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LOS COMBATIVOS REQUENENSES. /   Víctor Manuel Galán Tendero.

El gran Cervantes, cuyos restos se hallan ahora tan atribulados, recomendó a través de su cervantino cautivo servir al rey con las armas como uno de los modos más seguros para labrarse un porvenir.

Muchos castellanos se enrolaron en las filas de los variopintos ejércitos de los Austrias a lo largo del siglo XVI por razones que iban desde la simple supervivencia al deseo de vivir una existencia aventurera, lejos de la anodina aldea local. En aquel tiempo no existía la conscripción ni las quintas como en los tiempos del pobre Pedro Haba Navarro, del que referimos sus desventuras en los días de Isabel II. Los soldados eran mercenarios, profesionales mucho más aptos que los tradicionales servidores feudales del rey, caballeros y vecinos pecheros llenos de achaques y de impericia.

La estancia en la Italia hispánica seducía a muchos, pero los peligros del Mediterráneo y los campos de batalla de los Países Bajos podían abatir a los más bravos. Las pagas en los dorados ducados del XVI llegaban tarde y mal en demasiadas ocasiones, provocando terroríficos altercados como los motines de las tropas que conmovieron Flandes en 1574.

La temida furia española también se padeció en las Españas, pues los soldados de tránsito o de guarnición distaron de tener un comportamiento considerado con los naturales. Desprovistos de verdaderos acuartelamientos hasta el siglo XVIII, las tropas del rey se repartían entre las sufridas casas de los vecinos, que debían darles techo, cobijo y una manutención mínima, lo que no impedía que los soldados les pidieran a mano armada mucho más, incluyendo los favores de las mujeres de la casa. El alcalde de Zalamea no fue una mera ficción precisamente y en 1555 Albacete cerró sus puertas y aprestó sus ballestas ante la cercanía de los soldados.

Con decisión se acrecentaron los poderes disciplinarios de los corregidores sobre la soldadesca bajo el título de capitanes a guerra. De todos modos los enredos jurisdiccionales tan propios del Antiguo Régimen prosiguieron. La transitada Requena, por supuesto, no se libró de semejantes problemas.

En el juicio de residencia de 1583 del corregidor Lorenzo de San Pedro, otro polémico licenciado que sirvió al letrado Felipe II, se pusieron negro sobre blanco unas acusaciones contra él a propósito de unos incidentes causados por la soldadesca.

A nuestra localidad había llegado de tránsito una compañía de soldados, de un máximo de 250 hombres a lo sumo, mermados a la hora de la verdad por las deserciones y las bajas. Algunos de ellos eran aficionados a los juegos de dados, origen de no escasas peleas que complicaron a otros, como el requenense Juan Bautista Marzo.

El corregidor no se anduvo con chiquitas y ordenó su encarcelamiento en la prisión municipal. Allí fueron a parar soldados y ballesteros o vecinos provistos de tan veteranas armas. La situación parecía controlada.

Sin embargo, las condiciones de seguridad del establecimiento penitenciario distaban mucho de la idoneidad. La venalidad del carcelero Juan Rojals proporcionó a los soldados, entre ellos un valenciano y un francés, unas llaves para huir.

Con muchos enemigos en Requena, se señaló al corregidor San Pedro de no hacer honor a su piadoso apellido, ya que acostumbraba a percibir indebidamente de los presos un real de carcelaje. La cosa no pasó a mayores, considerándose un cargo menor, evidenciando como la picaresca fue un magnífico auxiliar de los furibundos soldados de Felipe II, de variadas procedencias continentales.

                Fuentes.

                ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL, Consejo de Castilla, Consejos, 25420, Expediente 5.

La idealización de la vida militar bajo los Austrias se hace patente en grandes obras como La rendición de Breda, las populares Lanzas de Velázquez.

                

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