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LA HISTORIA EN PÍLDORAS /Ignacio Latorre Zacarés
Hay consultas documentales que le siguen sorprendiendo a uno. Me piden información sobre el turismo en un determinado pueblo de la comarca en el siglo XVIII. ¿Turismo en el XVIII? Es mucho decir turismo de interior en esa época, pero sí que tenemos un escueto puñado de relato de viajeros españoles y extranjeros que pasaron por la comarca dejando sus impresiones (buenas y malas). Recordemos que Germond de Lavigne, en su viaje descriptivo de 1859, subrayaba que España no se podía visitar sin haber hecho el testamento. Algunos relatos tremebundos de la comarca le dan la razón.

Lo cierto es que estas narraciones viajeras quizás hayan servido a la estudiante para su trabajo y a mí para recetarles esta píldora-rollo que con cariño les administro sobre un tema que me apasiona: cómo nos vieron los viajeros de otras épocas.

La comarca no es Madrid, ni Toledo, ni Sevilla, Valencia o Barcelona, pero su situación en medio de uno de los pasos más transitados entre Castilla y Valencia hizo que algunos viajeros, despistados o no, visitaran y penaran por nuestras poblaciones, ventas, caminos y montes. Ya Juan Villuga en su gran repertorio de caminos de España de 1546 situaba a la comarca en medio de los caminos a Madrid, Lisboa, Guadalupe, Alcalá de Henares, Burgos, Salamanca y Santiago. Por cierto, este último camino de Santiago por Requena, recientemente recuperado, ya fue mencionado por el ilustre Jaume Roig en su Spill escrito a mediados del siglo XV, cuando un peregrino a Santiago le aconteció en Requena el suceso de la “Endimoniada” que no tengo tiempo de sintetizarles (el amigo Pepe Sierra sigue buscando a tan engañosa mujer). Además, Jaume Roig, que aparte de médico y escritor fue vinatero y proveedor real, ha sido el primero en mencionar (y alabar) a nuestra bobal.

El primero en relatar un viaje por nuestra comarca fue quizás Ibn Sahib al-Sala quien acompañó al califa Abu Ya´qub Yusuf en la expedición almohade en Castilla en 1172, que tras ser rehusados en Huete, marcharon hacia Requena con prisa y hambre, evitando la llegada de Alfonso VIII. Entre el 2 y 4 de agosto de 1172, el califa y su ejército con caballos, mulos y camellos cruzaron el Cabriel y pasaron por Marj al-Qabdaq (que identifican con Caudete) y acampó en el castillo de Requena ya absolutamente exhaustos, hambrientos y debilitados, lo que provocó su dispersión. Posteriormente, se digirieron hacia Buñol y Xátiva, sin que sepamos a ciencia cierta si por el Valle de Hortunas (seguramente) o Cofrentes.

El interesantísimo ensayo escrito por Sergio del Molino “La España Vacía” (léanlo, please) nos refiere que la mirada cruel y desdeñosa hacia el paisaje del interior de la Península es una visión típicamente española. Los extranjeros no habían sido tan tremendistas al retratar la aridez y lo estéril, aunque sus traductores españoles se encargaron de acentuar la visión despectiva hacia el paisaje español.

El embajador veneciano Sigismondo di Cavalli fue benevolente cuando en su viaje de noviembre de 1567 procedente de Tarancón, tras cruzar el Cabriel por el puente de Pajazo, se topó “con ocho casas que llaman el Caudet” y llegó a Oitiel que describió como el mejor lugar que había encontrado hasta ahora en el camino y lo situaba en un plano con viñas alrededor y cerrado por muros, excepto por el este. A ocho millas llegaba a Rechena que le parecía bastante buena. Tras pasar la aduana, arribó a Sieteacquas descrita como una aldea de cuarenta casas bastante tristes (no le sacaron la guitarra al parecer).

El paisaje cada uno lo ve según sus ojos y según cómo le va. No existe el paisaje en sí, cada uno lo forma en su mente y/o alma (y lo dice un daltónico). Advertimos en nuestros visitantes que es diferente la impresión cuando el viajero llega atravesando la desierta y montañosa serranía conquense que cuando nos arriban desde el Reino de Valencia con sus huertas y fértil agricultura. Si venían desde Cuenca, el valle del Cabriel les parecía un oasis y la llanura medio cultivada comarcana era como la antesala del Reino de Valencia. Si venían desde Valencia tras pasar las tortuosas Cabrillas iban quejándose ya de la poca población y el estar rodeados quizás de excesivo monte.

