Gran acogida de la Ruta del Tapeo de Utiel con cientos de degustaciones ofertadas y un extraordinario ambiente festivo
Leer más
Movilización de Maquinaria Pesada para Combatir Incendio en Planta de Reciclaje de San Antonio de Requena
Leer más
AVA-ASAJA insiste en pedir ayudas urgentes a los viticultores tras sufrir las primeras heladas
Leer más

Cuaderno de Campo. La Naturaleza de la Meseta de Requena-Utiel

Javier Armero Iranzo   /   29 de octubre de 2019

Hace unos días que se abrió la veda en la Comunitat Valenciana. Como es tradicional, el pasado 12 de octubre, festividad del Pilar, cientos de cazadores se echaron al monte iniciando un año más la temporada cinegética. Para hacernos una idea del volumen de gente que mueve esta actividad, un total de 13.952 cazadores sacaron su licencia en la provincia de Valencia en 2018 para llevar a cabo su afición. Antigua afición que se remonta a la noche de los tiempos y que, en muchos casos, se transmite generacionalmente de padres a hijos.

La perdiz roja, reina de la caza menor.

Es una tradición arraigada en los pueblos y aldeas de nuestra comarca aunque, la verdad, cada vez menos. De hecho ahora mismo en la Comunitat Valenciana apenas hay una tercera parte de licencias de caza de las que había hace treinta años. Pero ahí están los cazadores, un año más en el monte con la ilusión de empezar una nueva campaña. Es evidente, y eso hay que reconocerlo, que los cazadores tiene afición por el medio natural, por el aire libre, por los paisajes e incluso por la observación de la vida salvaje; al igual que la tienen muchos naturalistas de prismáticos al cuello y de guías de campo en mano. Eso es indudable.

También hay que reconocer, incluso, que la práctica de la caza tiene unas implicaciones muy positivas en el mantenimiento de los ecosistemas, aspecto innegable para el amante de la naturaleza. Por ejemplo el papel que desempeña en la creación y mantenimiento de bebederos en épocas de sequía (muy duras en las tierras del interior valenciano, especialmente). O también el laboreo de parcelas en el monte que lo hace más productivo al suministrar un aporte extra de alimento para los consumidores primarios y que, indirectamente, beneficia igualmente a sus predadores naturales.

Imagen invernal de la sierra Martés.

Y hay que admitir, además, que el papel de los cazadores en algunas localidades puede ayudar puntualmente al agricultor a mitigar los daños sufridos por determinadas especies en sus campos de cultivo. La agricultura en la Meseta de Requena-Utiel supone una fuente de ingresos esencial en la economía de sus habitantes por lo que la merma de producción ocasionada por los animales salvajes se presta de argumento para que los cazadores puedan aumentar el cupo de capturas sobre éstos.

A mí, personalmente no me gusta la caza. Pero trato de empatizar con todas las posturas y siempre buscar el mejor acuerdo entre ellas que favorezca lo que nos une: el amor por la naturaleza. Conozco a muchos cazadores e intento tener buena relación con ellos. A muchos les tengo aprecio por motivos personales y a todos los respeto, en cuanto están realizando una actividad legal.

 Yo mismo, de niño, contaba los días que faltaban para que fuera fin de semana y así poder acompañar a mis tíos al coto de Viñuelas (Cortes de Pallás) y otros montes de la espectacular sierra Martés en jornadas dedicadas a la caza menor (principalmente para perdiz y conejo). No por la caza en sí, sino más bien por la oportunidad que se me brindaba por estar un día al aire libre viendo campos y animales.

A día de hoy, más de treinta y cinco años después, he de reconocer que ni entonces me gustaba la caza ni por supuesto ahora. No veo necesario tener que matar a un animal para disfrutar de una jornada de campo. De hecho me acuerdo perfectamente que cuando salía con mis tíos por El Zurrubete, por El Rodenar o por otros parajes de aquella entrañable sierra rezaba para que no abatieran ningún animal.

Desde muy pequeño, e influenciado por aquellos maravillosos programas de Félix Rodríguez de la Fuente, ya eran otras mis motivaciones con la naturaleza. Me daba pena ver morir a los animales, y me sigue dando pena ahora.

Pero repito, respeto mucho a los cazadores que, como lo hacían mis propios tíos, salen al campo a disfrutar del medio natural; y lo hacen tanto como lo hago yo mismo. Aunque no puedo compartir, para nada, sus intereses. En absoluto.

