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Requena (15/02/18) LOS COMBATIVOS REQUENENSES. Víctor Manuel Galán Tendero.

Para los atenienses de los días de Pericles un hombre libre debía de empuñar las armas en defensa de su ciudad. Tal idea acerca de la ciudadanía la compartieron con matices los romanos conquistadores de la República e incluso los vikingos portadores de espada recibían la distinción de hablar en el consejo ante los poderosos. Los teóricos renacentistas como Maquiavelo y los revolucionarios franceses reivindicaron la figura del soldado-ciudadano, ensalzado por encima del mercenario que no defiende su madre patria. Actualmente, ante una Rusia con no pocas aristas, Suecia ha decidido restablecer el servicio militar obligatorio, y en Francia se ha puesto la cuestión sobre la mesa. España le dijo adiós un 31 de diciembre de 2001. Nada anuncia de momento su reinstauración entre nosotros. De momento la cosa queda en el anecdotario de las andanzas juveniles de algunos que juraron bandera años ha.

La historia del servicio militar de los españoles es compleja, además de larga según corresponde a un país de dilatado pasado como el nuestro. Dejando a un lado ciertos antecedentes concejiles de la Edad Media, la obligación del servicio de armas es anterior a las quintas ordenadas por Felipe V, concretamente del siglo XVII. Castilla, pilar de la Monarquía imperial de los Austrias, dio muestras más que evidentes de agotamiento demográfico y económico. La recluta de soldados voluntarios, a los que la necesidad llevaba a la guerra según dicho popular, cada vez resultaba más difícil. Cuando durante la guerra de los Treinta Años (1618-48) un capitán provisto de patente disponía la bandera de su compañía a la puerta de un mesón y hacía tocar a su tambor, muchos dejaron de acudir, pues ya no se cobraba en ducados de oro la paga que siempre se retrasaba mucho más de lo debido. En las Cortes de Castilla se clamó, dentro de sus limitaciones, contra el descrédito de la profesión militar entre los aguerridos españoles.

La rebelión de parte del Principado de Cataluña y la separación de Portugal introdujo la guerra en la Península. Los franceses ocuparon posiciones al Sur de los Pirineos y a mediados de siglo llegaron a amenazar el Norte del reino de Valencia. Para conseguir tropas, los consejeros de Felipe IV acudieron a todo tipo de soluciones y de expedientes. La Unión de Armas propugnada por el conde-duque de Olivares no fraguó y el llamamiento militar a los caballeros no dio los resultados esperados. Se fue abriendo paso la idea de una milicia reclutada entre los súbditos del rey, la de los Tercios Provinciales de Castilla. A un número determinado de vecinos o unidades familiares le correspondía la aportación de un contingente de soldados, no fáciles de conseguir ni de convencer.

En 1648 se firmó la paz de Westfalia, pero la guerra entre España y Francia prosiguió una década más. Los ministros del rey exprimieron a conciencia los recursos de Castilla. Villas como Requena padecieron tal carga. En mayo de 1651 se mandó a tierras de Cuenca al consejero de Castilla don Carlos de Villamayor para arrancar dinero por la redención de las milicias. Además de monedas, se necesitaban imperativamente soldados. Siguiendo una veterana costumbre, los oficiales del rey se apoyaron en los prohombres locales para allegarlos. En abril de 1652 se perfiló la plana mayor de la compañía de Requena, con Francisco de Carcajona como capitán, Alonso Pedrón Zapata como alférez y José Ibarra Zapata como sargento mayor. Ahora se tenían que cubrir las plazas de soldados.

Vistas las pocas ganas de los mozos, un 14 de septiembre de 1653 los caballeros y el escribano municipal acecharon las moradas de los muchachos en edad militar por la noche. Rondaron sin fruto hasta las dos de la madrugada, ya que muchos habían huido al reino de Valencia, con otra jurisdicción. El encubrimiento familiar y la ayuda vecinal fueron inestimables, aunque por razones obvias no se declararan. Escenas muy parecidas se dieron en otros puntos de Castilla, con momentos rocambolescos. En tierras valencianas podrían iniciar una nueva vida o retornar con facilidad en el momento oportuno. La respuesta de aquellos jóvenes requenenses no fue la del ardor guerrero, sino la de la supervivencia. A diferencia de los antiguos atenienses, no encontraron su libertad entre las filas militares.

Fuentes.

                ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.

Actas municipales de 1650 a 1659, nº. 2740.

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