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Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel
Javier Armero Iranzo   /   5 de septiembre de 2017

Primeros de septiembre. Media mañana. El sol luce ya bien alto en el monte. El aire caliente va subiendo y generando unas típicas corrientes térmicas. Flujos ascendentes y transparentes a nuestros ojos pero que unas siluetas características se encargan de darles visibilidad en el cielo azul.

Un grupo numeroso de aves rapaces remontan en espirales perfectas. Hace apenas unos segundos estaban a ras de suelo y ya parecen perderse en las alturas. Cuando ya cuesta distinguirlas dejan de ciclear y, entonces, enfilan en un eficiente vuelo rectilíneo hacia el sur. Sin apenas mover una pluma, sin ningún esfuerzo por su parte, aquellos puntos en las alturas se dejan caer sutilmente planeando hacia el lejano continente africano, punto final de su periplo migratorio.

Son los abejeros, que en grandes números atraviesan por estas fechas la geografía comarcal provenientes de sus cuarteles de cría del centro y norte de Europa, principalmente.

Ave migratoria; lejana y poco conocida por el paisanaje local. Y que apenas puede detectarse en nuestro entorno en unas fechas muy concretas. En primavera, cuando vuelan hacia el norte, y sobre todo ahora, a finales del verano, cuando en grupos realmente numerosos salpica el cielo con su magnífica silueta de ave de presa; pero eso sí, un ave de presa realmente singular.

Ya su nombre es decididamente peculiar para un ave que bien podría confundirse, por su plumaje y medidas similares, con un ratonero; una de las rapaces más características de nuestros montes. Abejero europeo, Pernis apivorus; o como se ha venido denominando erróneamente hasta hace poco: halcón abejero. Y es que de halcón tiene poco, o más bien nada, pues se trata de un ave acciprítida (como águilas o azores, por ejemplo) y no una falcónida (como los verdaderos halcones, los cernícalos o los alcotanes).

Lo de abejero sí que está algo más acertado, ya que su dieta alimentaria básicamente se compone de insectos himenópteros; en realidad más avispas que abejas, para ser exacto. Seguramente esto constituye el rasgo biológico más distintivo de esta especie, ya que a diferencia del resto de rapaces de su envergadura (que suelen predar esencialmente sobre aves, mamíferos o incluso reptiles), el abejero es un voraz consumidor de avispas; tanto de larvas y pupas como de adultos, que extrae hábilmente de sus coloniales nidos.

Su longitud corporal oscila entre los 52 y 59 centímetros, mientras que de punta a punta de ala mide de 113 a 135 centímetros, aproximadamente, siendo las hembras ligeramente mayores que los machos. En vuelo se distingue del ratonero, Buteo buteo, por sus alas más largas, por su cabeza dispuesta hacia delante y dotada de un pico fino (que le hace mostrar una cabeza ligeramente más pequeña), por el cuello delgado y la cola más larga.

El patrón general del plumaje viene a ser parduzco en el dorso, que contrasta con el vientre claro y profusamente moteado de oscuro. La cabeza presenta un bonito tono grisáceo. Sin embargo, la variabilidad de plumajes es realmente extraordinaria según los individuos, habiendo ejemplares muy oscuros en general y otros, en cambio, con sus partes inferiores tremendamente claras y sin apenas motas.

En su fisonomía corporal llama mucho la atención las patas, dotadas de gruesas escamas a modo de protección de eventuales picotazos de sus víctimas, y unas garras finas y algo más curvadas, ideales para escarbar y desenterrar los avisperos, pero no tanto para la captura de animales mayores como lo hacen el resto de rapaces. Aún así les sirve también para complementar su dieta entomófaga con cierta cantidad de anfibios y reptiles, como ranas, culebras o lagartos.

El abejero europeo no nidifica en la Meseta de Requena-Utiel. A decir verdad, no es un ave habitual en la España Mediterránea ya que allí apenas se distribuye por los macizos montañosos del Sistema Central, principalmente, y por algunas localidades del Sistema Ibérico, especialmente en su sector más norteño. Sin embargo, sí que es habitual en los bosques frescos del tercio norte ibérico. Allí ocupa las principales formaciones boscosas, tanto de coníferas como sobre todo de frondosas (robledales, abedulares, hayedos, etc.).