Las quejas sobre el camino que atravesaba el Cabriel eran terribles. Des Essart en su diario del viaje por España en 1669, además de quejarse amargamente de las aduanas y aduaneros españoles, definió el camino de Buñol a Requena como malísimo. Durmió a en Requena y fue hasta la venta de Pajazo en el Cabriel sin encontrar casas en seis leguas y rodeado de bosques y pinos (no divisó el resto de poblaciones de la comarca, pues). El naturalista William Bowles vio la comarca cubierta por enormes erinacea o erizos con espinas y flores azules, lo bastante fuertes para aguantar personas encima de estas plantas. Hoy no reconocemos estos “erizos” en nuestro paisaje actual (y eso que he consultado con el sabelotodo Fernando Moya). De Villa-gorda (en el original) dijo que era un terreno quebrado de muchos barrancos y que existía un manantial de agua salada donde se labraba sal por evaporación.

El embajador y escritor francés barón de Bourgoing en su viaje de abril de 1783 es mucho más duro. Tras intentar dormir en una posada de Campillo donde se dedicaron a tocar la guitarra, al día siguiente calificó el viaje a Villargordo como fatal: “cuyos inconvenientes estuvieron presentes durante mucho tiempo en mi memoria… La imagen espantosa que me hicieron me decidió a esperar en el Campillo el regreso de la luz y me felicité por ello… Unos senderos donde dos hombres no podrían andar de frente sin que uno de los dos corriera el peligro, al más ligero roce de caer redondo a los profundos valles”. Fue inmisericorde con Villargordo: “Enseguida tuve que subir una cuesta muy escarpada antes de llegar a la posta de Villargordo. Nunca un puerto, como en un naufragio, produce tanto placer como el que tuve allí cuando entraba en esta mísera ciudad, situada en medio de bosques”.

El barón cambió de impresión cuando avistó el Cabriel: “divisé a mitad de la cuesta la única hermosa vista que se hubiera ofrecido antes mis ojos desde nuestra salida de Aranjuez. Ésta está en el valle del río Cabriel que serpentea en un estrecho valle tapizado de verdor”. También le agradó la parte central de la comarca: “Las cuatro leguas siguientes me condujeron hasta Requena a través de una llanura que me ofreció una muestra del brillante cultivo del Reino de Valencia”. Y habla de los riachuelos que riegan la vega y contribuyen a la riqueza del suelo y suavidad del clima donde prosperaban el trigo, la vid, el lino, los pastos y sobre todo las moreras. Además, reseñó que en Requena se contaban novecientos oficios de la seda.

La descripción de Alexandre de Laborde a principios del siglo XIX da directamente miedo: “Al salir de la Motilla, la ruta llega a ser más difícil, escabrosa, a menudo peligrosa y se entra en montañas escarpadas que bajo el nombre de las Contreras, son el terror de los viajeros. Uno trepa mejor que sube… un falso paso precipitará fácilmente al viajero.” Pero…: “De repente, descubre un estrecho valle, pero tapizado de verdor, del cual el golpe de vista tiene tanto más agradable que el contraste con la región más árida, desnuda y triste que se acaba de recorrer: el valle debe su belleza al río Cabriel que lo baña”. Siempre nos quedará el Cabriel.

Para variar, Laborde le da un palo también a Villargordo (qué malparado queda en los relatos) y nos describe el paisaje comarcano “Villagordo, villa pobre y poco poblada, situada en los bosques. Uno marcha lentamente en medio de árboles más o menos espesos, más o menos multiplicados, bosques de pinos y de verdes encinas de la especie pequeña, interrumpidos de vez en cuando por fragmentos de tierra con cultivos de granos. Se llega a una gran llanura donde reaparece una vegetación más activa, un cultivo más cuidado porque el clima se muestra más suave, el suelo es más fértil, y los campos, viñas y pastos se suceden rápidamente; donde se recoge trigo, vino y lino, donde se cultiva con éxito las moreras que lo embellecen singularmente.. Uno se asombra de las bellezas que descubre y se cree transportado a un nuevo hemisferio”. (Laborde enmendó su visión inicial).

Se repite mucho lo de no ver casi habitantes en largos trechos, ya que a los extranjeros les llamaba la atención lo poco poblado que estaba el interior de España, así señaló Gautier: “La despoblación en España es terrible”. Pues seguimos igual o peor señor Gautier: ayer, tras cinco horas yendo por estos montes de Dios no vi ni al “Tato”, como le gusta decir a mi hija.

El parisino Laborde es benévolo con Requena que describió con alrededores encantadores, cubiertos de jardines y árboles frutales de fruto grande. Y aunque le sirvieron un vino manifiestamente mejorable, trató a los requenenses de sinceros, alegres y gustosos del canto y la danza; retrato que confirmó el alemán Wilkomm en 1850 que nos describe como “muy alegres que les encanta sobre todo el baile, la música y el amor” (y eso que aún no había llegado Fermín Pardo con los Cantares Viejos).

