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Los combativos requenenses // Víctor Manuel Galán Tendero.

Los cielos y la tierra se han confundido con frecuencia a lo largo de la Historia. Ha sido habitual que las personas buscaran en sus luchas la ayuda de las divinidades y que la guerra siguiera pautas de liturgia religiosa mucho, bastante, antes de las Cruzadas. Cuando el racionalismo crítico despuntara, Voltaire se mofaría en La doncella de Orleans del enfrentamiento entre los santos patronos de Francia e Inglaterra, con gran estrépito celestial.

Las gentes de Requena no escaparon a esta tendencia general y su patrón salió a combatir en su defensa. En la Castilla del Antiguo Régimen, por mucho que su voto suscitara reclamaciones y dudas crecientes, había arraigado la idea de Santiago Apóstol cabalgando al frente de las tropas en las grandes ocasiones, tanto que su creencia fue llevada a América.

San Julián recibió la misma consideración en Requena. En la lucha contra las pretensiones señoriales de don Álvaro de Mendoza había aparecido, según ciertos coetáneos interesados a la sazón, y en 1640 su culto se reafirmó al calor de la insurrección en Cataluña contra Felipe IV. El santo formaba parte de la identidad política requenense, la de los fieles súbditos de un rey por la gracia de Dios. Su aparición en tiempos de apuros demostraba la preferencia por aquel pueblo escogido.

Cuando Napoleón trató de hacerse con la corona española, la situación política saltó endiabladamente por los aires. La protesta contra las autoridades favorables (verdadera o supuestamente) al pacto con los napoleónicos se generalizó a la par que la inquina contra el francés. En Requena se formaría su propia Junta, que el 25 de octubre de 1808 redactaría su propio manifiesto, que no fue impreso finalmente.

Refiere el mismo que el gentío de los alzados subió al santuario de San Julián, de donde se sacó su imagen en procesión. Al llegar a la plaza de la Villa, se postraron ante otra imagen de la Virgen los concurrentes. La rebelión se había convertido en procesión para alejar toda acusación de rebelión. A Santa María se le rezó el rosario y se le pidió ayuda en aquella hora, junto a la aclamación a San Julián.

La guerra contra los de Napoleón se había iniciado y durante muchos años los campos, pueblos y ciudades de España se vieron muy alejadas de la ayuda celestial o de los progresos de la ilustración, por mucha santidad que se pretendiera arrogar. Quizá, si seguimos a Shakespeare, fueran los cielos los que llorarían las acciones humanas.

ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.

Junta Central Suprema Gubernativa del Reino, Estado, 81.

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