Utiel, Requena y San Antonio: disponible la presentación telemática de alegaciones al proyecto Biorequena
Leer más
Entrega de alegaciones de A.S.P.U.R. a Delegación de Gobierno de parcelas dañadas por la DANA
Leer más
La Torre abre su memoria: una exposición para no olvidar la fuerza de la DANA y la solidaridad del pueblo
Leer más

En el aniversario de la catástrofe, la exalcaldesa rememora aquellos días en los que la solidaridad del pueblo de Requena se convirtió en ejemplo nacional.

 

A veces la vida se detiene en un instante.

El 29 de octubre de 2024, Requena amaneció lloviendo con una intensidad que presagiaba todo lo que ocurrió. A las cinco de la mañana, el grupo de WhatsApp de Alcaldía no paraba de sonar. Ya estábamos todos despiertos y, junto a mis concejales, mirábamos al cielo, decidiendo qué hacer. Y tomamos la primera decisión que salvó vidas: cerrar los colegios.

Fuimos los primeros en hacerlo, y cuando más tarde nos llamaron de Utiel, nos alegró mucho que siguieran nuestro ejemplo, pues allí todo podría haber sido mucho peor. No quiero ni imaginarlo.

Aquel día no sabíamos aún que escribiríamos una de las páginas más tristes, más humanas y de mayor orgullo en la historia de Requena.

Llovía sin parar. El agua subía. A las 8:00 ya estábamos en el puente de las Ollerías. “Esto no tiene buena pinta”, nos mirábamos y mi corazón sabía que algo no iba bien. “Llévame a la radio y ves a controlar este puente”, le dije a mi concejal.

Y en mitad de la entrevista: “Rocío, te llaman”. Algo no iba bien. Primer aviso a la población: “Si me escuchan, váyanse a casa”.

En el trayecto desde el Monumento al Ayuntamiento ya estábamos montando el primer CECOPAL de toda la DANA. Como integrantes estaban los concejales, el jefe de la Policía Local, el técnico de Medio Ambiente y, al teléfono, la directora del hospital y el teniente de la Guardia Civil. La situación era difícil, el agua casi se lleva a mi concejal y a un operario con la maquinaria que habíamos llamado para limpiar el cauce de las Ollerías y uno de los vehículos de la Policía Local quedó atrapado en una rotonda completamente anegada. Y, decidimos llamar a Utiel.  El cauce estaba a punto de desbordar. Sin duda, había que actuar.

La Guardia Civil y la Policía Local ya intentaban controlar el acceso a las infraestructuras, y el hospital tenía personas sin poder salir. Las previsiones de la tarde eran peores.

Había que avisar a la población: nota a los medios, WhatsApp del Ayuntamiento y, con una lista de empresas, los concejales y el jefe de Policía Local fuimos llamando personalmente para que enviaran a los trabajadores a casa. Y, por supuesto, llamamos al 112 para alertar de la situación. Fuimos los primeros en pedir la UME esa mañana y hablamos con Conselleria. Actuamos guiados por la prudencia y el sentido del deber.

Los teléfonos sonaban sin descanso y, mientras el miedo se extendía, algo más fuerte empezó a moverse entre nosotros: la unión.

A las 14:00, la gran mayoría de la población ya estaba en casa. El polígono casi desalojado. Muchas infraestructuras, sobre todo puentes, quedaron destruidas. Nadie murió, y no fue por casualidad. Fue porque cada persona hizo lo que debía, y más.

Recuerdo justo a esa hora, el teniente nos alertó de que la autovía estaba cada vez peor y, sin dudarlo, le dijimos: “Envía a los coches hacia Requena y hay que hacer un refugio”.

En menos de dos horas se consiguieron mantas, comida, bebida y se coordinaron dos espacios: uno para la UME, y a las 17:00 abría sus puertas el Teatro Principal, convertido en el primer refugio de la DANA. Una rapidez increíble, y todo gracias al trabajo y la solidaridad de las empresas y personas de Requena.

Y empezaron a llegar personas: empapadas, tiritando, niños con la mirada perdida, perros en brazos, familias separadas por el agua, personas mayores desorientadas…

Y, al mismo tiempo, manos que daban mantas, voluntarios que hacían sopa y nosotros, el jefe de Policía y yo, en nuestra primera reunión en el centro de mando, con los bomberos y la Guardia Civil. Posteriormente, a esas reuniones se unieron durante esos días la UME.

Nuestra prioridad eran las personas. Nos confirmaron que en nuestras aldeas todos estaban bien, aunque con daños materiales, y que en Utiel la situación era mucho más grave. Hasta allí se dirigieron los todoterrenos de una asociación de Requena y muchos agricultores fueron para ayudar en los rescates junto a la Guardia Civil.

Una vez más, el campo demostró que también sabe cuidar de su gente.

Desde Valencia, las noticias eran dantescas. Y la situación, aún más difícil sin comunicaciones.

Y allí, en medio del caos, Requena se volvió inmensa.

Y lo peor estaba por llegar… Aquella noche, sin teléfonos, sin descanso, nos avisan de que está muriendo gente en la autovía. Y sin dudarlo, mi concejal, junto a la Guardia Civil, fue a despertar a los conductores de autobuses que salieron valientemente a la carretera para salvar vidas.

Allí, con la lluvia golpeando los cristales, me dijo uno: “Solo teníamos una certeza: no podíamos dejar a nadie atrás”.

