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EL OBSERVATORIO DEL TEJO. JULIÁN SÁNCHEZ

JOSÉ LUENGO: EL TORERO REQUENENSE QUE PUDO SER FIGURA

El 28 de agosto pasado, tuvo lugar el cincuenta aniversario del fallecimiento de una gran promesa del toreo requenense como llegó a ser José María Luengo, hecho acaecido en accidente de tráfico ocasionado en Requena, a la vuelta de su novillada-debut en la localidad de Nules (Castellón) el 28 de agosto de 1963, tras tarde triunfal y salida por la puerta grande de la plaza. Fue el ilusorio inicio de una prometedora carrera en la tauromaquia que malogró el destino.

José María Luengo Hernández (Pepe Luengo, para los amigos y conocidos, José Luengo  para el argot taurino), aunque las referencias biográficas de “El Cosío” y de la “Historia de la Plaza de Toros de Requena” de Enrique Amat,  indiquen que era nacido en Requena, lo cierto viene a ser que su verdadero lugar de origen fue Caravaca de la Cruz (Murcia). A Requena llegó a la edad de cinco años y aquí residió hasta su fallecimiento. Hijo menor del matrimonio compuesto por Fulgencio Luengo y Adela Hernández cuya familia completaban otros cuatro hijos, tres de ellos varones y una hembra, de cuya familia únicamente permanece en Requena Pedro, quien siguió los pasos de su padre en el Banco Español de Crédito donde ocupó la dirección de la sucursal hasta su jubilación.

Pepe Luengo era un joven amable y muy buena persona, componente de la pandilla de amigos entre los que destacaban José María Gallego, posteriormente perito del Ayuntamiento de Requena y los futuros médicos Luis Cano y Luis Pérez Carpio, entre otros. Con todos ellos mantenía yo una buena amistad pese a la diferencia de edad, aproximadamente cuatro años más joven que ellos. Pero, se da la circunstancia que en aquellos tiempos, todos convivíamos por ser del mismo barrio; el Arrabal y, como consecuencia de estar próximos los colegios e instituto al viejo y entrañable parque municipal de la Glorieta, dicho recinto se catequizaba en centro habitual de convivencia de toda la chavalería del barrio.

En principio Pepe Luengo inició estudios de peritaje industrial, formación la cual tuvo que ir dilatando en el tiempo, como consecuencia de la dedicación que debía ofrecer a su auténtica pasión en la vida que no venía a ser otra, si no una desmedida afición al arte taurino. Su insistente voluntad de tomar un día la alternativa se convertía para él en casi una obsesión. Únicamente el amor de su vida, su novia, amor que mantenía en la requenense aldea de Los Pedrones podía acaso competir con su genuina afición.

La afición a los toros de Pepe era inherente a su persona, nadie se explicaba de donde le provenía, toda vez que en su familia no existía ningún antecedente en tauromaquia, ni siquiera concurría ningún miembro aficionado a la Fiesta Taurina, pero él era pertinaz en su camino que no venía a ser otro, como ya dije, que la ilusión de alcanzar algún día a ser torero de cartel.

Su afición le llevó a conocer y enlazar gran amistad con  el matador de toros valenciano Manolo Herrero, hijo del novillero del mismo nombre, quienes concurrían en la misma edad y, furo de ello, Herrero padre accedió a ostentar el apoderamiento de los dos amigos. La carrera de Pepe comenzó a experimentar a consecuencia de dicha comisión un espectacular impulso, como consecuencia de la relación de Herrero padre con los matadores y primeras figuras de la época como llegaron a ser Santiago Martín El Viti” y Jaime Ostos, cuyas fincas de Salamanca solían frecuentar los dos muchachos para efectuar las correspondientes tientas, las cuales habrían de proporcionarles experiencia y conocimientos a su carrera.

En nuestra comarca Pepe solía rivalizar con los noveles de la época, donde había surgido una cierta fiebre por el toreo, seguramente al socaire de la revolución iniciada por aquel entonces por el inefable Manuel Benitez El Cordobés”. Peleaban sobre la arena de nuestras plazas el también requenense Antonio HayaPescaterito” y los utielanos, Joaquín Hernández Tintorerito” y Juan Martín Gómez Torreño”, el concepto que cada uno atesoraba del toreo era diferente, en referencia a los de Requena el contraste era abismal, mientras que Pepe Luengo denotaba un toreo de temple, pausado y artístico, “Pescaterito” era tremendista y temerario, llegando a intentar en alguna ocasión la suerte conocida como “salto de la garrocha” con desigual éxito. Los cuatro aspirantes fueron colocados en cartel en el coso requenense, en un festival que la XV edición de la Fiesta de la Vendimia programó y celebró el 2 de septiembre de 1962, con gran asistencia de público.

Estimo muy probable la idea de que, de no haberse producido el infortunado accidente, Pepe Luengo podría haber llegado sin duda ninguna a alcanzar un puesto entre las figuras del toreo, su afición y dedicación, unidas a un físico importante y una concepción muy profunda de la interpretación del arte del toreo, hubiesen propiciado dicho acontecimiento. No tuvo mucho tiempo para crecer, precisamente en su primera novillada propiciada por su apoderado en la ciudad castellonense de Nules, ya dejó constancia de su innegable clase y calidad de temple al abrir la puerta grande de la plaza de la Plana Baja. Éxito rotundo que hubiese obtenido pronta continuidad, pero el infortunio había de negar al joven valor requenense su persistencia en la tauromaquia y en la vida. Al regresar a Requena, tras haberse despedido de los dos “Manolos” en Valencia, en la carretera A-III, muy cerca e su Requena, a la altura del paraje conocido como “Barranco Rubio”, como consecuencia de la lluvia y el mal tiempo, al encontrarse la visibilidad bastante reducida, el vehículo de Pepe Luengo colisionó contra un camión que permanecía estacionado en la vía y su muerte fue instantánea, no pudo evitarlo puesto que se produjo un derrape de hasta cerca de treinta metros de frenada, los propios agentes de tráfico certificaron dicha circunstancia.

Pepe Luengo no pudo ni darse apenas cuenta de lo que aquello significó, Requena y su familia perdieron un buen hijo, su novia lo que más quiso y la tauromaquia una posible figura, pero lo más lamentable vino a ser que un buen muchacho, una excelente persona dejó en nuestra carretera todas las ilusiones que guardaba intactas en la arca de su corazón. Desde los palcos del cielo, junto a los poetas y los ángeles, seguro que hoy extiende su aplauso a los que desde cualquier coso taurino continúan ofertando al mundo el arte y la elegancia que un día se constituyeron en el santo y seña de su forma de ver la vida.

Te fuiste por la puerta grande, como los grandes toreros, como siempre lo soñaste. Que Dios te guarde en su seno Pepe, hoy Requena volverá a hablar de tí.

Julián Sánchez

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