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LA BITÁCORA / JCPG

Va uno cumpliendo tiempo y acrisolando experiencias. No por esto se hace uno necesariamente más sabio, pero, al menos, va cayendo en la cuenta de algunas cosas que los seres humanos parecen tener por importantes. En el terreno de la educación, cada vez estoy más persuadido de que las cosas han cambiado muy poco. Ciertamente, nuestros chavales poseen tabletas y ordenadores, así como móviles y otros artilugios de última tecnología que facilitan mucho el aprendizaje. Pero también pueden entorpecerlo.

Pero, además, la escuela es muy propicia a las modas, a las novedades. Y eso que vivimos en un país donde no sólo ha sido imposible hasta ahora un consenso sobre lo que debemos transmitir a nuestros chavales, sino que es también un país que ha elevado a los altares sucesivas leyes educativas que fijan con gran detalle hasta la última coma de cómo deben actuar los profesores ante sus estudiantes. Una muestra de dirigismo asombroso que, tal vez, sea una de las razones principales del naufragio de nuestro sistema.

Además, la nueva educación adora principios y planteamientos que tienen ya un siglo. Por lo menos. Esto es exactamente lo que sucede con las ideas pedagógicas de John Dewey. No tengo dudas de que las ideas de John Dewey (1859-1952) están en el horizonte de lo que hoy pasa por innovación educativa. Que se consideren innovadoras unas ideas que tienen cien años es curioso, e incluso divertido, pero no tiene por qué ser en sí mismo preocupante. Lo preocupante es que Dewey se pasó las últimas décadas de su vida quejándose de que muchos educadores innovadores lo estaban malinterpretando. Esto ha sucedido con otros pensadores y experimentadores de la educación. Es como una perversión del pensamiento y de los procedimientos.

La verdad sea dicha, Dewey no tenía la culpa de los excesos pedagógicos que algunos estaban cometiendo cuando se hacían pasar por discípulos suyos. He releído alguna cosa suya y hoy me parece bonito, me sigue pareciendo bonito tras un siglo; pero esa musiquilla que destila parece un artefacto hueco. En realidad, hay mucho de vaguedad en este pensamiento. Y esto me lleva a pensar que las vueltas y revueltas de la educación con los nuevos métodos no son sino una manera de reflejar cansancio y disfrazar lo de siempre.

En Los Ruices, a 14 de septiembre de 2016

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