Seguimos con Wilkomm que, en uno de sus tres viajes a España, tuvo la suerte de casi estrenar la carretera de Lucio del Valle finalizada en 1851 con el acabado del puente de Contreras. Se percató de la línea de telégrafos nueva que acompañaba y acompaña la carretera y la definió como bien construida y mantenida (¡si la viera ahora!). Pero cuando sube a la Meseta exclama: “gran llanura verde cuajada de caseríos dispersos y en el final opuesto sobresalían por encima de la rica arboleda las torres de Requena… pertenece a las pocas regiones de la España central que se distinguen por su cultivo esmerado y su fertilidad exuberante. Uno no piensa estar ya en Castilla, sino todavía en Valencia, ya que hacia donde mires se divisan campos de hortaliza labrados y regados cuidadosamente, plantaciones de morales, campos de trigo, de maíz y cáñamo, plantaciones de frutales, así como de viñedos.” . Utiel es descrita como “lugar grande, amable y bien poblado, es la parte más hermosa de la llanura de Requena donde los olmos a ambos lados de la carretera dan una sombra fabulosa”. Desde Utiel se desvía por el camino de herradura a Cuenca pasando por Los Corrales y Camporrobles, población ésta última descrita como aislada, desierta y al pie de una colina árida, desnuda y coronada de ruinas de un castillo moro (el Molón sería). Después se fue a Mira y Víllora, donde le pasaron unos sucesos dignos de ser contados en otra píldora.

Richard Ford ha sido el primero en escribir un verdadero libro de viajes sobre esta España nuestra que definió como: “este curioso país, que oscila entre Europa y África, entre la civilización y la barbarie”. Era 1845 y Ford definió la serranía de Contreras como “silvestre, áspera y cubierta de pinos y abundante en caza.” De Requena se fija sobre todo en las fachadas góticas del Salvador y Santa María y dice que su paisaje es digno del pintor napolitano Salvator Rosa (¡toma ya!). Pero Chiva no era sitio de su preferencia, pues apercibió: “es conocida por su mala gente y los ladrones acechan en escondrijos que parecen hechos a propósito para ellos.”

El viajero ilustrado español Antonio Ponz no tendría su día en Requena, pues dijo que las fachadas del Salvador y Santa María eran de muchas labores, pero no de las más diligentes (¡aaaaah!) y que del interior había poco que decir. Manifestó que se quedó poquísimo tiempo en Requena, pues buen viaje sr. Ponz… En el camino a Villargordo, dejó a la izquierda las poblaciones de Mira, Camporrobles, Fuenterrobles, Caudete y Utiel sin decirnos nada de ellas. Además, como no miró a la derecha, se dejó olvidada a Venta del Moro, al igual que pasó con el resto de relatos de viajeros que obviaron a la capital del Cabriel.

Curiosas son las memorias del capitán francés Aymar de Gonneville en la Guerra de la Independencia (1812), cuando en medio de una refriega con la guerrilla en Utiel, percibe el pueblo como muy considerable y bien construido, pero con las casas cerradas y sin ningún lugareño a la vista, excepto en un balcón desde el cual le saludan varios hombres y mujeres de buen aspecto y les gritaron “¡Viva!”. Después nos enteraremos que eran unos notables utielanos suponemos afrancesados.

Algunos de estos textos, los pueden leer in extenso en el instructivo libro “Viajeros por la historia: extranjeros en Castilla-La Mancha: Cuenca” de Ángel y Jesús Villar Garrido.

Finalizaremos con Pío Baroja, que en 1935 realizó el recorrido que hizo el general carlista Miguel Gómez en su famosa expedición de 1836 en que se cruzó media España en pro de la causa del pretendiente D. Carlos. Se juntó en Requena con carlistas y liberales para hablar sobre la “Acción el 13 de septiembre” que seguimos conmemorando. En sus entrevistas se percató de que los requenenses hablaban un castellano puro, sin que se oyera el valenciano en la ciudad. Pero al hablar con mujeres de Utiel dijo que su castellano era descarnado y con frecuentes interjecciones de un “aticismo dudoso” (de poca elegancia, vamos). Sabemos que llegó en día nublado, así que a lo mejor D. Pío estaba como el día. Con respecto a las defensas de Requena las ve derruidas y visita los tres barrios (como debe ser). D. Pío se detuvo ante el viejo olmo de San Antonio con el tronco ya hueco y ahí un sanantonero le contó una historia que excede ya de este rollazo de “píldora” que ha sido larga, porque el asunto así lo exigía.

Quizás el ilustre Cervantes también pasó por la comarca, pero eso sólo lo contaré con la aquiescencia de D. Rafael Muñoz.

Y si había viajeros es porque existían ventas y posadas y de eso le hablaremos la próxima “píldora” porque hay historias suculentas al respecto. Mientras tanto: viajen, viajen.

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