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Requena (15/01/18).LOS COMBATIVOS REQUENENSES.Víctor Manuel Galán Tendero.

Desde la Edad Media, varias ciudades hispanas habían sido dirigidas en tiempos de guerra por un capitán, generalmente un caballero. En los territorios más amenazados, como la Gerona de fines del XV atenazada por los franceses, los capitanes alcanzaron una gran relevancia pública. En Alicante se encomendó temporalmente la capitanía al alcaide de su emblemático castillo durante la Baja Edad Media. Don Francisco de Bazán, entre 1489 y 1499, ya reunió la capitanía, la alcaidía y el corregimiento de Requena.

A los capitanes se les encomendó el ejercicio de la jurisdicción militar, habilitada para sancionar a los soldados desobedientes a las órdenes o de comportamiento indebido. Durante el Antiguo Régimen, los choques entre la jurisdicción militar y la civil fueron tan numerosos que saltaron a las tablas teatrales con gran éxito. Calderón de la Barca lo plasmó como pocos en su celebérrimo alcalde de Zalamea. En la España del siglo XVII se tuvieron que lamentar sonadas insurrecciones por culpa de la soldadesca, y los ministros de la Monarquía pensaron que para evitarlas los corregidores deberían reforzar sus funciones de capitán a guerra.

En la segunda mitad de aquel siglo, Requena fue un importante punto de paso de tropas, con no pocos inconvenientes de asistencia económica, alojamiento y de transporte de bagajes. Los escuadrones de caballería resultaron más caros de atender que las compañías de infantería, y sus costes se cargaron a la caja del Pósito. Más allá de la pérdida de caudales, se temió especialmente por el comportamiento de los soldados. El 3 de diciembre de 1696, cuando todavía se libraba una enconada guerra contra la Francia de Luis XIV, el corregidor don Bernardo Lloret recibió su título oficial de capitán a guerra.

Al capitán correspondió la misión de defender la localidad de Requena, bajo la autoridad del Consejo de Guerra de la Monarquía y de los capitanes generales nombrados al efecto. El municipio, dirigido por regidores perpetuos celosos de su posición, debía de respetarlo y acatarlo, ya que su autoridad lo facultaba para juzgar en primera instancia las causas suscitadas por los capitanes de la milicia local. De todos modos, sus decisiones podían ser apeladas ante el Consejo de Guerra.

Aunque a los cabos de escuadra, más tarde promocionados por la dinastía borbónica, se les encomendó evitar las deserciones en la raya con el reino de Valencia, al capitán a guerra cupo punir los pecados públicos escandalosos de los soldados. En los días de la guerra de Sucesión no le faltó materia de trabajo al capitán, si bien entonces se encontró maniatado por la situación, tan favorable a la altivez de las tropas.

Fuentes.

                ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.

Actas municipales de 1696 a 1705 (3266).

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