Cuaderno de Campo. La Naturaleza en La Meseta de Requena-Utiel
Javier Armero Iranzo / Martes 12 de marzo de 2019
Mediodía en La Serratilla de Requena. El sol ya luce bien alto en el cielo; se nota que el fotoperiodo va aumentando con el paso de las fechas. Y es que apenas quedan ya unos días para que el equinoccio de primavera marque el inicio de una nueva temporada de reproducción para la mayoría de las criaturas del campo.
Pero los cambios en el ambiente hace ya varias semanas que se van notando. El mes de febrero ha sido bastante más cálido de lo que se acostumbra por aquí y ha adelantado alguno de los procesos naturales que se van reservando para más adelante. Ya empiezan a verse alguna de las orquídeas más tempraneras;los críalos recién llegados de tierras africanas andan ahora enardecidos por el celo y no paran de perseguirse por los mosaicos agroforestales; y los almendros, cargados de color hasta hace nada, van desprendiéndose en estos momentos de los llamativos pétalos una vez han cumplido su objetivo.
Y también una nueva silueta hace acto de aparición por las suaves lomas que conforman estos parajes. Una enorme figura de águila, soberbia y elegante, que tras unos minutos dejando ver el blanco puro de su vientre acaba por posarse en lo alto de una torre de alta tensión. Con la ayuda del telescopio, y aún en la lejanía, sus profundos ojos amarillos, su cabeza más bien pequeña y que de alguna forma recuerda a la de un búho, y una contrastada capucha marrón que le recubre la cara y el pecho no dejan lugar a la duda. Ya está aquí la culebrera europea. Tras casi medio año sin verla, acaba de regresar del lejano continente negro.
La naturaleza es sabia y sincroniza perfectamente la arribada de este magnífico animal con el despertar del letargo invernal de sus singulares presas: los reptiles. De hecho, ya hace alguna semana que se van descubriendo en ribazos y grandes losas de piedra a culebras, lagartos y lagartijas tomar el sol de buena mañana. Estos animales, que necesitan alcanzar una temperatura adecuada para poder realizar con normalidad sus funciones vitales, conforman la dieta básica de la preciosa rapaz que, altiva, no para de mirar a su alrededor desde su atalaya.
La culebrera europea; no podría llevar un nombre mejor puesto, la verdad. Porque, por encima del resto de reptiles, son los ofidios los que centralizan casi por completo su atención. Y entre ellos, apuesta por aquellos de mayor tamaño y que compensan energéticamente los lances de caza tras largas jornadas de búsqueda: culebras bastardas Malpolon monspessulanus y de escalera Zamenis scalaris, que son relativamente frecuentes en la contornada, y de herradura Hemorrhois hippocrepis, mucho más escasa y localizada. Raro es el aporte de otros animales, aunque se sabe de alguna culebrera que ha consumido puntualmente algún anfibio o grandes artrópodos, entre otros animales.
Un nicho ecológico singular y, podría decirse que exclusivo entre los grandes predadores de la biocenosis comarcal. Y para explotarlo cuentan con unas útiles características morfológicas adquiridas durante el proceso de evolución: dos grandes ojos dispuestos frontalmente en el cráneo con los que consiguen una mejor visión binocular; grandes alas que les permite sustentar el cuerpo cómodamente durante sus vuelos de prospección; patas largas, desplumadas y con las escamas fuertemente apretadas a modo de coraza que la protegen de mordeduras, a veces potencialmente peligrosas por el veneno que algunas presas tienen (las víboras); y manos relativamente pequeñas y con los dedos cortos, con las que inmovilizan mejor a sus víctimas. Un prodigio adaptativo.
La culebrera, Circaetus gallicus, busca espacios en que se combinan extensos pinares donde poder reproducirse con áreas más abiertas y soleadas en las que abundan sus presas. Así le gusta mucho sobrevolar ambientes de matorral disperso, lindes de montes con cultivos, cortafuegos y mosaicos agroforestales donde se combinan parcelas agrícolas con retazos de matorral; y es que la heterogeneidad del paisaje favorece la abundancia de culebras y lagartos de la que depende.
A nivel mundial se distribuye desde la península Ibérica y el noroeste de África hasta la India, pasando por buena parte del sur y centro de Europa, Oriente Medio y centro y sur del continente asiático. En España, por su parte está muy bien distribuida, aunque es más común en áreas mediterráneas siempre y cuando estén suficientemente forestadas.
