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Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel — Javier Armero Iranzo

Requena (12/02/19)

Sábado 19 de enero. La jornada había empezado por la mañana en la Peña Blanca, en el término municipal de Villargordo. Allí, en sus extensos pinares, mi amigo Iván Moya y yo participamos en una entretenida actividad de colocación de cajas nido para aves insectívoras que había organizado el Parque Natural de las Hoces del Cabriel.

No era la primera vez que colaborábamos en la instalación de estos nidales con el que se busca favorecer las poblaciones de carboneros, herrerillos y otros pequeños habitantes del bosque. Son cosas que se hacen con gusto. Satisfacción que es mayor incluso al ver involucrarse muchos voluntarios, normalmente ajenos al mundo rural, y que disfrutan de hacer algo útil en su tiempo libre en pro de la conservación de la naturaleza. En este caso las cajas las habían fabricado ellos mismos o la mayoría de personas que integraban ese grupo. Niños y adultos que habían invertido su tiempo y su interés en una experiencia cargada de sensibilización y educación ambiental. Empezaba bien el día.

Ya era hora de comer y, tras despedirnos de los participantes, Iván y yo nos dirigimos a la cercana presa de Contreras para intentar ver uno de los pájaros más extraños y escasos de toda la geografía comarcal, pero a la vez más bellos: el treparriscos. Hacía ya un mes largo que nuestro amigo común Víctor París había detectado dos ejemplares allí; en concreto el 11 de diciembre pasado. Aquella cita corrió como la pólvora en el ámbito ornitológico y varios naturalistas han ido desfilando por el paraje durante todo este tiempo con resultados desiguales. El día 22 de diciembre Diego Clemente pudo relocalizarlos y dos días después hizo lo propio Rafa Muñoz; otros no tuvieron tanta fortuna.

Desde luego no todos los años se han podido ver treparriscos en la provincia de Valencia. La presa de Contreras, otra vez más, se había convertido en un lugar casi clásico de querencia, pues no era la primera temporada que se habían detectado aquí durante su invernada.

Pues allá que nos dirigimos Iván y yo. Y la verdad, tuvimos suerte. Pudimos contemplar un ejemplar. Todo un acontecimiento para ambos. Ni el uno ni el otro habíamos tenido la dicha de avistar esta especie en nuestra querida comarca. Todo lo más, en mi caso, en la cercana Serranía; en concreto en el paraje de la Peña Cortada, en Calles, donde vi dos individuos juntos. Y de eso hacía más de veinte años; un lejano ya 12 de enero de 1997. En esa ocasión iba con otros magníficos naturalistas, Roque Belenguer y Fran Lloris, los cuales estaban tan emocionados como yo al sorprender a los coloridos pájaros en los cantiles frente el mismo acueducto romano. Una observación inolvidable.

Pero volvamos a Contreras. En esa jornada fría del mes de enero, cuando los paisanos de Villargordo del Cabriel ultimaban las pilas de leña que al anochecer prenderían en sus tradicionales hogueras de San Antonio, Iván y yo dedicamos casi dos horas a buscar al treparriscos por la misma presa y por los numerosos y enormes cintos de sus alrededores.

Pájaro pequeño; pero eso sí, tremendamente llamativo. Una delicia de ave; ya lo creo. Un regalo a la afición. Un premio a la insistencia.

Y al final apareció. ¡Qué bonito es el treparriscos!

Tichodroma muraria, así se denomina científicamente. Como curiosidad cabe decir que es el único representante de su familia taxonómica, no sólo en España sino en todo el mundo. Desde luego que es inconfundible, tanto en su aspecto como en su conducta.

De medidas más que modestas, apenas 15-17 centímetros de longitud total y 27-32 centímetros de envergadura, el treparriscos presenta una silueta marcada por un desproporcionado pico de 2,5 centímetros de largo, fino y característicamente curvado hacia abajo. Su peso apenas ronda los 18 gramos. La verdad es que con esta biometría el treparriscos podría pasar perfectamente desapercibido en los grandes tajos donde vive si no fuera por el colorido espectacular de su plumaje y por el peculiar comportamiento que desarrolla en sus movimientos rutinarios.

El tono general del cuerpo, ahora en invierno, es gris, a excepción del extremo de las alas que es negro. En ellas resalta un color carmesí realmente precioso que se distribuye en su región central y unas manchas ovaladas blancas muy evidentes que les llega casi al borde terminal. Un diseño muy poco visto en las aves y menos en esta comarca. Quizás la disposición del maculado y la forma redondeada de las alas, estrechas en la base y más anchas hacia los extremos, recuerdan de alguna manera a la abubilla Upupa epops; aunque ésta última de evidente mayor tamaño y mucho más común a nivel comarcal.

