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Requena (18/04/19). LA BITÁCORA //JCPG

Construida a principios del siglo XX, servía para corridas pero también para aquellas funciones de baldes de los miércoles. El clasismo se manifestaba evidente en estos instantes de la Feria veraniega.

Construida a principios del siglo XX, servía para corridas pero también para aquellas funciones de baldes de los miércoles. El clasismo se manifestaba evidente en estos instantes de la Feria veraniega.

El tío Miguel era ya un anciano, al menos para los parámetros de aquella España de los 70 y 80, que no tenía una esperanza de vida tan alta como en la actualidad. Pensar que muchos creen no ver cambios en nuestro país… el fantasma de Franco, aunque tenga sobre sí una losa de 3000 kilos parece campear por montañas y llanuras como Santiago en la ficticia contienda de Clavijo. Pero el tío Miguel no era un ente fantasmagórico. Era de carne y huesa, ya los creo. Su fascinación por las mujeres, por sexo opuesto era proverbial. Viudo, aplicado a la tarea del duro trabajo en el labrado de las viñas, en el chambergueo de los campos cerealísticos, su pasión eran las mujeres.

Ciertamente el tío Miguel era entonces ya un viejo, pero aún conservaba el cosquilleo del adolescente ante las carnes femeninas. Había criado a varios hijos, que ya se habían instalado por su cuenta, aunque recibía los cuidados de ellos. Así era la ancianidad. No podía quejarse, porque su descendencia velaba por su bienestar. Otros no podían decir lo mismo.

Entonces la aldea, sin estar rebosante, aún contaba con suficientes habitantes para celebrar unas fiestas de cierta relevancia. Bailes, en aquellos tiempos por la tarde y por la noche, que se celebraban en el almacén de la cooperativa. Cooperativa y aldea eran entonces los nervios de un mismo cuerpo. Estaban inextricablemente unidos. Los Cúper, los Preludios amenizaban aquellas sesiones. Aún se podía, en ocasiones, percibir el aroma a los piensos en el recinto del baile, mientras los pequeños nos encaramábamos al remolque para estar junto a aquellos prodigios musicales, fascinados por la guitarra o el saxo.

Un componente de las fiestas eran los espectáculos de variedades. Obras teatrales y de tipo musical amenizaban un día de las fiestas. Al principios se realizaban en el bar, que era como he dicho el de la Coope. Más tarde, estas obritas se realizaban en el flamante edificio de la Coope, junto a la rambla. El incremento de la superficie de viña, como es natural, dejó pequeño el viejo edificio y se amplió hacia la rambla. Es allí donde tengo fijado en la memoria al tío Miguel, sentado frente al escenario, en primera fila, media hora antes de que empezara el espectáculo. Ya estaba dispuesto cuando aún no había nadie en el nuevo auditorio. No quería perderse nada de la función.

El tío Miguel sabía esperar. Se tomaba su tiempo. Nuestra época ya no es así. Ahora vamos deprisa; las opiniones, los deseos, las acciones son asuntos poco duraderos, tan efímeros que son dispersados por los vientos. Pero a veces parece que necesitamos compensar las prisas con las pausas, las innovaciones con las permanencias, las carreras con los paseos, el vértigo del movimiento con la pausa de la contemplación. Vivimos en la impaciencia. Adoramos el dios de la novedad, lo cubrimos de ofrendas. Somos consumidores, y el consumidor se caracteriza por la acción permanente en su consumir. Lo bueno es apartado ante lo nuevo.

En “Bienvenido Míster Marshall”, Lolita Sevilla acaricia al memorable Pepe Isbert. Es legendaria aquella escena en el Saloon del oeste ente Isbert y Manolo Morán, profiriendo aquel inglés postguerril que sobreviviría en la gente del pueblo español hasta que los nuevos tiempos nos hicieron ver que el John Deere debía pronunciarse como Yon Dir. Cosas de la modernidad. En las sesiones de baldes, como es comprensible, no había tanta altura.

