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Requena (17/07/18) LOS COMBATIVOS REQUENENSES. /Víctor Manuel Galán Tendero.

No pocos de los grandes nombres de la Historia militar están asociados a sus celebérrimos corceles. ¿Qué sería de Alejandro sin su no menos grande Bucéfalo? Babieca ya evoca al Cid Campeador. Estos caballos con nombre inconfundible, con su alma y su aura, nos recuerdan que el pasado de los humanos está indisociablemente vinculado al del resto de los animales con lo que compartieron (o no) el arca de Noé.

Cuando Requena fue rendida por los castellanos, allá por el siglo XIII, caballeros nobles y villanos se las ingeniaron para acrecentar su patrimonio, aprovechando que podían exigir más concesiones que los simples peones. En los fueros de la Frontera se reconocía que toda pérdida de la montura en campaña debía de ser compensada económicamente. Ser guerrero montado no era precisamente asequible, pues se acostumbraba a acudir a la guerra con tres monturas al menos. Los caballeros no acudían cabalgando a lomos de su montura repletos de hierro y sudor, desplegando el cromatismo de sus emblemas, ya que hubieran hecho agonizar al noble bruto, máxime cuando el verano era la estación propicia para la lucha por sus cosechas. Era usual que dispusiera de un corcel para cabalgar hasta el campo de Marte, de otro para acarrear su armamento y del bravo caballo de batalla, capaz de cargar con ímpetu intenso contra el enemigo. El bueno de Rocinante demostró ser tan sufrido como discreta la hacienda del no menos bueno don Alonso Quijano.

Caballos y jinetes fueron muy necesarios para los reyes medievales, necesitados de custodios de sus dominios, y en 1257 Alfonso X autorizó el establecimiento de treinta caballeros y escuderos hidalgos y de otros treinta de condición ciudadana en Requena. Su vida no fue un camino de rosas, y no siempre lograron la riqueza apetecida, de la que dependían sus codiciadas monturas, grandes consumidoras de avena, combustible para no desfallecer en el trascendental momento de la carga. En 1301 la angustiada monarquía castellana les aseguró una serie de pagos sobre las rentas reales: la célebre caballería de la nómina concluía de configurarse institucionalmente.

Como los pagos no eran en balde, los caballeros tenían el deber inexcusable de mantener corcel, valorado en las Cortes de 1348 para Requena en la cuantía de 15.000 maravedíes, igual que para los caballeros de Logroño. En Córdoba y en Jaén la suma se reducía a 4.000 maravedíes, y solo los 16.000 acordados en Soria superaba la valoración requenense en toda Castilla.

Sostener caballo en estas tierras no parecía fácil, más allá de ciertas picardías descubiertas en los alardes de los caballeros. Determinadas faltas de cumplimiento caballeresco radicarían en esta razón. Los servidores de Felipe II, a la sazón enfrascados en tantas urgencias bélicas, se interesaron por la cría de caballos, por los llamados caballos padres o sementales. En 1577 la vecina Utiel, coincidiendo con Moya, sostuvo que su fragoso terreno no era el más adecuado para la crianza de potros. Aunque no disponemos de ninguna alegación requenense sobre el particular, es más que probable que hubiera sido muy similar a la utielana.

En el siglo XVII el declive de la caballería de la nómina requenense fue irrefrenable y en el XVIII se oficiaron sus funerales, pero los escuadrones de caballería ganaron protagonismo en los campos de batalla europeos. Todavía se dieron en la comarca grandes combates de caballería, como el de los llanos del Rebollar en 1813, durante las guerras napoleónicas, en las que los guerrilleros gozaron a veces de la ventaja sobre los soldados regulares de ir montados.

Por aquel entonces, los caballos requenenses fueron empleados más en el servicio de bagajes, de transporte de soldados y utilidades militares, que en los choques propiamente dichos. No resultaron ser las únicas cargas. Al no disponer en Cuenca de suficiente forraje, el sargento de caballería del infante pasó a buscarlo a fines de abril de 1766 en Requena, que además debió proporcionarle caballerizas.

La cabaña equina de Requena, en la que también entraron mulas y burros, era a la sazón muy modesta. Cuando en el aciago 1766 el intendente de Cuenca pidió caballerizas para los arrieros que debían transportar 300 fanegas de trigo desde San Clemente al real pósito de Madrid, se le contestó desde Requena que la villa disponía de pocas de tal género y ninguna las aldeas. En el Catastro de la Ensenada de 1753 se registraron 1.038 caballerías mayores, y 914 en 1840, a finales de la extenuante primera guerra carlista. Los caballos de Requena estaban para acometer tareas agrarias y facilitar el acceso a las distintas hazas del propietario que los mantenía. No eran pocos los trotes los de la lucha del día a día.

ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.

Libro de actas municipales de 1764-67, nº. 3257.

Expediente del alistamiento de las caballerías mayores de 1840, nº 4718.

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