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LA BITÁCORA / JCPG

Parece que al final lloverá. La sabiduría del viejo ya sabía que esto acabaría por ocurrir. Por muy dura que fuera la sequía. Tiene que llover en otoño, es la máxima del clima mediterráneo. Hay que preparar las siembras; las tenían que preparar en el pasado, y le viene a las mil maravillas a las cepas. Muchos han terminado de vendimiar. Pero en Los Ruices aún nos queda la tardana. Que es la despedida del año agrícola. Vendimiando la última cepa, la última racima y la última racima (muy escasa porque la tardana es generosa en uvas y –afortunadamente- tacaña en racimas) te despides de una etapa. Te encaminas al frío invernal.

Lo de la tardana va para museístico. El avance del Macabeo es tal, ha adquirido tal potencia, que va a acabar por extinguir esta planta autóctona de la comarca. Cada vez queda menos, aunque no quede ni una gota de vino blanco tardanero en la bodega. El pragmatismo mercantil arrasa con variedades bien adaptadas al terreno en favor de cepas ajenas pero remuneradoras. Nada que no haya ocurrido en otras épocas. Pero en los tiempos en que se potencia el bobal, parece que no tiene mucho sentido condenar a la extinción a la tardana.

Las lluvias de octubre siempre favorecieron a la tardana, que se aplicó entonces a llenar sus granos. Viñas agradecidas, pero viñas desdeñadas. El nuevo agricultor prefiere la delicadeza de un macabeo y el dinero que produce. Nada que objetar. Descanse en paz la tardana. Mientras tanto que llueva para que las tierras se calen y el invierno sea provechoso.

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