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POR AMOR AL CINE. DIEGO FORTEA.-

En mi siguiente artículo os quiero hablar sobre un actor indispensable en el cine español y en nuestras vidas. El director Álex Montoya escribió un maravilloso artículo sobre él hace bien poco, lo que de alguna manera me ha animado a mí también a decir un par de cosas sobre este gran ser humano que hace cine. Al margen de sus peripecias artísticas, he de dejar constancia que Enrique Villén se ha convertido en uno de mis grandes amigos, en una persona de confianza con la que siempre es un placer poder charlar o trabajar. Hemos mantenido largas e interesantísimas conversaciones por teléfono, de las que he aprendido mucho. Aunque él me comenta que no cree en eso de ‘enseñar’, ya que lo que verdaderamente hace un maestro es mostrar uno de los muchos caminos que se pueden tomar en la vida. La última vez que estuvimos juntos fue en el rodaje del famoso anuncio de Vodafone que rodó Álex de la Iglesia. Una experiencia inolvidable. Un rodaje siempre se enquista en tu corazón. De hecho, Enrique asegura que ‘El cine es una enfermedad incurable’. Y es cierto. Esto no lo puedes dejar jamás, por muy mal que vayan las cosas. Yo transfiero su frase al mundo del espectáculo en general. Siempre habrá un guión, una pequeña obra de teatro, un programa de radio, y un largo etcétera de lugares donde podamos entregarnos al público con todo nuestro cariño. El cariño define la carrera de Enrique, que jamás ha dejado de trabajar, porque no ha desaprovechado ni una sola oportunidad. Y una de las cosas que le hacen tan especial y querido por los grandes directores de este país es que se adapta a lo que ellos quieren en todo momento. Así, sin más. Un actor resbala cuando viola las intenciones del director o del guión. Pero bueno, el caso es que yo no quiero extenderme haciendo un balance de su trayectoria profesional, porque esa labor ya está reflejada en el magnífico texto de Álex Montoya, en el cual se detalla cada matiz de su carrera de una forma prácticamente inigualable. Yo, por otro lado, opto por brindarle a mi amigo una dedicatoria personal, con tal de ‘mostraros’ -tal y como diría él- lo que significa para mí no sólo su trabajo, sino su amistad.

Lo de Enrique hay que verlo, porque es uno de los mayores exponentes de Stanislavski que tenemos en este país. Lo digo en serio. No nos encontramos con el mismo Enrique en una película de Garci que en una de Álex de la Iglesia. Claro, es normal: su trabajo es ser actor, es decir, interpretar individuos claramente diferenciados en determinados contextos. Pues, bajo mi humilde opinión, esa es una regla un tanto ignorada por la inmensa mayoría de los actores. Ya sea por accidente o intencionadamente, muchos han caído en el error de encasillarse a sí mismos en un mismo registro, tal vez para dar a entender que así serán más especiales o identificables ante los demás. Un actor no sale a escena para ensalzar su propia persona, sino a su personaje. Y eso significa que la persona no debe ser reconocida en el personaje. El personaje se trata de un sujeto que ejecuta y padece acciones sobre un entorno. Para ello, el actor emplea una serie de procedimientos y técnicas para desarrollar una historia determinada. Esa metodología se genera a raíz del trabajo que el actor despliega utilizándose a sí mismo como principal herramienta. Se trata de un juego muy serio con en el que la gente de la interpretación disfruta enormemente.

Enrique entra en el plano y lo carga de sentido, le inyecta vida. Cuando Enrique entra en un plano, lo hace suyo. Deja de ser guión para convertirse en algo que le pertenece. El discurso se enriquece a través de él. Eso es lo máximo. Siempre te quedarás mirándole a él. Lo suyo es pura química, es cosa de tener carisma, elemental en un buen actor o en una buena actriz. Si sois un poco curiosos, observaréis cómo Enrique nunca parpadea cuando se le saca un primer plano. Eso sólo lo hace él, Bardem, Fernán Gómez, y unos pocos más. ¿Por qué? Para que no se note que están fingiendo, otro precepto fundamental. Enrique mima cada detalle de sus personajes. Habla mucho sobre la construcción de personajes, que es algo le fascina y con lo que se esmera al límite. Enrique se hace con cada palabra del texto para después asignarle sentimientos y sensaciones. Enrique deja de ser Enrique para responder a la imaginación, aprendiendo a pensar, hablar, respirar, y andar como lo haría su personaje. Así hasta introducirse en el propio mundo del guión, hasta conseguir que la lógica y la credibilidad formen parte de su operación.

Una de las últimas películas donde le hemos visto es en ‘Las Brujas de Zugarramurdi’, encarnando un personaje llamado Adolfo, un disminuido mental concebido por medio de un aquelarre demencial, perpetrado por unas brujas malignas que comen carne humana. Es una delicia ver cómo en esta película Enrique modela al sujeto como si de un trozo de arcilla se tratase. Saca la mandíbula -algo que me recuerda irremediablemente a Marlon Brando cuando se metía pañuelitos en la boca para hacer de Vito Corleone-, encorva la espalda, transforma su voz… El mismo proceso se da en películas igual de míticas como ‘El gran Vázquez’ o ‘Los lunes al sol’. Enrique sabe cómo sorprendernos en cada película.

Enrique consigue emocionarnos, porque forma parte de una sinfonía bien compuesta y sostenida. Enrique siempre suena bien. Suena maravillosamente bien. Y sé que seguirá sorprendiéndonos por mucho tiempo. Ha trabajado al lado de los mejores y eso se debe a que él también es uno de los mejores. Hay personas que trabajan durante toda su vida y se convierten en imprescindibles. Tenía que escribir sobre él. Gracias por estar ahí, Enrique. Te queremos.

Diego Fortea
Actor, productor, y guionista. Director y Presentador de ‘Por Amor al Arte’ en Radio Requena

Comparte: Galería de imprescindibles para el cine español vol. I: Enrique Villén