En la Meseta de Requena-Utiel se la puede detectar prácticamente en todos los macizos orográficos de entidad, aunque en densidades de población no muy altas debido a lo restringido de su nicho ecológico. Hay que tener en cuenta que han de cubrir muchas distancias para obtener un número mínimo de presas para concluir con éxito el proceso reproductor.
Su presencia es ciertamente habitual, no obstante, en las laderas de las Derrubiadas del Cabriel, donde se distribuyen bastantes parejas desde Contreras a Casas del Río; en las sierras de La Herrada y Martés; en las sierras del Tejo, Juan Navarro y del Negrete, donde acumulan también varias parejas reproductoras; en el complejo montañoso del noreste donde existen diferentes territorios reproductores tanto en El Molón como en los Cerros Pelados y en la sierra de La Bicuerca. Por supuesto también, en los extensos pinares de Sinarcas, especialmente al norte del río Regajo; y en la fosa tectónica de Chera donde por su especial composición paisajística, con buenos pinares en sus montes y una estructura agrícola muy atractiva conformada por olivares y campos de almendros, la culebrera cuenta con varias parejas en una superficie no demasiado grande.
Los montes de La Serratilla de Requena, pero también todos estos de la comarca, se convierten en un escenario privilegiado para estudiar la biología de la culebrera europea. Y ahora, desde luego, es un buen momento para ponerse.
Recién llegada la culebrera va recorriendo el feudo que dejaron allá por el mes de septiembre o primeros de octubre. Confirma que su consorte también ha llegado y no tardará en realizar discretos vuelos de afianzamiento de la pareja. Durante este mes visitará el nido de la temporada anterior y decidirá si arreglarlo para emprender allí el largo proceso reproductor o elegirá otro emplazamiento nuevo, normalmente a muy poca distancia de éste.
Suele ubicar sus nidos en árboles más bien corpulentos, aunque no siempre, y situados en el tercio norte de una ladera orientada al sur en un pinar normalmente bien formado. Aquí, en Requena-Utiel, son los pinos carrascos Pinus halepensis los árboles elegidos mayoritariamente. El nido lo sitúa en parte superior del árbol para facilitar el acceso. La estructura de cría sorprende por su relativo pequeño tamaño, si se compara con el de la rapaz, que llega a alcanzar los 69 centímetros de longitud desde el pico a la cola y nada menos que los 180 entre las puntas de sus alas una vez abiertas.
Por lo general, aprincipios de abril deposita en él un solo huevo que será incubado principalmente por la hembra durante un intervalo de tiempo estimado entre 42 y 47 días. El pollo será cuidado en el nido por sus padres otros 70-78 días. Por tanto, prácticamente cuatro largos meses para sacar adelante un único descendiente y que abandonará el nido nada menos que a últimos de julio o incluso a primeros de agosto. Un esfuerzo energético realmente considerable a partir del aporte básicamente de reptiles. Realmente sorprendente.
Llama mucho la atención también las estrategias de caza de tan bonita rapaz. Todo un espectáculo, y una suerte poder observarlo. Lo primero que sorprende es verla alternar largos planeos en círculo a media altura sobre el suelo con paradas técnicas en el aire gracias a cernidos que recuerdan al del pequeño cernícalo vulgar. Aletea fuertemente con una postura característica: con el pico apuntando hacia abajo e incluso a veces con las patas colgando, como si se preparara para una captura inminente. No deja de mirar aquí y allá, y de repente se deja caer escalonadamente, plegando las alas en varias ocasiones, hasta que sorprende a una culebra cruzando un camino, moviéndose por un ribazo, o simplemente termorregulando su cuerpo al sol.
Atrapa al reptil hábilmente por el cuello y, no sin resistencia, consigue dar un certero picotazo en el cráneo que definitivamente lo inmoviliza. A continuación un ritual que dejará a más de un paisano con la boca abierta si tiene la fortuna de poder verlo, especialmente si la presa es de gran tamaño. La culebrera la va engullendo poco a poco, siempre empezando por la cabeza para facilitar el paso al aparato digestivo a favor de escamas. Proceso que puede durar largos minutos y en que la rapaz realiza poderosos, y a veces angustiosos, movimientos peristálticos. Si se trata de una ceba para la cría o para su consorte que está en el nido, no traga del todo el reptil, dejando el extremo final de la cola que asome por el pico, para facilitar después su expulsión tirando de ella. Magnífico espectáculo de un ave preciosa.
