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EL OBSERVATORIO DEL TEJO. JULIÁN SÁNCHEZ

Hace apenas unos meses lo venía a mencionar en un artículo en este mismo medio bajo la denominación de “El independentismo toma impulso”, mediante al cual advertía de un inminente peligro que podría cernirse sobre nuestra comarca, cuya pretensión podría consistir en desestabilizar notablemente nuestra convivencia y nuestro devenir socio-económico, histórico y cultural.

Extraigo uno de sus párrafos donde venía a exponer dicha previsión, en referencia al tan reivindicado derecho a la autodeterminación de Cataluña: “En consecuencia haríamos bien en tomar conciencia sobre el particular, habida cuenta que cualquier día podíamos llegar a observar en nuestro territorio movimientos especulativos en orden a la actitud de ciertos grupos o grupúsculos de ciudadanos/as los cuales comulguen con una reivindicación la cual muchos consideran lejana, pero que ni por ahí puede resultar tan ajena a nuestra convivencia y situación territorial futura, como consecuencia de que el tan cacareado derecho a la autodeterminación puede ser reclamado en cualquier momento por gentes de nuestra propia comunidad”…

Pues bien, como predecía, la cosa comienza a entrar en movimiento. En la reciente presentación del programa electoral que Esquerra Republicana de Catalunya (ERC),   ofreció ante los diversos medios de comunicación, el partido separatista catalán ya no oculta su pretensión de incorporar a la futura República Catalana los territorios que considera que han de estar bajo la misma bandera: País Valenciano (sic), Illes Balears (sic) Catalunya Nord (sic) y Franja de Aragón. Para quien no esté familiarizado con la comprensión del territorio que el nacionalismo catalás reivindica, les indicaré que lo que ellos denominan Catalunya Nord (Cataluña norte), lo forman las comarcas francesas ubicadas al suroeste del país vecino pertenecientes a Rosellón, Valldespir, Conflent, Capcir, Alta Cerdaña y Fenolleda. Y en lo referente a la parte aragonesa, ésta viene a comprenderse en los territorios situados al nordeste de Aragón que en Cataluña se conoce bajo la denominación de Francha d’Aragó (Franja de Aragón) situados bajo la influencia de los arciprestazgos de Bajo Cinca, Cinca Medio, La Litera, Ribagorda Occidental y Ribagorda Oriental, conteniendo indiferentemente municipios de características monolinguísticas tradicionales tanto en francés como castellano, junto a otros de particularidades bilinguisticas.

En el acto de presentación del mencionado programa ERC efectúa el siguiente llamamiento: “Conviene que personas y entidades representativas de los diversos territorios estén presentes en el proceso de transición nacional y que las estructuras de Estado que se hayan de crear tengan presente la posibilidad de que cualquier otro territorio histórico de la nación catalana pueda, en cualquier momento, decidir de manera “democrática” añadirse a la futura República catalana o crear otra y federarse…” (sic). Como bien expusimos, el movimiento comienza a extenderse y ya no podemos mirar hacia otro lado.

Si prestamos atención a lo expresado por la proclama de Esquerra, se excluye de todo protagonismo en referencia a la propuesta de construcción del nuevo estado catalán, a las Islas Baleares, a la Cataluña Norte, a la Comunidad Valenciana y a la Franja de Aragón, únicamente se les atribuye, en consecuencia, una simbólica “presencia” en el desarrollo del proceso, dejándoles la puerta abierta con intención de que “en cualquier momento” decidan de manera “democrática” añadirse a la “futura república catalana o crear otra y federarse”. Queda claro que, en todo caso, el protagonismo y la prevalencia de Cataluña en esta cuestión está fuera de toda cuestión y la situación subalterna, también. En cuanto a la “presencia”  que en el proceso que atribuyen a los territorios aludidos, se presume la constitución de una futura compilación de derechos los cuales han de ser establecidos para su futura relación con el nuevo estado catalán. Así lo hacen ver los cabezas de lista de la candidatura de Esquerra a las europeas al manifestar que “durante las negociaciones con el Estado español y con el resto de agentes internacionales queden claros los vínculos culturales, sentimentales, sociales, geográficos, históricos y económicos entre los territorios históricos de los Países Catalanes. Y expresar la voluntad de que estos vínculos se conviertan en políticos cuando el resto de territorios coincidan, democráticamente, en esta voluntad…”

