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LA BITÁCORA // JCPG

Requena (16/05/19)

Este dibujo de Christof Weiditz refleja moriscos granadinos del siglo XVI. Mujer a caballo. Niño en el serón.

Hay que reconocerlo: existe una fuerte preocupación en Europa ante el Islam. Ante el de fuera como el de dentro. Muchas veces, se torna auténtica islamofobia. Es curioso pensar que el Islam formó parte, en el pasado, de la esencia de muchos de nuestros antepasados. Es decir, que sigue formando parte de nuestro estrato temporal, que, al fin y al cabo, llevamos todos a la espalda.

¿Pasado? Sí, pero algo más llevamos por nuestras venas. Estamos en el área que habitaron los últimos moriscos de la Meseta de Requena y Utiel. Se trata de la vega del río Magro, en aquellos tramos más inaccesibles y cerrados del valle fluvial. Entre La Portera y Hortunas. En un buen trecho, el que tiene que ver con las inmediaciones y algo más del Molino de Marina, se trata de una finca particular; y, tal como acostumbran en estos casos, el territorio aparece vallado, al tiempo que accesible a través de una cerca violada para permitir el paso. ¿La búsqueda de un espacio privativo, exclusivo? ¿El deseo de evitar el acceso a coches y motos, siempre bastante violentos en su acción sobre el medio natural? Se admiten reflexiones. Sucede lo que tantas veces se ha denunciado: el cierre de caminos.

En el descenso, se va perfilando una naturaleza agreste y poderosa. Farallones de piedra en muchos tramos parece permanecer vigilantes ante el acceso de intrusos. Son monumentos pétreos que esconden en sus entrañas ciertos recovecos ideales para la fauna, enclaves espectaculares repletos de árboles, arbustos y broza.

Es un paraíso. Los lugares paradisíacos están quedando exclusivamente para la despoblación. Porque existe otra acepción de lo paradisíaco: aquello que tiene que ver con la subjetividad, con el orden de las prioridades personales. Hoy lo paradisíaco parece residir en algún lugar, para mí, absolutamente desconocido, de las ciudades.

Como siempre, los restos del solar de antiguos cultivos. El testigo de los seres humanos. La supervivencia misma. Hoy es todo improductivo, naturalmente en el sentido que hoy en día damos a esta palabra.

Un paraíso para pasear e ir en bici. Vale. Fue un refugio paradisíaco para aquella minoría morisca que permaneció en estas tierras hasta los decretos expulsorios que se iniciaron en 1609. Aquello fue una tragedia que ha hecho correr muchísima tinta, y seguramente aún dará mucho para escribir. Se dice que por aquí vivían las últimas familias moriscos. También se dice que no eran cristianos sinceros, sino que permanecían apegados a su fe musulmana. Fuera real o no, mantenían, como es natural, costumbres y tradiciones que sonaban mal a un mundo nacionalcatólico militante. La importancia de las costumbres: del vestir, del comer, de lo que se hace cada día; aún en nuestra época, en la democracia actual, quien viste diferente y se comporta diferente resulta, como mínimo, punto de atención de sus congéneres y vecinos.

El morisco era un elemento más del abigarrado ambiente social de la Meseta. En la primera mitad del siglo XVI visitaba los mercados de Requena tanto como de Utiel. El mercadeo, una actividad sempiterna del ser humano. Incluso se alojaba en casas cristianas de Requena; ya sabemos lo que resultaba de aquí. Mestizaje puro; la esencia misma de los seres humanos, por encima de fes, colores y costumbres.

Caminar por este valle. Coger espárragos. Respirar un aire limpio. Contemplar, sin embargo, que el río baja sucio. Un atentado, a una afrenta difícilmente disculpable a una naturaleza educada.

Existe una historia que cuenta Jorge Luis Borges. Se trata de un guerrero bárbaro, de aquellos que invadieron Italia al fenecer la gloria romana. Se llama Drocfult y trataba de defender la ciudad de Rávena, en unas condiciones curiosas: ha abandonado a su tribu y se ha pasado al lado de los raveneses, seducido por la ciudad, por los espectáculares mármoles de sus edificios. Procedía del Norte, donde habitan renos, jabalíes y otras especies. Blanco como la nieve, primitivo, inocente y esforzado, había permanecido fiel a su jefe y a su tribu; pero la guerra lo ha traído hacia el sur, con su pueblo, seducido por las miles de la civilización urbana. En Rávena tiene una oportunidad; ahí ve algo que no había visto jamás, o que no ha visto con plenitud múltiple sin desorden; ve una ciudad, un organismo hecho de estatuas, de templos, de jardines, de habitaciones, de gradas, de jarrones, de capiteles, de espacios regulares y abierto. Es entonces cuando la urbe lo ciega por completo y lo rapta para ella, sólo para ella. Luchará por Rávena. Pelear por Rávena. Como pelear por Cortes; eso es lo que harían los moriscos cerca de aquí: pelear por su paraíso, por su tierra. Allí se atrincheraron. Hizo falta el ejército para sacarlos. No querían abandonar su tierra. La barbarie, en forma de civilización cristiana, había decidido echarlos.

