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Requena tiene una gran tradición en la elaboración y consumo de productos cárnicos y los documentos municipales así lo atestiguan. La venta de carnes era uno de los monopolios municipales existentes junto a los molinos, hornos, dehesas, etc. El arriendo anual a particulares de estos bienes generaba unos ingresos necesarios para mantener la administración municipal y el oneroso pago de tributos reales.

Existe un documento que marcaba las condiciones de la venta de carne en Requena ya en 1495. Estas carnicerías se les llamaban “tablas” en la época haciendo referencia al soporte de la venta. A los carniceros, por consiguiente, se les denominaba “tablajeros”. Como recuerdo del lugar de venta, en el callejero requenense aún perdura la famosa “Cuesta de las Carnicerías”, donde se expendía la carne.

El documento nos informa que la carne que se vendía en el s. XV en Requena era la de cabrón y carnero y el ayuntamiento se preocupaba de la calidad sanitaria y le exigía al arrendador “ dar buenas carnes que no sean mortesinas”.

Tenían que estar dispuestas las “tablas” o carnicerías todos los días de sol a sol bajo pena de 70 maravedíes si así no fuera, excepto los días de víspera de ayuno y jueves que podían cerrar dos horas antes. El carnicero podía descansar desde las 10 de la mañana a las 14 horas, pero si en ese tiempo alguien se acercaba a comprar estaba también obligado a servirlo.

Del animal se aprovechaba todo y el documento nos aporta una minuciosa descripción de las piezas a vender y su precio: el sebo a 24 maravedíes el arrelde; el hígado a 12 maravedíes; el liviano con un poco de melsa y las mollejas por 3 maravedíes; la cabeza de cabrón a 5 maravedíes y la de carnero a 4 bien cortadas por el nudillo y las tripas a 5 blancas.

Los domingos de cuaresma, el carnicero debía cortar un carnero para los enfermos.

Estas condiciones para el arriendo de las carnicerías fueron utilizadas durante muchos años y anualmente se subastaba el abasto de carne en la fecha de Santa María de agosto.

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