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EL OBSERVATORIO DEL TEJO/JULIÁN SÁNCHEZ
                He de reconocer la enorme ilusión que en mi juventud atesoraba en orden a que en mi país pudiesen alcanzar a darse algún día las circunstancias democráticas que le llevasen a constituirse en calidad de una auténtica democracia de características propias de los países del centro y norte de nuestro continente, pero debo reconocer que, tras el paso del tiempo, el enorme retraso evolutivo que atesoramos, en referencia a los valores propios de la democracia, mantenido actualmente con dichos países, es muy probable que mi vida concluya sin haberme visto en un altar de tantas luces.

Nuestra democracia ha venido siendo históricamente vulnerada, vituperada, maltratada y corrompida por una clase dirigente quienes se han pensado ser los dueños de la sala, y el tema no viene de aquí. Desde la propia Edad Media, se prefirió la ostentación de un imperio en superposición al desarrollo evolutivo de un estado-nación, el feudalismo al desarrollo de la incipiente burguesía al que se oponía, la Inquisición a la tolerancia y libertad de cultos, el absolutismo a la constitucionalidad, y los nacionalismos más excluyentes a la integración en un estado de determinante cohesión social y moderna vertebración, y en esas seguimos.

Se pudo terminar con todo ello apenas sin traumas con la instauración de la Segunda República, pero el enorme caos propiciado por la intransigencia de los extremismos de izquierdas y derechas, así como de las desbocadas mordidas separatistas, se encargaron de abortar un proyecto de esperanza para una sociedad en permanente convulsión convirtiendo el ilusionante experimento en una enorme tragedia. Cuanto más buceo en las trémulas aguas de nuestra historia, más me confirmo en la idea de que los mayores enemigos que siempre hemos soportado hemos sido nosotros mismos. Es nuestro sino.

Y en ello seguimos, la intransigencia a la hora de convivir izquierdas y derechas no ha cedido ni un ápice. En consecuencia no debe extrañarnos la circunstancia de que, a la hora de intentar pactar acuerdos tras dos procesos electorales los cuales vinieron a arrojar un casi idéntico resultado, el laberinto de los pactos se tupe cada vez más y la única salida que se va atisbando por el horizonte viene a ser la posibilidad de unas terceras elecciones, o lo que viene a significar algo más gráfico, la realidad de un año (de momento) con un gobierno en funciones y el maremágnum nacionalista avanzando en sus intrínsecos y siniestros postulados.

El caso viene a ser, que en una democracia moderna, el llegar a acuerdos institucionales no debería ser tan complicado, y todavía más si nos fijamos en el diagnóstico en gran medida coincidente sobre la urgente necesidad que precisamos en orden a la regeneración institucional que vienen demandando las significativas carencias experimentadas en nuestro actual sistema, especialmente en la trama de los partidos tradicionales, cuya acción corruptiva ha contaminado la totalidad de nuestro espectro político e institucional, circunstancia la cual ha propiciado, tal y como propugna Víctor Lapuente en su interesante libro “El retorno de los chamanes”, donde viene a advertir, muy seriamente, del peligro de los populismos y sus engañosas recetas de soluciones fáciles frente a problemas complejos.

Deviene auténticamente lamentable, pero que, a día de hoy, y pese al tiempo transcurrido, todavía se mantenga en mí la idéntica expectativa democrática de mis años jóvenes, sin que apenas haya visto cumplirse siquiera un mínimo de aquella ilusión incubada en mi adolescencia, otorga la imagen de toda la inquina que llevamos dentro, nunca depurada y siempre fomentada mediante la intolerancia y el desprecio a la opinión del opositor.

Pero seguimos en las mismas. Cuando se piensa en un modelo de Estado de Bienestar, político, económico o educativo, seguimos mirando hacia el norte, consecuentemente los países del norte de Europa son la referencia de las sociedades avanzas. Curiosamente, Dinamarca, Noruega o Suecia tienen una larga tradición política de pactos de Gobierno. Las sociedades de estos países son tan plurales que pocas veces un partido político puede gobernar en solitario sin apoyarse en otras fuerzas políticas.

