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Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel  Javier Armero Iranzo

Requena (15/01/19) 

Anochece en una rambla de la meseta agraria de Requena. El frío de estos días de enero va haciendo mella en el paisaje. El sol se acaba de poner en el horizonte y son los mirlos y zorzales los últimos pájaros en acudir a los refugios que ofrecen estos cursos intermitentes de agua. Las  grajillas, por su parte, ya hace un rato que se agruparon y se fueron a buscar la protección de la pinada del casco urbano hasta mañana al amanecer.

Hace unos días que llovió algo y los charcos empiezan ahora a congelarse. A decir verdad, hay rincones donde el hielo no se ha derretido en toda la jornada.  Parece todo muy parado, y a estas horas mucho más. Tan sólo unos conejos, tan abundantes en el ecotono que forman los cultivos con estos terrerazos, se atreven a escarbar buscando alguna raíz que echarse a la boca. La verdad es que aquí abundan mucho a tenor de los agujeros y cagarruteros que aparecen en los bordes de los extensos viñedos que bordean el paraje.

Sin embargo, unas señales diferentes llaman la atención  del curioso naturalista, que helado, recorre el lecho de la rambla. Se tratan de unas huellas plantígradas inconfundibles que aparecen grabadas en el limo fresco. Un rastro nítido de un grupito de animales que pasó por aquí hace unos días; seguramente no más de una semana. Al seguir las pisadas no tarda mucho en descubrir su escondite; o mejor dicho, uno de sus escondites.

    

En el mismo talud, y protegida por unos arbustos, aparece una boca de lo que parece una madriguera. A su alrededor se extiende una gran cantidad de tierra suelta que claramente ha sido extraída de dentro; y allí mismo se multiplican las pisadas. Incluso a poca distancia se descubre un par de entradas más y unos excrementos realmente peculiares que ya no ofrecen dudas de los autores de tal descubrimiento. Son tejones.

Tejones que, desde luego, animan la monotonía de un paisaje agrario demasiado pobre en lo que se refiere a la biodiversidad que atesora. Las parcelas de vides emparradas, con sus respectivos goteos y alambradas, se pierden en la lejanía. Campo Arcís, Los Duques, Las Casas de Eufemia, Los Ruices; y más allá las aldeas venturreñas de Las Monjas y Los Marcos. Apenas hay algún ribazo o algún seto al que acuden pájaros. La rambla supone un pulmón para la vida silvestre. Un refugio para los últimos representantes de una fauna singular y que corre peligro de desaparición en los desolados campos de cultivo. Y a la cabeza de esa fauna, un animal singular: el tejón, Meles meles.

  

El naturalista, animado por el descubrimiento y a pesar del frío que hace, no duda en esperar a que las sombras lo cubran todo. Escondido a una distancia prudencial y con la precaución de colocarse a favor del viento con respecto a la tejonera se hace piedra con la firme ilusión en detectar a alguno de estos fascinantes animales cuando salga a campear.

Pasan los minutos, y a decir verdad, las horas. El aire corta la cara y de momento no se mueve nada. Allá a lo lejos, en un pequeño bosque isla de la cabecera le ha parecido escuchar el característico reclamo de un cárabo. No sería mala cita en estos paisajes tan transformados.

Y de repente una silueta inequívoca aparece delante de la covacha. Un hocico característico olfatea nerviosamente en todas direcciones. Parece que ha detectado algo y no termina de separarse de su emplazamiento. Entra y sale, y al final se convence que no hay nada que temer. Tras él salen tres cuerpos más. Apenas se distinguen en la oscuridad, pero de lo que no hay duda es que el diagnóstico había sido acertado: son cuatro preciosos tejones los que empiezan ahora su rutina diaria.

Magníficos animales, no dejan indiferente a nadie. Sus cuerpos robustos y rechonchos, recuerdan más a unos pequeños ositos que al resto de integrantes de la familia de los mustélidos. La verdad es que no se parecen demasiado a las comadrejas, a las garduñas o a las nutrias, sus parientes más cercanos en la comarca; al menos en un rápido reconocimiento.

El tasón, nombre por el que se conoce por aquí, presenta unas medidas nada despreciables: de 5 a 10 kilogramos de peso y de 60 a 90 centímetros de longitud, siendo los machos algo mayor que las hembras. Es un animal ciertamente recio y corpulento. En cierto modo, sus hábitos excavadores y la ocupación de bosques con abundante monte bajo han condicionado su peculiar fisonomía. Silueta maciza, patas cortas y dotadas de unas garras muy desarrolladas, orejas y cráneo de pequeño tamaño,  y un morro alargado son sus principales señas de identidad.