La población nacional se calculó en el bienio 2009-2010 en unas 1.850 parejas reproductoras, lo que supone una pequeña fracción del contingente europeo, que en el año 2000 se estimó una amplia horquilla entre 110.000 y 160.000 parejas nidificantes distribuidas en bosques templados y boreales.

Debido a su dieta tan especial, los abejeros son aves estrictamente estivales en sus localidades de cría. De hecho ajustan perfectamente su presencia aquí a la disponibilidad de alimento. Así, suelen aparecer hacia el mes de mayo en sus territorios nupciales, y abandonarlo a finales de agosto o durante los primeros días de septiembre. De ahí que sean esos periodos en concreto los típicos en que pueden dejarse ver estas aves por nuestras latitudes en pleno trasiego migratorio.

Una peculiaridad que llama la atención de esta especie es el notable cambio de sociabilidad que presenta a lo largo de su ciclo anual. Así, al llegar a su feudo reproductor la pareja de abejeros es estrictamente territorial y no tolera la presencia de otros ejemplares en su entorno. Sin embargo, al acabar la crianza y al comenzar el largo viaje que les llevará a África, los distintos ejemplares de la demarcación van agrupándose hasta llegar a formar bandos que sobrepasan varias veces la decena de individuos, e incluso, superar varios cientos.

Aquí en Requena-Utiel no son raras esas concentraciones de abejeros en paso. En apenas unos minutos, y como salidos de la nada, el cielo se va llenando de siluetas que no tardarán en desaparecer camino del Estrecho de Gibraltar, que canaliza eficazmente el paso al continente negro.

En el viaje prenupcial pasa más de lo mismo. Este año, por ejemplo, tuve la suerte de observar un espectacular trasiego de ejemplares desde un punto alto del valle del Cabriel; concretamente desde los altos de La Chapudilla (Requena), donde el 1 de mayo pude contar hasta 153 ejemplares en paso al norte en un intervalo de apenas una hora y cuarto. Agrupados en distintas formaciones, desde dos ejemplares hasta casi sesenta juntos, el espectáculo era realmente sobrecogedor. ¿Quién sabe a dónde se dirigirían? ¿A Francia, a Alemania, a Polonia, a Finlandia? El caso es que allí estaban; sobrevolando elegantemente los verdes y frescos, por entonces, parajes requenenses.

Y ahora igual, pero con mucho más calor; estamos de lleno en época de paso. De un día para otro aparecerán los escuadrones en el cielo recordándonos de que el verano toca a su fin. Como siempre lo hicieron; desde quién sabe cuántos siglos.

Abejeros en migración. Toda una suerte de grandeza y vivacidad para nuestros montes.

En estos meses y desde hace cuatro años, en compañía del ornitólogo requenense Pablo Ruiz, subo semanalmente al Montote (en La Herrada del Gallego) para tratar de avistar de una manera metodológica el trasiego de ejemplares. Y la verdad es que, con un poco de paciencia y con la ayuda de prismáticos y telescopios, lo conseguimos.

A lo largo del mes de septiembre, grupos de abejeros van desfilando ante nuestros ojos desde una posición de privilegio que nos permite abarcar visualmente muchos kilómetros a la redonda.

Unas veces unos pocos ejemplares, y otras veces muchos más. Y es que la observación del flujo migratorio viene condicionada por variables tan dispares como la meteorología, la visibilidad o la altura a la que vuelan (y que a veces la hace casi imperceptible a ojos humanos).

Septiembre es el mes de paso de esta bella criatura. Y eso se sabe muy bien por los estudios que se vienen haciendo de su comportamiento fenológico desde hace décadas.

Han pasado ya veinte años exactamente desde que tuve la fortuna de participar en un proyecto piloto sobre la migración posnupcial de rapaces y cigüeñas a través del Estrecho de Gibraltar. Aquella experiencia, el Proyecto Migres, me marcó mucho, desde luego. Se pretendía establecer y consolidar las bases para el mantenimiento a largo plazo de un programa de seguimiento de la migración de aves planeadoras a través del Estrecho de Gibraltar. La reconocida importancia internacional de este singular espacio geográfico justificaba la puesta en marcha de tal proyecto.