Llaman la atención también las largas uñas de sus patas, especialmente las traseras, perfectamente diseñadas para agarrarse a las rocas por donde trepa característicamente; de ahí su acertado nombre. Así, es capaz de recorrer paredes y peñascos totalmente verticales aferrándose al menor resalte del roquedo con una soltura admirable. Un verdadero maestro de la escalada.

Y curiosamente no apoya la cola en el sustrato como podría esperarse, y como por ejemplo lo hacen los pájaros carpinteros, sino que son sus fuertes uñas los verdaderos puntos de sustentación. Además, y como solución para sortear obstáculos en sus recorridos verticales, continuamente da pequeños saltitos y realiza cortos aleteos dejando ver por unos segundos sus elegantes y llamativos tonos encarnados. Habitualmente cambia de emplazamiento al poco rato trasladándose a unos metros de distancia para a inspeccionar otro sector de la pared.

Y así, una y otra vez. Y además con una absoluta sensación de comodidad y seguridad en lo que hace. De hecho es tal su confianza que en ocasiones se deja ver a escasos metros de distancia del ornitólogo que, maravillado, observa el espectáculo con suprema atención. Toda una experiencia para quien tiene la suerte de detectarlo en el mar pétreo donde habita. Un regalo para la retina y un momento sublime para quien lo descubre. Y por supuesto, todo un derroche de color y dinamismo para unos parajes marcadamente sobrios y fríos durante esta época del año.

Pero volvamos a Contreras, allá donde el río Cabriel separa dos comunidades autónomas como son la valenciana y la castellano-manchega. La primera vez que se detectó la especie por aquella zona fue durante un censo de aves acuáticas en el embalse, a mediados de enero de 2004. En concreto Calos Sáez, Javier Sánchez y Ximo Arévalo observaron un ejemplar en las angosturas calizas de la desembocadura del río Mira en el Cabriel, en el término conquense del mismo nombre.

Aquella Cita ha podido repetirse en el marco geográfico del embalse de Contreras al menos en cinco temporadas, incluyendo ésta, más por distinto miembros de la Societat Valenciana d’Ornitologia, pero todas ellas en la misma presa: 2006/2007, 2013/2014, 2014/2015, 2015/2016, 2018/2109. En realidad son dos más si consideramos también otros dos registros en sus inmediaciones, y ambos también en el término de Villargordo del Cabriel, como ocurrió en los cintos de la presa de Mirasol en el invierno de 2007/2008, y en el paraje de Los Cuchillos ya entrada la primavera de 2010.

Pero incluso de por aquí también se tiene una referencia más antigua aún y procede del reconocido taxidermista de Utiel, Alfredo Pérez Albert. Alfredo preparó un ejemplar procedente de Contreras en un ya lejano 1975, hecho que viene a corroborar ya desde antiguo la fidelidad del paraje como localidad de invernada. Él mismo, según una entrevista que le llegué a hacer en el verano de 2000, me contó además que pudo detectar la especie por observación directa en un cortado rocoso junto la rambla de Los Mancebones (Utiel) hacia 1989 aproximadamente.

Aparte de estas referencias, el treparriscos ha podido ser contactado por ornitólogos de la SVO en otros parajes comarcales, aunque todos curiosamente pertenecientes al término de Chera. Allí se le ha podido ver hastasiete veces en seis temporadas diferentes, cuatro de las cuales en el mismo sitio: la presa del embalse del Buseo (enero de 1991, febrero de 1992, marzo de 2008 y marzo de 2016). Las otras tres referencias fueron en La Madroñosa, en febrero de 1992; el barranco de La Hoz, en enero de 1996; y en La Herrada, en diciembre de 2013.

Se conocen pues en el ámbito geográfico de la Meseta de Requena-Utiel un total de 18 registros de la especie diseminados en 8 parajes diferentes repartidos en tres términos municipales (Villargordo, Chera y Utiel), excluyendo de ese listado lógicamente la cita de Mira por pertenecer a la provincia de Cuenca. Un buen número de referencias que confirma una cierta regularidad de aparición en la comarca (detectadas en 10 temporadas diferentes en los últimos treinta años). No obstante siempre ha sido de manera testimonial en cuanto a número de ejemplares, ya que en todas las temporadas en que se ha podido detectar siempre ha sido un solo individuo en cada localidad, a excepción precisamente de la actual en que han podido verse dos a la vez.

Gracias a la consulta que se ha podido hacer a la tremenda base de datos que ha elaborado Toni Polo, ornitólogo incansable y alma mater del futuro Atlas de las Aves de la Provincia de Valencia, se confirma también la presencia reciente de esta especie en otras comarcas aledañas a la Meseta de Requena-Utiel. En todas ellos, siempre en parajes abruptos y rocosos. Así en La Serranía, aparte de la mencionada referencia en la Peña Cortada de Calles, se le ha detectado también en Chelva (en la rambla Arquela y en el barranco de Mozul), Titaguas (La Caballera), Benagéber (tres veces en el embalse), y Alpuente (en los cintos inmediatos del mismo pueblo).