En lo que respecta su colorido destaca por encima de todo el peculiar diseño de su rostro. En él aparecen dos conspicuas franjas negras paralelas dispuestas entre el hocico y la nuca y que pasan por sus pequeños ojos, contrastando mucho con el blanco de la cara y de la frente. El resto del cuerpo está cubierto por un pelaje grisáceo, largo y fuerte, más oscuro en las patas y en la región ventral.

Curioso también que en esta época vayan juntos varios individuos, seguramente de la misma familia. Desde luego, un hecho poco habitual entre los mamíferos carnívoros ibéricos. Los tejones son animales sociales, y dependiendo de la cantidad de alimentos que presente el territorio se agruparán en clanes más o menos numerosos.

Así no es raro que los lazos familiares se mantengan unidos cuando los jóvenes ya son totalmente autosuficientes, en vez de que se dispersen fuera del entorno donde nacieron como ocurre en la mayoría de mamíferos carnívoros. Incluso pueden juntarse grupos compuestos por más de una decena de individuos de distintas generaciones, pero eso aquí, en la Meseta de Requena-Utiel, no parece ocurrir  a tenor de los registros de esta especie que se han podido obtener.

Los tejones suelen excavar unas madrigueras subterráneas por lo que al instalarse en un territorio determinado buscan que éste sea no sólo rico en recursos alimenticios sino que presente un sustrato fácilmente horadable. Así, en nuestra comarca tienden a ocupar taludes de tierra, suelos arenosos, y otras litologías similares que les permitan construir huras, y que en ocasiones llegan a ser realmente grandes. Éstas suelen presentar varias entradas comunicadas con diferentes galerías  y con las que acceden a distintas estancias. Estas aberturas podrían funcionar a modo de vías de escape ante la presencia de algún peligro.

En el interior del cubil se ubica la cámara principal, acolchada con hierbas y hojas, donde nacen los cachorros y son amamantados por la madre. Incluso no sería raro que la madriguera dispusiera también de agujeros de ventilación y otras dependencias secundarias donde se refugien los ejemplares jóvenes, como ocurre en  muchas tejoneras bien estudiadas en otros países.

Otro aspecto que llama mucho la atención de la biología de los tejones es el hecho de llevar a cabo un cierto aletargamiento invernal. No es una verdadera hibernación al uso como la que efectúan los osos o los lirones, en la que sus constantes vitales bajan consideradamente. En el caso de los tejones simplemente se nota una menor actividad invernal llegando a permanecer durante varios días en el interior del cubil aprovechando las reservas energéticas en forma de grasa que ha ido almacenando durante el otoño. En cualquier caso, en los ambientes mediterráneos y Requena-Utiel no es una excepción, estas pausas invernales no son tan prolongadas como en otras regiones situadas al norte de su área de distribución europea.

Andan por ahora las hembras preñadas; y eso es otra cosa curiosa con respecto a la mayoría de animales de su entorno. Y es que los tejones disponen de un proceso reproductivo casi único entre los carnívoros ibéricos. Se trata de una especie con implantación diferida de los blastocitos en el útero. Esto significa que los óvulos recién fecundados no empiezan a desarrollarse hasta 8 ó 9 meses después.

Se trata de una magnífica adaptación al medio, ya que aprovechan dos estaciones particularmente productivas en cuanto a alimento para llevar a cabo los episodios del proceso reproductor en que más se va a necesitar la comida. Por un lado en primavera y verano, cuando entran en celo y más energía gastan en sus rituales amorosos, el campo ofrece gran cantidad de recursos que mitiga el enorme consumo energético de unos ardorosos animales. Y por otro lado hacia mediados del invierno, en una fecha adecuada para que pasados unos tres meses y los hambrientos cachorros salgan del cubil con sus padres encuentren todo el alimento que precisen para poder desarrollarse con total éxito.

Medianoche en Requena, la familia de tejones desafía al frío y se interna por los cultivos aledaños al cubil. Saben que no será difícil encontrar comida por allí. La enorme población de conejos que se está dando en los últimos años, y que llegan a producir serios daños en algunas parcelas agrícolas, permite sostener en esta época del año a unos animales rudos y poco especializados en cuanto a dieta se refiere.

