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EL OBSERVATORIO DEL TEJO. JULIÁN SÁNCHEZ

La Pasada semana mi buena amiga María Ángeles Novella, me recomendó la lectura de un artículo que había aparecido publicado en diario “El País”, bajo la autoría del periodista Vidal Maté que venía a titular “Ordenar los viñedos”. En dicho artículo, el periodista venía a propiciar una serie de datos los cuales deberían dar mucho a pensar a los dirigentes responsables de nuestra agricultura en general y muy especialmente a los profesionales del sector vitivinícola, como consecuencia de las particularidades que se insertan en el propio texto publicado, en referencia al presente y futuro de una parcela tan fundamental para nuestra economía y muy especialmente para nuestro entorno comarcal.

Pese a las contundentes medidas adoptadas en las dos últimas reformas en referencia a reestructuración y reconversión del viñedo, establecidas por la Organización Común de Marcado (OCM) en los años 2001 y 2008, encaminada a la contención de plantaciones y arranque de vides, así como por la filosofía mantenida en la última reforma de la Política Agraria Común (PAC), en la que se vino a establecer la eliminación de los derechos de plantación de los viticultores mediante su sustitución por autorizaciones de plantaciones de hasta el 1% de las superficies de cultivo en cada estado miembro. Pese a que. Como consecuencia de las mentadas medidas la superficie de cultivo de viñedos en España bajó en poco más de una década de 1,200.000 hectáreas a 953.000, lo cierto viene a ser que en el pasado año España se erigió como el primer productor de vino de la Unión Europea (UE) con una contabilización de 50,6 millones de hectólitros, frente a los 47,4 millones que registra Italia y los 42,3 millones que denota Francia.

Según informe textual ofrecido en el mencionado artículo; “La aplicación de la reforma de 2001 para la reconversión y la reestructuración del viñedo en España supuso hasta 2008 la actuación sobre un total de 203.233 hectáreas, que recibieron 1.308 millones de euros de ayudas (con una media de 6.435 euros por hectárea). En el periodo comprendido entre 2008 y 2012, las actuaciones afectaron a otras 71.397 hectáreas, cuyas ayudas fueron de 358,3 millones de euros. En total, el sector ha recibido 1.662 millones de euros para mejorar 274.631 hectáreas, de las que el 47% correspondieron a Castilla-La Mancha”.

Pese a lo anteriormente expuesto, lo cierto viene a ser que en lugar de propiciarse la pretendida disminución en la contabilización de la producción total vinícola, se ha obtenido el resultado contrario pues, según expresa Maté, el pasado 2013 se ha pasado de producciones medias de entre 6.000 y 7.000 kilos de uva por hectárea, hasta experimentar un aumento de cosechas superiores a los 25.000 kilos en idéntica extensión.

En lo referente a nuestro país, el contraste ha sido espectacular, puesto que a finales de los años ochenta, las producciones medias en general alcanzaron a situarse entre los 25 y 35 millones de hectólitros, contabilizados en unas superficies de cultivo de 1,5 millones de hectáreas, mientras que, como antes se indicó, en 2013, con 547.000 hectáreas menos en producción, se vino a casi duplicar la producción hasta alcanzar los 50.6 millones de hectólitros.

La demanda interna en España asciende a un total de entre 22 y 23 millones de hectolitros anuales (de los que 10 corresponden al consumo directo, más de 5 a mostos, otros 5 para alcohol y 2,3 a otros usos) por lo que el resto, más de 20 millones en total quedan dispuestos para la exportación. Como consecuencia, el fuerte incremento de las cosechas ha pasado a convertirse en uno de los debates de mayor calado en el sector, especialmente lo relativo a la conveniencia o no de ajustar las cosechas a la demanda.

Desde los sindicatos del sector no se ponen de acuerdo al respecto. Desde ASAJA proponen la limitación de producción por hectárea para evitar el derrumbe de precios. COAG ve la problemática en la proliferación de vinos de escasa calidad. Desde UPA defienden que las limitaciones a la producción respondan a la autorregulación y no a la imposición y proponen la vendimia en verde así como una mayor apuesta por el aumento del consumo interior.
Desde el sector industrial se entiende que el problema no radica en la producción elevada, sino en que la oferta no atesore la suficiente calidad y defiende el ajuste de la producción a las necesidades de “las demandas”.

Las actuaciones llevadas a cabo en España que llevaron al actual estatus en el medio productivo se dirigieron al desarrollo de nuevas plantaciones mediante la sustitución de los clásicos viñedos con cepas de vaso por copas en espaldera, con la intención preferente de acceder al mejor sistema de mecanización, así como ir sustituyendo superficies tradicionales de secano por riegos (actualmente disponemos de hasta un 35% del total en este sistema y dentro de ellos, los riegos localizados). Se han mejorado las superficies y se han incluido nuevas variedades denominadas “mejorantes”, en unos casos buscando la calidad y en otros simplemente el aumento de la producción.

Evidentemente, la situación actual de los precios del vino requiere una especial atención a la situación del sistema y actuar en consecuencia para propiciar su regulación conveniente. Es lógico que si nuestros vitivinicultores demandan una plusvalía mayor a la producción actual, el objetivo debe ser profundizar sobre el aumento de la calidad. No basta con disponer de amplios viñedos con riego localizado si no se atiende de forma científica el debido control diario de pluviometría que el terreno requiere en orden a la calidad pretendida. Regar por regar, o bien para obtener una mayor producción, únicamente puede conducir a un descontrol de los parámetros de calidad que lleven a un exceso de oferta la cual no llegue a obtener la oportuna contrapartida de demanda y por tanto lleve al excedente.

Es muy frecuente si observamos las diversas plantaciones en febrero, el encontrarnos con podas largas dirigidas a la obtención de mayor y cantidad de uvas con intención de incrementar la producción, pero ésta intención rebaja considerablemente la calidad del producto como consecuencia de la proliferación de los denominados “chupones” y que la excesiva frondosidad provoca que las uvas queden correctamente expuestas al sol y aireadas, evitando al tiempo que el conjunto foliar de la vid constituya un microclima en sí que mantenga un grado de humedad y temperaturas equilibradas. La poda baja a dos yemas en invierno realizada a temperatura adecuada, así como la poda en verde, efectuada a finales de primavera mediante la intención de rebajar el rendimiento de la planta y obtener así una mejor calidad de las uvas, deben ser los objetivos primarios para tratar de ofrecer una producción adecuada al volumen y calidad que la demanda vaya a requerir, sin olvidar el exhaustivo control del riego que lleve a proporcionar un índice de aptitud a la calidad requerida, dejando de lado en todo momento la tentación a la uva grande o el aumento de volumen de cosecha en contrapartida a la maduración adecuada y la calidad de grado.

Desde hace tiempo nuestro Consejo Regulador de la D.O. Utiel-Requena viene apostando por este sistema, pero deben ser las cooperativas y bodegas los que cooperen para llevarlo a cabo con la suficiente eficacia, estableciendo los oportunos estados de valoración y desechando las producciones que se opongan al criterio. La vitivinicultura bien entendida puede tener futuro, pero requiere la armonización efectiva de todos y cada uno de los distintos intereses hacia un criterio idéntico; la mayor plusvalía propiciada por la calidad realmente no hay otra salida.

Julián Sánchez

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