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Requena (11/08/19)

La Bitácora // JCPG

Escucho a la gente pasear por las calles, ir al supermercado, el ir y venir de las furgonetas. Dejo reverberar en mi interior todo aquello que me importa. En ocasiones es un motorista inconsciente el que subraya su presencia con el estridente ruido de su moto. Hay sonidos cansados, pero también otros de esperanza. Son esos críos jugando en el parque o en el polideportivo. Sonidos del mundo, pero estos son nuestros sonidos en nuestro mundo. La esperanza es joven. Reside en las casas, las calles y las escuelas.

Ahora las viñas están en todo su esplendor, ahora nos sumergen en el verdor de la renovada juventud. Los tractores que están labrando apenas dejan ver sus capotas en ese mar verde creado por la viña. De aquí venimos. Aqui surgimos. Esta fue nuestra plataforma de crecimiento. No hay que olvidarlo nunca. El sistema educativo nos abrió otras vías de futuro.

Para muchos agricultores, era una bendición contar en casa con un hijo varón. Algo así como una fuerza más para trabajar la tierra. Cuando yo comencé mis estudios, la tierra era un valor en proceso bajista. Se sucedían las malas cosechas, fruto de pedriscos y sequías, y lo más que podía soñar un padre agricultor es que su hijo se despegase de la tierra. Sin embargo, algo hay en mis venas que lo impide: ¿será que tengo tierra en ellas?

En los años 40-50 del siglo pasado, el tío Pompa daba clases en su casa de La Cornudilla. Esta pequeña aldea estaba bien habitada entonces por unas cuantas familias dedicadas a la tierra. Los chiquillos de Los Ruices subían también a la escuela del tío Pompa. No había otra escuela y los campesinos, en las medida de sus posibilidades, se esforzaban por que sus vástagos aprendiesen, al menos, a leer, escribir y las cuatro reglas. Naturalmente, en cuanto llegaba el momento de la cosecha o de las tareas más urgentes del campo, los chicos acudían al trabajo de la tierra y abandonaban temporalmente la escuela. La vendimia, incluso para mi generación, era algo tan vital que el instituto o la universidad lo empezábamos bastante tarde. Así era nuestra vida, y lo aceptábamos como parte esencial de nosotros mismos.

Se iba a pie entonces. Los viejos senderos hacían el trayecto bastante más corto que el camino actual. Se podía uno internar en los sembrados, las viñas y el monte. Subir o bajar entre una y otra aldea a través del cauce de la rambla era un notable espectáculo. El agua discurría sin problema y la vegetación era abundante. El único riesgo: el susto que te podía dar un animal que saliera improvisadamente de su escondrijo, asustado a su vez por la presencia de los chiquillos.

Es probable que el tío Pompa encontrara en La Cornudilla un refugio. ¿De qué esconderse? La dictadura se había instalado sobre la sociedad y el viejo tío Pompa bien pudo ser una maestro represaliado. Huir al campo para pasar inadvertido y sobrevivir con los aldeanos. Eso es lo que hizo. Aquel fue el destino de muchos de los maestros y profesores republicanos. Inhabilitados por el nuevo régimen dictatorial, se vieron obligados a buscarse el sustento como pudieron,

Al tío Pompa le siguieron otros. Mis recuerdo son ya con la escuela construida. Un pequeño edificio que constaba de tres cuerpos. Uno era la escuela propiamente dicha. Después un patio. Finalmente la casa del maestro. En aquellos tiempos, toda esta construcción se me antojaba sumamente grande, enorme diría yo. Hoy la veo extraordinariamente pequeña. Tiempos y recuerdos que traicionan la realidad.

Una imagen actual de Los Ruices. Nada que ver con el pueblos de hace unos 30-40 años. El crecimiento demográfico ha sido nulo; el económico, espectacular. ¿Una desmedida ambición en los lugareños? Probablemente, porque hoy producen ingentes cantidades de uva y de vino.

Vendrían después doña Maruja, doña María,… Eso sí: siempre con el doña por delante. Una muestra de respeto y veneración. No andaban aquellas maestras sobradas de recursos, pues su despensa se nutría también de huevos, pollos y otras viandas que los habitantes les entregábamos periódicamente. Recuerdo a doña María comer con nosotros en casa, que está justamente frente a la escuela.