El tejón, es capaz de aprovechar los suministros que le aporte el ecosistema en cada momento del año. Incluso, en la misma estación dos grupos de tejones pueden llevar dietas muy diferentes según las características de sus territorios. Es un mamífero extraordinariamente adaptable, hasta el punto de considerarse el menos carnívoro de todos los de su familia taxonómica si las necesidades lo precisan.

Si en el hábitat hay preponderancia de conejo, como aquí es el caso, consume muchos individuos. En la meseta central de Requena-Utiel, desde luego se constituye en un verdadero aliado del agricultor al colaborar en reducir las altas densidades de lagomorfos en determinadas partidas. Incluso llega a capturarlos agrandando sus guaridas con sus potentes zarpas. Ratas, ratones, anfibios, reptiles, lombrices, y artrópodos entre otros animalillos, complementan su dieta proteica. Sin embargo, el tejón hace acopio de gran cantidad de recursos vegetales que sabe aprovechar en cada momento del año: raíces, bulbos, bayas y frutos están entre los más destacados.

Es hora ya de volver a casa. Los tejones deben estar ya lejos de su madriguera. No sería raro que caminaran durante varios kilómetros buscando comida aquí y allá. No retornarán al refugio hasta poco antes del amanecer. Y de día, otra vez serán invisibles. Aunque eso sí, sus pisadas plantígradas y adornadas de la inconfundible marca de sus fuertes garras delatarán sus andanzas por aquí. Quizás mañana el estudioso de los animales vuelva al mismo lugar para repetir la espera y disfrutar de la observación de tan bonitos seres. Pero claro, el éxito en la misma dependerá de cómo hayan llenado la panza hoy. Si les ha ido bien, quizás tarden unos días en salir otra vez.

Y de una bella criatura a otra que no lo es menos: la gineta. Silenciosa, ágil y elegante como pocas. Preciosa habitante de las penumbras. Todo en ella es discreción. 

Al igual que el tejón, la gineta se distribuye por amplias zonas de la Meseta de Requena-Utiel, aunque las costumbres tan retraídas que la caracteriza hacen que pase muy desapercibida también. Desde luego, que tanto un animal como el otro son poco conocidos por las gentes del campo. Sirva pues este artículo para dar luz a unos seres realmente fascinantes.

La gineta, Genetta genetta, tiene unas proporciones mucho más modestas que el tejón. Entre un kilogramo y medio o dos, y apenas medio metro entre la cabeza y cuerpo, eso sí de envergadura aumentada por una larga y poblada cola de casi la misma longitud. El aspecto general también difiere notablemente de nuestro tasón. En realidad la gineta, de figura mucho más esbelta, recuerda de alguna manera a un gato pero con el morro más prominente.

Está perfectamente adaptada a la vida nocturna; ver sin ser vista, parece que sea su lema. Cuenta con un pelaje, suave y apretado, repleto de manchas negras sobre un fondo grisáceo que literalmente rompe su silueta por la noche en los claroscuros del bosque. En la cola, en lugar de manchas, son franjas que se van ensanchando hacia la región terminal ofreciendo a la gineta una imagen anillada inconfundible. La cola, que es grande y poblada, la utiliza a modo de balancín para mantener el equilibrio en el aire cuando salta de árbol en árbol. Y es que la gineta, a diferencia de la mayoría de carnívoros ibéricos de su tamaño, es una excelente trepadora.

Las orejas, por su parte, son grandes y proyectables hacia el foco sonoro, lo que le permite detectar hasta el más mínimo movimiento en un radio considerable. Los ojos, dotados de pupilas verticales, son capaces de vislumbrar el mínimo haz de luz en sus correrías nocturnas; además su posición en el centro del rostro facilita la obtención de una visión binocular con la que calcula con gran precisión las distancias en los lances de caza. Y por último sus patas, perfectamente almohadilladas y con uñas semiretráctiles, son ideales para acercarse a sus presas de manera extraordinariamente silenciosa. La gineta; una cazadora perfectamente diseñada. Un lujo, poder observarla.

 La gineta es el único representante de la familia de los vivérridos en Europa, donde se distribuye casi exclusivamente por la península Ibérica y por el cuadrante suroccidental de Francia. No obstante también se han detectado algunos individuos en regiones más o menos templadas de otros países como Bélgica, Holanda, Alemania, Suiza o Italia (en su extremo noroeste).

