jueves, 6 noviembre
El acordeón del verano pronto cerraría sus fuelles y el otoño se acercaba dando grandes zancadas.
El recuerdo del concurso de tiro de pichón en los pinos de Florillo, el de uvas en la Avenida, el de tractores, los festivales de guiñol o del Gran Fele para la chiquillería en la plaza de los Patos, las competiciones de natación en la piscina, el festival gratuito de variedades, las madrugadoras dianas por los distintos barrios de la ciudad, los ecos de las orquestas Iris y Sibor’s, la alegría del pasacalle de la banda de música por la Avenida dirigiéndose a la plaza de toros, los ole?s dedicados a los diestros Miguel Bañez “Litri”, Curro Girón o Manolo Herrero, y el reinado de la señorita Teresa Carpí Cañellas como Reina de la XX Fiesta de la Vendimia de Requena, pronto caerían en el olvido.
Recuerdos amables como serían los restos del confeti, las multicolores serpentinas y los bermellones y anaranjados clavelones, lanzados por las muchachas de la Fiesta desde sus atalayas cubiertas de policromos papelillos, agazapados entre los setos de los jardincillos que orlaban los primeros tramos de la Avenida, pronto devendrían en una evocación.
El aroma de esas flores lanzadas la tarde sabatina de la Fiesta de la Vendimia no ha dejado de acompañarme toda mi vida.
Ahora, con el tiempo en mi añoranza, me pregunto de quién sería la idea de lanzar flores en aquella tarde alegre y festiva, en una Requena que precisamente no se caracterizaba por tener grandes jardines. Sin duda sería un guiño a la batalla de flores que se celebraba, y aún hoy se celebra, en Valencia los últimos días de julio.
Una nueva estación se acercaba.
La gran cuba de agua que con sus versallescos chorros había refrescado las veraniegas tardes en la Avenida, pronto dejaría de regar y sería sustituida por los chaparrones tormentosos que raudos llegarían en los primeros días de septiembre.
Del mismo modo, las sillas de tijera de hierro verdinegras dejarían de acompañar a los sempiternos bancos de madera y serían retiradas por el personal del ilustrísimo Ayuntamiento –los municipales–, y almacenadas como animales que se guarecen del frío en un rincón oscuro, esperarían su renacer con los primeros calores del mes de junio, cuando los plataneros estuvieran henchidos de verdes hojas y dieran sus sombras a los viandantes.
Plataneros que, ahora avistándose el otoño, pronto trenzarían a sus pies una alfombra de color castaño, al dejar caer sus palmadas hojas a lo largo de todo el paseo. Pequeño escenario cromático que podías y puedes ver mil veces reproducido –y en gran tamaño– nada más salieses del casco urbano de la ciudad y tomases cualquiera de los caminos que te sacaban de ella, donde el intenso verde de los estivales viñedos se había mudado en una intensa paleta de ocres, marrones, carmesíes… ¡Que? maravilla de colores tintan mi mente las “asomás” de Requena en otoño!
El aire de Requena iba cambiando.
Las fragancias del verano, rápido desaparecerían y ahora, con el otoño a las puertas, nos preparábamos para unos nuevos aromas.
El olor de las “lonas” para “vestir” los carros que se estaban acondicionado en los zaguanes de muchas casas de la Villa o de las Peñas, ya se hacía presente anunciando que la vendimia se acercaba.
Y pronto llegaría el día en que estos carros pasearan sus rebosantes cargas de racimos de uva, dejando el olor dulzón del mosto que goteaba a lo largo de la carretera; carros que venían del Barranco Rubio, otros que subían desde el Pontón, otros por Regidores, otros por la carretera de Chera… Carros preñados del precioso fruto y que, lentamente, al final del día, llegaban a la gran casa, la cooperativa, que, como una buena madre, los recibía, los abrazaba y los acogía en su seno, para, luego, meses más tarde, convertir estos racimos en el precioso liquido que, por aquel entonces, sería llevado allende nuestras fronteras.
Poco se quedaba aquí para el consumo diario.
Y rápido, el invierno se dejaría caer sobre los tejados de Requena.
