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LA BITÁCORA // JCPG 

En Utiel han realizado un acto de justicia. Hace mucho tiempo que debería haberse producido. Pero las sociedades son así: olvidadizas a veces, hasta que un individuo o un grupo de ellos toma la iniciativa y arranca con un proyecto. Me refiero a la estatua sedente que le han dedicado a su historiador: Ballesteros. Don Miguel fue el producto de una España liberal, la decimonónica, que no dejó escapar de su mente los acontecimientos y procesos históricos acaecidos en el pasado. El interés de don Miguel condujo a la redacción de una obra monumental. Es monumental y pletórica de datos y análisis.

Desconozco si la estatua le hace justicia física, pero me parece realmente una aparición carnal. Especialmente porque está admirando la belleza de la iglesia. Ballesteros no podía dar la espalda a una obra artística tan sublime. Está allí, sentado, permanentemente obsesionado con los contrafuertes y la bóvedas góticas del sublime edificio utielano. Es para sentir orgullo que un edificio de esta enjundia se encuentre en nuestra comarca.

Me senté a su lado. Lo tomé por los hombros, como acariciándole, quizás con demasiada familiaridad. Soy consciente de que está en el lugar que merece. De espaldas al castillo, efímero y pasajero como las cosas de la vida humana; pero atento a la belleza extrema de lo eterno. Estaba la plaza repleta de gente. Era la manifestación en contra de la ley sobre el plurilingüismo. Podría haber habido más gente, desde luego. Pero aquí estaba la inquietud cultural, el Utiel, la comarca preocupada por el porvenir de sus hijos, por el futuro de su esencia cultural.

El paisaje nevado de estos días. Emparrados cubiertos. Una estampa especial de nuestra tierra. Aquí está la reserva de energía de esta tierra, la fuente de su futuro. Para muchos, que habitan en Utiel y en Requena, la agricultura ha dejado de ser la fuente de su sustento. Es igual: el núcleo fundamental de las mentalidades y los principios organizativos sigue brotando de estos campos.

Fue Klemperer quien escribió páginas atinadísimas sobre como el totalitarismo hace uso del lenguaje para hacerse obedecer; para instalar una obediencia como sólo las dictaduras saben hacerlo. Manejar el lenguaje para dirigir a la opinión pública. Ahora ya sabemos que este fenómeno no es sólo de los regímenes totalitarios. Klemperer era de orígenes judíos, pues, según creo recordar, su padre era rabino; aunque él mismo se había convertido al cristianismo protestante y se había casado con una mujer alemana sin sangre hebrea, es decir, una mujer aria. Estos términos siempre se instrumentalizan para excluir a seres humanos y proporcionar privilegios a otros.

La Alemania de los años 30 era un país complejo, en lo cultural, lo social y lo religioso. Así son las sociedades actuales. Quizás lo han sido siempre, en todo tiempo. Lo nuevo era el lenguaje, que estaba siendo rediseñado para esconder horrorosas acciones que llevaban al exterminio de colectivos: población con problemas mentales, judíos, gitanos, … En estos días se cumple precisamente el 75º aniversario de la liberación de Auschwitz.

Los despoblados van siendo un elemento demasiado presente en esta tierra. Demográficamente no poseemos el peso que la zona de la Vega Baja alicantina, en la que la voz de los manifestantes siempre es más ruidosa. Es importante, no obstante, no dejar abandonadas nuestras vértebras culturales.

Afortunadamente, aquello pasó. Sin embargo, las democracias parecen tener tics y comportamientos totalitarios, excluyentes. El nacionalismo valenciano, de estirpe catalanista, se ha empeñado en la eliminación de la diversidad. En este caso, su cruzada consiste en la puesta en marcha de un proceso de aculturación: imponer el valenciano en la escuela de nuestra tierra, hasta que en pocas décadas la realidad del castellano deje de serlo y se haya producido el recambio cultural. Un proceso planificado al milímetro. Lo sabemos. Se rechazó el decreto primigenio y se echó mano de una ley, aprobada sin consenso como no podía ser de otra manera. Vinieron a pensar: no queréis así, pues toma ley… y, de postre, nos trae al fresco que cree oposición.