Hay que tener en cuenta que este animal, de estirpe africana, en nuestro continente tiene una procedencia ligada al ser humano, que lo llegó a introducir en la península Ibérica seguramente durante distintos periodos de colonización y por diferentes civilizaciones. Siempre se había pensado que fueron los árabes, durante la invasión en el siglo VIII los que habían traído consigo a las ginetas ya que les servía de eficaces controladores de los roedores tanto en sus campamentos militares y castillos como incluso de los núcleos urbanos.

De hecho hay quien afirma que el propio nombre deriva del hecho de que estos animales acompañaran a menudo a jefes y nobles a lomos del caballo a modo de jinetes (se admite también el nombre de jineta; escrito con jota). Estos señores importantes también acostumbraban a lucir aves rapaces, especialmente halcones peregrinos, que amaestraban para cazar con ellas. No olvidemos que la cetrería es un arte cinegético desarrollado en la Edad Media por la civilización árabe y que fue practicada por caballeros y gente de alto linaje en Iberia; primero por la élite musulmana y después ya por la cristiana. Sin embargo, las últimas investigaciones arqueológicas cifran la presencia más antigua de fósiles encontrados en la península Ibérica en torno al 1300 a.C. lo que probaría su entrada en la península al menos dos mil años antes.

En cualquier caso queda claro que la existencia de la gineta en el medio natural procede del asilvestramiento, aclimatación y posterior expansión geográfica de ejemplares inicialmente cautivos. En la actualidad ocupa, de manera mayoritaria, los ambientes típicamente mediterráneos, aunque también se la puede localizar en la cordillera Cantábrica o los Pirineos, por ejemplo; preferiblemente en zonas de baja altitud.

No es demasiado exigente en cuanto a selección de hábitat, pero sí que es verdad que necesita una cierta cobertura vegetal o rocosa para guarecerse. Aquí en la Meseta de Requena-Utiel la gineta está aceptablemente distribuida aunque no es especialmente abundante en ningún sitio. Se la ha podido detectar prácticamente en todos sus municipios, especialmente en zonas boscosas próximas a los medios cultivados. Parece tener cierta predilección por los bosques de ribera de los principales ríos y ramblas comarcales (Cabriel, Magro, Regajo, Reatillo, Albosa, etc.) ya que allí siempre hay cierta variedad y cantidad de alimento. Y es que la dieta de la gineta es muy variada y abunda tanto en componentes animales como  vegetales.

No obstante, y a diferencia del tejón que es un típico animal omnívoro, la gineta es algo más especialista. En realidad si abundan los micromamíferos en el territorio la gineta basa su alimentación en ellos. Se convierte así en un magnífico aliado del agricultor por la gran cantidad de roedores que consume. Pero si en el medio natural escasean estas presas entonces la gineta aprovecha los diferentes recursos que puedan estar disponibles. Así es capaz de predar sobre conejos jóvenes en época de máxima natalidad; sobre anfibios y reptiles cuando éstos están activos; sobre aves, a las que captura hábilmente en sus posaderos de los árboles mientras duermen; o incluso sobre caracoles, insectos y hasta cangrejos de río, si se ponen a tiro. Complementa su dieta con un elevado consumo de frutos silvestres y bayas, especialmente higos, uvas, moras tan abundantes en Requena-Utiel hacia finales del verano y aún durante el inicio del otoño.

Al igual que ocurre con el tejón, la gineta tiene un patrón de actividad eminentemente nocturno, pero a diferencia de él ésta campea en solitario. Suele salir de su refugio bien entrada la noche para campear por un territorio que bien puede tener varios kilómetros cuadrados, dependiendo lógicamente de la cantidad de alimento que le pueda proveer.  En cualquier caso suelen concentrar su presencia en unas áreas de campeo mucho más pequeñas y que sitúan en torno a las madrigueras donde se cobijan y/o se reproducen.

Sombras en la noche; son todo lo que puede esperar el estudioso de los animales que trata de visualizar ginetas a la luz de la luna. Y no es fácil; nada fácil. Sin embargo la confirmación de que un monte está ocupado por la bella matadora no se antoja complicado, la verdad. Sólo habrá que prestar atención a ciertos detalles. Sus huellas, por ejemplo recuerdan a las de un gato montés pero claramente más pequeñas.

Pero lo que no ofrece ninguna duda es el depósito de excrementos que suele colocar en puntos bien visibles del terreno como si con ellos quisiera avisar a sus iguales que ese feudo ya tiene dueño. Estos cagarruteros son realmente espectaculares, tanto por el elevado tamaño de cada deposición como por la gran cantidad de ellos.

