Firmado, en el Hospital de Requena, el acuerdo entre la Comunidad Valenciana y Castilla-La Mancha para beneficiar a los ciudadanos
Leer más
El minifundio sitúa a la Comunidad Valenciana a la cola en la ayuda media de la PAC
Leer más
Arranca el Circuito de Carreras de la Diputación de Valencia que este año celebra los 25 años con su edición más especial
Leer más

LA BITÁCORA DE BRAUDEL / JCPG

La apacible Europa; la España democrática; la España corroída por la crisis económica y el sempiterno debate sobre la estructura nacional; el racionalismo que nos une; el consumismo que nos devora; el hedonismo de muchos y la lucha por salir delante de otros tantos; ¡cuántas dificultades tenemos desde nuestras posiciones para entender lo que sucede en el Próximo Oriente! Para mucha gente esto no es más que algo lejano, de difícil entendimiento y a años luz de nuestra tierra y nuestra mentalidad. ¿Por qué tenemos que preocuparnos por ello entonces? Quizás porque algo de lo que allí hay y pasa está en nuestro ADN.

La paz y la guerra. El ser humano no es una especie apacible. El tiempo de guerra y enfrentamiento en la historia humana es tan amplio que es imposible encontrar un año de paz que afecte a todo el mundo. El planeta se halla inmerso en un conflicto casi constante, dispuesto a desgarrar civilizaciones y destruir sus mismos cimientos. Los poderosos aplastan a los débiles a lo largo y ancho del planeta, les colocan grilletes, los prostituyen, los manejan y los matan.

Lo malo de todo esto es que, como somos seres racionales, nos damos cuenta de que habitamos un mundo donde la maldad está presente en cada rincón. El humano puede hallar cobijo en el universo de la religión. La religión está para los que creen en un mundo mejor. Pero, ¿qué sucede cuando la religión se convierte en un instrumento de poder? Lo sabemos, casi desde siempre. La crueldad se adueña del mundo y, además, recibe, el sello de la divinidad, que bendice la eliminación del no creyente o del enemigo. Puede estar entonces servida la masacre, con toda su crueldad.

Una versión extremista y sanguinaria del monoteísmo islámico se está adueñando del Oriente Próximo. La historia del movimiento es larga y no la trazaremos ahora, pero baste decir que mucho tiene que ver el Occidente en este, pues ha sido capaz de crear a estos entes extremistas, alimentarlos y animarlos contra un enemigo hasta que han engordado demasiado. Pasó en Afganistán con los talibán y pasa en Mesopotamia con el ISIS. Este último movimiento, cuyos episodios violentos conocemos bien, ha proclamado algo que tampoco es nuevo: la voluntad de recuperación de al-Andalus, la antigua España islámica. ¿Ensoñaciones absurdas? ¿Proclamaciones a la ligera de un movimiento repleto de odio?

¿Se imaginan la antigua Rokkena, o como se llamara, nuevamente restaurada? ¿Un califato hispano? ¿Las dos orillas del Estrecho nuevamente unidas bajo una misma bandera? Quizás puras fantasías. El poder de la religión es inmenso. Sigue siéndolo. No es una cosa del mundo medieval y de los tiempos de la Inquisición. En otros tiempos me parece evidente que la llamada del Papa Francisco a detener los crímenes del ISIS habría sido claramente una llamada a la guerra santa contra el Islam. Hoy no puede ser esto, y además está muy alejado de los ideales de este Papa inmenso que va a marcar el Catolicismo del siglo XXI.

Por fortuna tales épocas han pasado. Pero la guerra está ahí. Y nuestro problema como sociedad proviene de que nos aprovisionamos de materias primas y energía en Oriente Próximo y la orilla sur del Mediterráneo. Y también que tenemos una minoría amplia de musulmanes, la mayoría inmigrantes que pueden hacer caso a los cantos de sirena del extremismo islámico. La pobreza creciente y el deterioro global de las condiciones de vida no ayudan precisamente a que el progreso del extremismo se detenga. Son los hijos de aquellos emigrantes argelinos, marroquíes, los que pueden caer en manos del ideal extremista, una vez trasplantados a la España democrática que es incapaz de garantizarles un futuro de prosperidad e igualdad.

No se trata del enfrentamiento Cristianismo/Islamismo. Se trata de la defensa de nuestro sistema de vida, que está basado en la libertad, las leyes y la convivencia pacífica. El tiempo, por nuestro lado, de la guerra religiosa ya pasó. Cabe preguntarse si es que alguna vez ha existido una guerra puramente religiosa.

Por debajo de todo está el respeto entre personas. Pero, ¿somos los seres humanos tan ingenuos como para dejarnos arrastrar en movimientos que siembran el campo de cadáveres? Pues sí. Así ha ocurrido tantas veces a lo largo de la historia. De momento nuestra situación nos protege. Al otro lado del Estrecho el régimen alauí sigue en pie; no sabemos por cuanto tiempo. Al otro lado del Pirineo nuestros lazos en la Unión Europea son garantía. Pero ¿qué ocurrirá si todos estos parapetos desaparecen? ¿Qué ocurrirá si los hijos de los inmigrantes, como tantos otros de no inmigrantes, no encuentran salida a sus expectativas de ascenso social, de bienestar?

Somos tierra de minorías. Lo fuimos más en otros tiempos. Lo volvemos a ser hoy. La convivencia se basa en entablar lazos de respeto entre unos y otros. Bajo el paraguas de leyes igualitarias y justas. Lazos de protección. La religión es muy importante para el ser humano. Pero las leyes tienen que garantizar la convivencia pacífica y la libertad. No se trata de que al extremismo se responda únicamente con represión. La democracia debe apoyar los movimientos y grupos laicos, demócratas, capaces de entablar distancias entre el Estado y la fe.

No me imagino esta tierra de nuevo islámica. Pero la historia da tantas vueltas. De algún modo lo fue siglos atrás. Vivir el aquí y el ahora es la trama de la naturaleza humana: el futuro es una incógnita de difícil solución. ¿Tierra de minorías? ¿Tierra de mayoría comprometida con la libertad y el respeto?

En Los Ruices, a 8 de diciembre de 2014.

Comparte: Tierra de minorías