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LA HISTORIA EN PÍLDORAS/ Ignacio Latorre Zacarés

Le pedimos a la Virgen de la Cueva Santa del Cabriel que se apiadara y nos enviara agua, pero parece que esto tarda. Vuelve la cruel sequía y los almendros y vides empiezan a dolerse de la carencia de agua. Si hablamos del cereal, que exige la lluvia justamente en su tiempo, la situación es mucho peor. Las malas cosechas son una catástrofe histórica continuada que en su día provocaba enormes hambrunas en una sociedad donde el cereal era una de las bases alimenticias fundamentales y más socorridas. Si no había pan, el drama estaba servido.

Las actas del concejo requenense reflejan periódicamente estas crisis agrícolas y alimentarias. La falta de pan para alimentar a la población o de grano para sembrar y preparar la cosecha venidera provocaba toda una serie de medidas por parte del Ayuntamiento que concentraba sus esfuerzos en paliar la situación.

Las actas de la primera mitad del s. XVI reflejan varias coyunturas francamente malas para Requena con el denominador común de las malas cosechas y la falta de pan: 1521, 1529-1530 o 1545, por ejemplo. Las medidas tomadas en estos casos eran parecidas, pues la problemática era también común: aparición de acaparadores, aumento de precio, fraudes, ventas al exterior, etc.

Lo primero que hacía el Concejo cuando preveía la hambruna o la falta de grano para cosechar era realizar un control riguroso de la venta de pan. Así pues, uno de los primeros acuerdos era siempre prohibir vender cereal al exterior aprovechando que el precio era mayor. En 1521 ordenaron a los fieles y escribanos de la aduana de Requena que no dejaran pasar el trigo, pan cocido o harina (“Cuando no hay harina, todo es tremolina” – o mohína-). Además, se prohibía vender el pan o tratar con trigo de noche para evitar que lo compraran foráneos y se ponían guardas en las puertas para disuadir de la extracción de cereal de la villa. Así, en 1527 sólo se podía vender públicamente pan en la plaza y hasta la puesta de sol. La venta se debía realizar con el consentimiento del justicia y regidores. En 1530 se ordenó que todas las personas con mantenimientos de pan y otros productos los vendieran públicamente de día en sus casas; no se permitía expender de noche o a escondidas, prohibiéndoseles que lo vendieran a quienes mantuvieran negocios fuera de la Villa. En 1545 se designaron 13 panaderías para que hicieran pan dándoles la masa el lunes y viernes de cada semana.
Todas las medidas de control eran pocas, dado que en esos contextos surgían los infaustos acaparadores que retenían en sus casas el pan para que el precio subiera y venderlo al mejor postor, aunque éste postor fuera la ciudad de Valencia, dejando famélicos y sin sembrar a los campesinos del lugar. En 1529 la libra de pan cocido estaba a 3 maravedíes y al año siguiente se había puesto ya en 5 maravedíes (un 66% más). Lo primero que se realizaba era un “cala”, es decir, un reconocimiento de la cantidad de trigo que había en la Villa y saber quién lo detentaba y registrarlo bajo escribano.

En 1545-1546 la situación en Requena era dramática. Una vez realizada la “cala” comprueban que en la villa sólo había 1.000 fanegas de trigo frente a las 3.000 necesarias. Pero, además, los acaparadores, siempre buscando el máximo beneficio, estaban sacando el trigo al Reino de Valencia a escondidas y no lo querían vender en Requena a los pobres que no hallaban pan para echárselo al estómago o grano para sembrar. Los máximos acaparadores eran los arrendadores de las tercias y rentas del Obispado de Cuenca. El Concejo no se anda con chiquitas y manda al maestro cerrajero Jerónimo (al que le dedicamos una “píldora” en su día), cerrar las boticas con cerraduras y candados cuando se enteraron que sólo Martín Pedrón disponía ya de 700 fanegas en su tienda. Antes de vender el pan tenía que avisar a dos regidores para que le abrieran las cerraduras.

Por si fuera poco, uno de los arrendadores hacía fraude y mezclaba el pan bueno con el mojado. En 1529 se acordó incautar directamente las 150 fanegas de trigo que había vendido Gutierre de Villegas al vecino de Valencia Pero Ferrándes para repartirlo entre los vecinos de Requena para sembrar. Un año después, ante el desespero de la situación, El Concejo decidió incautar el pan que detentaba Diego Manrique, canónigo de la Iglesia de Cuenca, para repartirlo entre la población, pagándosele posteriormente.

Otra de las medidas era aprovechar la importante huerta requenense para sembrar otro tipo de cereales. Así en 1522, decidieron que ante la situación de hambre y falta de trigo, se prohibiera la siembra de cáñamo y lino en las huertas y vega del Magro y se sembrara panizo y mijo en ellas. El panizo o maíz, recién traído de América, aún era algo exótico y así en 1529 decidió el Concejo de Requena hacer un ensayo con fanegas de panizo a ver cómo salía la cosa (el popular “mincho”). El refrán nos lo recuerda: “Pan de centeno, para tu enemigo es bueno; pan de mijo, no se lo des a tu hijo; pan de cebada, comida de asno disimulada; pan de panizo, fue el diablo el que lo hizo”. Sin embargo, cuando había hambre, todo cereal era bueno para hacer pan.

Si finalmente no había trigo en la villa se enviaban mensajeros para comprar allí donde lo hubiera. En 1530 se compró trigo en la ciudad de Valencia, en Siete Aguas (“Sitaguas”), en otros lugares del reino de Valencia y también de Castilla y La Mancha. Iniesta era una de las localidades donde primero se acudía para comprar trigo que era puesto en el puente de Vadocañas. Al propio Obispo de Cuenca se le compró trigo. En 1545 se adquirió cereal en Motilla, Honrubia, Almansa, Siete Aguas, Iniesta e incluso en lugares bastante más alejados como Castielfabib o Gea de Albarracín. Todas las medidas eran pocas para los “comedores de pan”.

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