Y mira que nos dan ejemplo, desde la gran coalición de Alemania a los Gobiernos de Dinamarca, Noruega o Suecia que pivotan pactos a izquierda y derecha, son algunos ejemplos de cómo salir de un Parlamento fragmentado. Pero, ni por esas. El norte de Europa sigue siendo el espejo en el que mirarse para que los dirigentes políticos españoles salgan del embrollo que les ha deparado las urnas. Por ejemplo, en las elecciones danesas de principio de año surgió un parlamento muy fragmentado con tres partidos separados por una diferencia de menos de trece escaños en un total de 175. Tras negociar, Venstre, la tercera fuerza política, de centro y con el 19% de los votos, formó Gobierno. Lars Rasmussen gobernó en minoría y logró superar la investidura gracias al apoyo de Dansk Folkeparti, de derecha extrema, y que fue segundo en las elecciones, continuando la tradición danesa de haber sido fiel a grandes coaliciones de centro-izquierda, centro con derecha o de izquierda con derecha.

En Noruega manda el Høyre (de centro derecha) con Fremskrittspartiet (extrema derecha) en coalición. Por primera vez en 30 años gobierna un partido conservador.  El Arbeiderpartiet, socialdemócrata, ha sido el partido hegemónico, pero en pocas ocasiones ha podido gobernar en solitario. En varias ocasiones ha compartido Ejecutivo con socialistas, liberales y centristas.

Para poder gobernar la socialdemocracia en la Suecia en los últimos años, el partido ha tenido que contar con socios a izquierda y a derecha. Actualmente, Kjell Stefan Löfven, líder del Partido Socialdemócrata Sueco, lidera el país con el apoyo de los Verdes.

Los pactos y las coaliciones en Europa son habituales en relaciones de partidos tanto de centro e izquierda, como de centro y derecha. En estos momentos se apela a una gran coalición a la alemana. Ángela Merkel va por su tercera legislatura con el SPD (el partido socialista alemán). Lo que empezó en 2005, cuando la canciller tendió la mano al SPD para evitar que pactase con la izquierda radical.

En Holanda, también hay una gran coalición entre los conservadores y los socialdemócratas. Antes del actual acuerdo, el actual primer ministro, Mark Rutte, gobernó con los centristas y con el partido de Geert Wilders, de extrema derecha. En Austria la fórmula se repite desde 2007.

Volviendo a Dinamarca es conveniente conocer la realidad de que se organiza constitucionalmente en calidad de monarquía parlamentaria que tiene como soberana a la reina Margarita II y se rige por la Constitución aprobada el 5 de junio de 1953, (La nuestra data de 1978 y ya la quieren fulminar). Los propios daneses la califican como estable, eficiente y bien organizada, en la que se registra una alta participación de los ciudadanos.

Más allá de sus fronteras pocos saben, sin embargo, que en esta monarquía constitucional ningún partido ha obtenido la mayoría absoluta en el Parlamento desde 1909. Una situación que a lo largo del pasado siglo ha fomentado una cultura del consenso, una genuina política de pactos que se caracteriza por administraciones minoritarias amparadas por alianzas con uno o más partidos.

España se enfrenta actualmente al auténtico reto que le lleve a modernizar sus estructuras democráticas, mediante la asunción a partir de ahora de un discurso público sobre hipótesis más correctas acorde a un futuro común, apoyándose en los datos disponibles y huyendo de ideas y conceptos preconcebidos, de significaciones abstractas, de prejuicios y de convicciones simplistas. Esto requiere ser capaces de debatir sobre gravámenes, pensiones, reforma laboral, violencia de género, referéndums, desahucios o cualquier otra cuestión sin dar nada por sentado y con disposición para examinar todas las posibilidades con la finalidad de lograr la mejor solución concreta para cada problema.

En definitiva, si queremos afrontar de una vez posiciones de futuro acorde a un estado moderno, habrá que abordar las discusiones y los posibles acuerdos con espíritu crítico, abierto y con actitud innovadora; dando por asumida la idea de que, en un principio, las mejoras serán más modestas de lo que podríamos pretender, pero lo importante es que sean mejoras y vayan en la dirección correcta. Esta fue la actitud adoptada hace ya muchos años por los países del centro y norte de Europa con excelentes resultados en términos de libertad, modernidad, igualdad de oportunidades y de crecimiento económico. El que los gobiernos de coalición, los pactos y el multipartidismo sean frecuentes en Dinamarca o Suecia no viene a ser realmente una casualidad.

Ahora tenemos la oportunidad de despojarnos del atavismo medieval que arrastramos de forma imperecedera a través de los siglos. Confiemos que, nuestros dirigentes sepan estar a la altura que el periodo les demanda, por lo menos de forma semejante a los que tuvieron que afrontar el caso análogo en la transición de 1978. Caso contrario, me temo que mi sueño de juventud, pase definitivamente a mejor vida.

Julián Sánchez

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