La aculturación ha tenido lugar de muchas formas. Ballesteros no lo podía imaginar cuando escribió las páginas de la historia utielana. Era consciente de la castellanidad de esta tierra, pero también del cambio administrativo de 1851, que había supuesto el trasvase del territorio a la entidad administrativa de la provincia de Valencia. El liberalismo del tiempo era pragmático; caciquil, también; pero, sobre todo, creía que con los cambios legales se podría impulsar el progreso. Hoy la palabra progreso se ha ensuciado un poco.

Lo que sí tiene enjundia y respetabilidad es la palabra diversidad. El enemigo de la diversidad es la uniformización. Los totalitarismos de diferentes colores han soñado con esta uniformidad: cultural, racial, ideológica, económica. ¿Cómo es posible que la democracia haga uso de mecanismos totalitarios contra la tolerancia, la diversidad y la convivencia? Porque quienes hacen uso de tales instrumentos apenas respetan la cultura diferente, porque en sus entrañas anida el viejo virus de la supremacía de unos grupos sobre otros. Ballesteros contempla la belleza, la belleza de una iglesia hecha a base de piedra muy diversa, fruto del cruce de caminos, de la intersección de dos culturas la valenciana y la castellana. No se comprende la cultura de esta tierra sin tener en cuenta que su médula es la fronteriza pasión por la diversidad. Pregunten a esas bóvedas, que si pudieran hablar…

El lenguaje también se manipula. La lectura de Klemperer es, seguramente, algo muy útil hoy en día. Recordar que en la actualidad post-verdad es un término que sustituye a la cristalina mentira, no puede estar de más. Esto es lo que sucede con el término plurilingüismo. Necesitan esconder su auténtico propósito: imponer una lengua, pues la realidad es que se aspira a que el 60% de las clases sean en valenciano. He aquí lo que la palabra plurilingüismo esconde. El inglés es un gigantesco fantoche. Se juega con él también: se admite que se pueda dar un tema o medio trimestre en inglés y el resto en las lenguas habituales; así se proclama de puertas adentro, con la boca pequeña. Los ciudadanos tenemos que saber todo esto. Los gobiernos salen de las urnas. Las personas y los grupos que los forman no necesariamente son demócratas. Sólo el totalitarismo hace uso de estos instrumentos de propaganda: todos a una voz; esto es a lo que aspira siempre el poder: laminar la diferencia, obediencia a toda costa. Poco importa que los chicos aprendan. La educación les importa poco, salvo para controlarla.

Aquella tarde Ballesteros debió de darse cuenta de lo evidente: todos aquellos manifestantes que estaban en la plaza utielana eran fachas infectos. Infectados por el virus del odio, como dirían desde el poder establecido. Así operan los poderosos, y no reconocerlo sería hacer un flaco favor a nuestra inteligencia. Así hemos sido definidos desde el poder regional. Ballesteros sabe que el monumento al que mira sin parpadear, asombrado como está de su belleza, es el producto de la diversidad, el producto de una cultura fronteriza. Quienes le rodean tratan de defender esa condición de mezcla, de diversidad: lengua castellana, pertenencia administrativa a Valencia. Realmente, uno se echa a temblar cuando oye la consigna de la lengua propia. Corren, pues, malos tiempos: entre el mar y el Cabriel tiene que hablarse una sola lengua; sin más. Albert Camus distinguió dos formar de dictadura, de opresión de los seres humanos: la dictadura de las armas y la del dinero. Simone Weil, que había luchado en la columna Durruti durante nuestra Guerra Civil, añadió una más a la vista del estalinismo: “la opresión por la función”, la dictadura del burócrata. Hay que ver cuanta mierda derramaron sobre ambos el impresentable de Sartre y otros siervos de Stalin. Me pregunto si no estaremos ante una nueva fórmula de opresión, aún más sutil, pues utiliza los argumentos y las instituciones del sistema democrático.

