lunes, 12 septiembre
Ricardo García Cárcel, nacido en 1948, es un historiador y ensayista requenense. Obtuvo la licenciatura de Filosofía y Letras, con premio extraordinario, en la Universidad de Valencia en 1970, doctorándose en 1973, asimismo, con premio extraordinario. Catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona. Es miembro del Foro Babel.1 Es académico correspondiente de Real Academia de la Historia desde 2001. Autor de más de 20 libros, académico y Premio Nacional de Historia, desmitifica en esta entrevista el discurso nacionalista sobre la Diada y la Guerra de Sucesión.
La Guerra de Sucesión no fue entre españoles y catalanes’
Fuente: elmundo.es/ PEDRO G. CUARTANGO /Madrid
Catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona, autor de más de 20 libros, académico y Premio Nacional de Historia, desmitifica en esta entrevista el discurso nacionalista sobre la Diada y la Guerra de Sucesión.
Lo primero que hay que decir es que hay que acabar con un mito muy generalizado, que es que el 11 de septiembre de 1714 es el gran hito de la confrontación entre España y Cataluña. Hay que desmitificar rotundamente esa afirmación en el sentido de que esa fecha fue el final de una guerra entre austracistas y borbónicos en torno al candidato que tenía que suceder al fallecido Carlos II. La Diada marca el final de una guerra de sucesión que no es una guerra de España contra Cataluña, como tantas veces se ha dicho, sino una contienda en la que hubo austracismo en Castilla y borbónicos -y no pocos- en Cataluña. Este mito, sobre el que se asienta el nacionalismo catalán, es un sinsentido porque lo que hubo fue una guerra dinástica que tuvo un componente europeo que a veces se olvida. Recordemos que hubo franceses, ingleses y holandeses que intervinieron en este conflicto, que tuvo una dimensión internacional. Aquí ha interesado dar una imagen identitaria entre catalanes y españoles que es falsa.
Lo cierto es que después de la batalla de Almansa y de la caída de Barcelona, Felipe V abolió los Fueros de Aragón y de Cataluña…
Eso se llaman los Decretos de Nueva Planta. Tras la batalla de Almansa en 1707, Felipe V abolió los Fueros de Aragón y de Valencia y en 1716, dos años después de la derrota de los partidarios del archiduque Carlos, abolió los Fueros de Cataluña. Debemos hacer la matización de que la segunda fue más suave que la que se efectuó en 1707 por la sencilla razón de que la abolición de los Fueros de Aragón y Valencia se hizo en caliente y en plena guerra y la de Cataluña se realizó dos años después de la victoria. Además, a partir de 1714 Felipe V cambia su política porque contrae matrimonio en segundas nupcias con Isabel de Farnesio, hecho que le distancia del modelo centralista y jacobino típicamente francés que le habían inspirado sus consejeros y su abuelo Luis XIV en sus primeros años. Hay un cambio en la política a partir de 1714 pese a todo el discurso victimista que se ha forjado. Por ejemplo, se suele ignorar que mantuvo el derecho civil en Cataluña y no en Zaragoza ni en Valencia.
Que hubo una represión es indiscutible. Ello fue producto de que hubo un sitio de casi un año y medio; y nadie puede negar que se destruyó una parte de Barcelona, el barrio de La Ribera, y que luego se construiría la Ciudadela militar. Pero para entender lo que pasó hay que conocer cómo se produjo la guerra. La conclusión que sacamos hoy algunos historiadores es que esa represión fue el corolario inevitable de un sitio que sí pudo evitarse. La represión alcanzó esos niveles por la cerrazón de la clase dirigente catalana, que impidió cualquier acuerdo; y, por tanto, propició esa represión al crear una situación límite.
En el Pacto de Génova, Inglaterra envió una carta a Felipe V pidiendo que se respetaran los Fueros de Cataluña, pero el monarca se negó en rotundo. ¿Pudo haber sido más generoso el nieto de Luis XIV? ¿No perdió una ocasión de reconciliación al abolir los Fueros?