Además no puedo obviar aspectos cinegéticos que son muy mejorables y que, desde el punto de vista de la conservación de la biodiversidad afectan negativamente al ecosistema y, especialmente, a muchas de las especies que lo integran. Precisamente de esto quería dedicar el Cuaderno de Campo de hoy. Es un tema delicado y no me gustaría herir sensibilidades. Intentaré, como siempre lo he hecho en estos artículos, hacerlo de la manera más respetuosa posible; no podía ser menos.

Vallado cinegético en Venta del Moro

Me voy a centrar en nombrar algunos aspectos relativos a mi querida comarca, la Meseta de Requena-Utiel, a la que he dedicado muchas horas de observación y estudio de su medio natural. Aunque imagino que muchas de estas consideraciones son perfectamente extrapolables a otras comarcas valencianas o incluso españolas.

Podría empezar por las fincas dedicadas principalmente a la caza mayor y que se encuentran valladas. Enormes extensiones de naturaleza que han sido cerradas al paso de personas que ya no podrán pasear por su interior ni observar los valores naturales que se dan en sus distintos rincones. Una pena privar a la gente de poder disfrutar de un día de campo en cada vez más terrenos a lo largo y ancho de la península Ibérica, y también de Requena-Utiel.

Enormes fincas de caza cerradas al público en cada vez más montes. En el término de Venta del Moro, por ejemplo, alrededor de un tercio de su superficie municipal queda ya dentro de las verjas. Pero también otros municipios sufren esta lacra. Así, en Requena, por ejemplo la lista de parajes es demasiado larga: sierra de Juan Navarro, río Reatillo, pico del Tejo, sierra de La Herrada, Derrubiadas del Cabriel,…

Parajes ya inaccesibles; multitud de senderos, caminos de herradura y carreteros, ancestrales e históricos, patrimonio de todos, cerrados al paso. Se le está poniendo puertas al campo. Pero eso, siendo triste, no es lo único que pasa en estas propiedades. Lo peor es cómo afectan estas fincas al propio monte. Los cercados impiden la libre circulación de los animales silvestres, (especialmente de ungulados y medianos carnívoros) y dificultan la conexión entre poblaciones.

Además, y esto es especialmente serio, estas fincas presentan por lo general una densidad de animales de caza (ungulados herbívoros) muy por encima de la capacidad de carga de estos montes. Ello tiene serias consecuencias en el estado de la vegetación natural, con especies muy afectadas por el excesivo ramoneo de las plantas y que a la larga conduce a una transformación en la composición florística del monte en pro de una selección de aquellas especies poco aprovechables por los herbívoros. También se han llegado a vallar montes, como el Tejo u otros de la cuenca del Reatillo, que aún se encuentran en proceso de regeneración tras etapas de incendios forestales virulentos, aspecto que condiciona su viabilidad futura. E incluso se cierran fincas que presentan unos suelos muy pobres como los que aparecen en muchas solanas del valle del Cabriel, por ejemplo, con las consecuentes afecciones edáficas y botánicas.

Zorro en un viñedo, excelente aliado del agricultor.

Por otro lado, y ya se ha hablado en alguna ocasión en estos ensayos, el control de depredadores que se hace en los cotos de caza no siempre son lo selectivos que se podría desear. Muchas veces, consciente o inconscientemente por parte del guarda de caza del propio coto, mueren mamíferos carnívoros estrictamente protegidos por la ley en lazos legales dispuestos para los zorros Vulpes vulpes. La decisión última de que el animal pueda ser liberado o no por parte del guarda que revisa el artefacto, y desgraciadamente no siempre es la adecuada.

Incluso la conveniencia de la captura del zorro es cuestionable. El zorro es un elemento más en las cadenas tróficas mediterráneas. Un animal magnífico, precioso como pocos, y que cumple un papel determinante también en el equilibrio ecológico. Además, su particular respuesta a las presiones cinegéticas hace que en apenas unas temporadas su demografía se recupere al nivel inicial poniendo en duda la eficacia de los controles poblacionales que sufre por parte del colectivo cazador.

Para colmo aquí, en la Meseta de Requena-Utiel, llama la atención que se permita su caza cuando es un eficaz controlador de la enorme cantidad de conejos que afecta a los cultivos de vid en la meseta agrícola central.

