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LA BITÁCORA DE BRAUDEL Por Juan Carlos Pérez García

Sentado en la dura silla –pero por dura, ideal para estimular la concentración- del instituto, en medio de un claustro, que ha sido convocado como mero trámite y convertido, en virtud de la multitud de pequeños recelos-odios-venganzas que anidan en una organización como esta, en una complicada asamblea de profesores (reunión de pastores, …), recordé unos viejos papeles a los que tenía que hincar el diente nada más llegar a casa. Papeles viejos, procedentes de un archivo tradicional, pero ahora convertidos, gracias a la tecnología, en imágenes digitales.

Hace años iba pertrechado a los archivos de bolígrafos, cuadernos y lápices, con el fin de tomar apuntes. En el mejor de los casos podría seleccionar algunas páginas para fotocopiarlas. Empecé con una Kodak hace doce años (y ya entonces llegaba a esta tecnología algo rezagado). Ahora puedo almacenar en el disco duró cientos, miles de archivos. Así, pues, en solo unos años, los avances tecnológicos han transformado los métodos de los historiadores y de otros investigadores. Antes había que pasar mucho tiempo en pueblos y ciudades alejados, con lo que suponía de gastos. Mi amigo Cándido, Candi –para mí-, me ofrece un café; ya verás como esto se enreda, me dice, mientras pienso en esa letra endiablada que a veces me quita el sueño; sí, esa que recuerda a aquellas espirales que trazábamos en las añejas caligrafías escolares.

La transformación también ha alterado muchos de los archivos existentes en todo el mundo, considerados durante mucho tiempo como lugares adormilados, mortecinos, con amplias y a menudo mohosas colecciones de documentos que rara vez veían la luz del día. Hoy los archivos nacionales españoles pueden consultarse desde casa, al menos en una porción. El claustro escuchaba entonces las palabras de una compañera, de esas que siempre tiene razón, dotada de tal nivel de sabiduría que es capaz de dar consejos sin pestañear. Estas competencias –por emplear un término de uso educativo hoy corriente- siempre me han resultado admirables, yo que tengo una vida tan desordenada y soy en mi mismo la personificación del desorden. Sería absurdo que tratara de aconsejar, siendo incapaz de poner cordura en mi vida cotidiana.

A pesar de las bondades en cuanto a potencial académico y beneficios, hay quien ver en esta apertura de los archivos una bendición ambivalente. Los archiveros que custodian documentos que en el pasado raramente habían sido estudiados, salvo por un puñado de historiadores, están preocupados por el daño que algunos investigadores descuidados puedan causar a las encuadernaciones de los libros, al aplanarlos para obtener buenas imágenes. Es sorprendente pero todavía hay archivos tan mal dotados que se pueden robar documentos. En el Diocesano de Cuenca esto ha sido casi objeto de un campeonato de tipo deportivo, puesto que falta una parte considerable de la documentación generada a propósito de nuestra comarca. Cuando habla mi compañero Eduald es para escuchar, así que mejor dejar estos pensamientos. Dice que debemos votar sí al Plan Exit de la Consejería de Educación. Tiene buenas razones: significará un refuerzo para los chavales con dificultades y aportará horas a nuestros profesores interinos. Alguien se levanta y le replica. Vaya por Dios, no tenemos remedio, pienso para mis adentros. Dirijo, embebido por el debate claustral, mis pensamientos a los papeles y la tecnología, y también a esas bases de datos como la de los mormones, que tienen el valor de ir digitalizando archivos por todo el mundo. No sé cuando acabarán de digitalizar el mundo entero, pero el claustro se eterniza. Parecía de trámite y se está convirtiendo en batalla campal: varias voces se levantan y tachan el plan de la Generalidad de exclusivamente cosmético y político; pura propaganda, dice una compañera, por supuesto en el valenciano normalizado, como ella misma afirma. El término normalizado se las trae; espero que no me pretenda normalizar a mí, con tan poco acento valenciano como de Londres. Alguien espeta que no está dispuesto a colaborar con un poder corrupto y, además, anti-valenciano. Si no me equivoco la última palabrita viene a colación de la última, eterna, polémica sobre esta lengua. Con la política hemos topado. Ahora que pienso, pues también hay política en los archivos. Si no, ¿por qué en la red PARES, que digitaliza documentos y los sirve en Internet, no hay una gran representación del Archivo de la Corona de Aragón de Barcelona? Acaba votándose, y ahí estoy yo votando afirmativo. Hay quien me mira raro y pienso en esos papeles digitalizados, medio mojados, medio quemados que me esperan. Al menos no se quejan, aunque también tengan mucha política dentro.
En Los Ruices, a 19 de febrero de 2014.

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