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CUADERNO DE CAMPO. «LA NATURALEZA EN REQUENA-UTIEL» /  Javier Armero Iranzo
Nos encontramos ya a primeros de diciembre y la otoñada en nuestros campos y montes está en su apogeo. Es un buen momento para visitar barrancos y rincones serranos que ahora cobran una belleza muy especial. La comarca de Requena-Utiel, la más extensa de la Comunitat Valenciana, cuenta con decenas de enclaves de este tipo que suponen un magnífico reclamo no sólo para naturalistas sino para cualquier visitante que, sin duda, disfrutará de una belleza y unos valores biológicos muy apreciables y llamativos.

Uno de estos sitios, que desde estas líneas animo a visitar, es el barranco de Hórtola, en las cercanías de la pedanía requenense de La Portera. Pertenece a la cuenca hidrográfica del río Cabriel, donde desemboca tras recorrer una decena de kilómetros de agrestes parajes donde la naturaleza parece haberse detenido en el tiempo.

Su cabecera se sitúa en los alrededores del caserío de Los Alcoceres, perteneciente a la aldea de Campo Arcís. Allí se dan cita una serie de elementos naturales y

humanos que merecen la pena conocer. Por ejemplo destaca la fuente a escasos metros de las casas y que debió servir tanto de abastecimiento de agua de sus propios habitantes como de riego de unos pocos bancales de agricultura de subsistencia, tan habituales en la demarcación hasta mediados del siglo pasado. También destaca el paso de la Cañada Real que servía de vía de comunicación de los ganados transhumantes que venían de la Muela de Cortes y se dirigían a la Serranía de Cuenca en busca de pastos más frescos en los períodos más secos del año. Hay que recordar que las vías pecuarias, como esta, son de propiedad pública y que, en muchos casos se han ido perdiendo por la usurpación de sus terrenos por prácticas ilegales, en las que agricultores u otros propietarios han ido apropiándoselas  indebidamente.

El cerro Migallón o Montroy, antigua atalaya ya ocupada en tiempos de la Edad del Bronce y después por los íberos, es un testigo impertérrito de la brecha fluvial que se abre a sus pies. Bonito mirador hacia el sur de la rambla; y más cerca de él, la fuente Melada, otro punto de agua que merece la pena visitar.

La rambla de Hórtola recibe su nombre precisamente por el caserío que se haya más abajo. Un núcleo humano que llegó a tener cerca de un centenar de vecinos hacia los años 50 del siglo XX y que desde entonces fue acusando rápidamente un proceso de despoblación hasta dejarlo en la actualidad en una ruina total. Sus casas hoy aparecen totalmente derruidas y su rica huerta, desaparecida. No obstante, el paraje conserva hoy gran parte de su belleza original. Rodeada por barrancos de menor entidad, y todos ellos por los que discurre agua en cierta cantidad, es uno de los enclaves más interesantes de la comarca desde el punto de vista de su biodiversidad.

Allí, en la umbría del barranquillo que viene de la finca del Carrascalejo, crece uno de los bosquetes de quejigos (Quercus faginea) más valiosos de toda la demarcación. Destacan varios ejemplares, que posiblemente pasan de 400 años de edad a tenor de sus envergaduras, portes y diámetros en la base de cada pie. Ya quedan muy pocos árboles con esta magnífica presencia en los montes valencianos. Imágenes relícticas de una época ya lejana en que los bosques esclerófilos (carrascas, fresnos de flor, y estos robles valencianos, como se conocen también) se distribuían con más frecuencia por montes y barrancos. Quisiera destacar una formación vegetal de mayor extensión y con quejigos de este tamaño e incluso con algún individuo mayor: el barranc dels Horts, en el municipio castellonense de Ares del Maestre, una joya botánica digna también de ser observada.

Junto con los quejigos, en Hórtola, crece una vegetación tupida y variada alimentada por unas condiciones de humedad y agua corriente poco habituales en otros lugares de la contornada. Destaca la existencia de árboles caducifolios como almeces (Celtis australis), nogales (Juglans regia) e higueras (Ficus carica), que fueron plantados por los antiguos pobladores del lugar y que hoy siguen creciendo y ofreciendo recursos tróficos muy bien aprovechados por distintas especies de fauna que habitan la zona.  Tanto unos árboles como otros ahora muestran una gama de colores preciosos que embellecen más si cabe este espacio natural. Es una invitación a su visita.

Merece la pena destacar el buen número de almeces que allí crecen. En esta época maduran los frutillos, llamados lidones o almezas por los paisanos que los conocen. Son unas bolitas oscuras y carnosas, del tamaño de un guisante que son devoradas por variedad de animalillos, especialmente por las aves. En concreto, en Hórtola, por estas fechas suele aparecer una de las aves más fascinantes de la ornitofauna comarcal. Se trata de un ave muy poco habitual en la provincia de

Valencia. Un pájaro que impone por su robustez y por su presencia compacta; pero un pájaro bonito como pocos. Se trata del picogordo (Coccothraustes coccotharaustes).

