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Los Combativos Requenenses. /Víctor Manuel Galán Tendero.

Requena (15/06/17)

Durante la Baja Edad Media, el emirato de Granada había logrado sobrevivir a los embates de Castilla, Aragón y el imperio benimerín. No era poco. Incluso había tenido la energía de lanzar cabalgadas contra sus rivales cristianos, que a veces llegaron al interior del reino de Valencia. Celebrados en conocidos romances, los jinetes granadinos fueron adversarios temibles. La intrincada orografía penibética convirtió al emirato en una verdadera fortaleza, a la que desde el siglo XIII acudieron musulmanes de otros territorios ibéricos. Su capital y otras de sus ciudades, como Málaga, fueron justamente celebradas. A veces, el emir nazarí fue considerado por no pocos mudéjares como su verdadera cabeza.

Los enfrentamientos internos de Castilla habían impedido que las guerras civiles granadinas no se convirtieran en fatales para la supervivencia del emirato. Sin embargo, la consolidación de la autoridad de Isabel y Fernando fue un hecho irreversible a la altura de 1480. La conquista de Granada ofrecía una buena oportunidad para canalizar la belicosidad de no pocos caballeros hacia el exterior de Castilla, que ya no percibía los jugosos beneficios de los tributos de vasallaje, las parias, a veces impuestos a los díscolos emires. La llegada de los portugueses al golfo de Guinea había desviado oro de la ruta sahariana que alcanzaba Granada. En un momento en el que los humanistas exaltaron la idea romana de Hispania, los reyes vieron el momento oportuno para concluir la Reconquista y acrecentar su prestigio político, coincidiendo con el avance de los turcos otomanos por Europa. Frente a los enviados del sultán mameluco de Egipto esgrimieron que su guerra no era contra el Islam, sino para recuperar un territorio históricamente suyo, el de la mitificada monarquía visigoda.

Unos incidentes fronterizos de 1482 ofrecieron el pretexto para la guerra, que en este caso no se saldaría con una demostración de fuerza castellana y la reimposición de las parias, cuestionadas abiertamente poco tiempo después. En Castilla la monarquía hizo una verdadera demostración de autoridad y movilizó a sus súbditos con gran eficiencia. Los concejos aportaron sus huestes y los nobles sus lanzas, convenientemente estipendiadas. Fue la culminación del ejército de la Castilla de la Baja Edad Media, pero también el comienzo del moderno de la nueva monarquía autoritaria, con sus profesionales del arma de artillería.

En 1485 las divisiones de la familia real granadina ayudaron a Isabel y Fernando a darle a la guerra un giro favorable a sus intereses. Decidieron entonces emplear a conciencia sus fuerzas. El 15 de noviembre de 1486 se hizo el llamamiento de todos los caballeros e hidalgos de Castilla para que entraran en campaña a la primavera del año siguiente.

Requena realizó un esfuerzo importante y mandó entre caballeros e infantes unos 130 hombres, con una población que no sobrepasaría las 2.000 personas. La hueste municipal había sido habitualmente requerida para defender los términos propios, especialmente en los días de enfrentamientos con Aragón. Ahora era empleado su núcleo en una campaña distante, pese a la cercanía de las comunidades mudéjares del reino de Valencia. Las acciones emprendidas entonces condujeron a la rendición de Málaga el 19 de agosto de 1487.

En 1488, cuando la peste asoló Andalucía y creció la tensión en Europa a consecuencia de la disputa de Bretaña, las operaciones no mantuvieron el mismo ritmo. No obstante, los requenenses ampliaron su participación a 200 combatientes, que combatieron en la parte oriental del emirato, en tierras almerienses, coincidiendo con la mayor participación murciana y valenciana en la contienda.

Aquella fue la última carga de los requenenses durante la Reconquista. Más tarde vinieron otras formas de combatir bajo las banderas del rey.

Fuentes.

Colección Herrero y Moral, II.

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