que somos casi una misma cosa.

Si hablamos de los avances en genética y en la robótica las cosas se nos pueden complicar muchos. ¿Crear una especie de híbridos como los imaginados en algunos relatos de ciencia ficción? ¿Crear robots cada vez más dotados de capacidades “humanas”?

La verdad es que alegrarse de la muerte de una persona, en esste caso un torero, no es precisamente algo que queramos incluir en el catálogo de las cualidades humanas. Pero también hay humanos dispuestos a matar gente masivamente y a inmolarse para conseguir ese objetivo. Incluso dispuestos a pegar a cualquiera porque a uno le gusten, por ejemplo, los toros. ¿Dónde está pues el ser humano?

En Los Ruices, a 26 de julio de 2016.

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