En la Hoya de Buñol apenas se ha confirmado su presencia en el término de Buñol(río Buñol). Y en el Valle de Ayora se le pudo observar en Cortes de Pallás (barranco Otonel y en la Ruta Cavanilles), Jalance (en los cañones del Júcar), Teresa de Cofrentes (Las Quebradas), y en Zarra (barranco de La Hoz).

Además, se cuenta también con un par de referencias en la comarca albacetense de la Manchuela, limítrofe con Requena-Utiel, y ambas en el desfiladero del Júcar: Villa de Ves (1986) y Alcalá del Júcar (2012).

Desde luego, tras el análisis de todos estos datos se concluye que el treparriscos es un ave muy escasa en el ámbito geográfico que nos ocupa: apenas un ejemplar o dos registrados en las temporadas en que ha podido hacerse, y que además no son todas ni mucho menos. Una verdadera rareza por aquí, como suele denominarse en el argot ornitológico

La dificultad de su detección viene marcada por diversos motivos: el discreto tamaño que tiene, la relativamente pequeña población reproductora de sus núcleos de cría, la moderada dispersión hacia el sur de sus efectivos reproductores y lo inaccesibles que son muchos de sus territorios invernales. Todo ello hace que sea una verdadera noticia poder observarlos en Requena-Utiel y su entorno inmediato.

El treparriscos nidifica en un amplia área de distribución que abarca los principales macizos montañosos del sur de Europa (Cordillera Cantábrica, Pirineos, Alpes, Apeninos, Cárpatos, Balcanes y Cáucaso) y del centro de Asia (desde Turquía e Irán hasta China, contando con sus principales poblaciones en el Himalaya). Un ave de alta montaña, pues.

En España se distribuye tanto en los Pirineos como en la Cordillera Cantábrica. En la primera demarcación aparece desde el valle del Roncal en Navarra hasta el noroeste de Lleida, aunque también se localiza en una zona muy concreta entre las provincias de Lleida y Girona. En total se han calculado unos 595-772 territorios potenciales, concentrándose el mayor número de efectivos en el pirineo oscense. En la Cordillera Cantábrica, por su parte, se estimó en un máximo de 600 parejas reproductoras. Allí se distribuye sobre todo por el macizo de los Picos de Europa, y de una manera más limitada por una superficie comprendida entre el suroeste de Asturias, noreste de León y noroeste de Palencia.

En esas localidades ocupa los pisos alpinos y subalpinos de la montaña, en áreas con abundancia de paredes de roca de grandes dimensiones. Así, por ejemplo, en Aragón se le localiza a una altura media de 2.409 (+/- 572) metros sobre el nivel del mar mientras que en Cataluña se ha confirmado su presencia en un intervalo de cotas muy similares, entre los 1.800 y 2.900 metros. No obstante se han localizado algunas parejas situadas a menores rangos altitudinales en desfiladeros fluviales muy abruptos.

Parece preferir litologías calcáreas o graníticas frente a otras como esquistos o pizarras, por ejemplo, seguramente por hallar en ellas más abundancia de rendijas y grietas que utiliza para buscar comida. Gusta también de cantiles con pequeñas zonas de pasto, musgo o arbustitos que sirvan de refugio a los invertebrados de los que se alimenta.

De hecho su dieta está constituida esencialmente por artrópodos, sobre todo por insectos y arañas en cualquier fase de su desarrollo. Hay pocos datos sobre la tipología de sus presas en España pero se sabe que consume mariposas diurnas y nocturnas, moscas, escarabajos, arañas, ciempiés, etc. También es capaz de capturar pequeños caracolillos, aunque en evidente menor número. Pasa mucho tiempo recorriendo incansablemente los paredones visitando las fisuras, extraplomados, cuevas y cualquier punto del risco susceptible de contar con comida.

En los Pirineos, población de la que se cree que puedan venir los individuos detectados en invierno en la Meseta de Requena-Utiel, la temporada de cría se inicia en el mes de mayo. De hecho a mediados de este mes y a principios de junio los miembros que constituyen la pareja reproductora van construyendo el nido en agujeros o grietas de la propia pared. Suelen poner entre 3 y 5 huevos que son incubados por la hembra durante 18 a 20 días, normalmente entre los meses de junio y julio.

Los pollos permanecen en el nido alrededor de un mes, entre finales de junio y julio, y se independizan de los adultos entre una semana y dos después de abandonarlo, lo que suele suceder en el mes de agosto. A partir de ahí tanto los jóvenes como los adultos suelen emprenden movimientos altitudinales que los llevan a ocupar hasta finales del verano las zonas altas de las montañas donde han nacido. Ambientes montanos que, por entonces, están más libres de nieve y placas de hielo,con lo que se aseguran acceder a zonas de alimentación a las que antes no podían.