Hay áreas vitivinícolas severamente afectadas por la superpoblación de conejos por lo que permitir la caza del zorro en zonas a partir de tan sólo 500 metros de las parcelas agrícolas afectadas es un sinsentido descomunal.

Y eso es lo que ocurre en nuestra comarca al amparo de la legislación actual (Orden del 11 de junio de 2009 de la Conselleria de Medio Ambiente por la que se aprueban directrices extraordinarias para el aprovechamiento, gestión y control del conejo de monte en la Comunitat Valenciana), incluso durante los meses de abril y mayo en que los raposos se hallan inmersos en pleno proceso reproductor.

Y al respecto, también se me plantea la duda de si sabrá el cazador qué parcelas tienen daños agrícolas y cuáles no a la hora de acabar con el zorro. En fin, desde mi punto de vista, esto no hay por dónde cogerlo.

Codorniz, al refugio de un arbusto en verano. José Ventura.

¿Para cuándo la mayoría de cazadores considerarán al precioso cánido como un integrante más del ecosistema? ¿Para cuándo la admiración y el respeto será una prioridad? Creo que no todos los cazadores piensan lo mismo al respecto; de hecho ya se va notando una clara evolución de posturas en relación a épocas pasadas. Pero todavía hay un largo camino por recorrer.

En otro orden de cosas también hay mucho que avanzar con respecto a una serie de animales que a día de hoy todavía son considerados oficialmente como especies cinegéticas. De hecho me entristece notablemente comprobar cómo la codorniz, paloma zurita, la grajilla, la corneja, la becada o el zorzal real, por ejemplo, siguen consideradas como especies de caza a pesar de que sus menguadas poblaciones naturales distan mucho de ser numerosas; ni siquiera comunes. Más bien todo lo contrario.

En la última Orden de Vedas publicada el pasado 11 de julio por la Conselleria de Agricultura, Desarrollo Rural, Emergencia Climática y Transición Ecológica, por la que se fijan los periodos hábiles y las normas de caza en las zonas comunes, aparecen como cinegéticas estas aves y otras especies más que de ninguna manera deberían ser abatidas por los cazadores en el ámbito autonómico valenciano.

Es algo que se arrastra de año en año desde hace ya muchas décadas y que está totalmente desfasado en los tiempos actuales a tenor de los datos que se tienen ahora mismo de estas especies.

El caso de la paloma zurita Columba oenas es especialmente llamativo. Sigue apareciendo su nombre entre la lista de especies que se pueden cazar. Y además tanto en la media veda como en el calendario general. Es realmente incomprensible como una especie en serio declive poblacional pueda ser abatido por los cazadores. De hecho, yo mismo colaboré en la redacción de la ficha del Atlas de las Aves de la provincia de Valencia sobre la situación de la especie a tenor de los datos recopilados por numerosos ornitólogos de distintas comarcas, y su análisis no puede ser más pesimista. Según los datos que se disponen en los trabajos de campo del citado estudio se calcula que actualmente su población debe rondar las 65-78 parejas reproductoras repartidas en muy pocas localidades. De ese menguado contingente algo más de la mitad corresponde a individuos nativos de la Meseta de Requena-Utiel, y el resto muy repartido entre otras demarcaciones del interior, pero con escasa relevancia y un futuro muy incierto.

La situación de la especie en la provincia de Alicante también es muy desalentadora, ya que para toda ella se han calculado unas 286 parejas nidificantes. De Castellón ni siquiera se han hecho censos específicos para la totalidad provincial. Ante semejante panorama no se entiende por qué se permite aún su captura. Tampoco se entiende por qué se ha dado una moratoria a su caza este año únicamente en el ámbito territorial del parque natural de las Hoces del Cabriel. En realidad es allí donde se concentra aproximadamente la mitad del contingente provincial. Claro que no debe cazarse allí por los bajos números que se dan, pero desde luego tampoco debe hacerse en otras localidades donde su situación es todavía más alarmante. Es algo incomprensible que espero no se arrastre en otras temporadas si es que no queremos perder para siempre a la zurita en sus tradicionales feudos de cría.

La grajilla, una de las joyas naturales de Requena-Utiel. Iván Moya.