Y es que la gineta vive sumergida en un universo olfativo en el que cada efluvio emanado de sí misma ofrece interesante información para otras ginetas del entorno: reconocimiento individualizado, comunicación del estatus social y estado receptivo sexual de los distintos ejemplares. Para ello la gineta se sirve de cuatro tipos de glándulas dispuestas en diferentes partes del cuerpo. Las perineales, que sitúan entre el ano y los genitales, y con las que rocían un objeto sobresaliente del terreno como un tronco o una roca; las anales, con las que impregnan sus propias heces en las citadas letrinas; y por último las dispuestas en las plantas de las patas traseras y la del pelaje, con las que el animal extiende su olor sobre aquellos objetos del medio que considere adecuados.

En la Meseta de Requena-Utiel se han localizado cagarruteros en sitios tan diversos como cantiles fluviales, covachas, desprendimientos de terreno, canteras abandonadas o incluso en el interior de casas de campo. Recuerdo una letrina especialmente espectacular en una habitación situada en el primer piso de una construcción rural deshabitada en Camporrobles a la que accedía la gineta por la ventana trepando por una descomunal parra que adornaba su entrada principal. Noche tras noche, depositaba sus heces junto a otras más antiguas como si fuera un ritual social. Ceremonia que se repetía una y otra vez quién sabe dese cuándo. Comunicación olfativa que se escapaba al entendimiento de nuestra pituitaria.

A veces el encuentro de una letrina indica la presencia cercana de madrigueras donde la gineta se cobija; incluso en alguna de ellas se llega a reproducir. Para ello suele utilizar una maraña de vegetación, un hueco de algún árbol viejo o simplemente un abrigo de la roca bien protegido.

Normalmente el periodo de celo se produce en los meses de febrero y marzo y los partos entre abril y junio, aproximadamente. No obstante en ocasiones, si han perdido la camada, puede haber otro hacia el verano, pariendo las hembras entonces durante los meses de septiembre y octubre. Suelen tener dos o tres cachorros por término medio que serán criados por la madre hasta los 6 a 9 meses de edad; aunque a veces llegan a convivir juntas hasta un año entero. A partir de entonces, el núcleo familiar se disgregará y las jóvenes ginetas se alejarán del territorio natal hasta encontrar un espacio libre que les guste y se acomoden allí.

Ginetas y tejones. Dos animales tan parecidos en unas cosas y tan diferentes en otras. De formas agraciadas y modos de vida singulares. Un lujo tenerlos en la comarca. Apariciones fugaces que se deslizan en la oscuridad. Sombras en la noche, pero también sombras en su futuro. Y es que sus vidas no andan libres de dificultades, de escollos. De trabas que imponen los seres humanos a su inocente existencia.

Desde antiguo los hombres les han declarado la guerra por su condición de animales carnívoros, aunque como acabamos de ver no lo son tanto. Es más, su predación sobre la superpoblación de conejos en los viñedos de Requena-Utiel supone un alivio para sus propietarios que ven amenazadas sus cosechas. Y algo parecido pasa con aquellas áreas donde ratas y ratones pueden hacer mella en los intereses de las gentes del campo. ¿Por qué perseguir pues a estos magníficos animales?

Se los ha perseguido con cepos, con lazos, con venenos y con jaulas-trampa, con la excusa de que pueden ser perjudiciales para la caza. Eso en esta comarca desde luego es un absurdo; más bien todo lo contrario. En realidad, cumplen un papel fundamental en el mantenimiento del equilibrio ecológico, tan difícil de conseguir en los tiempos actuales, en que las injerencias del ser humano en la estructura del ecosistema son muy altas.

Las enormes superficies dedicadas al viñedo en la que escasean los refugios arbolados dificultan el asentamiento de poblaciones reproductoras; el atropello de ejemplares en carreteras; y el uso de productos químicos, especialmente de aquellos para eliminar roedores, son otras serias consideraciones a tener en cuenta para la conservación de estas especies.

Muchos pensamientos que a uno le pasan por la cabeza mientras el frío atenaza la musculatura. Con los ojos fijos sobre el cubil de ayer y la esperanza puesta en que unos personajes de la noche hagan acto de aparición, pasan las horas y parece ser que hoy no va a haber suerte. Es lo que tiene el mes de enero.

JAVIER ARMERO IRANZO

Agradezco a Javier Barona y a Jorge Crespo, dos expertos conocedores de la biología de tejones y ginetas, la excelente colección de fotografías que amablemente me han cedido y que mejoran sustancialmente la calidad de este texto.

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