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Cuaderno de Campo. La Naturaleza en La Meseta de Requena-Utiel

Javier Armero Iranzo   /   Martes 12 de marzo de 2019

Ratonero Foto de José Ventura

En el capítulo anterior del Cuaderno de Campo se daba cuenta de una de las aves rapaces más espectaculares de la Meseta de Requena-Utiel, la culebrera europea. Ave poderosa que acababa de hacer acto de aparición en nuestros montes desde su retiro invernal allá en el África subsahariana. Hoy, sin embargo, toca hablar de dos rapaces más que habitan también los bosques y que, aunque no cuentan con la envergadura de aquella, no envidian nada su porte y su posición ecológica en el ecosistema: el águila calzada y el ratonero común.

El águila calzada, conocida por científicos como Aquila pennata, es la más pequeña de las especies ibéricas. En un cuerpo de apenas 42-55 centímetros de longitud y 110-135 de envergadura alar, su aspecto desprende la potencia, la majestuosidad y la templanza de otras águilas mayores. Magnífico prodigio de la naturaleza. Su peso ni siquiera llega al kilogramo; con machos ibéricos con valores medios de apenas 670 gramos y hembras de 950. Reducido tamaño pero de enorme belleza.

El apelativo de calzada le viene por presentar característicamente emplumadas las patas hasta el mismo inicio de los dedos. Tiene la particularidad de presentar, mayoritariamente, dos fases de color distintas, ya que existen ejemplares de plumaje claro y ejemplares de plumaje oscuro; incluso también hay individuos que presentan uno intermedio entre ambos morfotipos, aunque apenas se da en una de cada cien águilas, aproximadamente. La primera de ellas es la más habitual y se estiman que la poseen alrededor de un 80% de las águilas. Se caracteriza esencialmente por tener las regiones ventrales de un color casi blanco, a excepción de las plumas rémiges que son negras y la cola que es grisácea. No obstante la garganta y el pecho muestran unas listas visiblemente marcadas. En cambio, las calzadas oscuras tienen esas zonas ventrales coloreadas en tonos castaños, lo que contrastan mucho menos con las plumas negras de las alas.

Águila calzada. Foto de Iván Moya.

En Requena-Utiel, al igual que la culebrera europea, la calzada también se comporta como un ave de presencia estrictamente estival. Sin embargo, en la fecha en que nos encontramos la inmensa mayoría de individuos reproductores aún no han llegado a sus territorios de cría. No tardarán en hacerlo, desde luego. Ahora mismo se encuentran de camino desde el continente africano, y muy probablemente ya en el entorno del estrecho de Gibraltar. Se sabe desde hace muy poquito, mediante la captura y colocación en ejemplares ibéricos de aparatos con posicionamiento geográfico (GPS), que la fecha media de partida desde sus cuarteles de invernada situados en el Sahel, extensa franja de estepa arbustiva situada al sur del desierto del Sáhara donde acuden cada año la mayoría de calzadas europeas, es del 6 de marzo. El periplo viene a durar a aproximadamente un mes por lo que, lo normal es que en apenas unos días podamos ver ya los primeros ejemplares en Requena-Utiel.

Una vez llegan a España los individuos van poco a poco asentándose en los territorios donde criaron el año anterior. Además tienen una tendencia muy alta a reutilizar el mismo nido por lo que en las semanas previas a la puesta la hembra va acondicionándolo si decide seguir utilizándolo. Si no, suele escoger un árbol cercano, muchas veces a menos de 200 metros de distancia. Y ahora empieza lo más vistoso del comportamiento reproductor. Los vuelos de cortejo y afianzamiento de la pareja. Mucho más llamativos que los de la culebrera, sin lugar a dudas. El macho delimita sus dominios vitales con vuelos espectaculares, combinando picados vertiginosos con soberbios remontes y todo tipo de exhibiciones aéreas. Incluso no son raros las acrobacias sincronizadas de ambos ejemplares de la pareja llegándose a enganchar literalmente de sus garras a la vez que intensifican voces y chillidos.