Y al amanecer, Requena tenía 500 vidas salvadas que atender.

Los trabajadores del Ayuntamiento llegaron sin que nadie los llamara.

Se revisaron colegios, se acordonaron calles, se envió maquinaria a las zonas dañadas y se mandaron voluntarios a Hortunas desde los puntos donde era seguro, ya que los caminos desde Requena estaban en mal estado.

El ingenio surgía a cada instante como solución a los problemas. Como muestra, se contó incluso con un arquero profesional para pasar una tubería de un lado al otro del río Magro y así dar agua a las aldeas de La Vega.

En el Teatro Principal se organizaron turnos, se prepararon comidas y llegaron Cruz Roja, Cáritas, asociaciones, empresas y numerosos voluntarios particulares.

Algunos vecinos ofrecieron sus casas, y la Escuela de Viticultura y Enología puso su residencia a nuestra disposición, con camas incluidas. Poco después, se montó otro refugio en el Colegio Lucio Gil Fagoaga, con camas proporcionadas por Cruz Roja y comida llegada desde muchos puntos de España. La solidaridad era desbordante. Se ofreció atención psicológica, asistencia sanitaria, cura de heridas y suministro de medicamentos por parte de los equipos médicos y voluntarios. También se repartió comida para perros y otras mascotas, porque todos merecían ser atendidos. Y hasta había libros y juegos, porque también había que cuidar de los pequeños.

Cada dos horas dábamos información, en español y en inglés —menos mal que lo hablo perfectamente— y todo fluía, como si cada persona supiera exactamente dónde debía estar. A los cinco días habíamos conseguido devolver a sus hogares a todas esas personas, con el agradecimiento eterno que nos dieron al marcharse.

Desde entonces, muchas de aquellas personas han seguido enviando su cariño: cartas de agradecimiento, mensajes en redes sociales e incluso una videollamada la noche de Nochebuena en Navidad para darnos las gracias. Hace poco, en el Teatro Principal, algunos de ellos volvieron para ofrecer una imagen de San Nicolás como muestra de su gratitud. Tanto agradecimiento es de todos y para todos, porque lo que vivimos entonces solo fue posible gracias a un pueblo entero que actuó con el corazón.

Por eso hoy lo digo en alto: sí, lo hicimos bien. No solo desde el Ayuntamiento, sino desde cada casa, cada calle, cada corazón.

Requena fue ejemplo de organización, de solidaridad y de amor por la vida.

Quinientas personas a salvo. Quinientas razones para sentir orgullo.

E incluso en los días posteriores ayudamos a otras poblaciones cercanas, y si nos hubieran dejado, habríamos ayudado aún a más municipios.

Un año después, cierro los ojos y lo revivo todo: el ruido del agua, las voces, las luces encendidas hasta el amanecer, el temblor de las manos al teléfono… Y aquella certeza que aún me acompaña: cuando un pueblo se une, ningún temporal puede con él.

Con este relato pretendo contar solo una pequeña parte de todo lo bonito que ocurrió aquellos días en Requena, cuando Requena se volvió la luz de todos.

Gracias a mi equipo de gobierno —sin palabras—, estuvisteis al pie del cañón todos esos días, sin apenas dormir y trabajando sin descanso por todos. Sois grandes personas y no me cansaré de decirlo, por el corazón y el cariño que le tenéis a esta tierra. Lo demostrasteis con creces durante el tiempo que estuvimos juntos y, sobre todo, durante aquellos días. Increíble, de verdad, haber estado con vosotros.

Gracias a todas las fuerzas de seguridad: Policía Local, Guardia Civil, Protección Civil, Bomberos, al Hospital de Requena, Cruz Roja, Cáritas… Gracias a todas las empresas, asociaciones y voluntarios que dieron su apoyo en esos duros momentos.

Gracias a todo el personal del Ayuntamiento: sin duda, los mejores. La profesionalidad, el deber de servicio público y el cariño a las personas que nos disteis nos hacen seguir creyendo que sí existen buenas personas dentro de las instituciones.

Y, por supuesto, GRACIAS, Requena. Por vuestro valor, vuestra entrega y vuestra humanidad.

Aquella noche salvamos vidas. Pero, sobre todo, salvamos lo que somos.

En la adversidad se ve lo mejor y lo peor del ser humano: las personas que ayudan sin mirar atrás, las que se bloquean, las que ponen excusas, las que solo quieren fotos, las que buscan medallas, las que sólo les importa ellos mismos o ellas mismas… os aseguro que vi de todo. Pero me quedo, sin duda, con el amor y la solidaridad que sentí en la mayoría de los requenenses aquellos días. Lo que demostramos esos días, me hace sentir el profundo orgullo que fue para mí ser su alcaldesa.

Permítanme despedirme recordando a mi madre, que partió poco después. En aquellos días no pude cuidarla como merecía, porque mi deber estaba con Requena. Pero sé que ella lo comprendió, porque me enseñó precisamente eso: a servir, a amar y a estar donde uno es necesario. Si algo me llena de orgullo, más que haber sido alcaldesa, es ser requenense e hija de quien fui.

Gracias, gracias, gracias.

Con amor y vocación de servicio,

Rocío Cortés Grao

Alcaldesa de Requena en la DANA

 

Comparte: Recuerdos de la DANA en Requena: cuando un pueblo unido salvó 500 vidas