Los vivos colores se van difuminando. Se acerca la Espan?a en blanco y negro. Aunque mis recuerdos en esos tonos son muy concretos.
Recuerdo el NO-DO de los cines.
Recuerdo los “cartelillos”, pequeños afiches pendientes sobre la pared del Cinema Armero, en la calle del Carmen. El Cinema por antonomasia, anunciando las películas que se proyectarían el fin de semana; pero, sobre todo, recuerdo los del Teatro Principal –el Principal–, ubicados en la calle de las Monjas, donde el domingo por la mañana, la señora Luisa te vendía las entradas, con su peculiar manera de distribuirlas. ¿Butaca, preferencia, palco? (Las tenía en unos tacos por colores: naranja, azul, ocre, algunas dobladas por las esquinas. ¿Serían abonos? ¿Serían mejores? ¿Peores? No lo se?…).
Recuerdo con sosiego unos cartelillos en blanco y negro que me impactaron mucho. Los de dos películas de Ingmar Bergman, El manantial de la doncella y Fresas salvajes. Y si los pasquines me impactaron, qué decir de las películas. Seguro que estaban troceadas por la censura. No entendía nada. Del mismo modo que tampoco entendía a Clark Gable y Grace Kelly en Mogambo.
Del Cinema, recuerdo los cartelillos en blanco y negro de Blow Up. Tampoco entendía nada. Una Vanessa Redgrave impresionante, un David Hemmings magnífico y una jovencísima Jane Birkin. La misma que años más tarde nos haráa entornar los ojos cuando entonara “Je t’aime moi non plus”.
Tuvieron que pasar muchos años para poder entenderlas.
Antonioni, Bergman… ¿En la Requena de los sesenta?
Y recuerdos en blanco y negro especiales eran las fotografías expuestas en los estudios fotográficos de Fotos García y Antonio Villanueva. El primero estaba al principio de la calle de las Monjas, al lado de la mercería de las hermanas Loínes que, como protagonistas de la novela de Martín Gaite, exploraban la vida de Requena, aquí no entre visillos como en el famoso libro, esta vez detrás del mostrador y del escaparate, celando la Plaza de los Patos. Para hacerte la foto debías subir hasta un segundo piso, donde García siempre te recibía sonriente. Te sentaba en un taburete o te ponía de pie, sobre una pequeña tarima, dependía… Te hacía la foto y te decía que en una semana o diez días pasaras a recogerla. Te la entregaba en un sobre de papel transparente, como encerado. Foto que ansiosamente esperabas ver en el recibidor, zaguán del edificio, donde en una especie de relicario, en un cuadro enmarcado en cristal, estaba expuesta junto a otras encargadas, señal de que ya podías subir a por ella.
Allí me hice la foto que obligatoriamente había que llevar para hacer el ingreso en el Instituto de Enseñanza Media. Foto en blanco y negro. Solo cabeza, cuello y corbata, esta obligatoria y sin duda la u?nica que tendríamos durante algunos años Curiosa corbata que se ponía por la cabeza y que llevaba por detrás una “gometa” o un corchete que se enganchaba en el cuello. Corbata que sin duda mi madre habría comprado en casa Cebrián o en casa de la Valeriana.
El otro “estudio fotográfico” en blanco y negro de mis recuerdos es el de Antonio Villanueva, gran pintor de infinitos rincones de Requena. Estaba en la calle del Carmen, justo al lado de la mercería de Manolo, el Andaluz, y sus hijas. Recuerdo con simpatía el rótulo “Se cogen puntos de media” que había en la puerta. La obsolescencia programada no había llegado a España. Aquello si? que era reciclar. La mercería a un lado, al otro, la perfumería Jordán y, enfrente, los ultramarinos (precioso nombre, “más allá? del mar”) de los Atuneros. Infinidad de olores en aquel tramo de la calle. En este estudio, las fotos estaban encerradas en el relicario-expositor, pero al estar en un zaguán semioscuro, no tenían la luminosidad del estudio de Garcia. La luz amarillenta que iluminaba las fotos, daba mas respeto. Totalmente distintas al color que el Maestro Villanueva ponía en sus cuadros.
