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LA BITÁCORA DE BRAUDEL. Por Juan Carlos Pérez

La otra noche, sumido en una colosal gripe, mis venerables huesos fueron capaces de vencer el hastío de la obligada postración y esperar a escuchar y ver al ministro Wert en el programa El Objetivo (La Sexta TV). A esas horas de la noche, soportando durante varios días temperaturas de 38 y 39 grados, con constantes dolores de cabeza y de todo el cuerpo, la verdad es que aguantar al ministro y a la entrevistadora era casi un hecho digno de una medalla.

Al escucharlos, uno frente al otro, uno se preguntaba en qué lugar habitan estas almas. Ella, en su tono característico, incisiva, enfrentando al entrevistado ante sus contradicciones, citando textualmente muchas de sus palabras, como queriendo que el toro se humille definitivamente; él, atrevido, entrando al trapo con todo, si se da el caso con toalla. ¿En qué planeta habitan estos dos?

La entrevistadora hizo gala de un notable conocimiento de los argumentos anti-ley Wert que se han difundido en los últimos meses. A saber: diseño de itinerarios previos con el fin de segregar a los menos capaces; potenciación de la enseñanza concertada e incluso de la privada; rechazo a las denominadas reválidas por causantes de la marginación de los más pobres, etc. El ministro, ya se sabe: mejorar la calidad; mantener una enseñanza pública pero cualitativamente solvente; mantener el número de profesores, etc.

No quisiera ser pesado: ¿están en Plutón, o quizás en Marte? La realidad de la educación española es bien diferente de estos dos mensajes. Por cierto, hablando de mensajes: quizás es que nadie desea que nos enteremos de lo que dice la ley. ¿No será que nadie la ha leído?

Hoy, sin embargo, quisiera centrarme en varios aspectos: el pasado, el presente y el futuro. El pasado es un edificio en ruinas. La izquierda española diseñó un sistema, la LOGSE, que sirvió en bandeja la proletarización de la emergente clase media española resultante del crecimiento social, económico y político que procedía de los años sesenta. Contradicciones de la vida: los mismos gobernantes que llegaron al poder en 1982 diseñaron un sistema no dirigido a formar ciudadanos y a dotarles de una cultura acabada y elevada; el diseño legislativo produjo un montón de damnificados que se emplearon como mano de obra barata en la industria y preferentemente en los servicios. Así, la rancia contradicción del capitalismo español, esto es, cómo conjugar el desarrollo del capitalismo con la creciente necesidad de controlar la población en una democracia, halló el mecanismo perfecto. Destruida la Ley Villar Palasí, producto del franquismo, el sustituto fue el inmejorable instrumento para despolitizar a la sociedad haciéndola más ignorante y mejor contratable por cuatro perras.

La derecha española aspiró desde que alcanzó el poder en los noventa a realizar un rediseño de la situación. No pudo ser sino cosmético, dado que estuvo pocos años en el poder. El ministro Wert sabe lo que hace: quiere acelerar al máximo la aplicación de su juguete; de lo contrario, llegará la izquierda, y … Las respuestas del ministro ofrecieron el domingo por la noche poca luz. Que si las reválidas servirán para incrementar la calidad del sistema, porque ya se sabe que evalúan las competencias adquiridas por los alumnos y también las metodologías utilizadas por los profesores. El conocido argumento de que los recortes han sido selectivos y que, precisamente, se ha invertido en los últimos años mucho dinero en nuestro sistema educativo y sin embargo los resultados son extraordinariamente mediocres; la politización de algunos conflictos educativos, y poco más.

La nueva ley, una más, es un nuevo paso hacia la profundización de esta economía de la incultura, que en el fondo es la que está en las raíces de nuestras dificultades actuales. O se pone fin a este empeño por difundir un modelo de mediocridad, o estamos condenados. En el nuevo sistema las materias de humanidades reciben un varapalo notable, especialmente la filosofía. Estamos ante la segunda etapa iniciada en 1982. En aquella época se destruyó lo viejo y se laminaron las posibilidades de una educación de calidad. Ahora toca destruir definitivamente la capacidad de formar individuos cultural y socialmente preparados y críticos.

A mi juicio, el futuro pasa por varios jalones imprescindibles. El primero es ineludible: hay que dar el salto hacia una educación que saque verdadero partido a las armas tecnológicas actuales. No podemos seguir con los métodos tradicionales. La utilización de los recursos telemáticos, informáticos y otros producen un nivel de transformaciones cognitivas muy notables. Siempre, por supuesto, sin olvidar la capacidad estructurante y el desarrollo mental que produce la lectura y escritura tradicional. El segundo es acabar con las reclutas de profesores a través de métodos dedocráticos. Nunca se menciona, pero la llamada ley transitoria de la LOGSE que se comenzó a aplicar en 1991 dio cabida en nuestro sistema educativo a una pléyade de profesores que ni siquiera habían sacado un aprobado en las oposiciones. Da risa cuando el ministro dice que hay que reclutar a los mejores para la carrera docente. ¿No tendrá que subir el sueldo? ¿Se escoge a los mejores a dedo? Si es a dedo, que Dios nos pille confesados.

La segregación es uno de los fantasmas de nuestra izquierda jerárquica. Basta ya de estupideces. La segregación es también un método de potenciar las capacidades poco desarrolladas. Aquello que algunos pedagogos intentaron difundir de la atención a varios niveles en una clase de 20 o 30 alumnos es absolutamente falso, por imposible. Lo mejor es una atención específica, como de hecho ya ha existido en refuerzos y apoyos, a veces al margen de la ley, pero consintiéndolo las autoridades, a sabiendas del fiasco de la tan cacareada igualdad de oportunidades. Si se quiere la igualdad, hay que potenciar a los que necesitan energía, no mezclarlos con otros. De la misma manera que nuevamente queda en mera declaración al viento la idea de potenciar a los chavales con altas capacidades. De estas inteligencias privilegiadas depende el futuro de nuestro país, y sin embargo apenas se hace nada. Mejor: no se hace absolutamente nada. Así nos va.

El despliegue imparable de esta economía de la incultura no parece encontrar el más mínimo obstáculo. Ni por la derecha ni por la izquierda. En realidad, les importa poco que nuestros chavales tengan una cultura elevada. Como escuché hace años a un inspector educativo de la izquierda en una población vecina a nuestra Meseta: “Qué importancia tienen la filosofía, la historia, y todo eso. Lo que nos interesan son buenos trabajadores”. A lo mejor es que, por mucha atención que les prestemos, aunque nos esforcemos en entenderlos, se obstinan por difundir la incultura; y da lo mismo que sea Wert o cualquier otro elemento de la izquierda.

Lástima.

En Los Ruices, a 14 de enero de 2014.

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