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Requena 24 enero 2017/ LA HISTORIA EN PÍLDORAS /Ignacio Latorre Zacarés
“Estoy ardiendo y siento frío” es el estribillo de una gran canción de Manolo Tena (a mi humilde parecer el mejor letrista pop español) dedicada a su compañera de vida y muerte. Pues sí: nevó y en cantidad. Y pareció “la fin del mundo”: carreteras cortadas con gente atrapada en ellas, apagón de luz de casi dos días (o más según sitios), sin agua, sin calefacción, sin telefonía, sin wifi (¡!), sin tren, sin… Llegué a casa por una carretera casi ya imposible. A medida que desaparecía todo, en mi casa nos reunimos la familia alrededor de la única cocina y calefactor de gas que teníamos. Comiendo juntos, hablando juntos, caminando juntos por el campo nevado, salieron a la palestra los juegos de mesa, se leyó a la luz de las velas y linternas, se encendió la radio a pilas, se recogieron cubos de nieve para hacer agua… Los viejos postes de madera de luz se mantuvieron erguidos, mientras las nuevas torretas de hierro se troncharon a decenas.

Sí, nevó. Pero, como bien escribe el periodista José Sierra, algo no va bien cuando que nieve en los Pirineos en invierno es noticia. Es como si fuera titular de portada que un perro ladre. Y por dos inviernos excesivamente benévolos que hayamos tenido en esta Meseta de Requena-Utiel, la misión de esta píldora es recordar que aquí siempre ha nevado y es más, los nevascos poderosos han sido una constante en nuestra historia. Les cuento.

El archiconocido refrán “Año de nieves, año de bienes” acierta sobre todo cuando los copos caen en su tiempo que es invierno y si observamos las noticias de nevadas en la comarca casi todas ellas precipitan en enero. Los días de nieves se llamaban en la comarca “días de fortuna” y se prohibía cazar por estar el animal en gran desventaja con el humano (aún se sigue prohibiendo la caza en días de nieves como en el siglo XVI).

Muchas de las noticias de las nevadas históricas coinciden con el tiempo histórico que se denomina “Pequeña Edad de Hielo” que transcurrió entre el siglo XVI (algunos autores lo estiran hasta el XIV) y mediados del XIX con máximos en 1650, 1770 y 1850.

La documentación nos relata frecuentes periodos de nieves y hielos como en el invierno de 1695 que provocó mucha pobreza que se quiso minorar con limosnas. Pero el verdadero “annus horribilis” de la comarca fue el transcurrido entre 1728 y 1729. Tras el terrible temporal de lluvia y piedra conocido como “La Noche de Santa Sabina” acecido el 27 de octubre de 1728, que arrasó toda la infraestructura de la comarca (caminos, puentes, molinos, acequias, casas…), llegaron a partir del 20 de diciembre quince días seguidos de nieves y hielos que impidieron pastar a los ganados y obligaron a permitir el corte de ramas de carrascas y pinos para darles de comer (antes el corte de ramas estaba severamente penado). El 5 de enero la nieve en Requena llegó a los 90 cm.

Pero como las calamidades no vienen solas, las incidencias meteorológicas de 1728-1729 causaron una epidemia de tercianas y gripe. Para las calenturas, los médicos recomendaban la aplicación de agua o paños de nieve. Para ello Requena tenía su red de pozos de nieve que se ubicaban en la Sierra del Tejo como el de Mariluna (supuestamente construido en 1505) de donde se surtían los pozos ubicados en El Cerrito y Las Peñas. En la severa epidemia de tercianas de 1724-1725 se tuvo que recurrir a la nieve de Aliaguilla y también se quedó sin nieve el pozo en las tercianas de 1783. Por cierto, el pozo de la nieve se arrendaba todos los años por el Ayuntamiento de Requena (algún día hablaremos de ello).

Otra gran nevada acaeció el 24 de enero de 1779 que provocó el hundimiento de la Torre del Salvador de Requena, lo que generó un gran pleito, ya que con la torre cayó el reloj municipal (además de varias casas) y el Ayuntamiento intentó que la Iglesia pagara el coste de su reparación. Dimes y diretes: que si el Ayuntamiento quería llevarse el reloj al castillo; que la Iglesia que no porque la campana era suya y amenazó de excomunión a los munícipes; que el Ayuntamiento lo instala temporalmente en el Templo de Santa María y al final acaba colocándose un nuevo reloj en la torre restituida del Salvador un 30 de marzo de 1784.