Eso pudo pasar, es una posibilidad que no se dio y ciertamente la Historia hubiera sido muy diferente. Yo no le tengo especiales simpatías a Felipe V y reconozco que este monarca tenía un extraordinario resentimiento hacia Cataluña. Pero no era arbitrario, tenía una motivación: que Felipe V había hecho sus deberes como rey foral en Cataluña, nada más llegar a España en 1700; había jurado los Fueros en Barcelona, se había casado con su primera mujer en el monasterio de Vilabertran en Gerona y había actuado con buena voluntad. Los catalanes le habían manifestado su lealtad a través de infinidad de textos, glosas y retóricas halagadoras. Felipe V se encontró en 1704 con un viraje radical en la posición de Cataluña, que apostó por las aspiraciones del archiduque Carlos. Eso para el rey de la familia Borbón fue un delito de lesa traición.
Cuando la suerte de la guerra ya está decidida en junio de 1713 y Barcelona está sitiada, la Junta de Brazos decide resistir…
Hay un hecho indiscutible. Y es que el Tratado de Utrecht se compromete -en el artículo 13 del pacto entre la monarquía española y la reina de Inglaterra- a resolver el problema catalán. Y en eso estaba de acuerdo el rey de España. En concreto, se les ofrece la amnistía en 1713 y el olvido de las responsabilidades de la guerra y se les prometen los mismos derechos económicos que a los castellanos. Eso equivale a decir que a los catalanes se les va a permitir acceso definitivo al comercio con América, rompiendo el tradicional monopolio castellano. Los ingleses creían que las aspiraciones de Cataluña se centraban en el ámbito económico y que por ahí venía el acuerdo. La gran sorpresa es que la propuesta de Felipe V no se acepta en un contexto de extraordinaria histeria religiosa, con un papel fanatizador del clero regular. Mucha gente pensaba que era mucho mejor un acuerdo que hubiera evitado la tragedia del sitio de Barcelona, pero lo cierto es que Cataluña apostó por lo que hemos llamado «el sueño de la razón imposible».
Toda la épica y la gramática del sitio de 1714 alimenta un discurso ideológico soberanista a caballo entre el victimismo y la nostalgia de la Cataluña que presuntamente pudo ser antes de esa fecha. Se nos pinta una falsa imagen idealizada de la Cataluña anterior a la guerra sobre la que incidiría la bota militar de Felipe V y de los castellanos. Esto es una distorsión.
España perdió sus posesiones en los Países Bajos y sus territorios en Italia. ¿Se podría decir que Utrecht y el desenlace de la guerra marcan el declive de España como gran potencia europea?
Ese declive había empezado ya con el Tratado de Westfalia en 1648, que marca el fin de la euforia imperial española. Pero ciertamente el Tratado de Utrecht es la culminación de un proceso de decadencia en el que se va a producir la mutilación definitiva de las posesiones españolas.
La primera es que la represión en sí misma no es una solución nunca. Siempre hay que intentar apelar a lo que ahora los psicólogos llaman la inteligencia emocional. Debemos aprender a dialogar. También hay que decir que la relación entre Cataluña y España no debería plantearse en términos antropológicos, de identidades estructurales. Es una falacia presentar a Cataluña contra España a partir de un hecho diferencial. Hay que asumir que hay muchas cataluñas y muchas españas. Debemos acostumbrarnos a conjugar la pluralidad y acabar con la visión fatalista de que la diferencia lleva a la confrontación. Los problemas entre Cataluña y España no son estructurales, son históricos.
No la ha producido pero puede producirla. La idea nacionalista de que hay una sociedad monolítica es falsa. Existen muchas maneras de entender Cataluña. No se puede negar la realidad de una Cataluña plural y mestiza en la que somos muchos los catalanes que reivindicamos no tener una identidad, sino muchas. Negar esto es una distorsión de la realidad que tendrá un precio importante.