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LA HISTORIA EN PÍLDORAS // Ignacio Latorre Zacarés

26 de abril de 2020, domingo, confinado y confitado.

Uno escucha las pocas noticias de la “bicha” que dejo que traspasen mis pabellones auditivos (para no alterar mi salud mental) y comprueba, con admiración, como situaciones actuales le retrotraen a escenas pasadas investigadas sobre epidemias varias. Todo resulta asombrosamente familiar: aislamientos, prohibiciones de circulación, regulaciones de precios, miedos, incertidumbres médicas, complejidades estadísticas, estigmatizaciones, medidas curativas inverosímiles (la de Trump pasará a la antología de disparates en tiempos de pandemia), actitudes heroicas e, incluso, las nada heroicas.

Frente a las buenas nuevas de comportamientos ejemplares y de solidaridades vecinales (y en la comarca somos un gran ejemplo de ellas), de vez en cuando y como excepción, no caigamos en la negatividad, aparecen también insolidaridades. Acaparamientos en supermercados (lo del papel higiénico creo que debe ser futura materia de tesis doctoral de Psicología); algunos empresarios que acaparan material médico (frente a otros muchos que disponen sus recursos a disposición contra la pandemia); especulación al mejor postor y a pie de avión con bienes que se han convertido en de primerísima necesidad o empresas que dan “gato por liebre” (mascarillas y test defectuosos).

En definitiva y hablando en meseteño comarcano “buscar la cagá del lagarto” o, más políticamente correcto, “A río revuelto, ganancia de pescadores”.

En épocas de epidemias y hambrunas, que iban unidas como hermanas como decía en el siglo XVI el galeno Martínez de Leyva, se iniciaban las tácticas de acaparadores y especuladores con los bienes más vitales. Si ya se barruntaba que la cosecha iba a ser mala, los comerciantes empezaban a “encamarar”, es decir, almacenar en cámaras el preciado trigo a la espera de la subida de precio y el negocio del contrabando, que se dirigía especialmente al vecino Reino de Valencia. Si la hambruna era ya un hecho, a pesar de los denodados intentos del Concejo de Requena de pagar hasta lo no pensado por trigo allí donde lo hubiere, había comerciantes que empezaban a vender trigo sin cerner, sin pasar por el ciazo y el harnerillo (con el salvado e impurezas) y a subir en demasía los precios. Otros optaban por aguantar hasta el máximo la reserva de cereales para venderlo y traficarlo a la máxima ganancia. Y hubo quien utilizaba medidas antiguas más ventajosas.

1928 rmujer con pan con marcas en Malpartida de Plasencia foto Ruth Matilda Anderson

El Concejo convertía la hambruna o epidemia en su casi única preocupación y dictaba medidas drásticas para solventar la situación como cerrar con candados las cámaras de trigo de los acaparadores para que no desapareciera tan preciado alimento de la necesitada Requena. Tomaban el quinto del pan que pasaba por la aduana de Requena y el trigo de las tercias o bien hacían probaturas con el panizo (“pan de panizo, fue el diablo quien lo hizo”). Algo de todo eso les conté en otra “píldora” redactada años ha y que sigue por las redes de Dios: https://iv.revistalocal.es/columnas/comedores-pan/.

En la malísima coyuntura de escasez de trigo de los años 1545-1546, surgió la figura de un negociante clave en la Requena de la época y que, prácticamente, ha pasado desapercibido para la historia local: Diego de la Ribera.

Al personaje de nuestra “píldora” lo vemos ya en 1532 como dezmero y cobrador del puerto seco de Requena, junto con el que por muchos años fue el recaudador real de la aduana: García de Ávila o Dávila. Éste último mantuvo frecuentes pleitos con el Concejo de Requena que lo denunciaba por asuntos del paso del pan y ganado por el puerto y los derechos que los requenenses tenían sobre ello. Justamente, en la hambruna de 1545-1546 se mantenía uno de esos vibrantes conflictos judiciales que eran vitales para la supervivencia de Requena y, dicho de paso, para la “bolsa” del recaudador.

A medida que uno va leyendo actas, la figura de Diego de la Ribera se va convirtiendo en omnipotente y “omnívora”. En 1535 tuvo problemas con el juez por no dar cuentas del paso del pan y ganados de los vecinos de Requena hacia el reino de Valencia. En 1538, lo vemos cobrando las rentas de las fieldades en nombre del citado García de Ávila. Y no sólo controlaba el puerto seco para el recaudador real, sino que también representaba a algunos de los comerciantes que pasaban sus mercancías por la aduana como el valenciano Pedro Gati. Juez y parte.

Diego de la Ribera acumulaba dineros como un niño cromos y lo vemos prestando al Concejo desde asuntos leves como adelantando dinero para el pago de los pesos de la carnicería o para enviar un peón a la Corte y a Granada con mensajes del Concejo hasta el paroxismo de prestar en 1543 los 66.791 maravedíes del servicio extraordinario y 11.800 del ordinario con destino a las arcas del “Imperio” de Carlos I. Una barbaridad de numerario.

Diego de la Ribera se postulaba a todas las almonedas o subastas de arrendamientos de impuestos de Requena y se hacía con ellas. En 1543, poseía los arrendamientos de las sisas de la carne, harina y las tiendas. Es decir, era el que “cortaba el bacalao” en Requena, pero casi literalmente, porque sabemos que en 1545-1547 también arrendó las pescaderías (“pá qué más”).

