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LA HISTORIA EN PÍLDORAS /Ignacio Latorre Zacarés
Segundas partes no son buenas, decía el tío José María Yeves de Venta del Moro, según me acaban de recordar por un asunto que al caso no parece venir. Y eso no es alentador cuando uno se posiciona (en jerga futbolera) frente al ordenador para iniciar su segunda época de “píldoras”. No obstante, utilizaremos el aserto de acicate más que de inhibidor. Perdonen los lectores, si alguno queda o hubo, el largo paréntesis jubilar entre ambos periodos, pero a fe que uno no ha estado parado viendo el agua caer, entre otras cosas, porque en esta Meseta ver llover es más difícil que hacer fuera de juego en un futbolín.

Y de eso va el asunto. La amenazadora y persistente sequía (evitaremos el “pertinaz” típico de los informativos franquistas) está produciendo estragos. Los bobales empequeñecen, los almendros pierden ya su hoja en el propio agosto, la tramilla de la oliva se cae y muchos cultivos se secan directamente o se quedan al borde de su agotamiento. Los acuíferos cada vez más agotados y ahí donde el agua manaba a veinte metros ahora son cien, doscientos… o más (y si no que se lo pregunten a los de Caudete).

Que la sequía no es problema nuevo ustedes ya bien lo saben. De grandes “secas” está repleta la historia universal y la de la comarca en particular. En los ciclos de economía antigua, la sequía era el frecuente motivo de las crisis de subsistencia. La falta de agua producía las malas cosechas, la inmediata alza de precios y acaparamiento de víveres por los especuladores y, finalmente, el hambre mayúscula. Pero el estudio de la historia revela que las crisis agrarias y hambrunas solían ser el preludio de las epidemias que hacían más mella sobre las personas con carencias alimenticias. Malas cosechas, alza de precios y la maldita presencia del tifus o la peste era todo uno. Y por si fuera poco, la sequía y la plaga de langosta también estaban íntimamente unidas.

Esto también lo sabían los antiguos y tras la experiencia de muchas sequías, el Ayuntamiento de Requena en mayo de 1787 se preocupaba por que la “falta de lluvias de lo qual además de la falta de cosechas, se puede rezelar tambien daño en la salud del público”. Ahí tienen en breves palabas lo que ahora definimos como una crisis mixta: sequía – malas cosechas – epidemias.

¿Cómo actuaban nuestros antepasados ante la tenaz sequía? Lo primero era economizar el agua y se ordenaba que no se regaran barbechos para el ganado, ni se sembrara lino y cáñamo y se permutaran estos cultivos por el riego de mijo y panizo (maíz). El Concejo de Utiel solía cerrar el molino del Concejo para que el agua se aprovechara para el riego. Ahora lo que piden nuestros munícipes es que no se laven los coches, ni se llenen las piscinas particulares.

Pero, especialmente, lo que hacían nuestros munícipes era mirar al cielo e impetrar la intercesión de la Virgen (cada cual la suya), ya que pensaban que las calamidades no buscadas como plagas, epidemias y sequías eran una maldición divina y castigo de pecados. No había otra y así lo manifiestan los próceres requenenses: “No reconoze esta villa otros medios más eficazes para el remedio oportuno que implorar la misericordia divina poniendo este importante negocio bajo la proteción e interzesión de la reyna de los cielos María Santísima”.

Procesiones y rogativas para suplicar por la lluvia ha habido muchas. En Utiel se hacían rogativas a Santa María de Caudete y la Virgen de Loreto de Las Cuevas, pero el 17 de mayo de 1558, cuando la sequía y la peste habían sembrado la miseria y el hambre, se realizó la primera procesión y rogativa conocida a la Sierra de Negrete donde moraba y mora la Virgen del Remedio, la “Serranilla”.