Y si, por ultimo, tengo que hacer memoria para recordar el blanco y negro de Requena, me iré al colegio Alfonso X el Sabio, donde dos personajes, dos retratos en blanco y negro, situados inexorablemente sobre el encerado de cada una de las aulas, nos vigilaban como dos grandes hermanos de George Orwell. Uno, orondo, rebosante de salud, sonriente, vencedor, triunfante, retador hasta en su manera de vestir, el aguerrido guerrero, acompañado del difunto presente o el presente ausente, como se llamaba al fundador de la Falange. Su imagen, más amable, oscura, no dejaba apreciar el tono azul marino de su camisa con unos bordados en rojo en su parte izquierda.
Pero volvamos al principio. El murmullo de las verbenas, de la Fiesta, ya es historia. Septiembre del 67.
Y tres muchachos, acostumbrados a la fiesta y con un incierto panorama delante de ellos, se preguntan, aquel principio de otoño: ¿Y ahora qué?
El hacer “reuniones”, bailar, escuchar música y beber un cuba-libre los domingos, en una casa o comedor de uno de ellos, debería tener el asenso, la aprobación, de los padres y no siempre iba a ser el caso.
Han terminado sexto de bachiller y no saben que? camino tomar.
Estudiar inglés en el laboratorio de idiomas que la Caja Rural ha montado en el antiguo Instituto es una opción. Hay una profesora inglesa.
Estudiar taquigrafía con Pepe, el hijo de la Valeriana, en la academia que tiene en la carretera, puede ser otra opción, algo que les sirva para entrar en un comercio o en un banco, monitorizan los padres.
Otros preparan su preuniversitario.
Pero los protagonistas de nuestra historia están por otras labores. Estos muchachos que escuchan la radio, la cadena SER, de Tomás Martin Blanco, El Gran Musical, de Pepe Domingo Castaño, o Vuelo 605, del gran Ángel Álvarez, saben que hay otras músicas distintas a las que han oído en las verbenas.
Estos chicos que leen, en francés, Salut les copains, tienen muy sabidas las canciones de Los Brincos, Los Canarios, Los Pekenikes, Los Mustang… y saben quienes son J. Halliday, Sylvie Vartan, Jacques Dutronc, Mina, The Mamas & The Papas, Celentano, los Beach Boys, los Monkeys, Miriam Makeba… quieren otra cosa aparte de la taquimecanografía y las hipotéticas reuniones que puedan celebrarse los domingos.
Pero, ¿Cómo llegar ahí?
Les gustaría disponer de un sitio donde poder juntarse y escuchar música, jugar a las cartas, bailar y, ¿por que? no?, beberse un gin tonic o un cuba-libre. Como saben que hay clubs en Valencia o en Madrid, a imitación de los lugares del Soho londinense, como en Carnaby Street, donde lo hacen… El Studio 54 de Nueva York aún tardaría unos años en aparecer…
Alquilar un local es, a nivel económico, imposible. Impensable.
Pero hay uno que dice que, en la plaza de la Villa, donde su abuela vive, en el zaguán, justo al lado de la Iglesia del Salvador, una de las dos grandes rosas de piedra de Requena, tiene en el subsuelo una bodega donde guarda las patatas, las garrafas del aceite, los aperos de labranza, los trastos de vendimiar… y se pregunta: ¿y si le digo a mi abuela si nos la deja?
Y la abuela Lucía, generosidad plena, les da permiso para acceder a sus buenos. Un lugar para reír, bailar, socializar. Juntarse.
Y pronto, Julián, Bernardo, Emilio, se pondrán manos a la obra.
Inmediatamente, se unirán los otros amigos que forman el grupo y echarán una y mil manos.
Sacan todo: patatas, garrafas, cuévanos y espuertas vendímiales, y dejan para el recuerdo una antigua tinaja del siglo XVII, como testigo de la función original del lugar y de aquello a lo que será? destinado a partir de ahora.