En 1546-1547 postuló al arrendamiento de las vitales tablas de las carnicerías con unas condiciones que se pueden calificar de obscenas, afrentosas e infamantes para el Concejo que debía hacer el trágala (haremos un “documento del mes” de ellas). Además, con García de Ávila, le transmitió al Concejo dónde debían pastar unos y otros ganados (a ver el guapo que les tosía). Ellos mismos poseían sus hatos de animales y vemos cómo la Villa le pidió a Diego de Ribera que retirara sus reses que no eran de la carnicería de la Redonda.

1928 Horno de pan en Malpartida de Plasencia

Y llegó la hambruna de 1545-46. Diego de la Ribera, of course, llevaba los arrendamientos de la harina y el negocio de las panaderas (un oficio siempre en femenino). Sucedió todo como un goteo. El 19 de noviembre de 1545, Diego de la Ribera confirmó al Concejo que había comprado mil fanegas de trigo para el proveimiento de la panadería (¿ángel o demonio o ambas cosas?). Once días después, con el arrendamiento de la panadería en manos de Diego de la Ribera, se nombraron las trece panaderías que debían deshacer el pan con la obligación de que se les dieran el pan los lunes y viernes de cada semana. Las panaderas debían comprar a Diego de la Ribera según el precio fijado por el Concejo. En el mismo acuerdo, se decidió comprar el trigo a Antón López de la Motilla (del Palancar, añadimos) a seis maravedíes la fanega y que el ínclito Diego de la Ribera tomara el quinto del pan que pasaba para Valencia para la panadería. Además, se acordó ante la necesidad de pan y su carestía en Valencia, tomar todo el trigo almacenado de la cosecha y meterlo en boticas con cerradura.

Las cosas se tornaban negras y los vecinos sospechaban y se quejaban del veedor de la harina y del molinero (“De molinero cambiarás, pero de ladrón no te escaparás”). Más esfuerzos, y el 16 de diciembre de 1545, se acordaba para el proveimiento de las panaderías requenenses que Diego de la Ribera comprara 600 fanegas de trigo a Antón López de La Motilla. No serían las únicas.

Dos meses más tarde, se quejaban de que Diego de la Ribera estaba realizando fraude mezclando el trigo mojado con el seco al dar el pan a las panaderas y se envió a un emisario a la tienda para comprobarlo. Además, en la misma sesión, se le notificaba a nuestro personaje que tenía un plazo de quince días para dar el testimonio del trigo comprado al motillano Antón López.

El 11 de marzo de 1546, el justicia y regidores de Requena informaban de que los pobres de la villa carecían del vital trigo porque se sacaba mucho a escondidas al Reino de Valencia y que Martín Pedrón guardaba en su botica 700 fanegas y lo mismo hacía Diego de la Ribera con el pan de las tercias, pidiéndoles que no se sacara de la Villa. Pero como nada era suficiente, en ese mismo acuerdo se recurrió de nuevo a Diego de la Ribera para que comprara 400 fanegas más para el proveimiento de la panadería. Y se quedaron cortos, porque trece días le pidieron que sumara 200 fanegas más a la compra.

Seis días después, al igual que acaba de hacer el gobierno con las mascarillas, y ante el precio excesivo del trigo, el Concejo estableció el montante del trigo rubión y del pontejí y ordenó pregonarlo públicamente para general conocimiento. Se obligó a separar el pan mojado del seco para evitar fraudes en el precio y debido a que los pobres se morían literalmente de hambre, se ordenó cerrar con candado las boticas donde se guardaba el pan de los arrendadores de las tercias y rentas del obispado de Cuenca.

Mientras tanto, había noticias de que en La Mancha el pan iba muy caro y en Aragón muy barato, así que el Concejo envió a tres personas para saber cómo estaban los precios del pan en La Mancha, Aragón y Valencia.

8 de abril de 1546, continuaba el hambre o “gazuza” en meseteño. Tomado y medido el pan de Diego de la Ribera, se le puso cerraduras a las boticas y se puso un guarda nocturno en la tienda. Todas las cautelas eran pocas.

Diego de la Ribera, como arrendador de las panaderías, tenía la obligación de surtir a la población, pero no lo hacía, por lo que el Concejo decidió que diera 600 ducados del ala para ir a buscar trigo y se le tomaron otras cien fanegas que había traído de Siete Aguas y otras cien de las tercias para dárselas a las panaderas.

Era 26 de abril de 1546, y el Concejo sigue constatando la necesidad de pan y la obligación de Diego de la Ribera de proveer a la Villa según condiciones de la subasta, acordándose que se compraran 400 fanegas de trigo con cincuenta ducados y enviar personas a comprarlo, incluso hasta Gea de Albarracín y Castielfabib en el Rincón de Ademuz.

Y así siguen acuerdos porque el trigo lo buscaban hasta “la fin del mundo” si allí lo hubiere (“cuando no hay harina, todo es tremolina”); como hacen actualmente los diferentes gobiernos buscando y compitiendo allende donde sale el sol (que no es por Antequera) por el material sanitario (mascarillas, equipos de protección, respiradores y esperen cuando se acierte con la vacuna).

En el índice de defunciones de la Iglesia del Salvador de Requena se anotó en 1559 la defunción de Diego de la Ribera (paz llevaras como descanso les dejaste).

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