El Montote, en plena sierra de La Herrada de Requena, se constituye en una excelente atalaya para disfrutar de ese magnífico repertorio visual y acústico de las pequeñas águilas. Sobre un pinar verde y lustroso, bien merece la pena intentar ver el acontecimiento. Montes que echaban de menos la fuerza vital y el dinamismo de sus más vistosas vecinas tras medio año sin tenerlas por allí.

Águila calzada. Foto de Víctor París.

El águila calzada construye el nido en árboles, preferentemente en pinos. En la Meseta de Requena-Utiel todos los nidos que se han podido localizar se emplazaban en ejemplares más o menos altos de pino carrasco Pinus halepensis, y escondidos normalmente en el interior de pinares extensos. Sin embargo también se han encontrado nidos casi en el borde de campos de cultivo e incluso muy cercanos a construcciones humanas.

Suele poner entre uno y tres huevos en los últimos días del mes de abril, aunque lo más habitual es que sean dos. Tras aproximadamente 36-38 días de incubación nacen los pollos, que serán atendidos por la hembra exclusivamente al menos durante las tres primeras semanas de vida. Entre las siete y las ocho semanas, los pollos ya están en condiciones de dar sus primeros vuelos, aunque no se independizarán de sus padres hasta otras ocho o nueve semanas después, aproximadamente.

En conclusión, a últimos de agosto y primeros de septiembre, las águilas calzadas acaban con éxito el largo proceso reproductivo y los jóvenes ya están en condiciones de migrar hacia sus cuarteles de invernada. Y eso, aproximadamente se ha podido confirmar con la población de águilas de La Herrada en el que los núcleos familiares se disgregan a primeros de septiembre y la especie desaparece prácticamente por completo a últimos de ese mismo mes. Datos que coinciden a la perfección con los obtenidos por el marcaje de águilas con GPS a nivel nacional en que se estableció como fecha media de partida el 18 de septiembre.

Mauritania, Mali, Níger, Burkina Faso, Guinea, Sierra leona, Nigeria y Chad, principalmente, constituyen los países de acogida para este especie durante cinco meses al año; aunque los patrones migratológicos están cambiando en las últimas décadas. Cada vez hay más ejemplares que no cruzan el estrecho de Gibraltar para ir a áfrica en invierno. Un número creciente de calzadas se quedan ya en las regiones costeras mediterráneas de la península Ibérica para pasar el invierno, especialmente en las Marismas del Guadalquivir, el sureste peninsular y la Albufera de Valencia. Posiblemente, la presencia significativa de sus presas durante el invierno en estas áreas estimule a las aves a permanecer en ellas durante esos meses. De hecho de 20 ejemplares marcados dos se quedaron a pasar el invierno en este último paraje, a tan sólo 300 y 450 kilómetros de distancia de sus respectivos nidos.

Proceso de sedentarización creciente de las águilas calzadas que también afecta cada vez más a otras especies de aves ibéricas como a las cigüeñas o a las abubillas, por poner dos de los casos más conocidos por el paisanaje.

El águila calzada ocupa la mayoría de los términos municipales de la Meseta de Requena-Utiel, aunque sus densidades nunca son muy altas. Mayoritariamente se establece en grandes masas boscosas en las que encuentra la tranquilidad suficiente para ubicar sus nidos, pero siempre en la cercanía de áreas de cultivo, donde la presencia de presas se enriquece por el efecto ecotono. En cualquier caso se la localiza preferentemente en la mitad norte de la comarca, donde llega a ser más frecuente en las sierras del Negrete y Juan Navarro, así como en las de la Bicuerca y entorno del río Regajo. También habita, no obstante otros pulmones verdes de la demarcación como son el valle del Cabriel, especialmente en Villargordo y Venta del Moro, y la Herrada y Serratilla requenense.

Tiene espectro alimenticio ciertamente amplio ya que es capaz de predar tanto sobre reptiles como mamíferos; incluso no son raras las observaciones de águilas capturando insectos de gran tamaño como saltamontes. Sin embargo, parece que son las aves las presas que componen el grueso de su dieta: palomas, urracas, grajillas, arrendajos y mirlos entre otras. Nada raro en un águila tan ágil y valiente como es la pequeña calzada.