En la escuela todos aprendíamos en común. Los más mayores y los más aventajados ayudaban a los más pequeños. Pero los tiempos estaban cambiando. Se acercaban los vientos urbanos y no se podían consentir ciertas escuelas con pocos alumnos. Así que tuvimos que marchar a la Escuela Hogar, arrancados por las autoridades a nuestras familias con 11 o 12 años. Éramos demasiado jóvenes, pero sólo les importó a nuestros padres. Su rabia estuvo aplacad por dos elementos. El uno era el resultante de tantos años de dictadura: no se atrevieron a alzar la voz ante la injusticia; en aquel tiempo, la gente del pueblo no protestaba, había sido domesticada. El otro era el de la esperanza: el sueño inherente a todo pobre que no es otro que el contemplar cómo algún sus vástagos superan su situación y escalan los peldaños de la sociedad. No se puede negar que eran factores muy importante y muy poderosos.

Nuestra juventud era algo así como un almendro en flor. Nunca se sabía si el fruto sería bueno. Quizás se malograra por una helada, por una sequía. Era imposible saberlo. Muchos dejaron el instituto en 2º de bachiller, cuando las cosas empezaban a complicarse. No es que fueran menos capaces que los que continuamos, porque muchos han labrado una extraordinaria carrera en la agricultura y no son precisamente insignificantes. Simplemente, los que seguimos teníamos más sueños y quizás más aguante. No sé, por encontrar alguna explicación racional a lo que vino después.

Callar y soñar. Era un binomio a la altura de muchos españoles de aquellos años, en una sociedad rural que hacía esfuerzos considerables por mejorar su situación.

La estancia en la Escuela Hogar fue una etapa importante en mi proceso formativo. Fue duro durante mucho tiempo. Todavía hoy tengo, de modo ocasional, sueños que remiten a aquel tiempo. Fue duro para mí y para mis padres. Mis abuelos murieron en el tiempo en que estaba internado allí. Adquirimos allí otro punto de vista sobre el mundo. Tuvimos una ampliación de horizontes. Pero estábamos deseando regresar al pueblo. La noche de los domingos era terrible, larga, casi en vela toda ella, porque el lunes significaba el regreso al internado. A efectos de conocimientos, éramos como orzas a mitad de llenar: todo nos cabía, la geografía y la historia de don Tomás, la lengua de don Alejo, …

Me gustaría saber qué fue de Miranda y de tantos otros que pasaron en aquel tiempo por la Escuela Hogar. Compartimos muchas cosas que el tiempo no puede borrar, aunque lo intente con ahínco.

No todo fue positivo en la Escuela Hogar. Aunque íbamos a ella a cursar 6º de EGB, un sistema educativo ya lejano, pronto cerraron la escuela vieja del pueblo. Se hizo de un plumazo, cuando consideraron que no había suficientes chicos. Evidentemente, unos cuantos estábamos en la Escuela Hogar. Esto ahondó más si cabe el proceso de despoblación. Hay que ver cuánta responsabilidad ha adquirido el estado en el proceso de demotanasia actual. De pronto, muchos agricultores vieron la necesidad de invertir los ahorros de una buena cosecha en pisos en Requena o en Utiel. Fue una jugada maestra para estas pequeñas ciudades. Pudieron crecer devorando a sus aldeas, vaciándolas por completo. Un alcalde de Requena vaticinó, en plena inauguración del cementerio de Los Ruices, que aquello sería flor de un día, flor fúnebre, se entiende, porque en poco tiempo, todo el mundo acabaría poblando la gran urbe requenense. Tenía razón, pero, dado que los ruiceños, tenemos la mala costumbre de morirnos cuando sentimos la llamada, el cementerio está cada vez más lleno; en cambio, el pueblo anda cada vez más vacío.

Requena salió triunfante de la batalla. Ha engullido y digerido el factor crecimiento que nacía de sus aldeas. Ganó la batalla. Es dudoso que gane la guerra si no reconstruye su mundo aldeano.

El futuro es, por supuesto, una incógnita. Hay nubarrones a la vista. El fenómeno de la despoblación, que es parejo a un proceso de desvalorización del universo rural, es una problema capital. Tanto Utiel como Requena han vivido pagadas de conocerse. Sin aldeas, sin un medio rural sustentante, ¿cuáles son los perfiles del futuro?

En Los Ruices, a 8 de agosto de 2019.

Comparte: El fin de la vieja escuela,… y de casi todo lo demás