Y algo parecido ocurrió con la Virgen de Tejeda un 7 de junio de 1639, en plena sequía, cuando se trasladó su imagen de su morada en Garaballa hasta Moya a petición de los habitantes de esta última población. Esta procesión se convirtió en el origen del emocionante “Septenario” que no deben ustedes perderse en la próxima ocasión (anoten en la agenda: LV Septenario en septiembre de 2018).

En Requena, en principio, lo tenían claro y en abril de 1594, tras novenas, procesiones y misas, manifiestan que estaban en la “mesma necesidad y conviene no alçar la mano de suplicar a nuestro Señor haya misericordia dello y porque en esta villa la imagen de Nuestra Señora de la Soterraña es de grandísima devoçión… y ha fecho en ellas muchos milagros y se tiene por fee y pía devoçión que si se sacase en proçesión la dicha imagen usaría Dios con esta villa de su acostumbrada misericordia”. Así pues, se acuerda enviar comisarios al Convento del Carmen para convencerles de que permitieran trasladar a la imagen de la Soterraña hasta El Salvador y que además en la rogativa participara también la competencia (los del Convento de San Francisco). Esto era un 22 de abril y el 4 de mayo informaba el propio Ayuntamiento que tras “ruegos e ynterçesión nos yubiase el agua del çielo” había habido agua con “mucha abundançia” (que les “yubió” ¡vamos!). La Soterraña milagrosa. Pero hete aquí que los frailes del Carmen estaban recelosos y querían que la imagen fuera ya llevada de vuelta del Salvador al convento carmelita, lo que llevó a que los regidores municipales suplicaran una pequeña prórroga hasta el domingo siguiente a los desconfiados frailes.

Pero la Soterraña, tras la compra de su capilla y patronato en 1633 por Vicente Ferrer de Plegamans, entró en conflicto con otras imágenes y se decidió alternar en las rogativas requenenses las imágenes de Nuestra Señora de Gracia y la Soterraña. Y el asunto no acabó ahí…

En abril de 1788, los regidores requenenses volvieron a pedir rogativas públicas buscando la “misericordia divina para el socorro de la lluvia”. Se pidió que participaran las dos comunidades de frailes, mayordomos y cofradías, facilitando toda la cera posible “para la mayor decenzia” y evitando la concurrencia de imágenes fuera de la que le correspondiera: “para evitar discordias y que se verifique la mayor seriedad, circunspección y modestia en unos actos tan serios como religiosos”. Es decir, que intentaban evitar conflictos anteriormente habidos con las imágenes.

La Soterraña y su rogativa cayó en cierto olvido, pero el inefable Fermín Pardo impulsó el rescate de sus danzas procesionales y procesión del agua en septiembre de 1998 y hoy en día es un acto que yo, sin duda, les recomiendo acudir.

Las constituciones del cabildo eclesiástico requenense de 1762 citan la rogativa del miércoles en que la procesión iba del Salvador a San Sebastián y después se dirigía a las fuentes de Reinas y Rozaleme para bendecir las aguas.

Pero si las cosas pintaban ya muy mal… había (hay) que recurrir al remedio más radical: el trueque de los santos más venerados entre poblaciones vecinas. Así lo hacían las gentes de Venta del Moro y Jaraguas cuando intercambiaban por unos días a la Virgen de Loreto y San Francisco Javier a mitad de camino entre ambos pueblos, en la Casa Segura, y los hacían descansar por unos días en la población vecina recibiendo las rogativas de sus vecinos. Por cierto, que este San Francisco Javier se ganó el apelativo de “Santo Tuerto” porque una vez cuando lo subieron al depósito del agua de Jaraguas para pedir lluvia la trajo con pedrisco y le afectó en el ojo a la imagen según nos cuenta la memoria viva de la aldea (el respetado y respetable Emilio). Otros alegan esa pequeña deficiencia a un golpe de yeso.

En fin… como me menta el ya octogenario Emiliano Murcia: “al final siempre acaba lloviendo”. Y en esas estamos

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