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LA BITÁCORA DE BRAUDEL. JUAN CARLOS PÉREZ GARCÍA

Cuando me viene el barrunto me da por pasear por la ciudad. No es algo que practique con frecuencia, porque me gusta más montar en bicicleta, leer, trabajar en el campo. A Valencia me refiero. Ciudad demasiado grande para mí. Tráfico, ruido permanente, contaminación, masas de gente de aquí para allá. Un inmenso enjambre al que acudimos demasiados. Mi barrio no es el centro, afortunadamente; su arquitectura, monótona, fría, insípida no evoca nada. El paseante no se siente atraído por estos edificios de la mundo moderno, ese al que creemos dotado de verdades absolutas. Ahora anda la gente con bolsas de compras; el asunto del consumo.

Estos edificios fríos también existen en Utiel y en Requena. No sé por qué nuestros antepasados tuvieron que construir estas colmenas repletas de gente. Con lo bien que viviríamos en nuestras casas de siempre. La calle Real de Utiel y el Cebo todavía tienen aromas tradicionales. Edificios antiguos conviven, es verdad, con las modernas edificaciones menos salerosas, aunque sean quizás más cómodas. Incluso la presencia de comercios tradicionales proporciona un ambiente clásico, auténtico. es sorprendente que en este país que ha abrazado la modernidad tan rápido, aún sobrevivan este tipo de comercios. Quizás esta crisis devastadora sea mortal para muchos; porque Valencia, la urbe cuya hambre nunca acaba de saciarse, está muy cerca.

En efecto, la arquitectura es evocadora, mas también acogedora, crea ambientes agradables, hostiles o de los de ni fu ni fa. A veces en muchos edificios sólo es posible colgar el Papá Noel de los chinos. Pasear por las aldeas también proporciona ciertas satisfacciones, especialmente si se ha conservado bien la herencia de la arquitectura popular antigua, recia y plena de sabor rural y campesino. Encaladas, aún sobreviven las viejas casas de siglos atrás.

Cosas de mis preferencias, manías del ser. Siento una inclinación especial por la arquitectura antigua. Hay mortales a los que no les interesa el edificio vetusto. Mi caso es el contrario. En ocasiones uno tiene la oportunidad de vivir esta arquitectura vieja, como cuando te alojas en una casa antigua o en un hotel del mismo tipo. En la comarca tenemos una apreciable red de casas rurales que remiten a esos ambientes de lo viejo sin renunciar al cómodo mundo de la modernidad. A veces estos edificios deparan sorprendentes hallazgos.

Hace poco tiempo, los dueños de Casa Lucía, en la villa de Requena han puesto al día una casa imponente. Es pequeña, pero sorprendente. Para empezar un intrigante arco de sabor gótico te da la entrada nada más traspasar la puerta de lo que fue una modesta vivienda de los abuelos del amo. Dentro, no acaba uno de sorprenderse. Una torre, una de las muchas del amurallamiento antiguo de la villa, es el núcleo en torno al cual se ha organizado durante centenares de años esta casa. El espacio es extraordinariamente pequeño, pero los antiguos habitantes reutilizaron el exterior de la torre para acomodar su vida en un reducido espacio. El aire de lo antiguo y auténtico, el aroma a esfuerzo por sobrevivir de las generaciones pasadas se desprende a cada instante de la torre-casa. Y desde afuera de la cas, junto al templo de Santa María, nada parece que encontraremos un ambiente acogedor y espectacular. El arco remite a lo desconocido, a una estructura de la villa que nos es completamente desconocida. En el futuro se conocerá como fue siglos atrás ese sector de la ciudad antigua.

Sin embargo, cuando caigo en la cuenta, a veces me da por pensar que me estoy haciendo viejo. ¿Hay un destino escrito en el que el paso de los años determina un interés creciente por el pasado, por las raíces y los orígenes? Un amigo me recuerda que sí: “te estás haciendo viejo, tío”.

Sí quizás me estoy haciendo viejo, pero sigo encastillado en lo mío: me resisto ha hablar de Cataluña.

Ya que estamos a las puertas: que paséis unas buenas fiestas.

En Los Ruices, a 18 de diciembre de 2013. Juan Carlos Pérez García

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