Y de una bonita rapaz de nuestros montes a otra que no lo es menos, el ratonero común, Buteo buteo. El busardo ratonero, como también se le conoce, es un ave de tamaño similar pero de complexión más robusta. De hecho cuando se le ve posado se diferencia de la calzada por su figura evidentemente más redondeada. En vuelo, además, su silueta es inconfundible por tener las alas relativamente cortas, anchas y redondeadas, el cuerpo más compacto y la cola proporcionalmente más corta.

Ratonero posado. Iván Moya.

Su plumaje, aunque mantiene un diseño similar, presenta muchas variaciones en cuanto a tonalidades; desde individuos muy claros hasta ejemplares mayoritariamente oscuros. Se podría decir, incluso, que no hay dos ratoneros iguales. No obstante,  lo habitual es encontrar una coloración marrón y continua en el dorso que contrasta con los tonos claros de las zonas ventrales moteadas de marrón y con una característica media luna en el pecho.

El nombre le viene por su predilección hacia la captura de roedores, especialmente topillos en el norte de su área de distribución ibérica. En realidad el ratonero es un típico predador generalista, como lo es el zorro en el grupo de los mamíferos, ya que es capaz de adaptar su dieta a la disponibilidad de recursos tróficos del medio. De hecho, la ecología trófica del ratonero es muy variable dependiendo de la estación del año o, incluso, de unas regiones a otras durante la misma fecha del año. Así, en nuestra comarca, consume muchos gazapos de conejo durante la época de los partos, en que el lagomorfo se constituye en una presa abundantísima en la meseta agraria central. Hacia la primavera y verano, además, llega a predar habitualmente lagartos, lagartijas y culebras, y también incluso saltamontes y escarabajos. Y, por supuesto, en cualquier estación captura ratas, ratones y topillos en campos de cultivo, en herbazales y en la misma periferia de las poblaciones humanas. No desdeña, además, la carroña de animales atropellados en los arcenes de las carreteras locales si tiene la ocasión de aprovecharla. Las aves, sin embargo, suelen quedar fuera de su alcance, a diferencia de la calzada que es una consumada especialista en su captura.

Pero no sólo es un ave muy adaptable en lo que se refiere a su alimentación sino que también lo es en cuanto al paisaje que ocupa. Prácticamente cualquiera le sirve siempre y cuando sea rico en presas y tenga un mínimo arbolado de cierto porte para emplazar su voluminoso nido. Puede habitar desde grandes zonas forestales hasta minúsculas arboledas ubicadas en terrenos eminentemente agrícolas. No obstante, lo que más le gusta son los típicos piedemontes poblados de pinos al borde los campos de cultivo. Por ello, en la Meseta de Requena-Utiel no es nada raro localizar su silueta prácticamente en todos los lugares que presenten estas características y que dispongan de una buena fuente de alimento.

Quizás sus mayores densidades aparezcan en los característicos paisajes en mosaico donde se combinan parcelas dedicadas a la viticultura, al olivar o al cereal, inmediatas a vallejos intermontanos, ramblas o pequeños macizos orográficos. Ambientes agroforestales del entorno de las aldeas requenenses como La Portera, Los Duques, Los Ruices, Los Isidros o Los Cojos; venturreñas como Los Marcos, Casas de Pradas o Jaraguas; o de Utiel como La Torre, Los Corrales o Las Casas; de la periferia de Villargordo del Cabriel, de Caudete de las Fuentes, de Fuenterrobles, de Camporrobles o de Sinarcas, son lugares tradicionales donde poder detectar a la especie.

Y es que además no resulta difícil dar con ella. Cuando está en reposo, frecuentemente está en un punto muy visible: un poste telefónico, una torreta de un tendido eléctrico o la copa de un árbol prominente. Desde allí puede llegar a permanecer varias horas al acecho de una presa, preferentemente un mamífero. Y si está en vuelo realiza durante periodos largos unos planeos circulares muy característicos en columnas de aire caliente sin apenas gastar energía con la vista puesta en el suelo a la espera de detectar alguna presa. No se esconde el ratonero, pues.