No se comprende la singularidad; no se la desea, se la desea expulsar. No debemos olvidar que esta es una tierra muchas veces olvidada por el poder. Tanto el central como el valenciano, que últimamente se está luciendo, incluso en el tema económico-industrial. Aquellas proclamas, aquellas imágenes del gobierno de la región supuestamente empeñado en el progreso de esta tierra acaban por convertirse en ironías dramáticas cuando se dirigen millones y millones a las áreas costeras, mientras existen cientos de hectáreas de suelo público en El Rebollar. Quizás hay que pedir cuentas a los poderosos de Valencia por este relegamiento. Relegados económicamente y en proceso de aculturación. No soplan buenos vientos desde la capital regional.

Sin engaños. Primero, nos vaciaron con el imán urbano. Ahora, que somos menos, pretenden aculturar esta tierra. Nieves Conde reflexionó en su película sobre la primera parte del proceso. Se ha iniciado la segunda.

Estas manifestaciones me reconcilian con mi tierra, revelan la dignidad que aún anida en ella. Y aún me alegran mucho más los procesos que sus habitantes han puesto en marcha a pesar de los bufidos y portazos de las autoridades. Así que esta sociedad progresa a pesar de todo. Estamos oyendo constantemente que los chicos de hoy (¿tendría que utilizar el femenino en lugar del genérico masculino por lo que pueda pasar?) van a tener que lidiar con problemas en el futuro para los que van a utilizar herramientas y procedimientos totalmente nuevos. Por nuevos se entiende que ahora no son conocidos. Esto se repite ahora hasta la saciedad, y no es peligroso porque supone una advertencia seria sobre el cambio vertiginoso y profundo de los modos de vida que está teniendo lugar.

A mí me gusta responder que esto es lo que viene haciendo la gente de mi pueblo desde hace décadas. Han mamado la necesidad de adaptarse a los tiempos y lo han hecho con mucha soltura y hasta con bastante éxito. Por tanto, nada nuevo en este terreno. Porque ¿existe algún trabajo que no se haya modificado radicalmente en los últimos 20 o 30 años? La respuesta es clarísima, pero lo que pone aún más en evidencia es que toda esta gente que conozco, bien adaptada a los cambios tecnológicos, no ha sido formada por el sistema educativo. Entonces, hay que cuestionarse lo más relevante: ¿cómo han aprendido? Han aprendido de otros, de los de La Manchuela, de los de Valencia, de todos. Se aprende con el mestizaje. La uniformidad cultural aboca al desastre, al empobrecimiento personal y colectivo, a la decadencia absoluta.

El tiempo y la acción inconsciente de los hombres pueden hacer que los viejos papeles. Allí donde se recoge la historia de un pueblo, sean pasto de las llamas y la destrucción total. Nunca imaginó don Miguel que su obra se elevaría finalmente como el pilar auténtico sobre el que reposa el conocimiento de la historia utielana. Casi mil páginas, una comarca entera allí metida

 

La estatua es un homenaje merecidísimo. Aquí la iniciativa del espíritu colectivo ha hecho mucho por este reconocimiento, que es un paso firme en la recuperación del patrimonio utielano. Los miembros de Serratilla tienen aquí un mérito enorme.

No nos damos cuenta, pero lo que la escuela hizo por ellos fue importantísimo. Les dio una base cultural común. Esto es más importante de los que parece, porque, en esencia, es lo que permite que nos comuniquemos unos con otros y que, aquellos que son más aventajados o especialistas, nos transmitan su conocimiento. Hay que ver lo importante que es esta cultura común. Ballesteros valoró en la medida justa la conexión de esta tierra, de la comarca entera con Castilla, pero también con el mundo valenciano. Situó en su auténtico terreno la historia de la comarca.

En estatua, pero casi carnal, Ballesteros admira la belleza arquitectónica, y quizás la dignidad de una población que, pacíficamente, no comulga con la rueda de molino del plurilingüismo.

En Los Ruices, a 23 de enero de 2020.

 

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