Y si esto pasa con esta bonita paloma no es mucho menos lo que le ocurre a uno de los córvidos más bellos e interesantes de Valencia: la grajilla Corvus monedula. Magnífica especie pero también una de las más raras a tenor del severo declive poblacional por el que parece estar pasando. Las cifras hablan por sí solas. En una reciente revisión de su estatus poblacional a nivel de la provincia de Valencia también en base a la preparación del citado Atlas se corrobora su delicada situación: apenas 290 parejas reproductoras, pero con indicios fiables de que aún sean muchas menos (cercana a las 135 parejas). Para la provincia de Alicante se estiman unas 1.317 parejas y no se tienen datos para la de Castellón.

No consta que la grajilla tenga ningún tipo de incidencia negativa sobre las producciones agrarias ni sobre el resto de especies cinegéticas. Además su carne no ofrece ningún interés para su posterior consumo por lo que no debería ser permitida su captura bajo ningún concepto a no ser que se demostrarán con estudios científicos que su presencia fuera perjudicial para el ecosistema. Una vez más la mala reputación que lastran los córvidos desde hace mucho tiempo perjudica a la grácil y atractiva ave.

Aquí, en Requena-Utiel se concentran prácticamente la mitad de las grajillas valencianas y puedo decir, sin temor a equivocarme, que su presencia es cada vez menor, tanto en localidades de cría como en número total de ejemplares. Seguramente los cambios acaecidos en el paisaje agrario, con cada vez menos atractivos en recursos para la grajilla están detrás de esas evidencias. Si a eso le añadimos que todavía pueden dispararse legalmente tanto en la media veda como en la general se explica que su dinámica demográfica sea recesiva.

Más aves que llaman la atención en estos listados cinegéticos. La codorniz Coturnix coturnix, por ejemplo, también se puede cazar en nuestra comarca; concretamente en la media veda, por su condición fenológica estival. Pero qué difícil es ya localizarla. Cada vez quedan menos campos apropiados para ella. La superficie vitivinícola ha copado la mayoría de parcelas que se dedicaban al cereal (en los secanos) o a la alfalfa (en los huertos de regadío) que eran buscados por la especie. Y en los pocos parajes donde se refugian las últimas (especialmente en los términos de Camporrobles o de Sinarcas) la presión cinegética que sufre amenaza con hacerla desaparecer. Ni un respiro ya a la pequeña codorniz.

Zorzal real, un raro invernante en Requena-Utiel. José Ventura

Y si eso ocurre en verano, con la llegada del frío a la comarca otros raros visitantes se encuentran con una cohorte de escopetas. Las escasísimas avefrías Vanellus vanellus y becadas Scolopax rusticola que llegan a las zonas más húmedas (en los prados de la llanura agraria central las primeras; y en los barrancos forestales más apartados las segundas) hacen frente a un eventual número de bajas que desde luego no debería consentirse. Caso parecido ocurre con dos especies de zorzales invernantes, el alirrojo Turdus iliacus, pero sobre todo el real Turdus pilaris. Para este último, sus efectivos anuales son extraordinariamente escasos, al menos en la provincia de Valencia y en concreto en la Meseta de Requena-Utiel donde no se llegan a citar siquiera en todas las temporadas, y si se hace siempre en torno a unas pocas unidades, generalmente.

Pero, ¿por qué pasa esto? ¿Por qué se siguen cazando estas especies? Se echa en falta unos criterios técnicos objetivos y basados en estudios científicos serios que avalen la conveniencia de que esas aves no se puedan abatir. Y hasta ahora parece que solamente las estadísticas cinegéticas que se conforman con los datos recogidos por los propios cotos de caza son seguidos por los gestores de la Administración Valenciana para establecer anualmente esas órdenes de vedas. Y claro, esas cuentas están repletas de inexactitudes, bien por confusión de especies parecidas (por ejemplo palomas zuritas por torcaces Columba palumbus, o grajillas por cornejas Corvus corone) o bien por intencionalidad directa para hacer ver que algunas especies no son tan raras como en realidad lo son y así continuar con la posibilidad legal de matarlas. En este sentido llaman mucho la atención cifras oficiales de capturas tales como las 11.253 zuritas abatidas durante la temporada pasada en el conjunto de la Comunitat Valenciana, desglosadas en 456 para Castellón, 6.683 para Alicante y nada menos que 4.114 para Valencia (alrededor de 30 veces más que toda la población reproductora en dicha provincia; algo realmente inaceptable). Para las otras especies citadas pasa más de lo mismo; datos que no se los cree nadie, la verdad. Y así siguen las cosas; un año más, y otro, y otro.