Inconfundible silueta de vuelo del ratonero común. Foto de Víctor París.

Y en la época en que estamos además, aun es todavía más detectable ya que todavía algunos ejemplares se hallan en celo y se les oye mucho chillar a modo de un fuerte maullido de gato que nos hace mirar el cielo y comprobar sus vuelos nupciales. No obstante ya habrá alguna hembra echada en su nido incubando unos huevos recién depositados. Y es que esta rapaz inicia antes la crianza que la otra protagonista del ensayo de hoy. Su condición de ave mayoritariamente sedentaria aquí es la razón de ello.

Efectivamente, los ratoneros comarcales permanecen todo el año en sus territorios de nidificación, o al menos en sus cercanías. Además durante el invierno la población se incrementa al recibir individuos procedentes de localidades situadas al centro y norte de Europa, donde la especie se comporta como migradora parcial (especialmente en las regiones más septentrionales). Así, no es raro durante los meses más fríos sorprender a algunos ratoneros en parajes no habituales durante la época de cría, como por ejemplo la vega del Magro, entre las poblaciones de Utiel y Requena.

Los ratoneros suelen ser fieles a sus áreas de nidificación. Incluso llegan a repetir muy a menudo sobre los mismos nidos temporada tras temporada, o como mucho cambiar de emplazamiento a escasa distancia del utilizado el año anterior. En un pino añoso y a buena altura suele depositar de dos a cuatro huevos de media que son incubados mayoritariamente por la hembra durante 33 a 38 días. Los polluelos son capaces de volar hacia los 50-52 días y ya serán independientes tras otras 6 u 8 semanas más.

El ratonero común es una de las aves rapaces más comunes de Europa, fruto de su extraordinaria adaptabilidad, capacidad reproductora y tolerancia con respecto al ser humano. En 2003 se estimó la población nacional peninsular en unas 13.000-18.000 parejas reproductoras, aunque apenas supone una pequeña fracción de la población europea (estimada en 2015 en una horquilla entre 2.100.000 y 3.700.000 parejas).

El águila calzada, por su parte, es una rapaz claramente más escasa. Sobre todo a nivel europeo a tenor de las diferentes estimaciones que se han llevado a cabo en los últimos años. En concreto en España cuenta con unas 3.000 parejas censadas en 2003, mientras que a nivel europeo en 2015 se estableció la población en unas 23.100 a 29.100 parejas, muy por debajo del contingente de ratoneros.

En cualquier caso, estas dos rapaces presentan factores de amenaza muy similares que condicionan su dinámica en el futuro, y que en el caso de la calzada podrían ser determinantes por su relativa escasez  europea. Y en la Meseta de Requena-Utiel la problemática no es muy distinta a la detectada a nivel nacional por lo observado durante estas últimas décadas por la delegación comarcal de la Societat Valenciana d’Ornitologia.

Tanto a una especie como a la otra les afectan las medidas de gestión del hábitat forestal donde nidifican. Muchas veces se desarrollan trabajos silvícolas en el entorno inmediato a las zonas de nidificación que acaban por molestar al ave que está en ese momento en plena incubación o con pollos de pocos días haciendo que se malogre la crianza de toda una temporada. Talas, limpieza de cortafuegos, reparación de caminos u otras actividades que dan al traste con el proceso reproductor por llevarse a cabo en áreas y épocas muy sensibles para estas especies.

Además, la simplificación creciente del paisaje agrario comarcal, sin duda, perjudica la disponibilidad de presas para estas aves. Intensificación agraria, especialmente en lo que respecta a la viticultura que hace disminuir las poblaciones de ratones, topillos, musarañas, erizos, lagartijas, lagartos, culebras y ciertas especies de aves, entre otros animales susceptibles de ser capturados.

Por el contrario, la elevada abundancia de conejos que se está dando en determinadas partidas agrícolas en amplios sectores de la meseta central comarcal permite paliar la escasez de recursos. Se podría decir, incluso, que gracias al concurso de depredadores como los que hoy estamos tratando, amén de otros como bien pudieran ser los zorros o los tejones, por ejemplo, se minimizan en gran parte los daños a los cultivos producidos por el exceso poblacional de estos lagomorfos. Lejos de convertirse en unos animales contrarios a los intereses del hombre, como tantos y tantos años han sido consideradas, las aves rapaces se consideran hoy en unos aliados indiscutibles del agricultor.

