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EL OBSERVATORIO DEL TEJO. JULIÁN SÁNCHEZ.
“El nacionalismo es como un pedo:.
No le gusta nada más que al que se lo tira”.
Josep Pla

El 22 de junio de 2011, en unas declaraciones efectuadas en una entrevista retransmitida por TV3 y que reproducía el diario digital lavozdebarcelona.com, el Presidente de la Generalitat de Catalunya Artur Mas, se ofrecía al ganador de las elecciones generales, tanto daba que fuese el P.P. como el PSOE, como socio permanente, a cambio de que le otorgasen un concierto económico similar al del País Vasco.

Concretamente la oferta auspiciada por el máximo dirigente catalán fue del siguiente tenor textual: “Para que nosotros seamos socios permanentes durante los próximos cuatro años en la política española con quien gane las elecciones, socios de los que te puedes fiar cada día, a las duras y a las maduras, la condición es el pacto fiscal, para que haya vida en pareja, tiene que haber pacto fiscal”.

Mediante la anterior declaración de intenciones, deviene meridianamente clara la motivación máxima que al mandatario catalán le mueve hacia el mantenimiento íntegro o parcial de un estado al que aparenta sentirse ajeno, pero que el conocido aforismo de “los duelos con pan son menos” podría haberle llevado a asumir un cambio de papelas diametralmente opuesto al que viene representando en la actualidad. El nacionalismo se siente emergente según las eventualidades de conveniente conveniencia que el momento propicie al efecto.

La gran falacia del nacionalismo se sustenta en las cuatro patas de su propia mesa: La exacerbación de la raza muy por encima de los derechos y libertades en el propio territorio. El victimismo, empleado en el sentido de utilizar colectivamente una política de supuestos agravios que alcancen a justificar el deseo de secesión. La proclamación del enemigo común (en este caso España) presentado en calidad del malvado irracional causante del odio que propicie en consecuencia la cohesión del grupo y la manipulación informativa, mediante el fomento del pensamiento único, el cual llega a ser institucionalizado bajo el estigma de la genuina verdad irrebatible.

El escritor y periodista británico George Orwell, en su tratado “Notas sobre el nacionalismo”, califica este movimiento mediante argumentos como los siguientes “Cuando digo “nacionalismo” me refiero antes que nada al hábito de suponer que los seres humanos pueden ser clasificados como insectos y que masas enteras de millones o decenas de millones de personas pueden confiadamente etiquetarse como “buenas” o “malas”. Pero, en segundo lugar—y esto es mucho más importante—, me refiero al hábito de identificarse con una sola nación o entidad, situando a ésta por encima del bien y del mal y negando que exista cualquier otro deber que no sea favorecer sus intereses”.

“El nacionalismo es sed de poder mitigada con autoengaño. Todo nacionalista es capaz de incurrir en la deshonestidad más flagrante, pero, al ser consciente de que está al servicio de algo más grande que él mismo, también tiene la certeza inquebrantable de estar en lo cierto”.

La dimensión identitaria de la lengua se constituye para el nacionalismo como el parámetro básico que identifica una forma de ser y una cultura estrictamente diferenciadora. El clérigo, párroco de la localidad catalana de Berga, Josep Armengou i Feliú, ideólogo separatista contemporáneo, en su tratado “Nacionalisme catalá. Idees i pensaments de Josep Armengou”, llegó a conferir a la lengua catalana atributos de auténtico prodigio, al tiempo que atribuía características culturales groseras y arcaicas al idioma cervantino mediante la siguiente afirmación textual: “El espectáculo más deprimente del mundo es ver a un catalán que habla castellano, […] Cataluña, a pesar del freno del Estado español, ha alcanzado un grado envidiable de cultura y civilización. Este progreso lo hemos conseguido hablando, pensando y trabajando en catalán. Pensando y hablando en catalán nos hemos colocado por delante de los pueblos peninsulares. Pensando y hablando en castellano derivaríamos a la larga en un muy vilísimo y atrasado apéndice provinciano».

