Requena (15/03/18) LOS COMBATIVOS REQUENENSES. Víctor Manuel Galán Tendero.
En el siglo XVII, el de la guerra de los Treinta Años entre otras, la caballería recuperó posiciones en los campos de batalla europeos. Las formaciones de infantería, crecientemente pertrechadas de armas de fuego, habían conseguido plantar cara victoriosamente a las cargas de los jinetes pesadamente equipados entre los siglos XIV y XVI. Con el aumento de los contingentes de los ejércitos europeos y el desarrollo de la artillería, las ciudades directamente amenazadas por el azote de la guerra se fortificaron con murallas más bajas y sólidas, en talud, dispuestas en forma de baluartes en punta de estrella. Los asedios de tales plazas amuralladas, en consecuencia, se dilataron en el tiempo. Las líneas de la infantería sitiadora se dilataron sobre el terreno, y los escuadrones de caballería volvieron a recuperar protagonismo para conseguir mejores comunicaciones o evitar de forma rápida algún golpe de mano que pudiera dar la victoria en la batalla.
Los nuevos escuadrones de caballería combinaron rapidez y resistencia. Los jinetes dispusieron de carabinas y de pistolas, y para cargarlas y mantener a la par una cortina de fuego contra el adversario se aplicó la táctica del caracoleo. Una vez que la línea delantera de una formación de caballería había disparado, pasaba a la última posición para cargar sus armas, aguardando a repetir su turno de ataque. Tal fue la manera de acometerse en las batallas libradas en los Países Bajos. Durante la Revolución inglesa, las temibles fuerzas montadas de Cromwell modificaron semejante proceder, y antes de abrir fuego cargaban con sus espadas desenvainadas, bien provistos de petos y cascos de acero. Así desgarraban la formación contraria. Los ejércitos de Luis XIV de Francia, que alcanzaron un número no visto hasta entonces, adoptaron y perfeccionaron tal táctica. Los jinetes se apiñaron cuando cargaban con sus sables para hacer más daño al enemigo. Sus botas ganaron en altura para evitar heridas y lesiones. Rota la línea del adversario, los jinetes se enzarzaban en una serie de combates singulares, librados a muy corta distancia, que constituían una enorme pelea.
La Monarquía hispánica, cuyos tercios habían adquirido notoria fama en el siglo XVI, tuvo que adaptarse a tales cambios, dada la enorme importancia de sus compromisos militares. A veces se ha definido la batalla de Rocroy (1643) como un encuentro al calor de un asedio, en el que la caballería tuvo un destacado papel. Para poner en pie de guerra escuadrones de caballería era necesario contar con buenos jinetes y monturas adecuadas para el combate, que tenían que ser sufragadas y atendidas por la sufrida población civil, bastante castigada por los tributos.
La Requena de 1647 tuvo que atender, una vez más, a las tropas del rey, entonces con frentes abiertos en la Península. El 25 de marzo el poder municipal estableció lo que podría recibir cada jinete de sus fondos: un real de dinero, un pan de trigo de una libra y otro pan de cebada de celemín y medio. Sus oficiales recibirían cinco reales de ayuda diaria más el alojamiento. Una cosa era prometer y otra muy distinta era dar trigo, pues el vecindario carecía de los medios adecuados para atender semejantes pagos.
El aprieto era muy serio, con fuerzas montadas de por medio, y aunque el 25 de abril el municipio declarara sus insuficiencias, el 5 de mayo no tuvo más remedio que abonar al menos la mitad del salario del teniente de caballería Juan Martínez, capaz de controlar a sus inquietos jinetes. Por si fuera poco, los regidores realizaron un donativo de 200 reales el 27 de mayo, intentando mantener el equilibrio entre soldados y contribuyentes en la medida de lo posible. Un exceso todavía mayor en la tributación podía conducir a un estallido de furia popular, y una negativa más clara a los soldados a alguna represalia sobre la localidad, de las experimentadas en otros puntos de las Españas. En todo caso, su posición ante el rey quedaría irremediablemente tocada al no haber sabido evitar el denostado tumulto.
Ubicada en el camino que de la Villa y Corte (y Toledo) conducía hacia la ciudad de Valencia, punto clave en el despliegue logístico de los ejércitos de Felipe IV en el frente catalán, Requena no se vio libre de semejantes compromisos en los años venideros. La compañía de corazas y soldados montados capitaneada por Juan Ángelo Balador tuvo que ser alojada y costeada por las gentes de la localidad entre el 13 de diciembre de 1648 y el 1 de julio de 1649. Se echó mano de fondos como los del pósito, los del pan de los pobres, para salir de semejante atolladero.
Indiscutiblemente, el despliegue de los nuevos caballeros de corazas y armas de fuego no se hubiera llevado a cabo sin la asistencia material de las personas de municipios como el nuestro, que a veces se tuvieron que privar de cosas mucho más necesarias para atender a semejantes obligaciones. Grimmelshausen estaba en lo cierto cuando en su obra El aventurero Simplicíssimus (1668) caracterizaba a semejantes caballeros tan poco caballerosos como depredadores de los pobres campesinos.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Actas municipales de 1637-47 (3268), 1648 (1377/5) y 1650-59 (2740).