Hay que recordar que las aves planeadoras, como la mayoría de rapaces migratoria y las cigüeñas blancas y negras (objeto de este estudio), tratan de evitar los extensos brazos de mar en sus periplos anuales. Cruzar el mar Mediterráneo, desde Europa a África o viceversa, entraña unos riesgos evidentes para unas aves de estas características, por lo que tratan de asegurar sus supervivencia acometiendo el cruce intercontinental desde posiciones más seguras. Así, el Estrecho del Bósforo, en el mediterráneo oriental; la confluencia de la península Itálica, Sicilia y la cercana costa tunecina, en la zona central del Mare Nostrum; y sobre todo, el Estrecho de Gibraltar, en el sector occidental del Mediterráneo, canalizan la casi totalidad del flujo de migrantes.

Mantengo unos entrañables recuerdos de aquella experiencia vivida en los últimos diez días de agosto de 1997 en compañía de mi gran amigo y reconocido naturalista manisero Marco Matilla. Entre los dos, y estratégicamente apostados en los puntos de observación que la organización del proyecto nos indicaba, fuimos testigos y notarios del paso de miles y miles de individuos de distintas especies hacia el continente africano. Continente africano cuya puerta de entrada se enmarcaba con el formidable Jebel Muza, y que parecía tragarse allá en el horizonte los bandos de aves.

Con nuestros propios ojos acertábamos a confirmar ese dicho tan recurrente en nuestras memorias desde tiempos infantiles; esa verdad que ahora podíamos certificar en primera persona de que muchas de nuestras aves iban a pasar el invierno a África. Y es que África estaba allí mismo, tan lejos o tan cerca como se ve la sierra del Negrete desde Requena, por ejemplo.

No olvidaré aquellas imágenes, no. Ni tampoco la de los cientos de bandos que cada día se iban agolpando en las sierras de Tarifa y de Algeciras esperando el momento oportuno de cruzar un canal marino que, aunque corto en anchura, presentaba unas corrientes de aire que en demasiadas ocasiones amenazaban con tirar al mar a las aves que trataban de cruzarlo. La ausencia de térmicas sobre el mar, además, entorpecía todavía más la operación.

Aquel año, en el operativo que se montó entre el 15 de julio y el 15 de octubre, se certificó el paso de al menos 124.049 aves rapaces de distintas especies, 1.469 cigüeñas negras y nada menos que 114.980 cigüeñas blancas. En lo que respecta al ave que protagoniza el artículo de hoy, el abejero europeo, se confirmó el cruce por el Estrecho de Gibraltar de 37.653 individuos, lo que supuso nada menos que un 30,35% del total de las aves de presa contabilizadas aquella temporada.

El 90% de ellos cruzaron a África en un intervalo de días muy concreto: entre el 25 de agosto y el 14 de septiembre. Aunque es cierto que ya se notó un tímido trasiego de ejemplares desde el día 8 al 24 de agosto (apenas un 5% del total), y aún durante un mes más (del 15 de septiembre al 14 de octubre) pudieron pasar a modo de continuo goteo el otro 5% restante.

Aquello, no lo olvidemos, fue una experiencia piloto que ha servido para saber mucho más acerca de la migratología de esta especie, con cientos de datos acumulados en otras veinte campañas de investigación; pero, desde luego, tuvo mucho de orientativo.

El hecho de que una especie como esta de tan especializada dieta y que migre en grupos tan numerosos lleva consigo una lógica dificultad para encontrar suficiente alimento que pueda abastecer a tan numerosos bandos en los periodos de paso. Como consecuencia, los viajes se llevan a cabo de una manera muy rápida, sin apenas paradas de descanso y que explicarían que el grueso poblacional pase a África en un intervalo de apenas tres semanas, mucho más reducido que en otras aves de presa migrantes.

El abejero europeo, otra maravilla más de la naturaleza que sorprende y hace disfrutar a ornitólogos y a las gentes del campo.

Viajero incansable que cruza continentes año tras año, temporada tras temporada. Desde las frías taigas septentrionales hasta las exóticas sabanas arboladas del centro y oeste de África. Hoy, en cambio, están pasando por Requena-Utiel; incluso algunos de ellos han dormido aquí esta noche.

Con sus amarillos ojos observan la comarca; sus montes y sus valles. Como cada año fijan los accidentes geográficos en su memoria y se despiden de ellos hasta la próxima primavera, en la que, como un heraldo de esperanza volverán con el espíritu de empezar una nueva historia de amor y querencia por la vida.

Un año más; y que sean muchos.

JAVIER ARMERO IRANZO

Dedicado a Marco y a Pablo por las memorables jornadas de campo que hemos pasado juntos; y a Miguel, en señal de gratitud por utilizar sus magníficas fotos.

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