Pero lo cierto y verdad viene a ser que Cataluña en ningún momento histórico se ha llegado a constituir cono nación o reino independiente, tal y como quieren hacer ver los separatistas. Los únicos núcleos que llegaron a serlo, dentro del territorio reivindicado por el separatismo como “paisos catalans” fueron el Reino de Aragón que se constituyó en 1035, el de Mallorca en 1231 y el de Valencia en 1231.

En cuanto a su particular héroe a quien se dedica anualmente la Diada del 11 de septiembre, no fue en modo alguno un catalanista que luchó por la independencia de Cataluña en una guerra de “secesión”, fue un españolista que luchó en la guerra de secesión española, tomando partido por el pretendiente a la corona española Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico, pretendiente a la corona de España dejada vacante a la muerte de Carlos II por carecer de descendencia. Rafael Casanova luchó contra el borbón Felipe de Anjou, posteriormente Felipe V, el otro pretendiente, acción efectuada en Cataluña desde el bando austracista, pero no por independizar a Cataluña, si no por otorgar a España el rey que estimaba debía ser el legítimo heredero y continuador de la dinastía de los austrias.

En consecuencia, la falacia catalanista se fundamenta en un invento, aderezado de fantasías, las cuales se sustentan en ensoñaciones y componendas sin una base medianamente verosímil, por ello no debe extrañarnos la famosa aseveración de Josep Pla, en referencia a que “el nacionalismo es como un pedo que no le agrada más que al que se lo tira”.

Y, en consecuencia, ¿qué pinta en éste complicado tinglado la izquierda española?, pues ¡bien gracias!… La izquierda catalana aparenta seguir el juego, inclusive bebe en las mismas fuentes y la nacional anda más pendiente en sus tradicionales temas de confrontar con la derecha y resucitar sus arcaicos y tradicionales tics anticlericales, más propios de barbáricos conceptos incubados en siglos anteriores, dejando entrever únicamente al efecto un tímido esbozo federalista que no llegan nunca a concretar por temor a incitar las protestas o incomprensiones de sus congéneres en las autonomías menos favorecidas.

Es inaudito que parte de la izquierda democrática se sienta, siquiera condescendiente con un proceso separatista, cuando en su propia esencia debe llevar implícito el sentimiento de superación de clases y razas, abolición de fronteras y establecimiento de la igualdad y la equidad en los derechos universales de toda la ciudadanía en general. En consecuencia no puede mostrarse receptora de un mensaje exclusivista proveniente de los estamentos más rancios de la burguesía decimonónica, que incomprensiblemente son asumidos como propios por la fracción más beligerante de izquierda radical sobre un “batiburrillo” ideológico sin fundamento ni razón
¿Y la autodenominada derecha neoliberal en el poder?, pues, no sabe no contesta, mira para otra parte, tal y como últimamente nos tiene acostumbrados, y a ver si el problema se resuelve solo y no se sufre mucho desgaste con el affaire provocado por la susodicha cuestión.

Y mientras tanto la crisis para adelante, el desempleo vuelve a repuntar y los conflictos sobre intereses básicos del estado como son la educación, la sanidad y la reforma del sistema de pensiones en plena ebullición y sin que se atisbe un mínimo de consenso para su solución efectiva, tratando de atajarlos mediante una imposición por ley de un solo partido contra la voluntad de todos los demás.

Con todos éstos tremendos asuntos por resolver, lo más acuciante que el otro día aparentó importar a nuestros próceres representantes de la ciudadanía en el Congreso de los Diputados, vino a ser la contienda para comprobar quien ganaba la carrera (catalanes incluidos) para alcanzar antes el medio de transporte que les acercase a su casa a disfrutar de los soñados días del puente de noviembre. Y que diligencia mostraban descendiendo a todo trapo por las sucintas escalinatas atropellándose sin miramientos de edades ni sexos. Como diría el castizo: “Pa habersen matao”- Ver para creer.

Julián Sánchez

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