Es imposible no entender que quisieran defender rincones como este de la Vega del Magro. Mientras el río discurre sucio, nosotros seguimos buscando espárragos. Lo hay abundantes. Pobre Magro: no hay manera de que transcurra limpio. Una auténtica vergüenza. El concepto modernidad no puede estar enfrentado a la naturaleza; por lo menos no puede seguir destrozándola. Convertimos la modernidad en el puñal con el que nos vamos haciendo el hara-kiri cotidiano.

La rebelión de los Moriscos en la Muela de Cortes. De Vicent Mestre, 1613. El paisaje agreste de esta zona del Magro recuerda, anuncia y proclama su hermanamiento con la Muela de Cortes. Unos cuadros muy interesantes, dignos de más estudios.

Espárragos. Moriscos. Molinos. Rastros de un viejo modo de vida. ¿Volveríamos a este pasado? Aunque sólo fuera unos días, para conocerlo, para contarlo después. No estaría mal. Una inmersión en la historia más estricta. Cuenta también Borges la historia de aquel rapto a la civilización en el que una inglesa es secuestrada por los indios. Talmente los Centauros de John Ford, pero sin el increíble Wayne ni el Monument Valley. Porque la historia transcurre en América del Sur. La inglesa se sumerge en esta civilización primitiva. El guerrero del Norte se convirtió a la civilización en Rávena. La inglesa se sumerge en la civilización indígena con todas sus consecuencias: se convirtió en esposa de un capitán valiente con el que tuvo dos hijos. Se sumergió en el mundo de los toldos de cuero de caballo, de los grandes festejos con carne asada; se metió de lleno el mundo de las cabalgadas, de las sigilosas marchas a caballo al alba, para escapar más fácilmente. También en las actividades del saqueo y la rapiña, del asalto de los agricultores, a quienes robaban en sus corrales. Compartía la categoría de esposa del capitán con otras. La inglesa de antes se había convertido en esposa de un indígena polígamo. Una inmersión total. Vaya que sí.

Piensas esto y el que te acompaña acaba por ver más espárragos que tú. Los columbra en la lejanía, o quizás los huele, no sé, pero es asombroso lo que algunos y algunas pueden ver. Necesito acercarme a la esparraguera para distinguirlos, y aun así me resulta algo difícil.

El guerrero bárbaro, seducido por la simpar Rávena; la inglesa, por el capitán. Ambos personajes traspasaron la raya. En sentidos opuestos. ¿Incomprensible? A los dos les arrebató el ánimo algo más poderoso que la razón. El impulso irracional de la transgresión, desde la civilización moderna a otra diferente. Los moriscos de esta tierra tuvieron que salir. O quizás no. Dadson ha investigado a fondo la cuestión en Villarrubia de los Ojos. Qué admirable lo de esta población y sus moriscos. Es un islote de libertad en un mar de incomprensión e intransigencia. Admirables vecinos de moriscos que les ayudan; admirable cura cambiando nombres; una confabulación global que nos reconcilia con los seres humanos; algo aún existía de misericordia, de humanidad.

Mosaico de los Reyes Magos. En San Apolinar Nuevo, Rávena. El guerrero bárbaro cayó postrado ante obras como esta, ante mármoles pulidos, ante el orden de una ciudad clásica.

Me gustaría pensar que este valle del Magro pudo ser así. Pero me temo lo contrario. Ganó el nacionalcatolicismo. ¿Era la civilización? Sólo una de ellas. Dos mundos enfrentados. Desde mediados del siglo XVI cada vez más opuestos. La guerra de las Alpujarras puso en el tapete cuántas cosas oponían a moriscos y a católicos. Y después llegó lo que llegó.

Pero en este valle hoy se respira paz, sosiego, y embriaguez de la arquitectura de la naturaleza. Aquellos mármoles pulidos de la Rávena que enamoró al guerrero de Borges están aquí representados por farallones, chopos y ese sonido embriagador del río que no se rinde ante nada. Quién sabe si en aquella Requena, en aquel Utiel del siglo XVI, en aquella tierra de la frontera, alguna morisca se dejó seducir por su capitán, en aquellas noches en las que un mismo techo los cobijaba. La raya era fácil de traspasar. Se hacía de forma cotidiana. Aquellas esclavas moriscas de Sánchez de Cutanda, que servían en su casa, y que junto a otros esclavos también vendimiaban la viña de la Hoya de los Molinos eran ejemplos de la transgresión. El guerrero de Rávena saltó el muro voluntariamente; la inglesa fue raptada y aceptó caer tan bajo como ser una de las esposas del capitán; los esclavos de Sánchez de Cutanda vivían en su casa y trabajaban para él en aquella Requena de 1540. El Valle del Magro condensa una naturaleza pletórica con una historia riquísima. Pero hay que seguir respirando, paseando en este universo idílico,… y cogiendo espárragos.

En Los Ruices, a 14 de mayo de 2019.

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