Sin embargo, es a partir de mediados de octubre, y especialmente durante el mes de noviembre, cuando las aves emprenden una verdadera dispersión desde sus territorios de cría con la llegada del mal tiempo. En general, el treparriscos se comporta como un migrante de corta distancia al efectuar la mayoría de sus efectivos desplazamientos de escasa envergadura en torno a sus localidades de cría. Por esas fechas, y debido a la acción del frío e incluso de la nieve, los feudos natales padecen severas limitaciones en cuanto a disponibilidad de recursos tróficos.

Normalmente se trasladan a áreas de menor altitud como valles y pies de monte pero, en ocasiones, emprenden desplazamientos de mayor entidad que las llevarán a cientos de kilómetros de distancia. Se llega a comprobar un cierto gradiente en cuanto a densidad de individuos que va disminuyendo conforme se alejan de sus áreas de reproducción.

Concretamente, la invernada en las sierras de media y baja montaña en el cuadrante noreste peninsular es algo frecuente, pero se torna mucho más rara en localidades situadas más al sur como la Comunidad Valenciana; siendo ya muy poco patente en la Región de Murcia y en Andalucía. Yo, por ejemplo, durante esas fechas he tenido la suerte de ver treparriscos invernantes en distintos parajes de este sector peninsular como son la sierra de Guara (Huesca), los cañones del Guadalope (Teruel) o las Hoces del río Piedra (Zaragoza).

Las citas que se disponen en la Comunitat Valenciana se ajustan perfectamente a esa fenología migratoria. Así,el rango de presencia en ella abarca desde mediados de octubre hasta mediados de abril, según los datos de presencia extrema a los que se ha podido tener acceso: 1 ejemplar observado en migración activa en El Garbí-Albalat dels Tarongers el 15-10- 2016 por Antonio Pérez; 1 ejemplar observado en Alpuente el 15-4-2007 por Maritina Peña. En lo que respecta a la Meseta de Requena-Utiel las primeras y últimas citas son parecidas y ambas obtenidas en Villargordo del Cabriel: 1 ejemplar en la presa de Contreras el 1-11-2014 visto por Carlos Sáez; 1 ejemplar en Los Cuchillos el 1-4-2011 visto por Juan Lorite.

Mediados de febrero. Todavía queda mucho invierno por delante; y si se trata de las cumbres pirenaicas, todavía más. Está claro que no bajan muchos individuos a nuestras latitudes, pero es muy probable que sean algunos más que lo que esta recopilación de registros demuestra. Hay parajes tremendamente atractivos para esta especie como las Hoces del Cabriel, los cañones del río Magro a su paso por la Herrada o la abrupta sierra Martés por ejemplo, en los que no se han podido detectar nunca y que, sin embargo, podrían albergar algún ejemplar. Quizás esta misma temporada. Una invitación en toda regla para salir a buscarlos. Y de paso, de disfrutar con unos paisajes excepcionalmente hermosos.

Mitad ave, mitad mariposa, un bonito pájaro cruza el precipicio. Allá donde la roca domina sobre lo verde un vuelo ondulado llama la atención del visitante. Como un semáforo carmesí contra el cielo azul, el treparriscos anuncia su presencia. Desde luego, poco tiene que ver su aspecto con el del resto del vecindario.

Roqueros solitarios, colirrojos tizones y collalbas negras, no sin cierta envidia le observan como va trepando hábilmente por las paredes, accediendo a un sabroso botín que parecía estar fuera de su alcance. Otros paisanos suyos, como los acentores alpinos, venidos también de las altas montañas europeas le acompañan en estas fechas en los canchales y derrubios a pie de los farallones. Más allá, los pocos aviones roqueros que los fríos no han expulsado del desfiladero sobrevuelan los barrancos capturando el casi inexistente ya plancton aéreo.

Unos y otros dan vida y color a un mundo mineral que parecía desprovisto de movimiento. Todo lo contrario. Sólo hay que fijarse. Eso sí, bien abrigado.

JAVIER ARMERO IRANZO

Agradezco a Jordi Jover García, Víctor Doz e Iván Moya por la amable cesión de sus fotografías que ilustran a la perfección este texto.

Agradezco también a todos aquellos ornitólogos que dedican parte de su tiempo a observar la naturaleza y a comunicar sus descubrimientos, y en especial a los autores de las citas de treparriscos que aparecen aquí publicadas. Y, por supuesto, a Toni Polo por la dedicación de anotar, valorar y guardar esos registros; y por ofrecérmelos gentilmente.

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