El corzo, el duende del bosque. José Ventura.

Y si estas cosas pasan con las aves, con los mamíferos también hay mucho que decir. Por ejemplo también aparece como animal cinegético el corzo Capreolus capreolus, pequeño cérvido forestal que estuvo desaparecido de nuestra comarca durante prácticamente un siglo, precisamente por persecución directa por parte del ser humano y que desde hace poco más de una década empieza a colonizar otra vez nuestros montes a partir de las poblaciones que quedaron relegadas en las provincias de Cuenca y de Teruel.

Sin embargo sus densidades aún no son lo suficientemente elevadas para considerar al animal un elemento a abatir. O mejor dicho, no hay los mínimos estudios científicos que avalen tal demografía y que haga conveniente convertirlo en una especie de caza. Y, desgraciadamente y prácticamente desde que empezaron a avistarse algunos ejemplares ya se le podían dar muerte.

Y por otro lado, el jabalí Sus scrofa, objeto de deseo de tantos y tantos cazadores. Legalmente está permitida su captura mediante distintos modalidades hasta el último día del mes de febrero. No digo que no haya que hacer controles de su población, pero no en fechas tan avanzadas en determinados lugares sensibles ya que por entonces muchas especies amenazadas de nuestra fauna, especialmente las grandes rapaces rupícolas (águila perdicera Aquila fasciata, águila real Aquila chrysaetos y búho real Bubo bubo) ya han empezado el proceso de reproducción. El movimiento de decenas de personas y de perros en batidas en las inmediaciones de los nidos puede echar al traste el esfuerzo de toda una temporada entera de cría.

También en relación a los mamíferos, y en concreto a las Zonas Importantes para los Mamíferos (ZIM) que son aquellos parajes españoles que albergan a las especies de mayor valor en conservación cabe decir que, según un estudio exhaustivo que se hizo al respecto, la caza ilegal supone la cuarta amenaza con mayor incidencia registrada, tras la destrucción del hábitat, las molestias antrópicas y el desarrollo urbanístico. Además, y relacionado con la práctica cinegética también aparece en séptimo lugar la caza insostenible, en el décimo el uso de venenos, o el uso de métodos no selectivos de captura en el número 17 del listado de afecciones.

Evidentemente, todas esas incidencias no son derivadas de una caza respetuosa y sostenible sino de una mala práctica de la misma. Afortunadamente, en los centros de recuperación de fauna salvaje ya van entrando menos animales protegidos que han sido disparados que hace unos años. Eso es una realidad, bien sea por la mayor concienciación del colectivo cinegético o bien sea porque hay ya muchos menos cazadores que antes. Hoy, y eso hay que reconocerlo, son otras las afecciones de mortalidad directa las que sufren mayoritariamente los animales salvajes. Probablemente una de las más serias sea la electrocución con tendidos eléctricos, una lacra para las aves rapaces de dimensiones extraordinarias. Hoy por hoy hacen más mal los malos tendidos que los malos cazadores.

Cartuchos abandonados en la sierra del Negrete (Utiel). Víctor París

Hay más temas que tratar relacionados con la caza y la conservación de la biodiversidad aunque de desigual incidencia en el ámbito comarcal que nos ocupa: confusión de especies a la hora de disparar, contaminación genética por suelta de perdices no autóctonas, fomento de especies foráneas como muflones o faisanes por ejemplo, entre otros. Todo ello daría mucho que hablar también.

La caza, un eterno debate entre posiciones antagónicas. No es mi objetivo, ni en realidad lo quiero. No soy quién para decir a otra gente lo que debe de hacer y lo que no. Y máxime cuando conozco a muchos cazadores y tengo una excelente relación de afecto con algunos de ellos. Vuelvo al principio; respeto mucho a este colectivo, aunque no comparta el fin último de su actividad.

Está claro que la caza tiene implicación directa con la conservación del medio natural, tanto para bien como para mal. Y he tratado de argumentarlo con la mayor objetividad y precisión que he podido. Sólo deseo que en esta temporada que ahora comienza cazadores y no cazadores disfruten de la mejor manera posible de una naturaleza que cada uno, a su manera, ama.

JAVIER ARMERO IRANZO

Agradezco a José Ventura, a Víctor París y a Iván Moya por la generosa cesión de sus excelentes fotografías.

 

Comparte: Reflexiones en torno a la caza