Es un pájaro que no llega a criar en la Comunitat Valenciana, salvo en puntos muy localizados y no en todas las temporadas. Lo normal es que su presencia se circunscriba a unos determinados enclaves montanos (como éste de Hórtola) y en unas fechas muy concretas. Es pues aquí, un ave de presencia temporal. Aparece ahora, a mediados de noviembre, y según la cantidad de almezas que hayan fructificado en la temporada se quedarán más o menos tiempo para pasar el invierno. Las últimas citas, en un año de abundante producción de frutos suelen prolongarse hasta mediados de marzo. Por entonces, ya enfilan hacia sus cuarteles de cría situados en regiones más septentrionales, principalmente fuera de la Península Ibérica. Hay que recordar, en este sentido, que las poblaciones reproductoras europeas se han cifrado en unos 2 millones de parejas, de las cuales sólo unas 5000 pertenecen a España (según datos del último Atlas Nacional de Aves Reproductoras de 2003).

Es un ave de la familia de los fringílidos, a la que pertenecen los jilgueros (Carduelis carduelis), pardillos (Carduelis cannabina), verderones (Chloris chloris) y verdecillos (Serinus serinus), entre otros. Pero a diferencia de estos, el picogordo se caracteriza por su mayor tamaño, su cabeza voluminosa y por presentar un pico extraordinariamente grueso, que le ha dado su nombre característico. La cola corta y una fina combinación de colores  anaranjados, blancos, negros y blancos ofrecen una identificación fácil y precisa cuando se posan en las ramas de los almeces para alimentarse.

Además, en la maraña de vegetación que crece en estos barrancos, especialmente en las cercanías de los cursos de agua se presentan otras especies de aves que hacen disfrutar, incluso, al  más exigente de los ornitólogos. No son raros en estas fechas los zorzales, especialmente el común Turdus philomelos; los alirrojos, Turdus iliacus, no obstante, también acudirán en buen número a Hórtola, pero aún ha de hacer más frío en sus localidades de origen, allá en las taigas escandinavas y rusas. Habrá que esperar a los meses de diciembre, enero y febrero, principalmente. Entonces junto con los otros zorzales tratarán de atiborrarse de almezas o de los abundantes frutillos de las hiedras, tan comunes por aquí. Los ocultos acentores comunes (Prunella modularis), las omnipresentes currucas capirotadas (Sylvia atricapilla), los pequeños chochines (Troglodytes troglodytes), y una infinidad de pajarillos de los bosques entre carboneros, herrerillos, mitos, agateadores y reyezuelos, inundan con sus delicados trinos estos apartados rincones de la más salvaje y desconocida naturaleza requenense.

Aguas abajo la rambla de Hórtola discurre encajada entre paredes de tierra y laderas de monte. Como lugar de alto interés histórico y etnográfico hay que señalar que aquí se hallan los restos de una explotación salinera. Citada ya a finales de la Edad Media, estuvo en funcionamiento hasta bien entrado el siglo XX. Hoy día parece olvidada en un paraje de muy difícil acceso. De hecho la inaccesibilidad de estos lugares, donde se encuentran las salinas, hace que todavía se distribuyan animales tan tímidos como las cabras monteses (Capra pirenaica), los tejones (Meles meles) y las garduñas (Martes foina), entre otros mamíferos; o incluso reptiles  como el galápago leproso (Mauremys caspica), en recesión en multitud de lugares por la creciente contaminación de las aguas fluviales o la competencia con otros galápagos exóticos, como el Galápago de Florida (Trachemys scripta), que está proliferando en el medio natural por sueltas deliberadas de ejemplares procedentes de la tenencia particular en casas.

Pero sin duda, un animal interesantísimo por su escasez a nivel provincial y que añade un punto más de valor a este paraje natural es la presencia en Hórtola de la nutria (Lutra lutra). He podido confirmar en varias ocasiones como el cauce ha sido frecuentado por este bello animal semiacuático al detectar en determinados puntos sobresalientes de la rambla sus típicos e inconfundibles excrementos repletos de escamas de peces o de restos de la quitina de los caparazones de cangrejos de río de los que se alimenta con avidez. La nutria, ese magnífico animal, que estuvo a punto de desaparecer de tantos y tantos ríos españoles por distintos tipos de injerencias humanas, y que en los últimos lustros está mostrando una notable recuperación de sus efectivos que le está llevando a colonizar cursos de agua que hacía tiempo que no frecuentaba.

Pasado el valle del Císcar, en las cercanías de la finca de la Chapudilla y de la imponente Peña Marañal, allá donde las laderas rojizas del monte denotan un alto contenido en suelos gipsícolas, el barranco de Hórtola vierte sus aguas al río Cabriel, a unos pocos kilómetros al oeste de Casas del Río.

Magnífico afluente del gran río comarcal. Hórtola, cita imprescindible para el excursionista y para el naturalista en estas fechas en que nos encontramos.

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