viernes, 10 enero
Requena (10/01/20).
«El vino es una parte de nuestra cultura con grandes raíces e importancia económica. El negocio del vino es una red global que incluye productores familiares, cultivadores, restauradores y otros pequeños negocios, así como grandes compañías internacionales. Esta gente es víctima inocente de la guerra comercial. Merece nuestro apoyo».
No, esta frase criticando los aranceles a la importación de vino de la administración Trump no es de un productor europeo. La frase la firma Marvin Shanken, editor y fundador de Wine Spectator, una de las publicaciones más influyentes del mundo del vino. Estadounidense, como el propio Shanken.
«Una medida pensada para dañar a la Unión Europea podría poner en peligro muchos trabajos y negocios estadounidenses, mientras pone los fuera de alcance los vinos más populares». Otra frase que tampoco es de un crítico con intereses en el sector: es la entradilla de un largo artículo publicado este día de Reyes por ‘The New York Times’.
La ‘vieja dama gris’ y Wine Spectator son las últimas voces en unirse al coro de críticas sobre el «arancelazo» de Trump, que desde octubre pasado supone un sobreprecio del 25% en lo vinos importados de cuatro países europeos, entre ellos España. Críticas que han movilizado en primer lugar al sector importador estadounidense, que llamaba hace unos días a alegar contra estas medidas ante el organismo estadounidense competente. El plazo para hacerlo, por cierto, termina el próximo día 13, y el editor de Wine Spectator ha animado a sus lectores (con un cintillo fijo en toda la web bajo el título «La nueva guerra contra el vino») a expresar sus quejas contra la medida. «Todo el mundo en este negocio, y todos los que amen el vino, deberían tomarse el tiempo de comentar».
Y es que, advierte, «el vino está siendo atacado». «Lo racional es reaccionar contra los subsidios ilegales de los gobiernos europeos a su industria aérea. Pero la industria del vino está atrapada en el fuego cruzado».
Mientras, en el Times, el columnista Eric Asimov es aún más tajante, recordando la amenaza de subir esos aranceles incluso al 100%. «No se equivoquen. Una tasa de ese tamaño, o cercana a esa cifra, sería catastrófica para los estadounidenses en la industria de la bebida o la restauración. Una tarifa del 100% duplicaría el precio del vino en tiendas y restaurantes, con desastrosos efectos en cadena». Asimov minimiza los efectos sobre los consumidores –«tendrán que adaptarse, o beber vinos de cualquier otra parte»– porque, explica, eso «apenas importa cuando se compara con los puestos de trabajo estadounidenses que se podrían perder y con los negocios que serían amenazados». Según explica, muchos importadores han pospuesto sus órdenes de compra mientras la administración se decide. Para ellos, un aumento de aranceles sobre un pedido ya hecho podría suponer la ruina, al recaer sobre unas mercancías en tránsito que, quizá, ya no podrían vender al nuevo precio. «El miedo no se limita a los importadores. Existe toda una cadena de negocios alrededor de la compra y venta de comida y vinos europeos, desde distribuidores a tiendas y restaurantes, y todos los empleos asociados». En el extenso artículo, Asimov entrevista a distribuidores y vendedores por todo Estados Unidos, con un diagnóstico unánime: los más afectados serían los negocios pequeños. En palabras de un importador centrado en viñedos familiares, «los europeos se recuperarán, encontrarán nuevos mercados, aunque les lleve meses. Pero a nosotros nos aplastarán».