Desde luego, su concurso es esencial para el mantenimiento ecológico del ecosistema, como tantas y tantas gentes del campo reconocen abiertamente. Consideradas antaño como alimañas, hoy son queridas y valoradas por su extraordinario papel en el control de plagas. Estamos de enhorabuena, pues.

Sin embargo, otros problemas acechan a estas magníficas criaturas, y no son pequeños precisamente. Las bajas por disparo con armas de caza suponen también un serio problema que sólo se puede combatir eficazmente con educación ambiental, el principal objetivo de este tipo de ensayos. Pero hay otro tipo de muertes más silenciosas y poco conocidas por el ciudadano de a pie  Una de ellas es la producida por el uso generalizado de productos químicos en el campo, y no sólo por la consecuente disminución de las presas de las rapaces, sino por la acumulación de sustancias nocivas que se van concentrando en sus tejidos por la propia condición de depredadores que son. Se sabe que el ratonero, por ejemplo, sufrió un severo declive de efectivos a mediados del siglo XX en toda Europa a medida que se generalizó el uso de pesticidas y productos sintéticos en el medio agrícola donde caza. Y aunque los compuestos químicos han ido disminuyendo su impacto con el medio aún suponen una afección por contaminación demasiado elevada para este tipo de aves.

Y la otra causa de mortalidad, casi invisible, pero terrible por el alto número de bajas que causan en este tipo de aves es la que ocasionan los tendidos eléctricos en nuestros montes y campos. Cientos de kilómetros de cables de acero que discurren por multitud de territorios de águilas calzadas y ratoneros sembrando de muerte y desolación el paisaje comarcal. Aves que se hieren irreversiblemente al chocar con cables que no siempre son lo visibles que debieran o que caen fulminantemente electrocutadas cuando se posan en lo alto de las torretas metálicas que sujetan el tendido.

Águila calzada herida por colisión con un tendido eléctrico.

Se ha podido recopilar un listado de aves que han sido encontradas eventualmente por estas causas en la comarca de Requena-Utiel y que han sido comunicadas al Centro de Recuperación de Fauna de El Saler (Valencia), dependiente del Servicio de Vida Silvestre de la Generalitat Valenciana. Nada menos que 9 águilas calzadas (5 electrocutadas y cuatro colisionadas) y 22 ratoneros (20 electrocutadas y 2 chocadas) de las que se ha podido tener registro en lo que va de siglo. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los accidentes no se llega ni siquiera a conocer, bien porque no se revisan esos puntos, o bien porque muchas veces los propios depredadores, por ejemplo zorros, se llevan los restos a las pocas horas y los hacen desaparecer. Desde luego, una muerte silenciosa, terrible y de desproporcionado impacto sobre nuestra biodiversidad más apreciada.

Hay mucho trabajo por delante, pues, para revertir esta situación. Es imprescindible e improrrogable la adecuación de esas infraestructuras eléctricas, especialmente en lo que hace referencia a la corrección del diseño de los postes de baja tensión, por la reiterada costumbre de este tipo de aves de usarlos como posaderos. Pero también la concienciación de todos aquellos colectivos implicados en la conservación de estas especies: cazadores, agricultores, silvicultores y operarios y gestores del sector forestal.

La información, educación y la sensibilización ambiental se constituyen, una vez más, en las mejores herramientas para poder ayudar a la biodiversidad y a la naturaleza en general.

Águilas calzadas y ratoneros. Un lance de caza en el monte. Un vuelo acompasado de dos ejemplares encelados. Una imagen de estas magníficas aves grabada fuertemente en la retina bastará para desencadenar un sentimiento positivo hacia ellas. Lo demás, es cuestión de tiempo.

JAVIER ARMERO IRANZO

Agradezco a Iván Moya, Víctor París y a José Ventura por su amabilidad en la cesión desinteresada de sus fotografías.

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