La Pequeña Edad de Hielo tocaba a su fin, pero aún se registraron temporales de nieve y hielo como el de 1803 que se complicó con fiebres malignas y viruelas que causaron la muerte a unas 280 personas en Utiel. En 1830 a la plaga de langosta le sucedieron intensas heladas.

Pero como les dije, las nieves son bienvenidas si precipitan cuando deben, pero son muy dañinas cuando son tardías. “San Juan cayó en viernes y agua nevaba” y así ocurrió, pues este aserto requenense se dio el 24 de junio de 1845 en que se registró la nevada más tardía que se conoce. San Juan no era, pero sí 10 de junio cuando vino un hielo mortificante en 1992. Las heladas de mayo de 1910 arruinaron las cosechas de vino y aceite de toda la comarca. Un 13 de abril de 1958 cayó una gran nevada en la comarca y uno recuerda un 16 de abril de 1994 en el que se registraron 36 cm. de nieve en Requena y a servidor le pilló plantando viña en medio de la nevada (lo menos recomendable que se puede hacer un día de nieve).

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, parece que el clima inicia su calentamiento que está alcanzando niveles preocupantes en la actualidad. Pero, a pesar de este calentamiento, las nevadas y heladas no dejan de ser frecuentes en la comarca. 1866 fue año de hielos y 1885 se caracterizó por copiosas nevadas, como también fue la del 29 de enero de 1888. Y otro enero (fíjense cuantas veces es en enero), concretamente el día 25 de 1904 la nevada alcanzó un espesor de medio metro entre Utiel y Venta del Moro.

El servicio ferroviario se interrumpía y se sigue interrumpiendo cuando cae recio y así pasó entre el 6 y 7 de febrero de 1907 y en el mismo mes de 1924. El 27 de diciembre de 1926, las crónicas hablan de dos metros de espesor de nieve en las vías entre Requena y Utiel (mucho parece ser). De un metro de espesor fue la nevada caída en Utiel entre el 12 y 13 de enero de 1926.

Marzo es un mes más inusual para las nevadas, pero un 8 de marzo de 1911 cayó y en cantidad en Utiel.

Si la posguerra ya fue durísima en la comarca tanto por temas alimenticios como de represión política, a ello se le unió una gran nevada el 9 de enero de 1941 y fuertes nevascos en el invierno de 1944 y 1945. En febrero de 1956 se sucedieron hasta seis temporales fuertes de frío y hielo de unos veintidós días que arruinaron la cosecha de cereales.

En la comarca tuvimos nuestra especial “Pequeña Edad de Hielo” en la década de los 70 del siglo XX. Cuando nieva no hace especial frío, pero sí en fase de anticiclón. Entre el 2 y 10 de enero de 1971, tras unas navidades con muchas nieves y poblaciones incomunicadas, se registraron heladas de hasta -19ºC en Utiel (incluso hablan de -24ºC el 3 de enero) y -15º en el paraje de San Blas de Requena. Pero ahí no se detuvo, pues entre el 9 y 2 de marzo del mismo año los termómetros volvieron a alcanzar mínimos de -9ºC produciendo grandes daños agrícolas, debido a la inusual fecha en que aparecieron las heladas. Como inusual fue la helada del 8 de mayo de 1973 o las de marzo y abril de 1977 con daños en el 80% de la vid y 100% en almendros y frutales de Requena.

Más cercano a nosotros y también en enero, en 1997, se produjeron grandes nevadas que dejaron incomunicadas a poblaciones de la comarca y que al que esto escribe casi le impidieron matrimoniarse (lo que le hubiera penado dado los resultados habidos veinte años después).

¿Y ya no nos acordamos que en enero de 2006 Utiel marcó la mínima de España con un -17,2ºC y que hubo años posteriores de nevadas seguidas e importantes?

Valgan estas dataciones para recordar que en enero nieva porque siempre ha nevado y es cuando tiene que nevar (mejor que en junio). Y en 2017 también nevó en enero, no más que en anteriores ocasiones, pero el pitote que se ha montado no lo puede aclarar esta modesta “píldora” porque no se había aún documentado este hecho correspondiente a la “modernidad líquida” (in memoriam Zygmunt Bauman) que cada vez nos hace más vulnerables. Pero como el peor frío es el del alma, les recomiendo que lean el poema “Sabed del frío” de José Cercas que por esas redes de Dios o de Satán podrán encontrar o no.

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