El ansia de ver unas piernas femeninas y algo más, si fuera posible, era el gran objetivo de muchos en aquella época. La represión de décadas les había convertido en seres ansiosos por la carne. Cabe recordar la estrecha relación entre poder y sexo, pero hay que ver lo tremendamente desacertado que andaba Huxley cuando escribió en 1946 el prólogo a su gran libro:

Esas güinas de la gran obra de Berlanga las hemos visto en las cabezas de nuestros abuelos y de los vecinos.

“A medida que la libertad política y económica disminuye, la libertad sexual tiende, en compensación, a aumentar. Y el dictador (a menos que necesite carne de cañón o familias con las cuales colonizar territorios desiertos o conquistados) hará bien en favorecer esta libertad. En colaboración con la libertad de soñar despiertos bajo la influencia de los narcóticos, del cine y de la radio, la libertad sexual ayudará a reconciliar a sus súbditos con la servidumbre que es su destino”.

Aldous Huxley, Prólogo de su obra Un mundo feliz.

Aunque tal vez sea una premonición sobre la actualidad. Ahí queda esto, porque tal vez se a interesante.

Sin embargo, la función terminaba y la gente volvía a sus casas. A las rutinas habituales.

Esas güinas de la gran obra de Berlanga las hemos visto en las cabezas de nuestros abuelos y de los vecinos.

El teatro era algo vital para las gentes de las aldeas. Las élites gobernantes de la Requena de entonces lo comprendieron bien. Por eso les otorgaban durante aquellos miércoles de feria la denominada sesión de baldes. Era una concesión del elitismo gobernante a los aldeanos. Unas migajas piadosas para la gente de la tierra, un mecanismo para contentarles, una especie de contraprestación de la villa por tanto jugo extraído de sus habitantes. Para muchos aquellos miércoles eran cita ineludible, yo mismo recuerdo haber ido al pueblo aquellas tardes. Estas funciones eran, por supuesto, algo menos sofisticado que las obras que deleitaban a la burguesía requenense. Las clases estaban perfectamente marcadas.

No cabe duda que la política tiene muy poco que ver con la sabiduría. Pero hay que ver cuántas cosas comparte con el teatro. Más que con el teatro, con esas funciones de baldes destinadas a provocar carcajadas fáciles y cierto morbo. Ser un mal actor y aburrir al público es lo peor que le puede pasar al político. Esto explica muchas cosas de las que estamos viviendo. La obra exige actores de primera fila y, me temo, que en esto andamos escasos. Se debate con quien se quiere, sin rubor; no sienten vergüenza al no someterse al escrutinio del pueblo, para que se pueda comprobar su capacidad de convencer. Nada de eso.

Por más que lo planificaba y lo realizaba, el gran visir Iznogud no podía suplantar al califa.

Todos interpretan un papel. Cuanto más banal, cuanto menos contenido tenga el mensaje, mejor. Los debates están absolutamente encorsetados. No se habla ante los electores libremente. Ver a un Rufián comportarse como un monaguillo en plena Eucaristía es un gran espectáculo, si no fuera porque lo único que busca es no atacar a las mujeres que tiene delante en tiempos de feminismo contundente. Precisamente escucho en la radio un mensaje electoral; quien habla es una mujer, una especie de Iznogud moderna que quiere ser califa en lugar del califa; y me habla en mi lengua,

Por más que lo planificaba y lo realizaba, el gran visir Iznogud no podía suplantar al califa.

en español; es curioso, porque es la primera vez que me habla en mi propia lengua, siempre tan comprometida con la suya, que por lo visto es la que debe ser la de esta tierra; ¿no es curioso? Una gran política, y como tal, repleta de hipocresía.

El tío Miguel habría buscado otra cosa, habría abandonado la primera fila aburrido de lo poco que enseñan los políticos, asqueado de seres que parecen marionetas destinadas a repetir el catecismo aprendido esa mañana en las sedes de los partidos. Nos quedan muchas funciones más que contemplar. Hay que prepararse.

En Los Ruices, a 17 de abril de 2019.

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