La tinaja va a ver a la gente joven de Requena bailar, escuchar música y divertirse. Habrá? que adecentar el local. Pronto aparecen las guirnaldas de bombillas multicolores, gracias a M. Salas. Ambiente de discoteca conseguido.
Habrá que hacer un banco de mampostería para que los posibles asistentes puedan sentarse. Y ahí, de nuevo, la generosidad de un buen hombre, Julián López, Calvestra, padre de Julián, que se presta a poner toda su sabiduría para que aquello quede decente. Generosidad con palabras mayores. Lo hace, e incluso aporta los materiales. Desde aquí, gracias.
Habrá que poner cojines multicolores para estar cómodos y una pequeña barra de bar desde donde poder servir las bebidas que, sin duda, se consumirán. Tal como han visto que hay en los clubs de las películas. Y, con todo dispuesto, en la Navidad de 1967, se abre LA CUEVA. La primera, la fetén, la única.
Luego vendrán otras cuevas, con otro estilo, distintas, pero la primera fue la de la plaza de la Villa.
Pocas veces, o casi nunca, se oía en LA CUEVA la música de Los Bravos, Los Mustang, Los Pop Tops… Esa música ya la oíamos en la radio. Pero gracias a la generosidad de Luis Serrano —fue él quién aportó la mejor música—, los muchachos y las muchachas de Requena pudimos escuchar a nuestro placer, disponer a nuestro antojo, tantas veces como quisiéramos, las canciones de grupos como The Doors, The Kinks, The Byrds, The Beach Boys, The Monkeys, The Animals, Ottis Redding, Janis Joplin y su maravillosa “Piece of my heart”, Patty Pravo y su “Bambola”, Tom Jones y su “Delilah” o el “Pata Pata” de Miriam Makeba.
Habíamos pasado del “Eva Maria” de Fórmula V, de la “Chica Yeye?” de Concha Velasco, del “Sorbito de Champagne” de Los Brincos… a una nueva pléyade de cantantes que nos hacían soñar con un mundo anglosajón que pronto nos invadiría.
¿Se podía ser más moderno en aquella Requena de la última década de los sesenta? En aquella Requena donde el Seiscientos, el Ochocientos cincuenta, el Mil quinientos, la Televisión, empezaban a limar el acaecer diario.
Pronto los tiempos de la autarquía se olvidarían y entre letras, créditos, plazos, Requena se destaparía respirando otros aires y cambios de vida. Pero sin que uno de aquellos, desde su atalaya en blanco y negro, bajara la guardia. Aún deberían pasar algunos años más, antes de que fuese descolgado ¿definitivamente? de la pared.
La generosidad de la abuela Lucía, de Manolo Salas, de Luis Serrano y de Julián López, hicieron de aquel sitio un lugar entrañable durante el tiempo que duró. Fue nuestro tiempo de las cerezas.
Estoy seguro de que muchos mayores por aquel tiempo nos criticaron, pero os puedo asegurar que todos sus hijos e hijas pasaron por allí y, si son leales a sus recuerdos, conservaran en sus retinas momentos agradables y nostálgicos.
Pero de lo bueno, de lo que no dudo, es que mientras LA CUEVA de la Plaza de la Villa estuvo abierta, fue un soplo de libertad, de ilusión, de alegría, de luz, para aquella Requena que lentamente se abría a la modernidad.
Con un recuerdo muy emotivo para aquellos que formaron aquel grupo de ilusionados muchachos: Julián López Gorbe, Luis Serrano Sánchez, Germán Herrero Mascuñán, Jesús Martínez Giménez, Bernardo Gavilán Verdejo, Vicente Jauzarás Herrero, José María Martínez López, Manuel Salas Sánchez, Arturo García Cerdá, Exuperio Díez Tejedor, Álvaro Atienza Navarro, Francisco Lahuerta Cervera y Emilio Ramos Ruiz.
Emilio Ramos Ruiz
Gracias a Amalia Pérez Poveda, que una mañana invernal de febrero en San Blas, me animó a escribir este pequeño recuerdo. No quería que se perdiera en el olvido un tiempo tan significativo para nosotros.