Vienen a justificar este aquelarre en un compendio de tradiciones y connotaciones culturales y un autoproclamado “respeto a la verdad histórica” tal y como se expresan en el siguiente párrafo textual: “Tanto el nuevo Estado como sus medios y organismos públicos difundirán y divulgarán esta realidad común, mostrando sus raíces y vicisitudes con exigencia de rigor y respeto a la verdad histórica (sic). Por eso mismo, será preciso impulsar la articulación del espacio comunicativo catalán, formado por los medios de comunicación de Cataluña y los medios de comunicación del resto de los territorios históricos de los Països Catalans”. O sea, los mismos que han subvencionado y adoctrinado durante años con el objetivo de dar forma y acepción pública a su falaz pretensión, habida cuenta que, la mayor parte de todas esas consideraciones de supuesto origen ancestral, fueron inventadas y vienen a tener su origen a finales del siglo XIX, o, como mucho a mediados del siglo XX, exactamente de la misma forma que en el resto de Europa. En España vino a tomar cuerpo a mediados de los 60 cuando el escritor de Sueca Joan Fuster, en su libro-proclama “Nosaltres els valencians”   se refirió a los Països Catalans como una unidad lingüística, histórica y cultural que debería dar lugar al nacimiento de una sola nación para la que debería guardarse el nombre de Cataluña.

Como ciudadano libre que vivió durante casi la mitad de su ida en una dictadura de características, quiérase o no, nacionalistas, solamente el pensar que tengo que volver a someterme a estos pretendidos dictados me alarma soberanamente y me causa gran desazón, por lo que en forma alguna tengo previsto quedar sometido nuevamente a esta desgraciada situación. No estoy dispuesto a residir en un “sacrosanto” territorio donde sus políticos se presenten como inmaculadas encarnaciones de la esencia viva del pueblo; donde cualquier crítica o acusación sobre sus manifestaciones o actuaciones se llegue a constituir bajo las características irrefutables de injuria inferida a la comunidad entera; donde se impida sistemáticamente la investigación de sus fechorías y donde vuelvan a exigir la actitud fascista de “prietas las filas”.

Un territorio donde, con dinero público se compren las voluntades de los medios de comunicación, de los difusores de la cultura y enseñanza nacional, donde reine a porfía la corrupción, el chantaje, la deslealtad, la incompetencia, la amenaza y la chulería y todo vaya a quedar en la más exasperante impunidad. Un territorio donde el lenguaje político no acepte otra verdad más que la de sus manifiestos, porque no debemos olvidar, tal y como en su día describiría el escritor y periodista británico George Orwel, que “el lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen a verdades y que sea respetable el crimen” (sic).

Yo no deseo, ni estoy dispuesto a pertenecer a un conjunto de ciudadanía constitutiva en un grupo cerrado donde la pluralidad quede sistemáticamente sustituida por la unanimidad de criterio, acepción homogénea cultural y de expresión. Mi deseo es formar parte libremente de un colectivo donde se me otorgue la capacidad de disentir, de investigar y proclamar mi genuina opinión sin chantajes ni amenazas, donde se reconozca y ampare por ley la capacidad individual y el derecho a discrepar de cualquier opinión de forma razonable, donde el derecho y la obligación de crítica y autocrítica sean un parámetro obligatorio de los compendios básicos componentes de la legalidad del estado. Un colectivo ciudadano donde su identidad no venga establecida por su lugar de nacimiento o su atribución a una autoproclamada “clase diferencial”, si no en el derecho que le atribuyen la satisfacción de sus impuestos y el conjunto de acciones ciudadanas cotidianas que cristalicen en la conformación del entramado social, donde todos nos sintamos obligados a forjar libremente nuestra evolución y nuestro progreso colectivo e individual. Un colectivo donde los gestos prácticos se antepongan a las suntuosas declaraciones de principios, a las estridencias victimistas y a la coacción lingüística y cultural.

Esto es lo que nos va a venir, estamos en el saco independentista. La estafa política va a seguir perpetuándose sobre un país medio devastado, endeudado, con una administración politizada, desproporcionada y derrochadora y con unas connotaciones de discordia, las cuales, lejos de propiciar nuestro despegue socioeconómico, van a privarnos de la posibilidad de obtener el consiguiente pulso político que nos otorgue la capacidad de emprender los grandes proyectos comunes los cuales posibiliten nuestra más que necesaria evolución como sociedad moderna y plural.

Y en medio de todo este desbarajuste estamos nosotros, una comarca de características muy singulares, pacífica, emprendedora y recurrente,  más necesitada que nadie de consolidar su genuina identidad y capacidad de acción, la cual va a ser sacudida por un movimiento al que nunca fue su propósito siquiera considerar y ya veremos cómo hasta desde dentro de nuestro propio territorio surgen voces desde la pseudohistoria favorables a esa uniformidad que reclama la pertenencia a esa región que pretenden conformarla en un nuevo estado diversificado y que, hasta nos dirán que somos catalanes de toda la vida y veréis como nos lo fundamentarán con menciones ancestrales, históricas y hasta folclóricas, lo que se suele denominar bajo el locución empleada por algún que otro historiador  “el envejecimiento del presente”. No tardaremos en verlo, en consecuencia, espero que estemos convenientemente preparados a fin de que no se nos meriende la hiena.

Julián Sánchez

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