Con una ingesta de dos o tres culebras al día en pleno proceso reproductor la familia de culebreras va saliendo adelante. Así van avanzando los meses hasta que llega el momento para partir hacia sus cuarteles de invernada situados, preferentemente, en las sabanas tropicales al sur del Sáhara; allá, donde la abundancia de presas en esas fechas le permite subsistir hasta su regreso.
Durante cinco temporadas, desde 2013 a 2017, en compañía de mi amigo Pablo Ruiz, pude estudiar el fenómeno de la migración posnupcial de aves rapaces en la Meseta de Requena-Utiel desde un punto alto que disponía de buena cobertura visual como es el cerro de El Montote, en La Herrada del Gallego (Requena). En concreto, y en lo que hace referencia a la especie que hoy nos ocupa, se consiguieron avistar un total de 101 ejemplares distintos en paso activo. De ellos nada menos que 88 pasaron en el intervalo comprendido entre el 16 de septiembre y el 13 de octubre y de éstas, casi todas (66) lo hicieron entre el 23 de septiembre y 6 de octubre, lo que clarifica muy bien la fenología de paso mayoritaria de esta rapaz en la demarcación. Las parejas residentes en la zona, asimismo, se mantuvieron unidas hasta últimos de septiembre, siendo bastante habitual ver volar juntos hasta entonces a los dos adultos y al joven volandero.
Pero volvamos a La Serratilla, y apunto de empezar la primavera: la culebrera europea ya está aquí. Es posible que llegara hace unos pocos días, incluso durante los últimos días de febrero ya ha habido primeros contactos en otras temporadas. En cualquier caso, ahí se la ve; posada en lo más alto de la torre metálica, pero a la vez inquieta. Como si estuviera buscando algo en su entorno. Al poco confirmo que otro ejemplar está igualmente descansando en la misma línea eléctrica, pero a unos 400 metros más allá. No tardan en salir juntas, una detrás de la otra, y se dirigen hacia el interior del monte. Una nueva temporada les espera por delante. Ojalá les vaya bien. Sin embargo no son pocos los problemas que les acechan.
Aquí en Requena, el campo ya no es tan atractivo como lo era décadas atrás. Apenas aparecen grandes reptiles en el paisaje agrícola. La agricultura intensiva a la que están sometidos las parcelas apenas favorece la presencia de culebras y lagartos. Los ribazos van desapareciendo, el paisaje en mosaico va dando paso a una viticultura eminentemente productivista y el uso generalizado de productos químicos acaba siendo la puntilla que les faltaba a las presas de nuestra bella rapaz. Para colmo, los alambres de acero que se han multiplicado en los crecientes emparrados, actuarán como cortantes tijeras sobre las rapaces que se abaten tras sus presas. Una muerte silenciosa de la que apenas tendremos noticias.
Y silenciosa también es la acción de los cientos de tendidos eléctricos que atraviesan los territorios de las culebreras en nuestra comarca. La costumbre de estás águilas de posarse en lo alto de sus torretas les cuesta muy cara. Sirvan como ejemplos unos datos facilitados por el Servicio de Vida Silvestre de la Generalitat Valenciana: tan sólo en el período de 6 temporadas de cría comprendidas entre 2010 y 2015 se contabilizaronen la Meseta de Requena-Utiel nada menos que ocho ejemplares muertos: siete electrocutados y uno por colisión contra los cables. Y eso no es más que los que fueron encontrados, ya que el número total seguramente sería muchísimo mayor. Terrible sangría para unas aves con una productividad reproductora realmente baja.
Acaba este artículo con la imagen en la retina de dos enormes águilas desapareciendo tras los cerros. Cerros que cobran vida con la llegada de sus bellos inquilinos. Con sus penetrantes ojos no dejan de revisar todos y cada uno de sus rincones. Ya no se ven pero aún se oyen sus chillidos característicos; voces que proclaman la cercanía de una nueva oportunidad. De un nuevo tiempo. Esperemos que les vaya bien.
JAVIER ARMERO IRANZO
Agradezco a José Ventura, Víctor París e Iván Moya sus magníficas aportaciones fotográficas que mejoran sustancialmente la calidad de este artículo.